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Las Criaturas Olvidadas
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Las Criaturas Olvidadas
Libro electrónico212 páginas3 horas

Las Criaturas Olvidadas

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Información de este libro electrónico

"Cuando la familia Márquez compra una antigua mansión en Valle del Sol, está llena de esperanza por la nueva vida que llevarán. Sin embargo, esta mansión solo es la guarida de un ser del que no se ha hablado desde que su antiguo dueño emprendió un viaje en busca de respuestas acerca de la desaparición de sus padres. Ese ser, que no es fantasma ni demonio, es una Criatura Olvidada. ¿Cuál es su propósito? La humanidad no lo recuerda, pero eso está a punto de cambiar...

"



IdiomaEspañol
EditorialGRP
Fecha de lanzamiento1 oct 2017
ISBN9786078466658
Las Criaturas Olvidadas

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    Las Criaturas Olvidadas - Horacio Rojas Cortés

    © Horacio Rojas Cortés.

    © Grupo Rodrigo Porrúa S.A. de C.V.

    Lago Mayor No. 67, Col. Anáhuac.

    C.P. 11450, Del. Miguel Hidalgo,

    Ciudad de México.

    (55) 6638 6857

    5293 0170

    direccion@rodrigoporrua.com

    1a. Edición, octubre 2017.

    ISBN: 978-607-8466-65-8

    Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio

    sin autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

    Características tipográficas y de edición:

    Todos los derechos conforme a la ley.

    Responsable de la edición: Rodrigo Porrúa del Villar.

    Corrección ortotipográfica y de estilo: Graciela de la Luz Frisbie y Rodríguez /

    Rodolfo Perea Monroy.

    Diseño de portada: Mauricio Castillo Pernas.

    Diseño editorial: Grupo Rodrigo Porrúa S.A. de C.V.

    ÍNDICE

    AGRADECIMIENTOS

    PRÓLOGO

    CAPÍTULO

    1 LA CASA

    2 UN PERRO LLEGA A LA CASA

    3 LA LLAMADA

    4 EL COMEDOR

    5 LA SEÑORA DEL PARCHE

    6 EL VIAJE

    7 LA HERENCIA

    8 EL ZAGUÁN

    9 TRONCOS

    10 LIBROS

    11 LA RESPIRACIÓN

    12 EL RELOJ

    13 BANCOS Y MONEDAS

    14 LA BIBLIOTECA

    15 LO QUE NO SABÍA

    EPÍLOGO

    A mi hermana Montse por darme el ejemplo de ser perseverante.

    A mi mamá, Norma, que me ha inspirado a nunca darme por

    vencido.

    A mi papá, Horacio, quien me ha enseñado de buscar oportunidades para encontrar soluciones en todas las circunstancias.

    Gracias mamá, papá y hermana por tener fe en mí.

    A mi tía Olivia Street, por su buena voluntad desde San Diego, California, Estados Unidos.

    Gracias a la empresa Simplot, por su patrocinio, por confiar en mí, en el mensaje que busca dar mi libro para lograr un mundo de posibilidades, ya que ellos buscan la mejora de la comunidad en la que están en cualquier parte del mundo.

    A mis amigos Juan Santos, Erve Guel y Leslie Rodríguez que me dejaron recordarlos en la historia y siempre creyeron en mí. A mi amiga Jessica López, por insistir en cuestionarme qué seguía con el personaje del prólogo.

    Al Tecnológico de Monterrey que me ha enseñado que se pueden abrir oportunidades para superar la adversidad con el programa Líderes del Mañana del cual formo parte.

    Gracias también a mi perro Wolfy por estar a mi lado.

    "Las barreras y fortalezas no son impenetrables,

    siempre hay algo que las debilita.

    A fin de cuentas,

    nunca terminan sirviendo porque,

    irónicamente,

    te vuelven vulnerable".

    JHRC

    El que no cree en sí mismo miente siempre.

    Friedrich Nietzsche.

    "Cuando me amé de verdad,

    desistí de quedar reviviendo el pasado

    y de preocuparme por el futuro.

    Ahora, me mantengo en el presente,

    que es donde la vida acontece".

    Charles Chaplin.

