El regalo del río
Por Ana Alonso
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En otra aldea wayuu conocerá a Kai, y juntos buscarán una solución para evitar que los niños y las niñas del poblado se jueguen la vida en el camino a la escuela.
Historias como esta están sucediendo ahora mismo y tú puedes ayudar a cambiarla.
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El regalo del río - Ana Alonso
EL REGALO
DEL RÍO
Ana Alonso
MIENTRAS LEES
En el invierno de 2018, dentro del marco del Hay Festival de Cartagena de Indias, visité una comunidad wayuu de la Guajira colombiana donde los niños habían estado leyendo mis libros. Fue un maravilloso regalo para mí. Toda la comunidad se reunió para recibirme, se contaron historias en wayuunaiki y en español, me adornaron la cara con sus pinturas rituales, me pusieron sus ropas y participé en sus danzas, incluso me regalaron una de sus delicadas cestas de artesanía. Pero el mayor regalo vino después, cuando la jefa de la comunidad me acompañó a dar un paseo y recorrimos la aldea mientras ella me hablaba de la magia que habitaba cada rincón, y que para ella era real. Así fue como conocí a la Pulowi, verdadera protagonista de esta historia.
Mientras lees, en un rincón de la Guajira colombiana cercano a Riohacha, los wayuu continúan con sus vidas. Y siguen esperando a que alguien construya un puente para que los niños y niñas de la aldea no corran peligro cada vez que cruzan el río para ir a la escuela.
Ojalá este libro también sirva para tender un puente entre nuestros sueños y los suyos; porque, sin sueños para todos, no tendremos verdadero progreso, solo un espejismo de prosperidad.
Capítulo 1
La culpa fue de Irunnu. Él le dijo a la madre que Iwa había empezado a sangrar, porque la había visto lavándose a escondidas en el arroyo que pasaba por detrás de la ranchería, un poco más allá de la casa del tío Rafael. Iwa intentó negarlo al principio, pero la madre encontró una mancha diminuta en el chinchorro, una mancha que podría haber sido de cualquier cosa. La miró con tristeza:
—Los espíritus se enfadarán por lo que has hecho —dijo—. ¿Es que querías engañarlos también a ellos? Llamaré a la señora Micaela, hay que empezar el encierro cuanto antes.
Le hablaba en wayuunaiki, la lengua de los antepasados. Iwa, por rebeldía, contestó en español.
—A algunas muchachas ya no las encierran. Gladys, la que está estudiando en Maracaibo…
—Gladys no es de esta familia. Aquí hacemos las cosas bien. Tus dos hermanas estuvieron encerradas dos años cada una, y contigo haremos igual. No me contestes, porque ahora eres una señorita y no puedes hablar como cuando eras niña. Y no mires así a tu hermano, que, con su ayuda o sin ella, yo habría terminado enterándome igual.
Iwa se estremeció al oír mencionar a sus hermanas. La mayor, Pitoria, se había casado con un hombre viejo y nunca había vuelto a la aldea. La segunda, Tuuma, murió de unas fiebres poco después de terminar el encierro. Las dos le habían contado lo que le pasaría cuando se convirtiera en una señorita.
—El tío Rafael ya no se conformará con venir a visitarte y ordenarte que te sientes en sus rodillas. Te llevará a su casa. Te tratará como a una mujer.
El tío Rafael era el hermano de su abuela, y el que mandaba en la familia, según la costumbre wayuu. Tenía la casa más grande de la aldea, con gruesos muros de barro y las hojas de palma del tejado siempre frescas. Era un hombre violento y aficionado al chirrinchi, que siempre mezclaba con un poco de agua y miel. Cuando bebía, se presentaba en la choza y le daba por besar y abrazar a Iwa. Si veía a Irunnu o a algún otro de los hermanos pequeños rondando por allí, los ahuyentaba a golpes y a patadas.
Al menos, durante el encierro, no se atrevería a visitarla. Ni siquiera él podía desafiar a los dioses de esa manera. Durante dos años, viviría tranquila.
Pero no vería la luz del sol. Ni le dejarían hablar con nadie. Tendría que obedecer y estar callada mientras la señora Micaela la instruía en los deberes de