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Treinta Días En Los Usa
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Libro electrónico336 páginas5 horas

Treinta Días En Los Usa

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Treinta das en los USA

Esta es la historia de la vida y muerte de un agricultor, que deambulaba por los pueblos de Guatemala y con el tiempo fue a parar a Nueva York. Sus primeras aventuras de amor y sus tropiezos, la gran decepcin y angustia que vivi luego de matar a su primo. La manera que el destino le fue trazando hasta encontrarse con uno de sus amores prohibidos en un prostbulo de la frontera y cmo decidieron escaparse hacia el norte sin saber lo que de ese lado les esperaba. Una novela con muchos sabores; yendo desde la miel hasta volcar en lo amargo.
Ra, llore y suspire a lo largo de todas sus pginas.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento31 ago 2018
ISBN9781506525976
Treinta Días En Los Usa
Autor

Nelson Gutierrez

Nació en la ciudad de Guatemala, en el año de 1967, ha trabajado como asistente en producciones de televisión en Centro América Y México, estudio por un par de años en la Universidad de San Carlos de Guatemala, sin graduarse se ha dedicado por muchos años al trabajo y reside actualmente en New York.

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    Treinta Días En Los Usa - Nelson Gutierrez

    Copyright © 2018 por Nelson Gutiérrez.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2018908458

    ISBN:         Tapa Dura                  978-1-5065-2598-3

                Tapa Blanda               978-1-5065-2599-0

                Libro Electrónico       978-1-5065-2597-6

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 08/30/2018

    Palibrio

    1663 Liberty Drive, Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    782651

    ÍNDICE

    PRIMERA PARTE

    I

    II

    III

    IV

    V

    VI

    SEGUNDA PARTE

    I

    II

    III

    IV

    V

    VI

    TERCERA PARTE

    I

    DIA DIEZ

    DIA ONCE

    DIA DOCE

    DIA TRECE

    DIA CATORCE

    DIA QUINCE

    DIA DIECISÉIS

    DIA DIECISIETE

    DIA DIECIOCHO

    DIA DIECINUEVE

    DIA VEINTE

    DIA VEINTIUNO

    DIA VEINTIDÓS

    DIA VEINTITRÉS

    DIA VEINTICUATRO

    DIA VEINTICINCO

    DIA VEINTISÉIS

    DIA VEINTISIETE

    DIA VEINTIOCHO

    DIA VEINTINUEVE

    DIA TREINTA

    DEDICADO A:

    T oda la clase obrera que se sacrifica para venir a dejar parte de su esfuerzo en la construcción de una gran nación como lo son los Estados Unidos. A todas las familias que tienen un buen sustento pero han tenido que sufrir y llorar las consecuencias de una separación. A quienes han vuelto y han podido saborear el fruto producto de un trabajo esmerado y bien realizado. A las madres de los difuntos que han hecho el intento y han fracasado. Finalmente, a los muertos, que dejaron todo lo que tenían por estar de este lado.

    Long Island Nueva York agosto del 2018.

    AGRADECIMIENTOS A:

    Mi tía Julia Gutiérrez.

    Por brindarme siempre su sano juicio y crítica en mis escritos.

    Mi amiga Sara Maya Garcia.

    Por la creación de la portada y contraportada del libro.

    PRIMERA PARTE

    EL VIAJE

    I

    A sí que no se les olvide memorizar cada cosa que yo les diga _dijo el coyote de manera prepotente_ porque esa puede ser la única razón para que ustedes lleguen bien al otro lado. A quí viene gente de todas p artes y no todos corren con la misma suerte debido a que no ponen atenció n a mis ense ñanzas o se van con cualquier aprendiz de coyote que los deja antes de medio camino.

    Se pasaba un pañuelo en la frente muy a menudo, pues el calor no lo dejaba trabajar en paz, al tiempo que nos estaba dando clases sobre ciudadanía y modismos mexicanos.

    El himno de México, los gobernadores, el Presidente, el molcajete, los símbolos de la bandera entre otros.

