Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Mantor: Paginas Sagradas
Mantor: Paginas Sagradas
Mantor: Paginas Sagradas
Libro electrónico356 páginas5 horas

Mantor: Paginas Sagradas

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

"Las balanzas que sostienen al universo están desquebrajándose. Un mal ancestral permanecía oculto y está a punto de resurgir con más fuerza que nunca. Hay profecías antiguas que anuncian una era de oscuridad que se extenderá y durará por siempre. La única posible salvación radica en un libro escrito al principio de la creación que contiene todos los secretos del cosmos y se cree que es sólo un mito.

Antonio, un joven humano de 20 años, proveniente del planeta Nueva Gaia emprende un viaje dimensional a un extraño mundo de tinieblas y muerte tratando de impedir que un desastre de tal magnitud suceda. Ahí conocerá a Hezabell, una princesa atormentada por su pasado y dueña de un terrible secreto. Ambos comenzarán una odisea llena de locura, horror y desolación para tratar de impedir que Mantor, el enemigo que reina y controla todo desde las sombras, desate el caos y la aniquilación total de todo lo existente."



IdiomaEspañol
EditorialGRP
Fecha de lanzamiento1 ene 2017
Mantor: Paginas Sagradas

Relacionado con Mantor

Libros electrónicos relacionados

Ficción de acción y aventura para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Mantor

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Mantor - Alberto Vizcarra

    © Alberto Vizcarra

    © Grupo Rodrigo Porrúa, S.A. de C.V.

    Lago Mayor No. 67, Col. Anáhuac

    C.P. 11450, Del. Miguel Hidalgo

    México, Distrito Federal

    (55) 6638 6857

    5293 0170

    direccion@rodrigoporrua.com

    1a. Edición, enero 2017

    ISBN: 978-607-8466- 45-0

    Impreso en México - Printed in Mexico

    Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio

    sin autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales

    Características tipográficas y de edición

    Todos los derechos conforme a la ley

    Responsable de la edición: Rodrigo Porrúa del Villar

    Corrección ortotipográfica y de estilo: Graciela de la Luz Frisbie y Rodríguez /

    Rodolfo Perea Monroy

    Diseño de portada: Francisco Guerrero Torres (Fragueto)

    Diseño editorial: Grupo Rodrigo Porrúa

    Querido lector:

    En este momento tienes en tus manos el sueño de un niño de quince años. Desde que tengo memoria siempre me he sentido atraído por la fantasía, la ciencia ficción y el horror pero cuando era adolescente tuve una visión que más de veinte años después se ha transformado en el libro que ahora sostienes: Vi un muchacho desgarbado y alto en la cima de una montaña mirando hacia el horizonte y a lo lejos se divisaba una enorme fortaleza negra parecida a una catedral. La imagen me intrigó y me fascinó. ¿Quién era ese muchacho? Y… ¿Qué hacía ahí? Después vino a mi mente la palabra: Mantor y empecé a escribir con gran ahínco este primer volumen que hoy me siento muy contento de compartir contigo. En honor a la verdad no era muy bueno escribiendo, sabía que para poder plasmar la historia que quería contar tenía que leer muchos, muchísimos libros y aprender el oficio de crear arte por medio de palabras. Los años pasaron y con ellos pasaron todo lo que un hombre joven tiene que experimentar pero Mantor siempre se mantuvo en mi mente y había sabido esperar en los lugares más recónditos de mi inconsciente para hoy mostrarse ante ti. Después de una cirugía en el 2012 que cambió mi vida, decidí que era momento de escribir la historia que a través de los años había imaginado incontables veces. Junté todos los borradores que tenía en cuadernos escritos con pluma y lápiz y comencé un largo pero fascinante proceso. Decir que fue fácil sería una mentira. He pasado miles de horas escribiendo, leyendo e investigando sobre diferentes culturas, religiones, psicología, espiritualidad y muchas cosas más, pero ha valido la pena y estoy muy satisfecho con el universo que he creado. Espero que disfrutes este libro tanto como yo disfruté escribirlo. Quiero aclarar que este es solo el primer volumen de una historia mucho más larga y compleja que poco a poco y juntos, iremos descubriendo. La segunda parte ya esta terminada y en estos momentos me encuentro escribiendo la tercera. Quiero que la saga de Mantor conste de al menos siete libros, puesto que es mucho lo que aún hay que contar. Debo mencionar también que he compuesto y grabado un disco que sirve de acompañante para este libro, es decir es el soundtrack de esta novela y esta disponible en todas las plataformas digitales para su descarga.