    Prólogo

    Eran las diez de la noche y estaba lloviendo. Me encontraba encerrado en mi casa desde la hora de la comida y leía un gran libro. Me empecé a sentir cansado después de todo el tiempo que había estado leyendo; me estaba durmiendo en ese sillón tan cómodo que dejaron los antiguos dueños de mi casa en la biblioteca personal, hecha de pura caoba con una gran ventana que asomaba a una porción del jardín hogareño. Sin embargo, si uno se asomaba con aquella lluvia, podría jurar que veía a su peor miedo afuera de la casa. Se cerraban mis ojos con la lectura y sobre todo con esa luz baja que había en la mesita de mi derecha. De repente, escuché una voz susurrante, escalofriante que hizo que la sangre se me helara, al grado de que me quedé por un minuto o dos completamente paralizado. Esa maldita voz dijo: <>.

    Una vez que pude reaccionar y empezar a moverme, se fue la luz. Me levanté y empecé a caminar hacia mi cuarto, cuya entrada estaba al otro lado de la biblioteca. La única luz que tenía era la de los relámpagos que caían por la tormenta. Iba ya a medio camino cuando comencé a escuchar unos pasos lentos pero bien marcados detrás de mí, así que corrí hacia mi cuarto cuidando de no caerme y cerré la puerta. Traté de llamar a la policía porque creí que alguien se había metido a mi casa, sin embargo, no había línea. No quería voltear hacia atrás pero lo hice, y dentro de aquella oscuridad tan densa, profunda y silenciosa no había nada. En plena oscuridad y de nuevo en silencio volví a escuchar esa maldita voz, que aún tengo en mi cabeza. Esa voz se clavó ahora en mis oídos con un mensaje distinto: <>.

    Mi cuerpo nunca fue encontrado.

    1

    la casa

    En su juventud, Carlos había vivido al norte de Valle del Sol, una ciudad grande, mayormente gris y con mucha gente, en una colonia tranquila, sin muchos peligros; su familia era muy importante en la ciudad. Sin duda siempre había sido un joven inteligente, con metas claras, deseoso de mejorar cada día y siempre tratando de ayudar a todos. Cuando concluyó sus estudios tuvo mucho éxito y su vida fue todavía más próspera.

    Tenía veinte años cuando conoció a Paola en una soleada mañana cuando fue a ver, por segunda vez, esa casa que le había causado gran intriga. La encontró observando por la reja. Paola se encontraba como él recordaba que había estado: de pie embobada mirando la casa. Él se acercó y ella salió de su trance cuando notó su presencia. De ahí se fueron a cenar y dentro de su plática se dieron cuenta de que ambos habían visto la casa sólo una vez y aquella era la segunda ocasión que visitaban por fuera ese lugar; continuaron sus vidas, se fueron conociendo y se enamoraron, olvidando así el lugar donde se habían conocido y que en cierto modo, los había juntado. Después de cuatro años decidieron

    casarse.

    Al poco tiempo, Carlos se postuló a la presidencia de Valle del Sol y por ser muy querido por el pueblo, ganó las elecciones. Durante tres años repavimentó, mejoró el alumbrado de las calles y mejoró los servicios públicos de la ciudad; también en ese periodo decidió que las casas abandonadas y antiguas recibieran mantenimiento y, en caso de ser necesario, fueran restauradas. Con esa resolución volvió a recordar esa casa, le parecía que jamás iba a deshacerse de ella, así que ese día decidió hablar con su esposa.

    —Cariño —le dijo Carlos a Paola, que se encontraba sentada leyendo un libro—, ¿recuerdas dónde nos conocimos?

    —Sí, lo recuerdo, ¿qué tiene? —preguntó Paola, intrigada.

    —Con el Programa de Mantenimiento y Recuperación de Inmuebles Antiguos encontré aquel lugar, está vacía y lleva muchos años a la venta, extrañamente he tenido la sensación de que debería vivir en esa casa...

    —Ya sabes que yo también he tenido ese sentimiento, Carlos —lo interrumpió Paola.

    —Sí, lo sé, es por eso que te propongo que ahorremos para comprarla, aprovecharé mi puesto para obtener el mayor dinero posible y una vez que se encuentre restaurada, podremos obtenerla, ¿qué te parece?