    -Recuerden que yo soy el agente de migración que entra al bus- decía haciendo muchos ademanes a manera de entrenamiento, y no se vayan a poner nerviosos porque eso puede costarles mucho dinero y tiempo de regreso; no quiero verlos como otros que se quedan solo espiando para el otro lado.

    El tipo, de unos treinta años de edad, estaba vestido de una forma que pudiera hacernos sentir incómodos, actuando como si esta fuera una situación real. Usando sus lentes ray ban grandotes, con un pañuelo rojo amarrado al cuello; se aseguró llevar también una ropa de color verde oscuro para darle un tono más auténtico a la situación.

    - ¿De dónde eres? -preguntó sin olvidar el acento mexicano_

    - De Tuzantán _ Respondí sin titubear _

    - ¿A dónde te diriges?

    - A puebla a comprarme un encargo

    - ¿Quién es el gobernador de Chiapas?

    - Dije un nombre

    - ¿Quién es el Presidente de México?

    - Respondí también quién era

    - ¡Muy bien… - me dijo - se ve que usted va avanzando mucho!

    Ahora quiero que se memoricen bien el himno de México, tratando de no confundir ni una estrofa, pues cuando estén cara a cara con los de la migra van a tratar de encontrar la mentira en ustedes, y si fallan; los van a meter a la cárcel antes de mandarlos de vuelta para acá.

    Una semana antes ya habíamos cerrado el trato y hecho efectivo lo que debíamos de pagar en San Marcos, pues el coyote nos dio la ventaja de pagar el resto cuando estuviéramos del otro lado sin ninguna desconfianza de su parte.

    Cada uno de los que estábamos alojados en su casa habíamos pagado la cantidad de dieciséis mil quetzales, con la garantía que el coyote nos daba de no fallar en los intentos, pues ya tenía mucho tiempo en el negocio y según él sus planes no fallaban.

    Todos los viajeros nos sentíamos aturdidos con los planes que hacía, pero siempre teníamos a Dios como ayudador en todo, y cada día que pasaba nos sentíamos con un pie adentro y el otro afuera de los Estados Unidos, que según nosotros era la tierra prometida a dónde todos vendríamos a hacer dinero por montones sin que tuviéramos que sudar mucho.

    Además, ¿cuánta gente no iba y venía ilegalmente a los USA, sin que les costara mucho, y hacían grandes fortunas según nuestras ideas vagas en poco tiempo? Ese era uno de los temas favoritos del grupo, soñar y soñar y hablar grandezas mientras pasaban los días.

    Por ahora -continuó el coyote- pueden ir a cortar mangos, bañarse, lavar su ropa y llamar a la tráida; pues la salida la vamos a hacer en dos días cuando lleguen sus documentos mexicanos, porque sin ellos no vale la pena el intento.

    Dio la vuelta y fue a recostarse en una amplia hamaca que dijo haber traído de México en su último viaje, en el cuál había hecho llegar a más de veinte individuos hasta los Estados Unidos.

    Bastante inquieto por las charlas y recomendaciones del coyote, me fui al río a tratar de refrescarme un poco del intenso calor que hacía, y quizá así se pasara también el enojo que en mí causaba la espera. Estuve panza arriba en una poza por mucho tiempo, solo, haciendo planes de lo que sería de mí cuando llegara a los USA, cómo iba a buscar trabajo, cómo le iba a hacer con la renta; cómo debía de cuidarme de la policía y pensando en cuantas semanas pasarían para que anduviera en carro nuevo imaginando muchas historias que me habían contado de por allá. Contrario con lo que pasa en Guatemala, que hay que saber decidir si tener carro o mujer, porque las dos cosas juntas equivale a tener tres mujeres al mismo tiempo. ¡Ah!, pero dicen que en los Yunáis, nadie se preocupa por eso, hay muchos que tienen hasta dos carros y andan felices de la vida. Así que me zambullí en la fría agua del río que brota de las montañas del Tumbador, San Marcos, soñando con todos los nuevos planes que traía en mente, llegar pronto al norte para comenzar una nueva vida, estar en un país de muchos habitantes y así pasar desapercibido; vivir feliz en donde quizá nunca las autoridades de Guatemala me encontrarían. Después comencé a comparar las altas crestas de los árboles que me daban sombra en ese momento, con lo alto de los rascacielos de las grandes ciudades de los Estados Unidos, mientras pasaba las horas retozando a mi antojo, relajándome, respirando el aire puro de la montaña de Malacatán.

