Odio el Rosa 3: Historia de Alan
Por Ana Alonso y Javier Pelegrín
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Odio el Rosa 3 - Ana Alonso
decir.
CAPÍTULO 2
CUANDO llegué aquí, me prometí a mí mismo que no miraría atrás. Y lo intento. Trato de concentrarme únicamente en lo que tengo que hacer en cada minuto: si es la rehabilitación, la rehabilitación; si es el entrenamiento, el entrenamiento. Y si es una charla informal con los compañeros de equipo o una cena en casa de Óscar, lo mismo. El presente, eso es lo único que tengo: este equipo, esta ciudad imposible, esta casa desangelada y rústica en un rincón remoto de Alaska.
A veces, a pesar de haberlo perdido todo, me invade un entusiasmo absurdo, una satisfacción incomprensible al reflexionar sobre mi vida actual y sobre todo lo que me rodea. ¡Todo esto es tan diferente de mi existencia anterior, tan diferente de lo que Kine y Odid tenían proyectado para mí! Quizá es eso lo que me hace sentir tan bien en medio de este lugar inhóspito donde nada es cómodo ni sencillo. Los he vencido: ahora ya no son ellos quienes llevan las riendas, soy yo. No sé hacia dónde voy, ni siquiera sé si me queda algún lugar adonde ir. Lo único que sé es que nadie me llevará en una dirección contraria a mis deseos.
Casi sería fácil si no fuera por ella. Lynda. O mejor dicho, Sara. Sara es su verdadero nombre, de modo que así es como debería llamarla.
Cuanto más me repito que no debo pensar en ella, más trabajo me cuesta apartarla de mi mente. Cada vez que me distraigo, cada vez que dejo que mi concentración se relaje un segundo en medio de las sesiones de terapia rehabilitadora, o de una conversación, o de un partido, su imagen acude a mi cabeza sin ser invitada. Flota un momento ahí, sin nombre, como un recuerdo familiar, como si fuera una parte de mí que tiene derecho a presentarse siempre que se le antoje. Y aunque duele, a veces no hago nada por apartarla de mis pensamientos. A veces dejo que se quede ahí, hiriéndome, porque es una forma de volver a sentir algo de lo que ella me hacía sentir. Es un lazo que me mantiene unido a ella.
Otras veces, el dolor es demasiado profundo. ¿Cómo pudo mentirme tanto? ¿Qué necesidad tenía de engañarme? ¿Por qué me traicionó de esa manera? La imagen holográfica de Sara y su novio, el todopoderoso Luke Maddock de Sweet Pink, se me instala en el cerebro y hace que se desvanezcan todos mis recuerdos de Lynda. El viaje a Seattle, su rostro pálido y serio en el tren, justo antes de que nos besáramos… Todo se difumina cuando recuerdo la sonrisa de suficiencia de Luke mientras sujetaba con su mano la de Sara para mostrar a la cámara el anillo de compromiso.
La cara de ella en ese momento: insensible, con una sonrisa lánguida, casi ausente, y más guapa que nunca.
Me daría de cabezazos contra las paredes cuando la recuerdo así.
Yo sé que lo que vivimos juntos fue real; no me lo he inventado. La tuve en mis brazos, su rostro muy cerca del mío, sus ojos fijos en mis ojos. Y sé que en ese momento yo lo fui todo para ella. No me estoy engañando, es una certeza que tengo; sé que fue