    —Pero te queda un año en la presidencia de Valle, ¿qué pasará si en el siguiente mandato quitan el programa que implementaste? Ya no podremos simplemente adquirirla, además tendremos que terminar de restaurarla, y si vamos a conseguir otra casa, debe estar en perfectas condiciones —sentenció.

    —Tranquila Paola, el programa estará vigente hasta que todas las casas y edificios de Valle del Sol estén fuera de la ruina.

    Paola se quedó meditabunda por unos momentos y finalmente dijo:

    —Está bien, comprémosla cuando esté completamente reparada —le dio un beso a Carlos.

    —Vamos a dormir, mañana hay que levantarse temprano —dijo Carlos mientras se acostaba exhausto.

    ***

    Acababan de llegar. La familia Márquez acudió a ver la casa que tenían intención de comprar desde hacía años. El matrimonio se rehusaba a mostrar interés en aquella casa aunque siempre había estado allí. Sin embargo, ni Carlos ni Paola se hubieran cautivado por ella de no ser por una nueva sensación de curiosidad que nunca habían tenido. Ambos lo sintieron como un llamado, un sentimiento de que por algún motivo terminarían trasladándose, tarde o temprano, a ese lugar, y ahora, después de veinte años, estaban a unos cuantos pasos de comprar esa casa que los había llamado.

    Carlos, un hombre alto, delgado, un poco fornido, de cabello lacio castaño con unas cuantas canas asomándose en sus patillas, de tez blanca y sin barba, ayudó a bajar a Paola, una mujer de estatura mayor al promedio; cuando Carlos la abrazaba le llegaba poco más arriba de los labios, era blanca, con hermosos ojos azules, cabello lacio castaño claro y figura esbelta. Salieron del auto y ayudaron a bajar a sus tres hijas, mientras el hombre de bienes raíces, alto, con su traje negro y corbata roja, buscaba la llave que abría la puerta principal. El camino para llegar a la casa era más largo de lo que el matrimonio supuso cuando la vieron por fuera; era un camino de tierra que a los lados tenía árboles del paraíso que, según el vendedor de bienes raíces, tienen un gran parecido a los olivos y que por eso se les conocía también como olivo de Bohemia. Carlos vestía una camisa lisa azul marino, pantalón negro con rayas apenas visibles y zapatos también negros que terminaban en una pequeña punta curvada. Su esposa llevaba puesto un vestido blanco y tacones; la hija mayor, Lucía, de ocho años de edad, estatura mediana, cabello castaño y ojos azules, traía un vestido del color de sus ojos; Mónica, de seis años, de estatura que apenas llegaba a los hombros de Lucía, tenía el cabello de su madre y los ojos de su padre y ese día traía un simpático vestido verde; Raquel, de cuatro años, no rebasaba la mitad del tórax de Mónica; tenía los mismos ojos azules de Paola y cabello un poco rizado, usaba un vestido rojo, como una rosa florecida.

    La familia se acercó a la entrada principal y observó la fachada de la casa: era imponente, con seis columnas de orden dórico que sostenían el friso el cual tenía esculturas de personas con semblantes de lo más variado: alegres, sobresaltadas, airadas, asqueadas, deprimidas, melancólicas e incluso de terror infinito. Con solo ver este último rostro, Carlos se estremeció un poco. También había un frontón que tenía unas inscripciones en lo que al parecer era una lengua muerta. El exterior de toda la casa y lo que se alcanzaba a ver del interior, cuando el hombre de bienes raíces logró abrir la puerta, parecía estar hecho de mármol y oro. Sin embargo, se trataba de una combinación de concreto, acero, bronce y efectivamente de los materiales que habían pensado que estaba hecha aquella casa; las ventanas eran de un vidrio grueso pero convencional; de no haber sido una construcción relativamente nueva la casa podría ser el Partenón.

    ―Por favor, pasen ―dijo el hombre de bienes raíces.

    ―Después de usted, ¿me podría repetir su nombre? ―dijo Carlos.

    ―Señor José, puede decirme Pepe, de hecho lo prefiero ―dijo esbozando una sonrisa mientras pasaba al interior de la casa.

    ―Por supuesto, Pepe ―respondió y dejó pasar a sus hijas y a su esposa.

