Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Encontrando el camino verdadero
Encontrando el camino verdadero
Encontrando el camino verdadero
Libro electrónico181 páginas2 horas

Encontrando el camino verdadero

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Un hombre atrapado en la rutina de una vida estable, sin riesgos, pero infeliz, recibe la visita de su yo interior a las 3: 30 de una noche cualquiera, y le asegura que todo va a estar bien. Es un fenómeno al que los hindúes llaman brahma muhurta.
A partir de ese momento, todos los días a la misma hora la voz le va orientando sobre cómo hacer que llegue su verdadero destino, ese que él internamente siente que le colmaría. Para lograrlo, hay que seguir un proceso de transformación: dar las gracias por todo lo bueno que se recibe, eliminar de la mente aquello que no esté en nuestro camino de superación, preparar el cuerpo y el espíritu para recibir los beneficios esperados.
En el camino, y no importa cuánto nos duela ni cuántas dudas nos asalten, no podemos flaquear, dejarnos arrastrar por la comodidad de nuestro pasado, hemos de persistir hacia la meta. Si lo hacemos, como el protagonista de esta novela, alcanzaremos al fin el destino brillante para el que fuimos concebidos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 may 2023
ISBN9788411810159
Encontrando el camino verdadero

Relacionado con Encontrando el camino verdadero

Libros electrónicos relacionados

Thrillers para usted

Ver más

Artículos relacionados

Categorías relacionadas

Comentarios para Encontrando el camino verdadero

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Encontrando el camino verdadero - Jacobo Teixeira

    1500.jpg

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Jacobo Texeira

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1181-015-9

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    Capítulo 1

    TODO VA A ESTAR BIEN

    El destello de luz irrumpió y lo despertó. Aquella sensación le hizo palpitar el corazón más rápido, pero él no podía abrir los ojos, solo sentía una luz que cada vez se hacía más luminosa, más blanca y cegadora. Su cuerpo seguía acostado en la misma posición, pero en su mente algo sucedía, aquel destello que había comenzado como un punto blanco creció y ocupó todo su lóbulo frontal; la sensación de perder la capacidad de reaccionar libremente iba aumentando, como si alguien tomase el control de sus pensamientos. Quería entender, buscar una explicación a esto, pero pasó a ser un simple espectador de lo que acontecía en su cerebro.

    Ricardo, quien contaba con cuarenta y cinco años, había llegado aquella tarde, como todas las de lunes a sábado, a su casa a descansar. Era un hombre algo tímido y de costumbres fijas, una de esas personas que podría decirse con una cara común, uno más del montón; vestía con lo primero que conseguía y, generalmente, valoraba más el precio que la calidad. Era un hombre con algo de sobrepeso, aunque su gran altura lo ayudaba a no verse mal. En la universidad había sido un joven apuesto, descendiente de europeos mezclados con latinos; había belleza en sus rasgos. Después de regresar a su casa, siempre se duchaba, se cambiaba de ropa y leía en el balcón de su pequeño apartamento, jugaba con sus hijas, pequeñas, y acostumbraba a irse a la cama bastante temprano para ver la televisión hasta que el sueño lo invadiera, mientras Verónica, su fiel compañera de vida, le hacía comentarios que a él le traían sin cuidado.

    Después de más de quince años de matrimonio, ella aún trataba de convencerlo de hacer algunas reformas en aquella vieja vivienda de dos habitaciones y dos baños, situada en una zona de clase media que no contaba con muchas comodidades, como los edificios que ya se veían en la ciudad, pero a Ricardo le parecía absurdo tomar esas iniciativas, ya que recibían pocas visitas, o ninguna, y para él estaba bien así. Lo único que le molestaba era subir los tres pisos de escaleras, ya que el edificio no contaba con ascensor, y eso era algo que él no podía solucionar.

    La pasión y la alegría de aquellos primeros años de su vida se habían apagado y él se había convertido en un pobre diablo, aburrido, que ni siquiera sabía lo infeliz que era y que hacía a los demás. Se había acostumbrado tanto a su vida mediocre que pensaba que estaba bien así, que eso era lo normal.

    Esa noche, después de fumar y beberse una cerveza a solas en la terraza, se acostó más cansado que de costumbre.

    Sentía desde hacía días una sensación extraña, como de angustia, y sabía que se había hecho viejo con apenas cuarenta y cinco años.

    Aquella luz que lo estaba cegando fue acompañada, después de varios minutos, por una voz, apacible pero parca, suave pero estricta, clara y rotunda, que retumbaba en todo su ser. Sentía que, cuando llegó la voz, había cobrado la capacidad de conversar en el interior de su propia mente, como si dentro de ella se produjese una conversación de dos personas, y no era producto de su propio pensamiento, porque él no podía controlar lo que decía la otra voz. Sintió muchas cosas de pronto y sabía, sin referencia alguna, que eran exactamente las tres y media de la madrugada. Justo a esa hora, la luz le habló.

