El momento de MIGUEL ÁNGEL SILVESTRE
ES MAÑANA DE TIEMPO DE PANDEMIA, pero la voz de Miguel Angel Silvestre suena al mar Mediterráneo que él ve mientras platica con Esquire, y sus memorias van del pasado al presente, golpeando su cabeza como esas olas.
“Estoy muy feliz ahora en España, cerca de mi madre, mis sobrinos y mis amigos. Es muy buen momento para vivir aquí. He estado haciendo la misma pregunta a todos: “¿En verdad queremos regresar al lugar de donde venimos? Y en mi caso está sucediendo, porque ya no es el hecho de estar solo en España, sino la posibilidad de despertar en el pueblo donde nací. ¿Sabes? Están todos mis amigos aquí. Mi hermana criando a sus dos hijos maravillosos, a quienes quiero como hijos. Y hoy por hoy, esto es lo que me apetece”, comparte Silvestre, que este abril cumplirá 39 años pero cuyo pasaporte ya tiene tantos sellos como el de un científico de las Naciones Unidas: va por el mundo filmando en español e inglés, vistiéndose de cualquier personaje y representando todo tipo de preferencia, credo, existir e identidad.
Benicasim, Oropeza del Mar, es el poblado que Miguel Ángel presume como de cuento. Sitio de mercaderes en el ayer y ahora de turismo. Lugar multicultural, pero de tradiciones fuertes. Y sobre todo, calles empedradas donde caminaban las compañías de actores que por unas monedas interpretaban su acto.
“Esta profesión del actor viene de truhanes y de los (payasos), que iban por los pueblos, buscando entretener y ganar espectadores. Desde ahí llega este concepto de que actuar es un oficio por el que te pagan, pero que también lo puedes hacer