    La espera me estaba aburriendo. De no haber tenido el río cerca, me hubiera sentido atrapado en un lugar sin salida, aunque era libre de tomar el rumbo que deseara si otra fuera la circunstancia, pero ya habían muchos miles de por medio, y así se amarra los pies uno mismo. Esa es la tranquilidad de todos los coyotes.

    Por la noche, la estadía se hacía en las afueras de una pequeña tienda donde abundaban más los productos mexicanos que los de Guatemala. En la cual la señora de la casa, complementaba vendiendo tres tiempos de comida a la gente que estaba lista para agarrar camino al norte.

    Una música un tanto bulliciosa, y mucha gente haciendo alboroto a la vez que se refrescaban tomando cerveza importada. Niños correteando por la calle, aprovechando los últimos minutos de permiso obtenido, para darle rienda suelta a su energía en una típica noche de costa.

    - ¿a dónde se dirige usted amigo?- me preguntó uno que se sentó a mi mesa minutos antes y que se estaba pasando las tortillas como si la camioneta lo estuviera dejando_

    -Voy para Nueva York -respondí.

    - ¿y ya tiene coyote?

    -Sí, pero ya me tiene emputado de tanta mentira que me da; me tiene esperando de más, pues dice que hoy, luego que mañana y nunca salimos como lo promete.

    - Yo lo puedo llevar hasta el DF por cinco mil quetzales

    - No, aunque me gustaría avanzar no puedo porque ya le di mucho dinero al otro, y no creo que me lo devuelva si se lo pido.

    - pídaselo, es su dinero - me dijo - y si se lo da, mañana por la noche hablamos, pues ya tengo un grupo de diez esperando para salir luego.

    - gracias, yo le cuento…

    El tipo salió volando así como entró y comió, luego desapareció por las oscuras calles de la zona. El señor de la tienda se acercó a mi mesa y me preguntó acerca de la conversación con el otro comenzal, y le conté que se ofreció como coyote para llevarme al DF, pero que no habíamos resuelto nada por ahora.

    - Tenga cuidado, - dijo como queriendo ayudar -

    - Mucha gente alrededor, se empeña en andar averiguando a los viajantes, buscando la manera de aprovecharse del poquito dinero que llevan para el camino, o de lo único que disponen para poder llegar a los Estados Unidos. ¡si los coyotes que tienen casa y familia aquí son tramposos!, imagínese los que andan correteando de un lado a otro, solo andan buscando tontos para robarles el dinero que la gente se los da con toda confianza y humildad y con sus propias manos sin que tengan que ponerles un cuchillo en el pescuezo. Eso sí, cuando hay arreglo, pues cuando no hay, basta con que sepan que usted carga sus centavitos, y ahí le caen; como cuando las hormigas encuentran un gusanito mal parado, se lo llevan hasta dejarlo sin nada.

    - Si verdad, ya me habían comentado algo acerca de eso, pero ahora estoy desesperado viendo cuando nos va a sacar de aquí el coyote al que le di mi dinero, ojalá que no solo nos esté vacilando.

    - aquí hay de todo patojo…- me dijo de manera muy segura a la vez que entregaba refrescos a unos clientes - solo necesita un poco de paciencia, que ése camino no es de hacerlo en un día.

