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La sombra de la muerte
La sombra de la muerte
La sombra de la muerte
Libro electrónico95 páginas1 hora

La sombra de la muerte

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Desde niño, la muerte lo siguió como una sombra.

La sombra de la muerte es una novela inspirada en una historia de la vida real. No obstante, sus personajes, los escenarios y una parte importante de su contenido son absolutamente ficticios.

Un joven se siente en la obligación moral de vengar, en aras del honor de la familia, la muerte de su padre, ocurrida cuando apenas tenía seis años. Con veintiséis, dos décadas después, el destino lo habría de colocar ante el reto de enfrentarse directamente con el asesino; solo que, para ese entonces, parecía ya no tener el valor ni la determinación de hacerlo.

El final es inesperado y conmovedor.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento17 sept 2019
ISBN9788417887636
La sombra de la muerte
Autor

José Tomás Pérez

José Tomás Pérez nació en la ciudad de Santiago de los Caballeros (República Dominicana), el 14 de febrero de 1956. Es el hijo mayor del matrimonio de la señora Ana Evarista Vázquez Bretón y el señor Juan Tomás Pérez Jiménez. Tiene ascendencia francesa por parte de padre. Realizó sus estudios primarios en la ciudad de La Vega y los secundarios en el Liceo Panamericano de la ciudad de Santo Domingo. Es licenciado en Psicología por la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). También realizó estudios de Economía, para luego completar una maestría en Mercadotecnia en la Webster University, Missouri (Estados Unidos) y una maestría en Educación Superior en el Instituto Tecnológico de Santo Domingo(INTEC), en República Dominicana. Su compromiso académico lo ha llevado a impartir docencia en las principales universidades de su país, dentro de las cuales cabe destacar la Universidad Autónoma de Santo Domingo -Primada de América- (UASD), Instituto Tecnológico deSanto Domingo (INTEC), Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM), entre otras. Fue el creador de la Escuela de Mercadeo del Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC). En el año 1993 contrajo matrimonio con la señora Caridad Santos de Pérez, con la cual tuvo tres hijos: Joscary, Jossel y Carileen Pérez Santos. Fruto de un matrimonio previo nacieron José Tomás y Roselyn Pérez.

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    La sombra de la muerte - José Tomás Pérez

    La sombra de la muerte

    Primera edición: 2019

    ISBN: 9788417887179

    ISBN eBook: 9788417887636

    © del texto:

    José Tomás Pérez

    © de esta edición:

    Caligrama, 2019

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    A mi esposa Caridad, con amor

    Capítulo 1

    I

    Estuvo esperando con premeditada paciencia a que terminara el último día de la Semana Santa. Esa tarde sentía la muerte de cerca, caminando como una sombra a su lado. Por sus convicciones religiosas, Julio Rodríguez nunca se hubiera permitido violentar aquella regla que en su familia se consideraba de sagrado cumplimiento, especialmente, cuando se trataba de cometer un pecado tan grave como matar a un hombre.

    Ramón Pizarro perteneció, por mucho tiempo, al círculo más íntimo de la familia Rodríguez Cortorreal. Meses antes de que el niño naciera, su madre había tomado la decisión, sin el consentimiento del padre, de nombrarlo su padrino. Estaba convencida de que jamás sobreviviría a un parto que parecía no tener el buen augurio de los partos naturales. Cuando lo vio por primera vez, se impresionó. El niño nació enorme y con la piel deshidratada. Tenía el cordón umbilical como una culebra, enredado en el cuello y pesaba catorce libras. La cabeza, casi cuadrada, era más grande que su cuerpo y sus labios amoratados brotaban de su boca como dos pétalos. Recuerda que una semana antes del parto, empujado por la caudalosa corriente de adrenalina que generaba en su madre el miedo a la muerte, el niño empezó a dar ligeras patadas dentro del vientre; de pronto, dio un giro brusco de ciento ochenta grados, extendió sus piernas y se acomodó suavemente para nacer de pie.

    Desde momento, nadie pensó que María Cortorreal sobreviviría a aquella experiencia difícil y dolorosa que le esperaba en la sala de parto. Y se preparó para lo peor. Días antes de que el niño naciera, quiso dejar para la posteridad lo que pensó sería un recuerdo memorable de su paso por la vida. Fue a la pequeña biblioteca que había en el fondo de la sala, tomó un almanaque de Bristol y luego de leer en silencio la larga lista de nombres y apodos comunes, escogió el de Julio. Y lo hizo no porque tuviera alguna connotación especial para ella, sino porque le pareció simple y de sentido común.

