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Elena y el viejo
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Libro electrónico326 páginas4 horas

Elena y el viejo

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Darío Mar mantiene al lector inusitadamente atado a su historia, logra transportarlos a sus páginas y hacerlos caminar y vivir sus momentos junto a los protagonistas, una obra que tendrá seguramente un antes y un después para los amantes del amor verdadero.
Elena y el viejo, una página de amor tras otra, un envolvente e insoslayable canto al amor más puro.
Oirás en cada página la musicalidad del violinista ejecutor.
Y fundamentalmente, entenderás las sorpresas que brinda la vida misma, tan solo observando eventos que podrían colocarte en el abismo mismo en el momento preciso y perderlo todo.
Es el pasado volcándose al presente e intentando resolver dos historias de amor paralelas y ...
Déjate atrapar por esta obra que le hace bien al corazón, haciéndolo vibrar hasta su última nota.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 sept 2021
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    Elena y el viejo - Darío Mar

    1º PARTE

    Revelaciones iniciales

    Mi nombre es Claudio Moran y todo lo que voy a revelar, comenzó una mañana de noviembre del año 2014.

    Despierto como siempre, observando la nada, encerrado en mi mundo personal, sin sentido, sin deseos, nada ya me sorprendía y nada pasaba fuera de lo normal, pero ese día, ella estaba ahí, observándome, casi de soslayo, como un presagio de lo que vendría.

    Sus ojos, dos bolitas negras, fijas, inanimadas, pero tan brillantes que llamaron mi atención.

    Su cuerpo verde oscuro con manchitas circulares de color verde más claro colgaba hacia abajo desde el filo de la ventana de mi dormitorio.

    Estaba ahí, parecía suspendida de la nada, su figura, que no tenía más de quince centímetros se dibujaba en perfecto contraste con el gris de la pintura y el cristalino de los vidrios, por el cual, pasaba un pequeño rayo de luz que iluminaba partes de su diminuto cuerpo haciéndola más brillante.

    Recuerdo bien quedar inmóvil mirando sus patas, aferradas a la pared y su cola formando un medio

    círculo, estática, boca abajo. No quise hacer ningún movimiento extraño, para no asustarla.

    Luego de algunos segundos se movió y dio unos pasos, contorneándose en un zig zag lento y perfecto.

    De pronto, cambió la órbita de sus ojos y vi una pequeña sombra deslizarse cerca de ella, en un movimiento sorprendente y siempre en medios círculos, atrapó esa sombra con su hocico y disfrutó su comida como si fuera un manjar, creo haberla visto saborear a ese grillo insoportable que a veces, no me dejaba dormir.

    El pequeño animalito volvió a mirarme, su boca tenía aún restos de patas, las cual iba masticando y tragando.

    Estábamos a menos de un metro de distancia, me senté en la cama, despacio, casi en cámara lenta y sin dejar de mirarla, le dije en un susurro, -está bien, hagamos un trato, te dejo vivir aquí y vos te comes los bichitos-, después que dije eso me sentí un tonto, como muchas otras veces cuando me daba cuenta que hablaba solo. Pero el bichito pareció entenderme, porque desde esa mañana fue una visita constante.

    Sabía algo de esa especie y no eran peligrosas ni dañinas, así que deje que anduviera por la casa, como si fuera una mascota, aunque me daba cuenta que me estaba volviendo loco ya que en el día buscaba insectos en el patio para mi amiga lagartija y lo peor, es que se los dejaba por las noches en la ventana para que no deje de visitarme.

    Durante varias mañanas la observé tomar sol, sobre una de las paredes del patio, parecía realmente disfrutar ese momento, siempre estática, lo único que movía eran sus ojos, que parecían buscarme.

    Así eran esos días, solo y en la nada, mientras me abocaba al estudio de las mareas.

    No solo estaba encerrado en mí mismo si no también apartado, totalmente aislado del exterior, esquivaba a la gente, no deseaba hablar con nadie, no me importaba mi entorno, todo me era ajeno, mi sentir, estaba como aletargado.

    La muerte de mi esposa me había dejado tan vacío que el día y la noche eran lo mismo, ya nada tenía sentido, no encontraba y tampoco quería encontrar, la forma de superar mi pérdida.

    Desde pequeño he sido débil de sentimientos, muy flojo emocionalmente; Mi forma de ser, ayudaba a no encontrar alivio a mi pena, nada en este mundo me consolaba no busqué ayuda, creo que me era sumamente necesario el sufrir. De algún modo, podría decir, me quedé aferrado a ella

    En mi dos ambientes, pasaba todo el tiempo con mi soledad En el, compartíamos un comedor grande, cocina y un pequeño patio al que por las mañanas le da un poco de sol. Unas macetas con ramas secas y olvidadas, un baño que hacía tiempo necesitaba una reparación pues sus canillas no cesaban de gotear.

