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Instantes
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Libro electrónico295 páginas2 horas

Instantes

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Este libro es un collage de instantes que nos arrastran, nos elevan, nos hacen viajar por las emociones humanas, por sus tempestades, luces y sombras, por la búsqueda del ser, de las consciencias, de lo transcendente, de lo sutil…

Instantes es un paseo por lo profundo y lo sensible de todo lo que acontece en la vida de una mujer, que se arrastra por sus cavidades, rozando lo más profundo del corazón, y observa sus cuevas, sus sótanos, sus pasiones, sus raíces y sentires.
La autora observa sus rincones más íntimos, profundizando en el análisis de las consciencias humanas, siendo así un reflejo de la realidad más auténtica y esencial.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 ago 2022
ISBN9788411440936
Instantes

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    Instantes - Aroa de Francisco

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    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Aroa de Francisco Esteban

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    Fotografías: Aroa de Francisco Esteban

    Cuadro de portada: Carola Alcalde

    ISBN: 978-84-1144-093-6

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    A mi padre, Braulio de Francisco.

    Porque él me enseñó a amar las letras.

    Porque hizo de mí una persona con valores honestos.

    Por sus cuidados más allá de lo físico.

    Por su aliento constante, y su siempre hacia adelante.

    Por mostrarme cada día, qué es ser humano.

    Porque es mi cómplice, mi compañero, mi referente y mi amigo.

    .

    AGRADECIMIENTOS

    Quisiera dar las gracias a la vida y todo lo que la conforma.

    «Ella, en su fugacidad, se encuentra sin preámbulos. Necesita de ese pequeño instante volátil para saber qué está viviendo. Necesita de esos caminos inexplorados, de lo nuevo, para sentir aquello que la falta».

    «Ella se queda perpleja ante la vida. Observa su casa desde dentro y desde fuera, lo hace sacando el jugo de aquello que ve, su misterio, su momento más vívido».

    «Ella enmarca sus imágenes como cuadros colgados en la pared de sus emociones; así, viaja dentro de sí misma, explorando y analizando cada imagen».

    .

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    INSTANTE 1

    La lluvia hacía que su cuerpo se extendiese fuera de sí mismo. Hacia los lados. Hacia arriba. Como una energía húmeda de un calor humano.

    La lluvia parecía castigarle, pues caía tan fuerte y abundante que parecía romperla en pequeños trocitos. No mojaba el cuerpo, sino que se abría al chocar contra él susurrando a alguna de sus heridas.

    Un charco, de color carretera, del color gris del asfalto, sostiene su cuerpo.

    Todos la miraban. Y lo hacían con gestos de rechazo y repulsión. Todas las miradas llegaban hasta ella, hasta su centro.

    Pero el cuerpo estaba absorto, hundido en otro plano, en otro lugar donde nadie existe, donde no hay nada excepto la lluvia y la sensación al rozarte.

    Sus pies, desnudos, estaban fríos por la lluvia. No cesaba. Caía fuerte sobre los tejados, ya cansados, de tanto golpe.

    Blanco y morado eran los colores de su piel. Y rojo, el de las heridas propiciadas por algún golpe, que, quizás, ella misma podría haberse infligido.

    Y en esa paz encontrada en la calle de alguna ciudad, rodeado entre sus edificios, coches y voces agresivas, el cuerpo yacía como una flor hermosa y blanca que alguien posó, delicadamente, en mitad de aquel asfalto.

    —¿Lo oyes? —dijo una voz encontrada en su cabeza—. Es la lluvia.

    Se levantó como pudo. Sus piernas entumecidas no hacían caso de su mente. No podía articular palabra. Su mano toca los gemelos de algún hombre que le ayuda a subir lentamente. Solo una mano se apoyaba en el capó de un coche, la otra toca su rodilla con gesto de dolor. El mareo, la flojedad de sus piernas y esa luz que la cegaba no la dejaron moverse tras unos largos minutos, bajo la fría ducha que el cielo le propiciaba.