    - Si verdad…

    En todo lo que es sitio de frontera con México - continuó el tendero - no hay uno que no diga ser coyote, y así como hay buenos, la mayoría solo se aprovechan de la necesidad de la gente, pues saben cuánto están dispuestos a pagar por llegar al otro lado. No escatiman en darles promesas falsas, y si se puede, les llenan la mente de ilusiones con tal de tener el negocio asegurado.

    - Pero vea patojo, yo que ya he estado temporadas largas en los Estados Unidos, sé cómo es la vida por allá, aunque no le niego que hice mis cositas con lo que gané, siento que la vida es más rebosante por nuestras tierras. Aquí con que uno se conforme con poco, va adquiriendo para pasarla sin tener que preocuparse de la distancia o que tenga un familiar en cama y la única manera de ayudarlo sea el dinero, mientras está uno deseando darle una mano de consuelo. Los hijos van creciendo, y aunque se les mande de todo, siempre tienen la necesidad del consejo, del abrazo y hacerlos sentir queridos. Así que no se deje tomar el pelo por ninguno que venga aquí a la carrera haciéndole ofertas de último minuto, porque cuando uno siente, ya lo tienen despeluzado y entonces se queda solo con el gusto de ver para el otro lado que es México, sin poder pasar de aquí…

    Gracias por su consejo, aunque ya le solté un montón de billete al que supuestamente me va a llevar, no me queda más que esperar.

    - Pero no se desespere - me dijo - hay gente que pasa meses y meses recolectando dinero para su viaje, y cuando sienten ahí van, más vale tarde que nunca. Y no olvide: el único viaje corto se hace por avión y con visa, y si usted no va en avión y no tiene visa, tiene que acostumbrarse a la velocidad del tren; eso si tiene suerte de irse en tren, pues a pie toma más tiempo.

    Cuando él terminó esa frase, sentí que el último bocado de comida no iba a pasar por mi garganta, pero hice el esfuerzo. Le di ocho quetzales, que era lo que pagaba por una cena incluyendo una gaseosa, y me despedí dando las buenas noches y fui directo a la casa del coyote poniendo en orden todas las ideas que me tenían aturdido.

    Desenrollé un petate que hacía las veces de cama y puse una chamarra encima, enrollé otra para usarla de almohada pues no necesitaba una para taparme porque el calor era insoportable. Finalmente me dormí, no sin antes bostezar un montón y tratando de hacer oídos sordos a las chicharras, pensando y echando de menos a mi familia y trayendo a mi mente la diferencia entre ir en avión, en tren o a pata.

    Amaneció tan rápido como si acabara de acostarme. El día estaba lindo con mucho sol y una temperatura que va subiendo gradualmente hasta que se convierte en un calor y un sudor imparable. Nos levantamos a eso de las ocho de la mañana; la mamá del coyote nos ofreció lo de siempre: una taza de café y un pan.

    Afuera del rancho los pájaros cantaban y saltaban celebrando el nuevo día, yendo de los mangales a los guayabales y de ahí a los palos de aguacate. Nosotros los viajeros, estábamos alistándonos para lo que sería el viaje más agradable de nuestra vida, pensando en todas las emociones que iríamos a vivir en el transcurso de ese largo e incierto camino.

    Esa mañana, el coyote nos reunió como de costumbre, nos dio la clase como antes; con la diferencia que tenía otro cambio que anunciar: he decidido que a las mujeres al nomás pasar la frontera les vamos a dar unos canastos con verduras, para que la migra piense que vienen de hacer sus compras del mercado. Y para ustedes -dijo señalando al grupo de hombres- ya conseguí unas señoras mexicanas que los van a acompañar como si fueran parejas; ellas llevan sus compras, y ustedes cargan a los niños. Ese será el pase de cortesía, porque así, la migra ni echará de ver que son ilegales.

    - Ahora usted - dijo señalándome - como le veo planta de trabajador de campo, lo mandaré como cuidador de mi hermano que va a ir enyesado de una pierna como si se la hubiera quebrado. Si les preguntan a dónde van, dicen que a Puebla y que usted es un trabajador nuestro.