    Agradezco a la Fuente creadora de todo lo existente, a mis padres Delia y José Luis, Elsa Vizcarra por su invaluable apoyo, al productor del disco Javier Augusto Reyes por ser el primero en creer en mi y por hacerme sonar como una orquesta de 120 miembros, a Francisco Guerrero Torres por su gran talento y crear imágenes sublimes como la portada y las ilustraciones interiores, a Julio Sánchez por el impulso, Delia Cuevas, Sahara Vizcarra, Familia Vizcarra, Familia Cuevas, Joaquín Rodríguez, Ana Cristina Pérez, Paloma García, Lilian Díaz, Allan Velázquez , Alejandro Uribe, Luis Vázquez, Daniel Echávarri, a todos mis alumnos, colegas, maestros, músicos, escritores y gente maravillosa que he conocido a lo largo del camino. A la gran familia del Grupo Editorial Rodrigo Porrúa por creer en el proyecto en especial al señor Rodrigo Porrúa, Zozer Santana, Angel Quetzal e Isabel Valadez Pérez . Si sientes que debiste ser incluido en esta lista dejo este espacio para que pongas tu nombre:

    Y finalmente te agradezco a ti querido lector que comienzas esta aventura. Nos veremos muy pronto en los infinitos senderos del universo conocido.

    Quiero dedicar este libro a todos los niños de mente, alma y corazón que habitan en esta y otras galaxias circundantes. Ustedes son la salvación y la esperanza.

    Alberto Vizcarra.

    1. La Profecía que vino de las estrellas

    Este es el final de todos los caminos, el final del tiempo, el final de todos los anhelos. Bienaventurados los no nacidos pues no serán testigos de la obscuridad que se aproxima. Aquí es donde todos los senderos se unen. ¿Podrá sobrevivir siquiera una estela de luz cuando las tinieblas lo consuman todo? ¿Quién se opondrá ante el caos inminente y la aniquilación total de todo aquello que es libre? Venid hijos míos y contemplad, pero sobre todo percibid muy bien. Esta es la profecía que vino de las estrellas.

    1

    Existen voces que susurran de forma constante en la oscuridad. No sé si esas voces provienen del exterior, de cuando el viento aúlla y pasa entre los árboles secos llevando consigo un lamento que muy pocos pueden o se atreverían a escuchar.

    Ese eco gélido que traspasa muros, océanos y valles, que lleva consigo secretos nebulosos pertenecientes a otras eras, voces que se dejan escuchar cuando una gran catástrofe ocurre o que sisean de forma tenue en cualquier lugar del alma humana donde se esconden resquicios de tristeza y pena.

    No sé si esas voces provienen de lo más profundo de mi inconsciente, pues desde que nací no tardé mucho en darme cuenta de que este es un mundo frío y cruel donde el más fuerte sobrevive a costa de los débiles y la justicia sólo es una idea romántica de un vago espejismo que nunca fue y nunca ha sido. A veces esas voces gritan y me amenazan de forma persistente, voces recónditas que murmuran en un lenguaje incomprensible para mis adentros pero que sin embargo me inspiran un horror demasiado profundo como para poder describirlo con palabras. A pesar de todo, la materia con la que estoy hecho se estremece hasta lo más profundo con tan sólo percibirlas dentro y fuera de mí. Todo está cambiando: desde las aguas cristalinas que se tornan turbias, hasta los rostros de inocentes niños que por momentos dejan entrever una malicia inagotable.