    Tenía todo desordenado y sucio de no sé cuánto tiempo atrás, el lugar está ubicado a ocho cuadras del centro de la ciudad y cuatro cuadras del mar.

    Luego de su muerte, fue la única posesión que me ha quedado. mi esposa, que falleció a los 37 años, luego de tan solo cuatro años de casados y habiendo sostenido un noviazgo previo, de seis años…

    No tuvimos hijos y fuimos hasta el momento que empezó su condenada enfermedad, un matrimonio estable, realmente feliz, sin problemas.

    Trabajábamos siempre juntos, en una empresa de construcción que aún tenemos con mi hermano y hacía las veces de secretaria. Más un día, comenzó a sentir dolores en su estómago y desde ese momento comenzó su calvario y con él, el mío

    Fueron momentos muy duros para los dos, ya que estuvo lúcida hasta sus últimos instantes y su sufrimiento, me penetro hasta lo más recóndito de mi ser, tanto que necesitaba morir con ella, no podía soportar que se vaya sola, era culpa e impotencia mi sentir, no sabía cómo sacar ese pensamiento de mi mente.

    No pude hacer absolutamente nada, más allá de darle mi mano y compartir lagrimas viendo cómo el maldito cáncer la consumía y con ella, veía desvanecer a quien fui

    Dos años se esfumaron rápidamente y yo, sin cambios, monótonamente devastado y sin ánimo de cambiar las cosas.

    Había cumplido los cuarenta ya, y si pasaba frente a un espejo, (algo que intentaba evitar) me veía desprolijo, de barba tupida y cabello descuidado, soy, en líneas generales una persona de 1,80 metros de altura, tez blanca, corpulento debido a mis años de entrenamiento y deporte, me notaba más delgado e intentaba justamente no fijar mis ojos sobre ese espejo, más que nada debido al sentimiento de vergüenza que me embargaba, tan solo por estar vivo.

    No tenía parientes ni amistades en este lugar,

    Después de su injusta muerte, decidí habitar este departamento, usualmente lo utilizábamos para vacacionar. mi idea fue alejarme de las zonas comunes que habíamos compartido, donde los recuerdos y la cotidianeidad de las simples cosas, me hacían recordarla, creí que huyendo me sacaría un poco la tristeza, pero día a día mi estado fue empeorando.

    Como bien he señalado, mi descuidado departamento, olía a rancio, pero no importaba, porque mi decisión ya estaba tomada; Lo vine elucubrando desde hacía varios días, solo me separaba del fin de mi sufrimiento, tan solo cuatro cuadras, que ya había recorrido infinidad de veces con la idea fija, de terminar con mi vida.

    Eran las ocho de la mañana de un día gris.

    El pronóstico decía que la marea estaría en su punto más alto y totalmente decidido, salí caminando despacio hacia el mar, Mientras caminaba por veredas rotas, traté de dejar mis memorias en el camino, habían pasado más de dos años de la muerte de mi esposa y cada día, se me hacía más doloroso, y ya que no podía superar ese tormento que golpeaba constantemente mi mente débil, decidí estúpidamente acabar con mi vida.

    Llegué a la playa descalcé mis cansados pies para sentir por última vez la arena mojada y recorrí con la mirada el espigón, que entraba casi cien metros al mar, lo había estudiado mil veces en mi mente y lo tenía todo calculado.

    Caminé con la decisión más importante de mi vida, terminar con el sufrimiento y la lucha interna que asolaba mi alma.

    Estaba tan ido de la realidad en ese momento, que tenía la certeza, que, terminando con mi vida, iba a encontrar a mi esposa en otra dimensión.

    En la mitad del recorrido volteo para ver entre la bruma lo poco que se dejaban ver, a lo lejos los edificios de la ciudad.

    Recuerdo que parecían colgados de un cielo plomizo, quise retener por última vez, la imagen que dejaba atrás, quizás interiormente pensé si tal vez me arrepintiera.

    En esos momentos, todo en mí era tan oscuro que no diferenciaba entre la realidad y la paranoia.

    Seguí encarando el espigón, paso a paso, piedra a piedra, hasta llegar al filo del ultimo escoyo, que el agua dejaba ver. Las olas golpeaban con fuerza contras las rocas de los dos lados y el agua que salpicaba con fuerza comenzó a mojar mi cuerpo.

