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Viaje perfecto
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Libro electrónico273 páginas3 horas

Viaje perfecto

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Próxima a finalizar su estadía en el destino turístico de San Pedro de Atacama, Laura es abordada por una van que la transportará con dirección al aeropuerto. No obstante, todo da un giro inesperado cuando el verdadero transfer aparece a las afueras del hospedaje.
En consecuencia, Mauricio Torres, su padre y suboficial mayor en retiro, decidirá iniciar un arriesgado viaje hacia la zona para hallarla al costo que sea, así como al principal sospechoso, a quien se le ha perdido el rastro.
¿Será el sospechoso el culpable? ¿Mauricio podrá continuar a pesar de las encrucijadas psicológicas que tendrá por delante o con las advertencias que podrían conducirlo a un desenlace imprevisible?
En esta obra con historias paralelas, descubrirán que los antifaces, por más reales que parezcan siempre, decaen, y la verdad, por apesadumbrada que sea, tarde o temprano verá la luz…
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 dic 2023
ISBN9788411818568
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    Viaje perfecto - Marisela Riquelme

    1500.jpg

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Marisela Teresa Riquelme Pérez

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Celia Jiménez

    ISBN: 978-84-1181-856-8

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    «El misterio de la existencia humana radica no solo en mantenerse con vida, sino en encontrar algo por lo que vivir».

    Fiódor Dostoievski

    Los hermanos Karamazov (1879 y 1880)

    PRÓLOGO

    Laura aún se hallaba al interior del pintoresco salón de eventos. Sin embargo, transcurridas unas horas, percibió como las copas de más le fueron haciendo efecto y todo comenzó a girar alrededor de ella. Por ende, de forma repentina dejó su trago en un mesón y decidió alejarse del grupo para ir a humedecer su rostro. No obstante, se detuvo a medio camino, observó su reloj y fue inevitable no pensar en la paciente que atendería a primera hora del día.

    «Debo irme, ya es muy tarde», se dijo con firmeza.

    A continuación, se dirigió al mesón circular con mantel beige, recogió su bolso por debajo de algunas carteras y decidió no despedirse de nadie, ya que sabía que las chicas insistirían en que se quedará. Salió del salón entrelazando sus brazos, que eran golpeteados por una brisa fría. Mientras zigzagueaba por las aceras por donde aún había transeúntes y, a distancias, oía los perros que aullaban en el interior de sus casas, a la vez reflexionaba sobre lo entretenida que estuvo la fiesta de despedida. Sin más, luego de tomar un radiotaxi y pareciendo que hubiera dado saltos en el tiempo, llegó hasta la puerta de su casa. Sacó las llaves del bolso, entró y se afirmó en la pared para quitarse los molestos zapatos de tacón, para luego arrojarlos por el pasillo. Estaba en eso cuando oyó un ruido que la alertó.

    — ¿Hola? ¿Quién es? —dijo algo inquieta y estirando el cuello como una jirafa en diversos ángulos.

    Prendió la luz, que se encontraba a centímetros de su espalda, y no sabía si era por el efecto del alcohol, pero la casa le pareció más bochornosa y tétrica que de costumbre. Esperó unos instantes, bostezando, y como no hubo otro movimiento, apagó todo. Fue hasta el dormitorio y se tumbó sobre la cama de respaldo imponente y revestido de tela color gris. No tardo en arquearse y localizar a ciegas su almohada rectangular azul índigo, a la que de inmediato se aferró. A continuación, siguió moviéndose entredormida en búsqueda de una posición más cómoda. No obstante, una vez más oyó algo y esta vez fue cómo la manija de la puerta dio un giro y cerró chirriando de golpe. Enseguida se hicieron presentes unos pasos que se acercaron con firmeza. Perpleja, contrajo la mandíbula con todas sus fuerzas al ver que una silueta masculina se detenía frente a ella. En el acto, este se posicionó en cuclillas y la vio con sus pupilas dilatadas, como un gato durante la noche, y acarició su cabello.

    Enseguida, ella reaccionó como quien hubiera visto un fantasma y gritó consternada, aunque nadie la oyera. Entre tanto, una vibración algo lejana llamó su atención. Con desespero, comenzó a golpetear en todos los sentidos, hasta que instantes después, en un impulso ahogado, exhaló un nuevo aliento y elevó su tronco superior.

    —Maldita sea, fue otra de estas horribles pesadillas —dijo agitada.