    —¡Todo va a estar bien! —exclamó aquel destello de luz con voz.

    —¿Quién eres? —preguntó Ricardo.

    —Yo soy tú, tu voz interior. Y quiero que sepas que todo va a estar bien —respondió la voz.

    En ese momento, la luz desapareció y Ricardo abrió los ojos, salió a fumar a solas al balcón, tratando de entender qué había sucedido. ¿Sería acaso un sueño más, pero muy real? La cosa es que sintió por primera vez algo tan especial en su vida. Todavía estaba tembloroso por lo ocurrido.

    No sabía si comentarle a Verónica aquella extraña sensación que le había invadido esa noche. Notaba que se había producido en él un cambio y, de alguna manera, y sin motivo aparente, se encontraba mejor. Sentía que no estaba solo, sino bien acompañado.

    Decidió acostarse de nuevo, ya que debía levantarse a las siete y media. Logró recuperar el sueño rápidamente y esperó a que sonara su despertador, como todos los días, a la misma hora.

    El despertador sonó con todo el poder del mundo, ordenando a toda la familia ponerse en pie, como si de un dictador se tratase. Tras su ruido incómodo, la familia se engranó en un sinfín de actividades ajetreadas: los niños se duchaban, Ricardo se rasuraba y, en la cocina, se escuchaban perolas y música mañanera; nada especial ningún día, nada que esperar en las monótonas mañanas más que gritos, quejas y sonidos ensordecedores en su ya acostumbrada rutina matutina. Era una vida más propia de un autómata que de un ser humano que actúa por cuenta propia.

    Después de miles de mañanas tomando el café a la misma hora, se dispondría a buscar su auto familiar, una vieja camioneta que le era más que suficiente para dirigirse a su trabajo de casi toda una vida laboral. La misma ruta, las mismas vistas, la misma estación de radio con las noticias, para estacionarse en la misma plaza de estacionamiento, demarcada con el cargo que orgullosamente ocupaba después de años de esfuerzo, gerente de ventas, en una gran tienda de artículos ferreteros en el centro de la ciudad.

    Dejó la comida preparada por Verónica en la fiambrera que le había servido los últimos años, un obsequio de la empresa en la que trabajaba. Sobre el escritorio, una carpeta con hojas de inventario que revisaba diariamente desde hacía ya varios años y algunas solicitudes de cotizaciones que responder. Parecía un día normal, en el que habría algunos pedidos, algunos reclamos, algunos clientes molestos y algunos clientes que parecían no saber bien lo que necesitaban comprar. Al acercarse el mediodía, su reloj Casio le avisaba con un pitido de que llegaba la hora del almuerzo, de la comida recalentada y de hacer la llamada a su esposa, la misma conversación día tras día.

    —Hola, amor ―saludaba por videollamada a Verónica el esposo monótono, como siempre.

    —¿Qué tal el almuerzo? —preguntaba ella.

    Y poco más se extendían esas conversaciones cotidianas, nunca había mucho que comentar.

    Ricardo, con su carácter juzgador, se cuestionaba por qué hacer las mismas putas preguntas todos los días para obtener las mismas respuestas.

    En realidad, él tampoco sabía dar mucho más como para tratar de recibir otro tipo de comentarios.

    En esos minutos posteriores a la llamada, recordó su extraño suceso en la madrugada y eso lo motivó a googlear en su computadora: «Algo me sucedió a las 3 y 30 a. m.».

    Su búsqueda arrojó diferentes videos, de los cuales llamó especialmente su atención el primero, con la imagen de un señor de barba blanca, un vídeo de YouTube con casi tres millones de visitas titulado Algo fenomenal sucede a las 3 y 40 a. m., de un guía espiritual llamado Sadhguru, en el que aseguraba que, cuando despertamos entre las tres y veinte y las tres y cuarenta de la madrugada, sucede algo que nos hace sincronizar con la vida. A este fenómeno los hindúes lo llaman brahma muhurta.

    Su tarde se ocupó con reuniones, archivos y folios, concluyendo la jornada con su arqueo de caja y los reportes a sus superiores. Condujo a su casa, a seis kilómetros escasos, lo cual le tomaba unos veinticinco minutos, y lo hacía siempre por la misma ruta.

    La vida de Ricardo estaba gobernada por alarmas, pitidos, rutas y rutinas, pero él era feliz: al fin y al cabo, podía pagar su hipoteca y los estudios de sus hijas. Una vida de sacrificios para engranar en el patrón de la sociedad, satisfaciendo así el ego de su padre, quien había logrado echar adelante una familia con mucho esfuerzo, formando un ciudadano de bien, con excelentes valores y costumbres.