    Los ecos que perduran en las cordilleras se dejan escuchar cada vez más briosos y por momentos me hacen dudar de mi cordura. Me hacen dudar de lo que separa a la realidad de lo que llamamos El mundo de los sueños. Porque los sueños a veces también son pesadillas y aquellos que se viven de forma tan intensa casi siempre terminan por hacerse realidad. Desde hace tiempo siento que el mundo está cambiando. Todo se mueve de una forma más rápida, a una velocidad casi frenética. Los sabores y los olores han perdido su consistencia. Los colores se han tornado más opacos. La realidad ha adquirido un tono grisáceo. El espacio y el tiempo ahora son uno solo. Esa simbiosis se ha tornado en algo perverso, incluso mi propia respiración se ha mimetizado con esta nueva percepción. Tomar bocanadas de aire no resulta tan placentero como alguna vez lo fue. Cuando el sol despunta por el horizonte cada mañana, me invaden sentimientos cargados de desolación y tragedia, demasiado profundos como para poder contárselos a alguien, pues en estos momentos no confiaría ni en mi propia sombra. Algo siniestro está despertando de un largo letargo y ha ido adquiriendo cada vez más fuerza. Algo se mueve en las sombras y es en extremo poderoso pero demasiado elusivo para mostrar su verdadero rostro… su verdadera naturaleza. Supongo que esos pensamientos trágicos siempre han estado ahí pero es en días pasados cuando he sentido con más ímpetu su presencia. Todo comenzó cuando era apenas sólo un niño.

    Los recuerdos son ahora difusos, pero sé que tienen que ver con un secreto y la imagen de un libro con tapa dorada guardado en una vitrina al fondo del templo donde viví mis primeros años. Me transporto a esos tiempos y parecen haber ocurrido como si fueran ayer. Fue una desafortunada noche de verano. Me encontraba con mi madre jugando en el jardín. Las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer cual pizcas diminutas de rocío estival pero no tardaron mucho en engrosarse y formar una tormenta. El cielo se veía de pronto iluminado por relámpagos que surcaban el firmamento anunciando el caos y la destrucción que vendrían. Vi unas naves interestelares sobrevolando el firmamento que aterrizaron cerca de donde nos encontrábamos. El sonido de sus turbinas resultaba ensordecedor y caótico. Su presencia estaba siendo camuflada por la tormenta.

    Mi madre me llevó en brazos a nuestra habitación. Comencé a llorar pero me hizo señas de que me callara. No lo sabría precisar, pero recordándolo ahora había algo en sus ojos que no me gustaba en lo absoluto; una mezcla de pánico e incertidumbre. A veces todavía la veo en sueños con esa misma mirada de angustia. La lluvia golpeteaba sin clemencia sobre el techo de la habitación donde ella y yo nos escondíamos, sentados en el suelo orando y meditando. Ella aún me tenía en sus brazos y se encontraba rezando con todas sus fuerzas. Incluso ahora puedo sentir sus lágrimas saladas escurriéndose sobre mi rostro. Puedo sentir las palabras cargadas de angustia atragantadas en su boca y que se quedaron sin pronunciar, el miedo a perderme, el miedo a perderse a sí misma y navegar por mares infinitos de locura y desolación. ¿Sabría ella lo que estaba a punto de ocurrir? Pienso que sí, que de antemano había cosas que eran muy complejas para que yo las entendiera en ese momento, pero que ella sabía y sólo trataba de protegerme, escapar de ahí y salvar nuestras vidas.

    De pronto unos pasos comenzaron a escucharse a lo largo y ancho del templo.

    Un ardor sofocante empezó a irradiar por todos lados. Una estela de humo comenzó a colarse por nuestra puerta. Todavía siento el vaho metiéndose en mis ojos y en mis fosas nasales, a mi madre tosiendo y tratando de tranquilizarme. No recuerdo qué pasó después ni cómo fue que logramos escapar de ese lugar. Sólo recuerdo a mi madre corriendo entre las profundidades del bosque conmigo en los brazos. Su rostro estaba lleno de ceniza, sangre seca y lágrimas. Pero incluso ahora sé que fuimos afortunados de vivir otro día para contarlo. Nunca supe quién había incendiado el templo ni por qué razón lo había hecho. Tampoco volví a saber nada de aquel misterioso libro pero sé que su presencia durante el tiempo que vivimos ahí me resultaba enigmática y atrayente. Había una fuerza que me jalaba de forma permanente hacía él, instándome a que lo abriera y leyera su contenido. Pero eso nunca sucedió.