    Su camisón de tirantes blanco hasta las rodillas dejaba ver las piernas desnudas de aquella mujer ensangrentada. Su pelo, pegado a la cara en trozos separados por la humedad, parecía querer tapar la cara, bruscamente. De su nariz caía una cascada de agua roja que terminaba en su pie abultado por los golpes, finos pies, que ya no sentían dolor al arrastrarlos por el suelo. Era un suspiro en avanzada muerte. Apenas se la oía ni veía.

    —No llegarás, vamos, vamos, ¡vamos!

    Corría desesperada por las calles. Cruzaba sin mirar a ningún lado. Los gritos. Las miradas de los otros. Los pitidos antes de atropellarla. Nada la hacía salir de aquella meta en su mirada, de aquel camino en sus sentidos. Las zapatillas estaban encharcadas, le pesaban, estaba agotada. No podía más. Apoyándose donde podía, en los hombros de la gente que estaba a su paso, en las paredes de los edificios, con los que su espalda se desgastaba al dejarse caer por ella. Pero sus ojos miraban a un solo punto: adelante.

    Se tocaba la cabeza buscando a golpes una salida. Estaba perdida. ¿Dónde estaba?, ¿dónde?, ¡¿dónde?!.

    Miraba a su alrededor. La locura se había adueñado de toda su energía, de su cuerpo, de su mente, de toda ella. Mantenía la mirada perdida, perdida en el aire y el viento, volaba con él, allá donde él fuese. La desesperación la invitó a caer…

    —Déjalo. Ya es tarde.

    Y cayó.

    La lluvia era más suave y sutil, acariciando sus heridas como si quisiese curarlas, como si quisiese envolverla en una burbuja que empieza a elevarse por encima de toda aquella ciudad…

    —Hola —le dijo la voz encontrada en su cabeza.

    —Ho, hola —le contestó ella—. ¿Quién eres?, apenas puedo verte.

    Sentía sus pies mojados. Su pelo empapado cayendo a lo largo de sus hombros.

    —¿Lo oyes?, es la lluvia.

    Sus ojos se abrieron de golpe.

    —Hacía años que no llovía así.

    Miró hacia la voz que le hablaba. No había nadie. Solo ella.

    Una imagen: ella, metida en una bañera. Mirándose en un espejo, que ella misma colocó frente a ella. De sus muñecas no dejan de caer gotas de sangre.

    Otra imagen: la lluvia en el espejo.

    .

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    INSTANTE 2

    Hay una cierta ligereza en mi ser, cuando veo y respiro estos colores. Me lleva a la cueva de donde provengo, me lleva a la antigua y vivaz puesta de escena de aquellos que estuvieron antes que yo.

    Resuena el tambor en otros, creando una sola música ancestral. Y ese momento de una lluvia entre nieblas, entre nubes rozando mi cuerpo, como caricias, mojándome, levemente, sin molestarme, diciéndome: «Estás aquí ahora. Vengo a que te reconozcas en esencia. Puedes tocarme, pero no estoy aquí. Puedes sentirme, pero no te toco. Puedes quedarte este momento, dentro de ti. Guárdalo donde puedas volver a él, pues no se repetirá, no de la misma forma».

    El cielo abrazaba los árboles y subía y subía sin mirar atrás. Todo desaparece. Todo es efímero. Ya solo quedan los verdes y azules reluciendo ante el sol de aquella mañana. Y yo, que quedo vibrando con ese tambor, con mi piel erizada tras esa experiencia. Y una ligereza en el vivir, que aún me acompaña.

    INSTANTE 3

    El muelle se movía.

    Y ella… estaba dentro del muelle.

    En los pliegues, hipócrita fidelidad escondida en la pared.

    En los botes, el daño sutil de los días.

    Ella no era dueña de sus propios movimientos.

    Rebotaba, de un extremo al otro, guiada por el tocador, por el juego que este quisiera darle. Por el movimiento que este quisiera ofrecerle.

    Rebotaba su emoción, contra la pared, incapaz de absorberla o sentirla, debido a la frialdad de su hierro.

    Y se dijo:

    «¿Cuándo empezó?