    - Está bien - contesté de mala gana - aunque me gustaría más ir con una doña para que se me haga fácil como a los demás.

    - No tenga pena dijo, eso será pan comido-

    Después de la tediosa plática y recomendaciones, nos quedaron unas horas libres para ir a comer y de vuelta a bañarnos al río. A seguir esperando el ansiado viaje.

    Entrando la tarde, salimos de Catarina San Marcos en un carro bastante nuevo que tenía el coyote. A más de uno le pasó por la mente que este carro era producto de las ganancias que obtenía pasando gente al otro lado, pero ahora no importaba mucho como lo hubiera ganado sino como iba a hacer para pasarnos. Se notaba el nerviosismo en todos, por más que hiciéramos la lucha de tener una cara sonriente la mirada perdida y triste nos delataba. Sentí mi corazón desbordarse mientras mis ojos se iban despidiendo de mi tierra, de mis árboles, de las maravillosas vistas de los volcanes y las cordilleras desde el sur; de mis amigos, de mi Guatemala, de mi gente. Pero no pude dejar de ver y apreciar la alegría que vi en muchos rostros de otras gentes en las calles, unos vendiendo helados, otros sentados a la orilla de las calles fumando o tomándose un refresco, algunos con su leña a la espalda y niños correteando por todos lados. No quería que el carro se detuviera, quería que el chofer acelerara para hacer menos dura la tristeza que provocaba en mí el alejarme, pero también quise que mi país fuera más grande cuando tuve ante mis ojos el río de la frontera.

    Les encargo que no vayan a andar de llorones cuando estemos cruzando nos advirtió de nuevo.

    Tecún Umán frontera es todo un mercado, cientos de gente se amontonan a uno y otro lado del río llevando y trayendo mercancías; me recordó el dicho que reza: unos con la pena, y otros a la pepena. En ambos lados del puente se ven los surcos de balsas que están atravesando el río, unas repletas de gente, otras de mercadería que va y viene de contrabando. Muchos ¨cambistas¨ por todos lados desde el parque hasta en la orilla del río, luciendo sus grandes rollos de dinero.

    Dentro de la multitud se haya de todo, gente de dinero, gente pobre (la que más abunda), niños limpios y niños sucios correteando por todos lados en una sencilla forma de libertad; algunos perros gordos y otros flacos ahuyentando los zopilotes que son eternos guardianes de los basureros que abundan mucho por las zonas fronterizas. Y mientras pensaba este relato, atracamos al otro lado.

    Por fin llegamos al lado Mexicano, a otro mercado igual que el anterior. Yo, de alguna forma trataba de esconder el miedo que traía, pero al ver las caras humildes de los soldados que custodiaban la otra frontera fui agarrando confianza. Nos veían con desesperanza quizá deseando ser ellos los que se estaban embarcando en esta aventura. Pasamos sin más que saludar y nos fuimos directo a buscar los buses con rumbo a Tapachula.

    Todos los planes se habían trazado para la noche, pues el coyote decía que por la noche estos negocios se hacen mejor, los guardias de migración están aturdidos y cansados, con sueño; y si hay que darles alguna propina para que se hagan de la vista gorda la reciben con más naturalidad, y uno por su lado iría durmiendo en el bus tratando de pasar desapercibido a menos que estos nos despertaran.

    Nos quedamos afuera de la terminal esperando que el coyote volviera con los pasajes y contando los minutos como interminables. Y cuando éste salió, me traía el ticket con otra sorpresa: que como yo lucía mucho mayor que su hermano el que andaba con muletas, tuvo la brillante idea que me sentara un par de asientos atrás en vez de ir con él como habíamos acordado antes, pues si descubrían que no soy mexicano, me inculparían de ser pollero, y eso me traería graves consecuencias.

    No muy contento asentí a su nueva idea, no sin antes mentarle la madre mil veces en mi mente mientras recibía un poco de pesos que este me daba para pagar el pasaje de Puebla para el DF, en donde supuestamente él nos iba a estar esperando.