    Durante años borré esos recuerdos de mi mente, pero en días pasados he empezado a rememorar. Estoy seguro de que aquellos misteriosos seres que incendiaron nuestro hogar estaban buscando aquel libro. Eso lo sé porque mi madre me lo confesó en su lecho de muerte. Si lo encontraron o no es algo que ignoro pero sus palabras aún están tatuadas en mí: —Mi pequeño Antonio, ¡mi chiquitín especial! Algún día marcarás una diferencia en este universo. Ya lo verás. Tu destino está atado a ese libro y yo, atada a tu destino, así que no temas, que yo estaré siempre contigo.

    Ella falleció no mucho tiempo después con una sonrisa en sus labios, sujetando mi mano y por supuesto mi vida nunca volvió a ser la misma. Pasé los siguientes años en muchos orfanatos. Cuando fui lo bastante grande me escapé y recorrí Nueva Gaia. Interminables kilómetros de carreteras, bosques, montañas y cordilleras. Siempre ocultándome, corriendo de forma apresurada y nunca echando raíces en ningún lugar ni estableciendo lazos duraderos con nada ni con nadie… huyendo, pero siempre ignorando de quién o de qué. Hubo capítulos más oscuros de los cuales no quisiera escribir en estos momentos, pero tienen que ver con lugares donde el personal y los internos visten siempre de color blanco y los muros son acolchados. Pocos recuerdos son los que tengo de esa época, quizás porque he decido olvidar, pero no dudo que algún día esas memorias regresarán a mí como si fueran empujados por la marea. Pero de momento todo lo que aconteció en esa época preferiría que permaneciera en el olvido; cerrado bajo llave en el lugar más oscuro y profundo de mi inconsciente.

    No sé si algún día alguien leerá estas palabras que ahora escribo. Quizás sólo sean para mí, para encontrar un poco de calma, pero si alguna vez alguien ajeno a mi persona leyera estas páginas, espero le sirvan como advertencia.

    Les diré que en años recientes nuestra civilización ha sufrido sequías, desastres naturales, escasez de comida que han dejado a miles de personas en la desolación y la miseria. Los fundadores de este planeta y de nuestra civilización escaparon del holocausto nuclear que acabó por destruir el lugar donde habitaron nuestros antepasados. Un planeta llamado: Tierra. El ego y el ansia de poder de sus gobernantes desataron una guerra donde la mayoría de la población se extinguió. Sólo unos cuantos sobrevivieron a tal debacle. Aquellos que eran más aptos para la supervivencia, debido a su capacidad de conectarse con el cosmos y con la única y auténtica realidad, según dicen los primeros escritos concernientes a la historia de nuestro planeta, fueron salvados por una civilización mucho más avanzada proveniente de la constelación de Orión que durante años los había estado observando de forma silenciosa. Fueron depositados aquí en este planeta donde se le dio a la humanidad una segunda y última oportunidad de demostrar su valía. Durante muchos años todo fue paz y armonía entre los habitantes de nuestro nuevo hogar. Lazos de hermandad se volvieron a formar entre los hombres y un sentimiento de amor profundo reinaba de nuevo en sus corazones.