    El sonido del mar era cada vez más fuerte, más tétrico, pero ya nada me detendría, saqué fuerzas desde lo más profundo de mi ser y llegué, temblando, hasta el principio de mi fin, ese final que yo buscaba ansiosamente para dejar de sufrir mi pérdida.

    Nunca he sido buen nadador, y el océano, con ese boleto de ida me causaba vértigo.

    Me paralizaba, pero esa vez llegué hasta donde nunca había llegado, mi última meta, mi última piedra, el último eslabón, ese que separaba mi locura de la realidad.

    Recorrí con la mirada, la inmensidad del mar, hasta donde todo se fundía en un solo gris, las olas se sacudían haciendo una parábola sobre mi cuerpo, parecía un pórtico ahuecado lleno de destellos plateados que se formaban con las gotas de agua, una entrada triunfal a un mundo imaginario en el cual, yo quería y necesitaba ingresar.

    Intenté tomar impulso para arrojarme, moví mis brazos una y otra vez hacia tras para saltar, pero no hizo falta, una lengua de agua formada por el golpe de una gran ola sobre las piedras me envolvió, me giro y me lanzó con fuerza hacia las fauces de un monstruo enojado.

    Ya en lo profundo del océano, sentí por primera vez en mi vida el ahogo por inmersión, estaba en un remolino intenso que me giraba, me subía y me bajaba, trataba con mis manos de aferrarme a algo que no había, me faltaba el aire, nada podía hacer, solo dejarme llevar por un gran poderío fantástico que no podía dominar.

    El mar me estaba vapuleando a su antojo, en lo que sentí fueron unos minutos, hizo que mi cuerpo a su merced, pareciera una marioneta de trapo, manejada por hilos invisibles, por momentos, me sacaba a la superficie y escuchaba los tremendos rugidos del mar.

    Tomaba bocanadas de aire tragando agua salada y volvía al silencio de la profundidad, sentía que bailaba girando e inmerso en la oscuridad total.

    No sé cuánto tiempo duró, sentí la nada en un instante, todo cesó, ni frio, ni miedo, ni ahogo, todo se transformó en una nube celeste y yo mismo me vi a lo lejos flotando en ella, con los brazos estirados, veía claramente mi cuerpo, inerte, que se alejaba, sin movimiento, estático, muerto.

    Fue un momento de paz absoluta, lo que yo realmente necesitaba, logré pensar en ese instante que lo había logrado, no sentí pena, ni frio, no sentí nada, solo mi cuerpo inmóvil flotando en una nube azul, como de algodón.

    Pero esa sensación de libertad, duro poco, de pronto un rayo de luz se acercó a mí y me sacudió de tal forma que me sentí arrastrado violentamente por una fuerza invisible, mi cuerpo volvió a mí y sentí los avatares de un torbellino enojado.

    Ese mar, que me dio unos minutos de armonía estaba de alguna forma jugando conmigo, me impulsaba con fuerza y sin piedad para un costado, alejándome de la escollera, cada vez que mi cuerpo emergía la veía más lejos, se alejaban las piedras, ya no sentía esa paz interior, el frio volvió a penetrarme con crudeza y yo flotando, girando como un trompo y al final como diciendo aquí no te quiero, la fuerza de una ola me arrastra y me deja clavado en la costa, con mi nariz enterrada en la arena, casi sin aire y arrodillado, como pidiendo perdón.

    Levanto la cabeza sin fuerzas, con los brazos apoyados en la arena, tratando de tomar aliento y la ola siguiente me golpea en la espalda con suma violencia, dejándome tirado en la playa, inerte y el agua que me había golpeado volvía a su cauce sacudiendo mi frente.

    Quedé tristemente boca abajo, con mis brazos estirados y formando una cruz, lentamente, logré incorporarme, y, con mucho esfuerzo, moverme hacia adelante, caminando de rodillas, tratando de alejarme, para que el mar no siga jugando y castigándome a su antojo.

    En el momento que me alejé de los posibles golpes de las olas, me giro hacia ambos lados, quería ver si alguien había observado mi tremenda idiotez, así me sentía en ese momento, un perfecto idiota.

    Para mi sorpresa sólo había un viejo, con una reposera en sus manos, que me miraba asombrado sin decir una palabra, me incorporé, encorvado, abrazándome con mis propios brazos y temblando comencé el lento recorrido

    De vuelta a casa, llevando a cuestas toda mi vida, y la vergüenza del momento por aquella mirada tenaz del viejo.

