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Nunca Jures Por La Luna
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Libro electrónico87 páginas1 hora

Nunca Jures Por La Luna

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Cuando el amor verdadero se impone todo es posible, incluso quedarse atrapado en el tiempo, darlo todo por la otra persona, y jurar por la luna. ¿Y tú, te atreverías a jurar?

"Después de dos años de haber roto una relación, Marco conoce a Andrea. La conexión es inmediata y el amor surge entre ellos como algo indestructible que va creciendo a medida que lo pasean por la ciudad de Córdoba, escenario a la vez que protagonista silenciosa. Marco es un romántico que cree en el amor verdadero y está convencido de haberlo encontrado al fin. Se siente feliz por ello pero los problemas con su padre no cesan. No sabe en qué momento de sus vidas se distanciaron, ni por qué lo considera un fracasado y, aunque su madre es como un bálsamo que todo lo calma, el ambiente familiar es tenso. Para colmo, se ha colado en casa un extraño amigo a quien han aceptado acoger temporalmente y, de repente, todo se desdibuja, incluso las cosas comienzan a no ser lo que parecen, y magia y realismo se confunden en sus vidas. Marco y Andrea vivirán su historia de amor de manera intensa, pero no todo está bajo su control y se verán inmersos en una tragedia que cambiará para siempre sus vidas.

Esta novela es la adaptación literaria de la película de título homónimo, y es fruto de la convicción del autor de que el cine no puede existir sin la literatura."

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento11 may 2016
ISBN9788491124788
Nunca Jures Por La Luna
Autor

Teo Martínez

Teo Martínez nació en 1991 en la ciudad de Tampico, situada en el estado mexicano de Tamaulipas, y reside en Córdoba desde el año 2005. Es escritor, guionista y director de cine. Tras concluir sus estudios cinematográficos en Nueva York, regresó a su ciudad adoptiva para realizar el largometraje de su ópera prima Nunca Jures Por La Luna (2016), versión cinematográfica de la cual nace esta novela.

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    Nunca Jures Por La Luna - Teo Martínez

    Título original: Nunca Jures Por La Luna

    Primera edición: Mayo 2016

    © 2016, Teo Martínez

    © 2016, megustaescribir

              Ctra. Nacional II, Km 599,7. 08780 Pallejà (Barcelona) España

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a Thinkstock, (http://www.thinkstock.com) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    Últimamente, siendo consciente que no hay nada que salvar, percibo una leve sensación de vacío y desolación. Muchos otros ya se habrán visto envueltos en estas circunstancias. Yo creía que esto no podía pasarme, me siento como un enfermo diagnosticado con algo terminal que rehúsa aceptarlo. No puedo manifestarme y protestar, ya es tarde. Lo único que queda al final es la aceptación. Lidiar con la conciencia y el pasado. Comenzar a adentrarse en el eterno retorno intentando salvar el momento escrito con la persona elegida, como una partitura que se compone de notas; las relaciones lo hacen a través de memorias, siendo nosotros los autores y, al igual que la música, tiene que darse al tempo justo. Y pese a que somos conscientes de su final y de su lugar en el tiempo, no nos privamos de disfrutarlas, a veces con distintos instrumentos, y otras nos quedamos tan impotentes los que ya no somos capaces de tocar, y necesitamos recurrir a una grabación para comprobar si nuestra obra compuesta pudo haber sido diferente.

    La conocí cuando nuestros caracteres aún no habían cristalizado. Éramos dos ríos que fluían paralelamente, uno más bravío que el otro. Dos niños que a través de ensueños y promesas se refugiaron creando una dualidad entre su profecía y lo que la realidad pronostica. Lejanas visiones que ya se han marchitado bajo un nuevo sol dejando cenizas de incertidumbre. Mi ser levita e intenta sujetarse al primer objeto físico para calmar el nerviosismo y las ganas de vomitar.