    Después de llegar a su casa y ducharse, se aseguró de poner la importante alarma y sus programas preferidos para conciliar el sueño. Otro día más, satisfecho, cansado y de escasa conversación con su amada Verónica, quien, sin darse cuenta, también había caído en la rutina de una vida apagada, triste y propia de un hámster, pedaleando en una ruedita, feliz al pensar que el mundo consistía en una jaula de treinta y ocho por treinta y dos centímetros, criando a las dos hijas pequeñas, orgullosas de ver lo mucho que sus padres se sacrificaban por ellas, creando, así, esa conciencia en su cerebro de esponja para seguir transmitiendo aquellos valores inculcados de generación en generación, como si de un software se tratase, con algunas actualizaciones entre diferentes generaciones.

    Verónica Cuello, desde hacía ya varios años, había ido transformando su vida poco a poco, al igual que su esposo. De una vida feliz, esa espectacular mujer de tez blanca y cabellera rubia impecable había pasado a una vida de costumbres inalterables y responsabilidades excesivas. Su cuidado personal había pasado a algo secundario y solo se veían en ella los rasgos de su anterior belleza, opacados por la falta de mantenimiento por su parte. Era el suyo un ritmo de vida repetitivo, trabajaba casi dieciocho horas al día. Como tantas madres trabajadoras, se despertaba cada mañana temprano para alistar y darles el desayuno a sus dos niñas pequeñas, Karen y Arianna, que estudiaban en la misma escuela, además de preparar el almuerzo para que se llevara su esposo, Ricardo. Después, iría a su empleo, donde se desempeñaba como ejecutiva de ventas en una oficina de corretaje de seguros; al salir de la oficina, iría a casa para preparar la merienda de sus hijas y colaborar con los estudios de ambas antes de cocinar la cena para toda la familia. Su vida estaba tan ocupada que quizás no se daba cuenta de que podría existir una manera mejor de vivir. El plano amoroso era ya cosa del pasado, ya se habían terminado las caricias, las charlas comprensivas, las salidas y la pasión.

    Lamentablemente, parecía que lo más que podía acercarse a una vida plena y de ensueño era lo que lograba ver en contadas ocasiones en alguna serie o película de televisión.

    Y así, sin más, daba fin otro día para esta hermosa familia, quienes sin duda hacían las cosas de la mejor manera que sabían y que les habían inculcado, absorbidos por unos patrones sociales que los encerraban en un laberinto sin salida en el que las ocupaciones, las rutinas y los compromisos cada vez los condenaban más a ser infelices, poco a poco adquirían más responsabilidades, más créditos y una calidad de vida menor, lo que requería trabajar más horas y ahorrar más, gastando menos en ellos. Eso era lo normal, sacrificios y más sacrificios, porque hay que sacrificarse por la familia, en la vida toca luchar y hay que echar para adelante. Curiosa manera de pensar, en la que se sacrifica tanta felicidad por impulsar y adiestrar a una familia a entrar en un sistema que convertirá en igual de infelices a las demás generaciones.

    Capítulo 2

    VISUALIZACIÓN Y MEDITACIÓN

    Por segunda vez, Ricardo estaba a punto de tener un encuentro con su luz. A la misma hora exacta, las tres y media de la madrugada, comenzó a sentir la luz en la frente, que rápidamente le inundó el cerebro, como una lámpara que lo alumbrara con una luz blanca potente, similar a la de un consultorio odontológico, como la de un estudio fotográfico, pero todo dentro de su pensamiento. Esta vez no hubo más que calma y se preparó para una conversación que marcaría el principio de un camino que cambiaría su destino y el de todo lo que lo rodeaba.

    —Hola, Ricardo, hoy quiero hablarte un poco más de lo que me gustaría que hiciéramos juntos —dijo aquella voz interior.

    —Bien, pero ¿qué me está pasando?, ¿qué es esta voz? —preguntó en su pensamiento Ricardo, confundido.

    —Ya te dije que yo soy tu yo interior. Me abandonaste hace muchos años, cuando te llegó la madurez y, con ella, las responsabilidades. Perdiste las emociones, las libertades y la felicidad. Cambiaste esto por los compromisos y, a medida que pasaban los años, cuanto menos niño eras, más responsabilidades adquiriste. Primero necesitaste estudiar para conseguir un buen empleo, y ese fue el primer error, pues ahí escogiste un patrón de la sociedad y mucha gente te influenció sobre qué carrera seleccionar. ¿Dónde quedaron aquellos sueños de tomar un trabajo que te permitiera viajar y conocer el mundo? ¿Dónde quedaron esas ganas de hacer dinero para comprar aquel auto que veías en las revistas, o aquella casa en la playa donde pasarías momentos inolvidables? —preguntó su voz internamente.

    —Eso no es para todos ―pensó Ricardo―, es soñar con pajaritos preñados, y no todos poseemos las mismas cualidades ―reflexionó aquel padre de familia.

    —Te equivocas, querido amigo. La abundancia y la felicidad son derechos a los que todos tenemos acceso en igualdad de oportunidades y son una fuente inagotable, hay para todos y de manera infinita, solo que tus hábitos, tus rutinas y tus responsabilidades te han atado, te han limitado. Créeme, no hay nadie que pueda liberarte, solo tú, con herramientas que

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1