    Mientras caminaba directo a mi vivienda, mi mente parecía un torbellino de dudas y con el último suspiro, agitado, cansado, vencido y con una tremenda angustia recorriendo mi cuerpo, entré y caí rendido sobre el sofá.

    El aire fresco que había penetrado en mis pulmones hizo que sintiera más que nunca el olor de mi casa abandonada y maloliente.

    Ese día fue quizás, el más largo que tuve que soportar, una pizza dura fue mi desayuno, mi almuerzo y cena.

    La ventana del comedor me dejaba ver algo del recorrido a mi destino final, que no se concretó, me quedé horas pensando en mi vida y la estupidez que había cometido.

    Era evidente que la muerte, me había rechazado y yo, me sentía humillado y más vencido que nunca.

    Esa noche, después de caminar por la casa durante varias horas, de un lado a otro sin sentido, ya con mi cuerpo agotado, logré adormecerme y soñé otra vez con mi esposa, la mujer de mi vida, la única mujer a quien había amado, En mi sueño parecíamos estar en un entorno feliz, de fondo, sonaba una música tranquila mientras la veía andar por la casa, Nuestra casa de los buenos tiempos, esa que habíamos forjado con amor, la distinguía de espaldas, con su largo pelo rojizo.

    Toda la escena era de paz, tan real, hasta que ella desaparece, se me escapa de entre las manos, una fuerza inexplicable la arrebata de mi vida,

    Un sueño recurrente que me despertaba a menudo, triste sollozando, sudado y angustiado.

    Después de mi fallido suicidio, me quedé tres días encerrado en casa, me sentía inútil, cobarde y sin deseos de nada, salí como por inercia en busca de algún bocado, en realidad comía para sacarme una sensación desagradable que recorría mi estómago, mi única compañía era esa lagartija, que aceptaba parte de mis bocados de comida, siempre mirando todos mis movimientos por más imperceptibles que fueran.

    Al tercer día decidí volver al mar, me había quedado esa imagen de fracaso y el rostro impávido del viejo.

    Llegué y todo era más azul y tranquilo que en otras oportunidades, estaba entrando la temporada de verano y los días eran cada vez más agradables, solía sentarme en esa arena fresca y mirar la marea, estudiando como saltar de la punta de la escollera en ese vaivén tan perfecto, empujado vaya a saber cómo.

    Ese estado sublime que trasmite el mar y los chillidos de las gaviotas planeando por encima de las olas, me transportaban a un mundo solo para mí.

    A poca distancia, observo al viejo sentado en una reposera, solo, estático, muy cerca de la rompiente que baña la playa, quizás nunca lo había visto por qué yo me sentaba en la arena del otro lado de la escollera o quizás fue casualidad o algún designio de la vida que me llevo a encontrarlo.

    Tenía bastante curiosidad en saber que vio ese viejo y más aún si me habría reconocido, así que me acerqué simulando que juntaba algún caracol.

    Estaba casi frente a él cuándo pasa por delante una pareja y dos niños de unos diez años pasándose una pelota. En un mal pase el niño que parecía mayor arroja el balón hacia el viejo, iba derecho a pegar en su rostro, pero el viejo que se veía que aún le quedaban algunos reflejos la atrapa y con una sonrisa se la devuelve botando.

    El niño, sin inmutarse le pega nuevamente al balón y esta vez llegó con violencia a golpear entre la pierna y la silla del viejo, rebotando el balón hasta el hombre, que sería el padre del niño, este señor toma la pelota y le pide disculpas regañando al niño que no se inmutó.

    El viejo lo mira y le dice.

    -No señor, no hay problema.

    Y mirando al niño fijamente termina diciendo….

    -Todos fuimos estúpidos a esa edad-

    Si bien yo estaba observando la acción, esa respuesta tan sarcástica me llamó la atención y sentí que el viejo no era ningún tonto, así que miré al padre del niño esperando su reacción.

    El hombre miró una y otra vez al viejo no sabiendo si decir algo o como contestarle, al no encontrar una respuesta siguió caminando, arrojando el balón hacia adelante, para que los niños corrieran tras él, pero este sujeto, se dio vuelta un par de veces para mirar al viejo, se lo notaba pensativo, me causó gracia, mientras el anciano seguía mirando la inmensidad del mar, como si nada hubiera pasado.

    El hombre se quedó con bronca, en realidad sutilmente le habían dicho estúpido a su hijo.