    Aunado a la inconformidad por lo que me recomendó el coyote, comencé a hacer cuentas del dinero que le di y supe que no se estaba gastando ni una cuarta parte en lo que suponía yo una gran travesía. Por momentos sentí que me faltarían fuerzas para soportar el robo tan descarado que me hacía, pero no quería que mi mal carácter rebalsara con él y menos en un país que no era mío. Ahora lo más importante para mí era alejarme de Guatemala donde la justicia aunque lenta, seguro andaba tras mis pasos.

    La sala de espera estaba atestada de gente, unos yendo al DF, otros a muchos diferentes destinos, pero habíamos ahí dentro bastantes que yo suponía comenzaban a hacer su viaje de ilegales como yo, se notaba a flor de piel en ellos el nerviosismo con el que actuaban a cada vez que hacían el llamado para abordar los buses.

    Salí de la estación un par de veces para fumarme un cigarrillo, tratando de no mezclarme mucho con los demás a modo de pasar desapercibido, luego haciendo visitas constantes a los sanitarios en donde iba solo por lavarme la cara para lucir más despierto. Cada vez que veía al hermano del coyote todo enyesado y con muletas, me daba risa de pensar todas las picardías que la gente usa tratando de hacer fácil el viaje al norte.

    _Damas y caballeros - sonó la voz del chofer a través de unas bocinas dentro del bus.

    - Bienvenidos al servicio de primera clase, éste es el bus número diez cuarenta y ocho con destino al Distrito Federal, deseamos que tengan un viaje placentero, se les recuerda que las autoridades de inmigración tienen varios puntos de chequeo en la ruta al Distrito Federal, así que por favor mantengan sus documentos listos para cuando se los soliciten, este bus no se puede detener más de diez minutos, que tengan buen viaje.

    Cerró la puerta, y comenzó a zumbar el motor y a dirigirse con rumbo norte, yo obtuve un asiento en la parte de atrás en una ventana, y comencé a rogar a Dios y todos los santos que por favor me cuidaran (cosa que no hacía a menudo), y que pudiera hacer el viaje sin contratiempos, a pesar de esto, sentía en las piernas un leve temblor que de vez en cuando subía hasta mis mandíbulas y no me dejaba del todo quieto.

    Mientras veía desaparecer las luces de Tapachula, iba repitiendo una y otra vez en mi memoria, mi número de Credencial de Elector Mexicana, como me llamaba, de dónde venía y a dónde me dirigía.

    Media hora fue suficiente para hallar el primer registro de Inmigración. Un tipo con cara de pocos amigos abordó el bus diciendo que era un registro obligatorio, y que debíamos de tener todos nuestros documentos en mano.

    Como lo más importante estaba ya en mi memoria, saqué mi credencial Mexicana y cuando éste pasó a la orilla de mi asiento, casi sin mirarlo a la cara, le mostré la credencial, la arrebató de mi mano para luego hacerle una meticulosa inspección usando una linterna de baterías; se la acercaba y luego la retiraba para enfocarla bien… me la devolvió sin mediar palabra y siguió hacia la parte que faltaba. Yo sentía un poco de miedo, pero traté de disimularlo tranquilamente bajo la tenue luz; y cuando el agente se bajó, respiré más confiado; y me sentí del todo bien cuando cerraron la puerta y arrancamos de nuevo hacia la misma dirección.

    Si todo sigue así en cuestión de días estaré en la frontera de los USA -pensé- y traté de conciliar el sueño para no pensar mucho en lo que podría venir después.

    Pasamos otros dos registros, y poco a poco la alegría me invadía pensando como un papelito llamado credencial podía hacer maravillas.

    Nos detuvieron de nuevo, y subió otro pidiendo papeles una vez más. Como ya estaba agarrando confianza, traté de hacer una cara enojona como diciendo ¿qué tanto averiguan? Y este agente, tomó mi credencial como lo hicieron todos anteriormente y la miró y la miró de nuevo y la volvió a ver adelante y atrás, y ahora sí, este comenzó a hacer preguntas…

    - ¿cómo te llamas?