    Los momentos de desgracia y tragedia siempre han ayudado a nuestra especie a unirse y a valorarse. Es una pena que tenga que ser así, es una pena que la forma más efectiva que tengamos para aprender sea a través del dolor, a través de la desgracia. Sin embargo siempre ha sido así. La paz reinaba de nuevo, pero conforme pasaban los ciclos cronológicos, todo empezó a parecerse a nuestro antiguo planeta ahora extinto. Poco a poco volvimos a nuestras antiguas prácticas de soberbia y egoísmo, una fútil muestra de estrechez de conciencia y corazón. Ahora las personas se comunican entre sí a través de computadoras creando realidades virtuales y ya no existe una verdadera comunión entre ellos. Además que una nueva tecnología, se desarrolló y se instaló con gran éxito un aparato llamado Megavisión, descendiente directo de algo llamado Televisión, una caja que les mostraba imágenes a nuestros antepasados contándoles historias maravillosas, pero este aparato fue usado de forma posterior como un mecanismo de control para mantener a la población aletargada y alejándola de su verdadera esencia y su verdadero potencial. Alejándola de la única verdad: ¡somos infinitos! Y nacimos para ser libres. Nuestro potencial es ilimitado. La mayoría del tiempo yo mismo me olvido de esta gran verdad y hago todo lo que está en mis manos para sabotearme. La Megavisión se parece mucho, según he investigado, a la antigua televisión, sólo que esta creación reciente muestra unas imágenes más reales, grandes e intensas que su predecesor. Los colores son más brillantes y las historias se han vuelto cada vez más seductoras. Los que la ven de forma asidua me han dicho que cuando la observas después de determinado tiempo parece como si te encontraras ahí mismo, en una realidad virtual, lejos de toda preocupación o conflicto. La verdad es que nunca he poseído un aparato de estos ni es de mi interés. Aquellas formas y colores no comulgan con mi forma de pensar, además de que el tiempo y los recursos son cada vez más escasos. La crisis ha empeorado tanto que mis preocupaciones se han vuelto mucho más básicas, como ganarme el sustento día a día. Existen sombras… eso lo sé muy bien y habitan en todas partes, pero a las que más temo son las que viven dentro de mi mente, pues me susurran cosas indecibles y escribo estas líneas para tratar de encontrar la paz que tanto necesito. Sé que una tormenta se aproxima y lo que presencié hoy en la plaza mayor de Nuevo Edén es la prueba más irrefutable de ello.

    Me encontraba en lo alto de una torre ajustando unos motores de maquinaria pesada cuando me di cuenta de un terrible espectáculo. Con un visor que en ese momento llevaba puesto pude acercar la visión focal, observé de cerca lo que estaba sucediendo en ese momento en los cielos. Vi una nave que se encontraba bajo un ataque quedar casi reducida a añicos. Estaba envuelta en llamas y caía a una gran velocidad hacía el centro de Nuevo Edén, mientras diversas naves obscuras pertenecientes al Ministerio de Asuntos Interestelares disparaban sin ningún atisbo de piedad sobre la maltrecha embarcación. Luces multicolores y extensas ráfagas de humo en lo alto hacían difícil ver con detalle lo que ocurría, pero era evidente que la nave que estaba bajo ataque tenía nulas posibilidades de sobrevivir. Una esfera expansiva de color anaranjado iluminó el cielo. Se escuchó un gran estallido, un sonido torvo y seco que lastimó mis oídos. Parecía que los que nos encontrábamos en la ciudad estábamos siendo testigos de un gran espectáculo de fuegos artificiales. Después de esto, alcancé a escuchar los gritos de pánico de la población que miraba horrorizada hacia el firmamento.

    Nunca en nuestra historia habíamos presenciado algo parecido. ¿Será este el principio de una guerra? ¿Una nueva era de oscuridad que lo consuma todo? Espero que no, pero algo dentro de mí no deja de decirme que estoy en lo cierto, que el momento ha llegado y que debo estar preparado. El Ángel está a punto de hacer sonar su trompeta, me dicta una voz interior que rara vez se equivoca. El final de los tiempos se acerca a una velocidad trepidante. Ruego a la fuente creadora de vida y de luz que me dé las fuerzas y la entereza necesarias para soportar el futuro que se vislumbra incierto y plagado de pesadillas, pues mis sueños me han revelado horrores inimaginables que se encuentran muy próximos. Sólo esperan... esperan en la oscuridad el momento preciso para mostrar su rostro y arrastrarme con ellos a su mundo de eternas tinieblas.