    Pasé frente al viejo y lo saludé con un - buen día-

    Me miró, tenía el rostro ceñido, bien vestido, con un jogging moderno, un tanto robusto, una boina negra y solo se veía algo de pelo en los costados de su cabeza, se lo notaba cansado y su tez era algo amarillenta.

    Levantó su mano como para responder mi saludo y siguió mirando el mar, como perdido en ese espacio. Sigo unos veinte metros más, vuelvo sobre mis pasos y me doy cuenta que me estaba observando, cuando estoy frente a él, sin sacarme la vista de encima me pregunta.

    - ¿Cómo estas hoy?,

    Con su pregunta me pareció entender que me había reconocido, cosa que me avergonzó un poco.

    -Bien- le respondí, vengo a disfrutar esto y disimulando le señalo el mar. Se queda mirando para el lugar que le marco y me responde……

    -El mar tiene escenarios extremadamente bellos y dependiendo del día, mucho, mucho misterio. Lo he visto llevarse muchas cosas y devolver a la playa otras increíbles, hay que disfrutarlo, no contradecirlo y menos aún, desafiarlo, él lo puede todo y a nosotros solo nos queda observarlo y respetarlo.

    Dijo esas palabras con una voz semi ronca, pero un tanto dulce y siempre mirando la inmensidad del océano, le asentí con la cabeza dándole la razón y mirando a la pareja con los dos niños que se estaba alejando, le pregunto.

    - ¿Usted cree que el señor entendió? -

    El viejo miró, vio que se estaban retirando y alzó sus hombros en señal de que no le importaba, entonces le pregunto.

    - ¿A usted también le gusta observar esto? – y le vuelvo a señalar el mar.

    - Si! (me responde), -Vengo a menudo a descansar mis viejos huesos, fumar un cigarrillo a escondidas y pasar unos momentos a solas, con el mar, la brisa, la arena y los recuerdos.

    Mi meta, es esperar que llegue la muerte y no buscarla-.

    Gira la cabeza hacia mí, un tanto encorvada y se queda mirándome un instante.

    Me llamó la atención la forma pausada de hablar, esa mirada tierna, ojos de color indefinido y casi siempre buscando la inmensidad del horizonte, pero era evidente que me reconoció, vuelve su mirada hacia el mar y sigue hablando.

    -Me pasaron los años por encima, tantas cosas vividas que a veces pienso que fue más de una vida.

    - No te pasa a veces? -

    Me pregunta y sin esperar mi respuesta prosigue.

    -Si bien mi cuerpo ya no me ayuda tanto, parece que mi mente sigue muy lúcida, cosa que a veces, me hace mal, me gustaría sólo vivir el presente y olvidar el pasado, ¿total?, para qué sirve el pasado si uno no puede volver y arreglar las cosas. -

    Me quedé un instante mirando a ese viejo sin entender mucho lo que decía, pero me pareció interesante y como siempre, no tenía nada que hacer, le respondí como para decir algo.

    -Los recuerdos tristes habría que tratar de olvidarlos, pero a veces se hace imposible, ¿no le parece? -, vuelve a mirarme, esta vez con más intensidad y me responde.

    - No son sólo los recuerdos malos, todo pasa por que son muchas cosas vividas, algunas buenas y otras malas, cuando tengas mi edad, quizás te des cuenta.

    Me hablaba con tristeza por eso decidí escucharlo, además era la única persona que había visto mi salida del mar, penosa y estúpida, pensé que quizás me serviría para desahogarme un poco.

    Me senté en la arena frente a él y me quedé mirándolo como para escucharlo, entendió el viejo mi postura y siempre mirando la inmensidad del mar, me expresó.

    - ¿Sabes por qué vengo a este lugar? a contarle mi vida al viento para que las transporte donde quiera y no se mueran conmigo.

    Me mira y se queda en silencio, entonces, le respondo.

    - ¡Haga de cuenta que soy el viento! -

    No sé por qué me salieron esas palabras y desde ese momento, sin darme cuenta fui atrapado en el juego del viejo, que me mira y me responde.

    -Transformarte en viento es una responsabilidad muy grande, tendrás que escuchar hasta el final.

    -Seré el viento hasta que usted lo disponga-, le contesté, solo para dejarlo tranquilo, sin tener la más mínima idea a lo que se refería.

    Se sacó la boina, se veía aterciopelada, paso su mano por dentro como ahuecándola, la acomodo nuevamente en su cabeza y comenzó un monologo fluido, constante, como si me conociera de toda la vida, muy raro, pensé, pero no tenía otra cosa que hacer, así que le presté atención.

    -Mi mente se enfoca en mi casa de la infancia, tenía una vereda ancha y de la vereda

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