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El jugador de dados
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Libro electrónico138 páginas1 hora

El jugador de dados

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La familia de Luna está inmersa en la investigación de un lote que ha llegado a la tienda de antigüedades procedente de una villa romana cerca de la actual Cartagena. Enseguida, la protagonista entra en contacto con los incorpóreos Mauricio y su esclava griega Chloe. La joven llega atemorizada por algo terrible que el romano la hizo en vida. Después de algunas averiguaciones, Luna emprende un viaje a la Antigua Roma espectral para conseguir que se haga justicia.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 nov 2023
ISBN9780190548766
El jugador de dados

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    El jugador de dados - Ana Alonso

    Capítulo 1

    Las personas normales no necesitan «escribir» en su memoria para recordar quiénes son. Si algo se les olvida, pueden escribirlo con sus manos. Ni siquiera son conscientes de la suerte que tienen de disponer de un cuerpo que les obedece. Eso solo lo comprendes cuando lo pierdes. Como en mi caso.

    Me llamo Yago y soy un incorpóreo. Técnicamente, eso equivale a estar muerto. Casi todos los incorpóreos son espíritus que han quedado vagando por ahí después de que su cuerpo falleciera. Se supone que tienen algún asunto que solucionar, y que solo cuando lo hacen pueden descansar tranquilos. El problema es que la mayoría no tiene ni idea de cuál es ese asunto. Cuando te vuelves inmaterial, tus recuerdos cambian y, aunque puedas reproducir mentalmente fragmentos de tu pasado o ver las caras de tus seres queridos, no eres capaz de asociarlos con las emociones que tenías cuando estabas vivo. Eso genera mucha confusión; te impide entender qué es lo que falló, y por qué, en el momento de despedirte del mundo, dejaste algo importante sin solucionar. A mí también me pasa, aunque yo no estoy muerto.

    Lo sé: es extraño, y ni yo mismo entiendo cómo he llegado a esto. Durante las primeras semanas, me asaltaban imágenes de un coche que rodaba a mucha velocidad y se abalanzaba sobre mi bicicleta. Después, todo se volvía negro. Saqué la conclusión de que había fallecido en un accidente de tráfico. Pero hace poco he descubierto que las cosas no ocurrieron así exactamente. Hubo un accidente, eso es verdad. Pero yo no llegué a morir: me quedé en coma. Mi cuerpo yace postrado en la cama de un hospital desde hace meses, o años (la noción del tiempo cambia cuando no tienes cuerpo, y me hago un lío con las fechas). Yo, mientras tanto, he estado aquí como una presencia inmaterial, dentro de la tienda de antigüedades de mi amiga Luna.

    Luna no es como el resto de la gente, porque ella, a diferencia de los demás, sí puede ver a los incorpóreos. Me imagino que esa fue la razón por la que me refugié en su mundo. Quería estar cerca de ella, porque con Luna siento que todavía existo. Al menos, al principio era así. De los primeros momentos, solo tengo imágenes muy confusas. La mayor parte del tiempo era como si estuviese inconsciente, y solo las interacciones con Luna me hacían despertar. Durante unos minutos, mientras hablaba con ella, volvía a ser yo. Poco a poco fui acostumbrándome a esa nueva situación, y empecé a captar otros estímulos de mi entorno. «Veía» los objetos y a las personas, podía escuchar… Aunque no son las mismas sensaciones de antes. A veces solo puedo percibir los contornos de luz y oscuridad de las cosas. Otras veces percibo los colores mucho mejor que cuando estaba bien, y descubro algunos nuevos, intensos y maravillosos, que ni siquiera soy capaz de nombrar. Lo mismo ocurre con los sonidos: la mitad del tiempo ni siquiera los oigo, y existo envuelto en un silencio espeso que solo consigue atravesar la voz de Luna. Pero, de vez en cuando, algo se despierta en mí y escucho los ruidos más insignificantes, los que ninguna persona viva sería capaz de oír. También puedo percibir a otros incorpóreos, aunque, normalmente, tardo algo más que Luna en hacerlo. Excepto con mis dos vecinas inmateriales, June y Luz. Estoy tan habituado a encontrármelas, que noto su presencia incluso cuando están en otra habitación. Podría decirse que, entre los tres, formamos la familia incorpórea de la tienda de antigüedades. Aunque cada uno va por libre, me reconforta saber que ellas están ahí y que podría pedirles ayuda si me pasa

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