    ¿Cuál fue el motivo?

    ¿Cómo explicar que estoy vacía, sin mí?

    ¿Cómo asumir que he regalado todo lo que tengo y todo lo que soy a este trozo de hierro frío e inhumano?

    ¿Cómo?

    ¿Cómo explicar que hay instantes llenos de una mentira; piadosa, pequeña, grande, media?».

    Instantes, medios instantes, miradas, medias miradas, sensaciones, mínimas y pequeñas cosas. Y lo sutil que hace, junto con todo lo dicho, que por dentro algo muera… lento. Poco a poco. Sutilmente.

    En los detalles, en los instantes, vivía ella.

    Tapaba sus ojos ante lo que sus sentidos ya habían visto.

    Él, a veces, le mostraba todo su amor.

    A veces, la amaba tan ardientemente que no entraba en sí misma. Que el mundo se paraba en ese instante para siempre.

    «¿Por qué no te conviertes en una almohada?

    ¿Por qué no te conviertes en una blanca y acogedora cama?

    ¿Por qué no lo haces en un cielo azul claro, sin tapujos ni secretos negros?

    No me iré…».

    Toca, con cariño, la fría pared.

    Apoya el oído, en su frialdad.

    Y…

    En los pliegues… hipócrita fidelidad escondida.

    Y en los botes…

    En los botes, el daño sutil de los días.

    .

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    INSTANTE 4

    La hierba sigue respirando. Ella no. La gota, que cubre la planta de la hoja, no va a caer hoy. Hoy no es el día.

    La verdadera simplicidad del momento la coloca incómodamente en el altar en que se encuentra.

    El único. El primero. El suyo. Es como el sentimiento al tumbarte en un prado, cubierto de hojas y sutiles brotes, rodeado de insectos que entran en ti, o como estar simplemente flotando en medio del océano. No sabes lo que hay debajo, te asusta, te acerca a la verdad, a la única que existe.

    La belleza ha caído y una mancha negra te absorbe hasta desdibujarte, convirtiéndote en la nada blanca. Se va. Pero la hierba sigue respirando y la gota de su punta termina de caer.

    .

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    INSTANTE 5

    Las motas de polvo revoloteaban por su rostro, manchado de planetas marrones debido al sol que giraba y giraba buscándola, porque quería mirarla a los ojos…, pero ella corrió las cortinas dejando un leve espacio abierto por donde el incansable sol lanzó su último rayo del día.

    —¡Ah!

    Y los puntos suspensivos se los tragó al instante.

    Sus ojos se clavaron en la casa de en frente.

    Estaba absorta entre sus ladrillos de un marrón claro y oscuro alternados, como el tablero de un juego de mesa al que ella, seguro, siempre perdía.

    —¡Ah…!

    No pasó demasiado tiempo cuando pudo observarla con quietud, pues su cuerpo había dejado de moverse.

    Ni el cristal de la ventana, ni la niebla que dibujaba con su aliento ni el oxígeno que habitaba en ese espacio, entre casa y casa, pudo arrebatar ese momento de su mente.

    —Ah…

    Y la anciana se quedó quieta para siempre.

    Su brazo colgaba por la fría barandilla de su terraza pintada de verde esperanza, o según lo mirase, de ese verde militar que le recordaba la guerra que estaba perdiendo en ese justo momento.

    —…»

    Los ojos se dilataron, lloraban.

    Se hicieron tan grandes que podían ver toda la manzana.

    Sus arrugas se estiraron al sacar todas las fuerzas que le quedaban, las últimas, en donde ya no había edad.

    En ese instante acabó la fuerza de sus últimos años.

    Su mano agarró con fuerza la barandilla, parecía partirla, quería quedarse con ella, volver a limpiarla al día siguiente, volver a apoyarse en ella cuando miraba a los paseantes en la calle, quería volver a ver a sus nietos protegidos tras ella, pero no pudo, no pudo…

    Y… su gesto antes lleno de sabor por la fresa que comía se disolvió, así, veloz, quedándose en lo incierto.

    Vacío.

    Todo se

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