    Una vez que estuvieron todos dentro, la puerta se cerró rápidamente. Eso sobresaltó a toda la familia; no obstante, José les dijo:

    ―No se preocupen, esa puerta siempre hace lo mismo. Ya la hemos mandado a arreglar y antes de que alguien compre esta casa, esa puerta estará como nueva.

    ―Eso esperamos, nunca se sabe si un día se necesita entrar por alguna emergencia y la puerta se traba o nos golpea al cerrarse ―dijo Paola con tono de preocupación.

    ―¡Je! No tiene de qué preocuparse, señora. Muy bien, les comenzaré a dar el recorrido ―dijo José tranquilamente y comenzó a caminar hasta el centro de la casa por el amplio vestíbulo que a los dos lados tenía espejos muy limpios y que conforme se acercaba al centro de la construcción se iba haciendo estrecho. José se detuvo―. Bien, si observan, a su izquierda está la sala comedor, tiene seis ventanas y termina a la misma altura de la entrada principal. Vamos pasen a verla, es muy amplia y perfecta para sus hijas —les hizo seña de que pasaran. Era lujosa y tenía todos los muebles acomodados.

    — ¿Los muebles están incluidos con la casa? —preguntó Paola.

    —No, señora. Pero los pueden comprar; claro, si les gusta tanto el diseño como su acomodo —respondió José.

    — ¿Los podemos pagar con los muebles que ya tenemos? —preguntó Carlos.

    —Podemos valuar sus muebles y sólo pagarían lo que reste del valor total.

    —Me parece excelente.

    Continuaron por una puerta que daba a la cocina. Era extensa, integrada, con alacena y refrigerador grandes; cruzaron el centro de la casa para llegar a una sala de estar, de igual tamaño que la primera estancia que conocieron.

    —Esta es la sala de entretenimiento: televisor, sillones, lámparas, cajas multiusos, vitrina y minicomponente de audio —José decía esto mientras mostraba entusiasmado la habitación—. Si son tan amables de seguirme.

    Salieron de nuevo al centro de la casa. José los guió por una puerta que estaba bajo las escaleras, que tenía la altura exacta para una persona alta, llegaron a un cuarto de lavado que tenía dos puertas más.

    »Este es el cuarto de lavado y de herramientas, la puerta de la derecha conduce al garaje y la del frente a un invernadero. Tras el invernadero se llega al jardín —José mostró el espacio del garaje y caminó hacia el invernadero—. Vamos a darle un vistazo rápido al invernadero y al jardín.

    Entraron al invernadero, se encontraba vacío, estaba techado y al fondo tenía la puerta que daba al jardín. Salieron y empezó a arreciar el viento.

    —Mami, ¿por qué está ese policía tirado a tu lado? —preguntó Mónica. Paola volteó a ver el piso mientras las otras niñas, su esposo y el vendedor se alejaban a ver unas plantaciones de naranjo y manzano.

    —Moni, no hay nadie en esta casa.

    —Pero mami… ¡ay!, ya no está —dijo, y se fue corriendo a donde estaban sus hermanas. Paola percibió un ligero movimiento en el invernadero, pero no le dio importancia y se fue junto a su marido.

    —Todo el año hay frutos en este lugar —estaba diciendo José cuando llegó con ellos— ¡Señora! Su esposo me dijo que le gustan los duraznos, de este lado hay una gran cantidad de durazneros —señaló a la derecha de los manzanos.

    — ¡Increíble! Disculpe pero regresaré con mis hijas al interior de la casa, el clima está empeorando.

    —Yo creo que deberíamos de regresar todos, Pepe —dijo Carlos.

    —Como ustedes deseen —respondió él.

    Regresaron al centro de la casa. Las niñas se detuvieron al observar la bóveda: un domo transparente con una estructura metálica que formaba una figura de interacción entre el sol y la luna, sin caras ni detalles en ambas figuras. Donde estaba el sol se podían notar un ave y una nube, en el lado de la luna había una estrella y también una nube, de modo que si trazabas una línea imaginaria podías unir las nubes y la estrella con el ave en diagonal. El sol, que poseía cinco picos indicando su luminosidad, y la luna, se juntaban en el centro y en ese punto el domo se volvía translúcido.

    —Este domo es bellísimo, ¿no creen? —dijo José.

    —¡Sí! —gritaron las niñas al unísono—. Hay que subir, señor.

    —Es curioso cómo el centro del domo es

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