    Antonio Vangel

    Nueva Gaia 1381. En la era de la Confederación Espacial.

    II

    Antonio escribió esas palabras en su diario en medio de la madrugada, justo cuando el mundo de la realidad y el mundo de los sueños parecían fundirse. Poco después volvió a su cama, hipnotizado y somnoliento, olvidando por completo lo que había escrito. Lo cierto es que rara vez escribía en su diario salvo por algunos poemas, pero esa noche, en un estado hipnótico, tuvo la urgencia de plasmar con palabras ciertas visiones que invadieron su mente. Era una noche fría en el Distrito 19 de Nueva Gaia, ubicado en las afueras de la ciudad más importante del planeta: Nuevo Edén. El Distrito 19 se caracterizaba por su extrema pobreza y por la miseria en que vivían sus habitantes. No siempre había sido así, pero todo eso había cambiado en tiempos recientes. La miseria ama la compañía y adora que el peso del mundo descanse en sus hombros, rezaba un milenario dicho y en este caso el dicho estaba en lo cierto. Los tiempos se habían vuelto difíciles y aciagos. El muchacho había tenido un día agotador, pero aun así no podía dormir, no del todo. Se debatía bajo las cobijas en la intersección donde se cruzan el mundo real y el mundo onírico mientras sensaciones cargadas de angustia crecían en su inconsciente anunciando el porvenir. Trabajaba como obrero en una torre de vigilancia cercana al río Humkta que serpenteaba por el centro de la capital del planeta, Nuevo Edén. Aquel día se había levantado muy temprano como cualquier día normal para ir a trabajar. Se asomó por la ventana, el sol aún no salía pero un halo de luz rojiza se abría en el horizonte. Cuando vio su despertador, notó que se le había hecho tarde. Apenas tuvo tiempo para vestirse y salir corriendo por las calles aún oscuras y dormidas de su Distrito. Esta vez no se fijó en los vagabundos que calentaban sus manos en una lastimera fogata o en los perros callejeros emitiendo ladridos denotando rabia y desesperación, ni siquiera en el suelo asfáltico ahora derruido, lleno de agujeros y baches. Lo único que notó fue ese molesto ruido de las excavadoras que taladraban y perforaban día y noche. Se aproximó a su vehículo, un artefacto parecido a una motocicleta que funcionaba a base de energía solar (en Nueva Gaia estaba prohibido el uso de hidrocarburos por lo contaminantes que resultaban).

    Encendió la radio y sintonizó la estación de música clásica. Shine On Your Crazy Diamond de Pink Floyd estaba sonando, siempre había sido de sus favoritas.

    Atravesó el distrito de la forma más rápida que pudo, considerando el mal estado en el que se encontraban las calles, que en ese momento estaban desiertas.

    Cuando salió de su zona distrital, tomó la Avenida Acacia que lo sacaría de forma directa a la torre donde se encontraba su actual lugar de trabajo. El tráfico era escaso.

    Atravesó largas avenidas llenas de edificios altos cubiertos con ventanales, casas de mármol y monumentos que recordaban la historia del planeta o de sus fundadores. Pudo divisar las largas hileras de árboles que se encontraban a ambos lados del camino, sus anchos troncos y ramas recortadas. La cultura Neo Gaiense se basaba en el amor a la naturaleza. Los primeros pobladores construyeron sus ciudades sin derrumbar o estropear nada de los recursos naturales con los que se contaban. Pocas cosas eran más preciadas para un Neo Gaiense que un árbol, el agua cristalina de sus ríos y mares, su flora y su fauna; pero sobre todo, lo más valioso para ellos siempre había sido su gente, al menos antes de que la crisis empezara. Existía un respeto intrínseco hacia la naturaleza en toda la población del planeta, resultado quizás del horrible destino que tuvieron sus antepasados, aunque de forma reciente su amor por su hábitat natural se había empezado a perder sobre todo en la ciudad de Nuevo Edén, justo donde él vivía. El trabajo escaseaba en el resto de las zonas pobladas del planeta.