    Entonces mi mirada apunta hacia un charco en la calle; por el reflejo del día sé que es tarde. Alzo la vista hacia el Alcázar. Su silueta está oscurecida por el sol que juega al escondite con la tierra. Ella, a contraluz, se mueve lentamente, temerosa, y yo la sigo, siento que en cuanto oscurezca jugaré con ventaja: los animales nocturnos nos movemos con la luna. Mi cuerpo comienza a moverse, entro en el edificio. Los jardines se coronan de luz nocturna y frío, una figura desenfocada empieza a cobrar vida: pelo rubio, curvas, el olor de esa fragancia que le pone una diana en la nuca: es ella, su nombre suena como un eco que viaja en espiral a través de mis venas y resuena en mi cabeza: Aurora, la dulce Aurora, una mujer de oro blanco… He sido envenenado con su aroma. Sé de su traición, pero actúo ignorante, con la esperanza de que entre en razón: yo soy mejor. Me acerco paulatinamente por detrás mientras ella se pierde en los jardines. La llamo por su nombre y comienzo a hablar:

    —Aurora. —Su cuerpo responde con un giro—. ¿Estás segura que quieres dejarlo?

    El manifiesto de mis palabras es el primer rayo de verdad que azota nuestro universo dejándome la boca seca. Sé que cuando conteste me habré quedado solo en un mundo hostil.

    —Sí… Llevaba ya tiempo pensándolo, creo que es lo mejor.

    —¡Lo mejor! ¿Lo mejor para quién? ¿Llevabas tiempo? ¿Estás de broma? ¿Y lo que hemos pasado las últimas semanas, qué significó? No lo entiendo.

    —Ya no te amo. El veneno surte efecto, la voz se contrae. Seré breve con mis respuestas.

    —Ajá…

    —Marco…

    Escuchar mi nombre de sus labios es doloroso. Vuelvo a ser breve.

    —Lo entiendo…

    —Lo siento. Eres bueno, pero somos demasiado jóvenes y necesito vivir mi vida y tú la tuya.

    Se acerca a mí como si su cuerpo quisiera consolarme. Su pecho y sus brazos aún me recuerdan. Yo me alejo.

    —Sí…, está bien.

    Ella se queda quieta y quiere tocarme, me observa. Yo intento cambiar mis impulsos sobre ella.

    —Estarás bien, eres un hombre inteligente, será fácil superar a la boba de tu primera novia.

    Cojo su rostro, y su mirada me hiere con su ingenuidad: ¿Cómo le digo que es mi todo? ¿Cómo le hago entender que el ingenuo soy yo y no sé qué está pasando? ¿Cómo reconocer que ha puesto en duda mi inteligencia? ¿Cómo?

    —No digas eso.

    Coge mi mano, ¿por qué no podía ser también mi rostro? Un beso podría redimir todo esto, comienza a bajarla hasta que se desprende de ella. Los dos nos miramos fijamente. El sonido del agua fundido con el del viento compone el eterno retorno. No puedo avanzar, no quiero.

    —Lo sé, simplemente tú perteneces a un mundo irreal y yo no puedo seguir volando a tu lado.

    —Mensaje captado.

    —Solo prométeme una cosa: nunca cambies. Cuídate.

    Aurora me coge el hombro: un mensaje de condolencia y de despedida sintetizado. Veo su silueta marchando; en mí recae la esperanza que se vuelva y me siga intoxicando con su veneno: soy un adicto. En cambio en la arena solo quedan huellas. Siento náuseas. Me dispongo a salir de los jardines; veo las luces de las fuentes, las flores, los peces en el agua con su dorso resplandeciente, todo evoca belleza.

    Tropiezo conmigo mismo en un charco: finas facciones, pelo negro alborotado, un par de horas en el gimnasio diarias. «No estoy tan mal», me consuelo. Turbio el agua de una patada y reanudo la marcha.

    Todo está frío, ya lo estaba antes de mi encuentro. Ahora las bajas temperaturas vienen de dentro. Mi piel está entre límites gélidos. No sé si mi cara es graciosa por el tiritar o por el golpe que he recibido en las entrañas. ¿Es este mi propio infierno? Por un momento dejo de creer en Dios y pienso que todo lo pagamos en esta vida, estoy destrozado.

    El amor se ha convertido en una enfermedad crónica. Mis pies pesan el doble de antes del duelo con ella. Me detengo a verme en el mismo charco y mi visión es fragmentada: temor, ira,

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