    - Baudilio López.

    - ¿A dónde te diriges?

    - Puebla

    - ¿Quién es el gobernador de Chiapas?

    - Respondí también

    - ¿Seguro que eres mexicano?

    - Seguro

    - ¿De dónde eres?

    - De Tuzantán… - respondí sin mostrar la menor pena

    - ¿Tuzantán estación?, o ¿Tuzantán escuela?…

    - Solo un Tuzantán conozco yo señor, -respondí (esta vez un poco ahuevado)

    - ¿Ah sí?, bájate del bus, tú no eres Mexicano,

    - Si lo soy

    - Bájate, no la hagas de pedo dijo o ¿quieres que entren a bajarte?

    Comencé a fingir que estaba emputado y que estaban violando mis derechos de ciudadano, pero por dentro me reía de la chispa de este agente que logró hacerme caer y bajarme del bus, ¿sería que me jugó un truco?, o ¿de verdad habría dos Tuzantanes?

    Adentro en una pequeña oficina casi del mismo tamaño que todo el salón que usaban para encerrarlo a uno, estaba un juez de inmigración que me hizo un par de preguntas más, y me advirtió que si hacía difícil el arreglo, me podían tener preso por mucho más tiempo del necesario, y que si decía que soy Centroamericano, en solo unas horas estaría en la frontera de Guatemala de vuelta.

    No teniendo como defenderme, firmé unos cuantos papeles y luego me llevaron derechito a la celda de espera donde habían ya otros cuarenta y tantos que habían caído en las últimas horas, había gente de todas partes, y muchos Guatemaltecos entre ellos. Faltaba el oxígeno en esta celda, y lo que más abundaba era la pestilencia de heces fecales, tufo a cigarro, sudor y orines.

    Esperé siete extra largas horas para que el bus que hace más paradas que un repartidor de leche pasara a recogernos, y unas horas más tarde estaba ya de vuelta en Malacatán, San Marcos, buscando otro transporte que me llevara de vuelta a Catarina, San Marcos donde quizá podía encontrar al coyote.

    ¿Qué pasó, le dieron vuelta? _preguntó sin tanto asombro_

    - Simón - contesté - el guardia insistió que habían dos Tuzantanes, no solo uno como yo aseguraba, o como usted me enseñó, y por eso me bajaron.

    - ¡Qué desgraciado¡ -dijo- mientras terminaba de mandar oleadas de humo de cigarro al aire recostando solo medio cuerpo en la hamaca.

    - Yo creí que usted andaba ya por el Distrito Federal esperando a que llegáramos.

    - No, yo siempre espero por acá a ver cómo les está yendo, y luego me muevo para irles pagando su pasaje, a modo de no arriesgarlo todo.

    No pude ocultar mi descontento pues estos coyotes desgraciados les gusta echar a la gente en un bus, y dejarlos a su suerte. El por su parte, estaba contento que no hubieran bajado a su hermano el cuál iba pasando todos los registros sin problema, y de algo estaba yo seguro, gastando también nuestro dinero para sufragar sus gastos.

    - No se desespere, eso es así todo el tiempo, pero ya encontraremos un mejor día para que pueda pasar pues esos guardias no se encuentran de turno todo el tiempo, y estoy seguro que un día de estos, la hace.

    - Sí, eso espero, pero yo preferiría que me devuelva mi dinero, pues no me gusta que usted ande cambiando de planes a cada rato. Y si usted no me va a llevar, mejor intento solo, que es lo mismo que estaba haciendo.

    - Piénselo bien, porque ya no le puedo devolver todo lo que me dio, pues ya hice muchos gastos de comida, papeles y pasajes.

    - Si pero ¿qué tanto pude haberme gastado en todo eso? - repliqué- si los papeles son baratos, además la comida no fue mucha y el pasaje a puebla no es tan caro según me informé.

    - Pero no

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