    Por último, ante la posibilidad de que la muerte la sorprendiera en medio del parto, llamó a su marido para pedirle lo que hubiera podido ser su último deseo: que Ramón Pizarro fuera el padrino del recién nacido.

    Fue así como Ramón Pizarro se convirtió, a partir de ese momento, en el amigo más cercano de la familia Rodríguez Cortorreal.

    María Cortorreal nunca confió en la capacidad de Anastasio para enfrentarse a una realidad tan incierta y desoladora como la viudez. A los tres días de haberse casado con él, pensó que había cometido el peor error de su vida. La primera semana de su matrimonio fue de una angustia devoradora. La simple idea de dormir con un extraño, compartiendo la misma cama y las mismas sábanas, generaba en ella un sentimiento de culpa difícil de sobrellevar.

    Durante cuatro noches no pudo conciliar el sueño, huyendo a la pecaminosa tentación que representaba la presencia de aquel macho, hecho de carne y hueso, soplándole besos en los oídos o escudriñando con sus manos ciegas los lugares más íntimos de su cuerpo. Siempre pensó que tener sexo era una tarea para la preservación de la especie humana y no un instrumento de deseo. Y esa fue su convicción hasta el quinto día del matrimonio, cuando se dio cuenta de que le gustaba el juego y, alarmada por la sensación de suciedad que sintió en el cuerpo, se levantó de la cama, se puso de rodillas y empezó a darse golpecitos en el pecho, rogándole a Dios que la perdonara.

    A partir de entonces, cuando hacía el amor con Anastasio abría los ojos y empezaba a contar los números al revés para no dejarse sorprender por un placer indeseado.

    Si bien nunca pudo superar con éxito el trauma que le provocaba el sexo, con el paso de los años fue capaz de dominar otros obstáculos de menor trascendencia en su vida matrimonial. La primera mala impresión del matrimonio la recibió la misma noche de su luna de miel, cuando descubrió que Anastasio hablaba durmiendo. Estaba empezando a caer en un sueño plácido y profundo cuando escuchó en la lejanía de su conciencia que alguien hablaba dentro de la habitación. Eran frases sin sentido, historias que parecían contadas en lenguas antiguas.

    Sobrecogida por una rara sensación de agobio, se levantó nerviosa, buscó con la mirada alrededor de la habitación para, pronto, caer en la cuenta de que se trataba de Anastasio. No quiso despertarlo. Solo se sentó en la cama, acercó el oído a su boca y se dedicó a escuchar con atención todo lo que el esposo decía, tratando de descifrar en los balbuceos de su lenguaje algún secreto desconocido. Pero no pudo. Así que tras varios minutos de una tarea difícil, identificando palabras entrecortadas, juntando frases, organizando sílabas, optó por darse por vencida y despertarlo.

    —¿Con quién hablas? —le preguntó.

    Anastasio reaccionó contrariado, dando un giro brusco sobre su cuerpo.

    —No hablo con nadie. Estoy durmiendo —le contestó con la respiración entrecortada.

    Sin tener una explicación convincente para entender el extraño comportamiento de su marido, María Cortorreal recostó la cabeza sobre la almohada, le dio la espalda y, minutos más tarde, se quedó dormida.

    Fue mucho tiempo después de aquella desconcertante revelación en su primera noche de bodas cuando caería en la cuenta de que tenía en sus manos una herramienta de formidable utilidad para el entendimiento del esposo y su manejo del matrimonio. Con el paso de los meses aprendió a descifrar cada frase que decía y a dar un mayor sentido de realidad al caudal de revelaciones que se escondía en el lenguaje encriptado de sus sueños, lo que, pronto y, sin tener que hacer ningún esfuerzo especial de inteligencia, le permitiría enterarse de los secretos más íntimos de su vida.

    Por eso, diez años después, cuando escuchó el disparo que dejó sin vida a Anastasio Rodríguez, no sintió sorpresa alguna, sino una violenta sacudida de su corazón y luego, aquel sentimiento de culpa devorador que la marcaría para siempre.

    Supo que ocurriría muchos meses atrás. Exactamente el día en que Julio Rodríguez cumplía los seis años y se adentraba en el complicado mundo del uso de la razón.

    La primera

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