    Casi toda la producción se concentraba en la capital, así que Antonio no había tenido otra opción que residir ahí. A veces pensaba que cuando fuera más grande tendría los suficientes ahorros para marcharse de ahí y vivir de forma tranquila junto al mar. Pero primero tenía que asegurar su futuro, tocar el arpa no era una profesión muy lucrativa. Llegó a la construcción donde trabajaba justo a tiempo para checar tarjeta. Su jefe, el señor Donovan ya lo estaba esperando.

    —¡Vaya! Por fin llegó la estrella que Nueva Gaia estaba esperando —dijo el señor Donovan haciendo una reverencia burlona—. Qué raro que llegues más o menos a tiempo. Veo que tu trasero no se quedó pegado a tu cama como otros días.

    —Así es, señor Donovan —contestó Antonio—, casi no había tráfico. Le prometí que no le volvería a fallar.

    —Pues así lo espero muchacho. A veces siento que no te das cuenta de lo afortunado que eres. Tienes un trabajo estable que muchos quisieran, siempre tienes comida en tu mesa y estás al servicio de una de las empresas más importantes en el ramo de la construcción que no hace sino crecer y más ahora con la llegada de nuestros nuevos visitantes. Hay rumores que dicen que nos van a dar un jugoso contrato para edificar torres como esta a lo largo y ancho de todo el planeta. ¡Imagínate! Todas las ganancias que representan para nuestra organización. Sé puntual, haz todo lo que yo te diga y si pones todo tu empeño, no dudo que en un par de años puedas llegar hasta donde yo he llegado: ¡Supervisor! ¿No sería grandioso? Tienes potencial muchacho, no lo niego. Pero me duele como te empeñas en desperdiciarlo tocando esa maldita arpa y pintando esos cuadros que ni tu difunta madre colgaría en sus paredes. Ahora ve a trabajar muchacho y produce, produce, ¡produce! Ya sabes lo que dicen: El tiempo es dinero y el dinero trae la felicidad. Justo ahora acabo de dar el enganche para comprar la más grande pantalla de Megavisión jamás fabricada hasta ahora. ¿No es eso fantástico?

    —Sí, señor Donovan. Se hará como usted diga y le agradecería no volviera a mencionar a mi madre ni en broma.

    —¡Vaya! Pero que muchacho tan susceptible. Olvidaba que ustedes los artistas son gente muy sensible y que les gusta usar ropa interior de color rosa. ¡Jaja! No olvides que yo conocí a tu madre hace mucho tiempo cuando éramos jóvenes y si aún viviera estoy seguro de que se sentiría decepcionada al ver en lo que te has convertido. No me lo tomes a mal. Eres un buen chico pero soñar nunca le ha servido a nadie de nada, es una verdadera pérdida de tiempo. Si te exijo tanto es porque me siento responsable por ti.

    —Lo sé señor Donovan. Ahora si ya ha terminado, tengo mucho por hacer.

    —Muy bien. ¡Excelente! Esa es la actitud. Te encomiendo que subas cuanto antes con el resto de tus compañeros a la parte más alta de la torre para comenzar a instalar el sistema eléctrico y reparar algunas fallas que se están presentando en ese nivel.

    —Se hará como usted ordene. Idiota

    —¿Qué dijiste?

    —Que su sabiduría es para mí, ¡ignota! O sea desconocida, oculta. No es una palabra muy común pero me gusta utilizarla de vez en cuando. No todo en la vida es Megavisión, señor Donovan, existen estos cuadrados de papel llamados libros que contienen palabras, debería probarlos de vez en cuando, aunque esa cabecita suya está llena de consejos muy útiles, ¡lo felicito!

    —No te quieras pasar de listo, muchacho; sé detectar tu sarcasmo a un kilómetro de distancia, es más, hiedes a él. Te lo paso por-que de cierta forma te quiero como a un hijo. Ya puedes marcharte Antonio y recuerda: pon de tu parte y en unos años más: ¡supervisor!

    —El futuro se

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1