    Instantes después, sintió su frente aperlada y dirigió la mano hacia la parte trasera de sus cabellos húmedos, producto del sudor que emanó su cuerpo. Observó el entorno, perturbada, aún con la respiración jadeante, y al darse cuenta de que no había peligro alguno, se fue acercando con dirección hacia el teléfono, que sí vibró y no fue producto de su imaginación. Sin embargo, estrelló su frente en el costado delantero del grueso velador. Luego, a regañadientes y soltando algunos improperios, se molestó consigo misma al no haber comenzado por encender la lámpara y después ir tras del bendito celular. Con mayor claridad y ya más calmada, tomó su celular y observó que era un correo electrónico proveniente de María José, con el inconfundible perfil que utilizaba; incluso en su teléfono tenía la típica imagen tipo carné, posada en la pared en tono ocre de su nueva casa, que intensificaba su rostro de frente estrecha y mentón alargado, donde se podían visualizar sus ojos rasgados y mirada esquiva, que se dirigía hacia el mismo sentido de su nariz aguileña y tabique desviado, con su sonrisa que parecía algo fingida e incómoda; quizá por sus típicos complejos. No cabía duda, era ella, su mejor amiga. Tan solo de ver su fotografía, sentía nostalgia al saber que ya no seguía en el país. En paralelo, se acomodó quedando entre sabanas y abrió el correo, que de inmediato desplegó asunto, cuerpo y archivos adjuntos.

    «Felices 30 años, mi solterona»

    Mi querida Laura:

    Tardé un poco más de la cuenta en enviarte el correo, ya que hasta minutos atrás seguía afinando detalles. Te preguntarás: ¿a qué se debe tanto misterio? Bueno, no tendrás que esperar por una respuesta y de inmediato te diré. En el archivo adjunto encontrarás unos pasajes de LATAM que incluyen ida y regreso, además de una reserva en un hostal en San Pedro de Atacama con los tours planificados en una agencia de turismo. Desde ya, te aclaro que no quiero respuestas negativas como a las que estás acostumbrada. Es tu obsequio de cumpleaños, lo necesitas. Te vendrá bien salir de Santiago y conocer personas nuevas. Quizá y cambies tu pensamiento de solterona exigente y conozcas a algún guapo extranjero. Bromeo, ¿acaso también es malo? No quiero excusas, ve y reorganiza todo en tu consulta; el vuelo es dentro de un mes y medio, tiempo suficiente para que soluciones tu vida y cambies de aires.

    Se despide tu fiel y querida amiga,

    Cote.

    Esa noche Laura apenas y cerró los ojos, el insomnio se apoderó de ella y su única alternativa fue ver el techo en medio de la oscuridad. Su mente recreaba mil pretextos para decir un «no». Sentía mucha confusión y no sabía si era lo correcto aceptar.

    Finalmente, ya amaneciendo y luego de una extensa reflexión, decidió que no podía fallarle a Cote. Además, ya había organizado todo.

    I

    A media mañana, Kathy encendió el televisor y lo sintonizó en el canal 24 horas. En ese instante, levantaba la tapa de la olla para sumergir las papas que cocinaría para el almuerzo. Entre tanto, Mauricio aseaba las heces de Rocko en el patio trasero. Fue el encabezado del matinal lo que transformó su pacífica mañana en un caos; dejó caer la tapa, que en segundos se estrelló contra las baldosas, y a trompicones, casi sin creer lo que veía, corrió con el control hacia el living, se situó frente al televisor y subió el volumen hasta cuarenta. A medida que reclinaba su brazo, posándolo en su rostro moreno, se deshacía en lágrimas desgarradoras.

    —¡Por Dios! ¡No, no, no! —exclamó, cayendo de rodillas sobre la alfombra gris.

    Mauricio apareció raudo por la puerta estrecha de la cocina.

    —¿Qué ocurre?

    No obstante, la voz trémula de su mujer apenas era audible.

    —Ve —inquirió, señalando el televisor—. Esa mujer desaparecida de la que hablan en el matinal es Laura, ¡nuestra hija! ¡Maldita sea! ¿Qué le ocurrió?

    Mauricio se detuvo frente al sofá y leyó el encabezado que se hallaba junto a la fotografía de Laura y del presunto sospechoso, ya que ambos estaban desaparecidos. Mientras oía a los periodistas, su labio inferior temblaba de la misma forma que su mano gruesa frotaba ambos ojos, intentando contener el impacto que esta noticia significaba para él. Sin más, inhaló profundo y se acercó a Katherine, la levantó con delicadeza abrazándola con todas sus fuerzas y, sin titubear, la vio con sus ojos oscuros y soltó un par de palabras.

    —Ve y empaca mis cosas.

    —¿Qué dices? —preguntó entre lágrimas.

    —Toma lo que creas prudente y empácalo. Me voy a San Pedro de Atacama; te juro que volveré con nuestra hija, esté donde esté y en la condición que sea.

    —Iré contigo.

    —No, esto puede ser peligroso, Kathy. Debo actuar con sutileza; confía en mí, yo conozco el lugar. Además, mi viejo amigo y colega Lalo vive allá, lo contactaré de inmediato para que me reciba en su casa u hostal. Te lo juro que cuando halle al desgraciado que hizo esto lo va a pagar.

    —No digas algo así, por favor. Mauricio, ten cuidado, los tiempos no están como para estar jugando a los envalentonados.

    —Tranquila —agregó mientras realizaba la llamada y se dirigía al dormitorio—. Lo único que te puedo asegurar es que mi hija no será una más del interminable listado de desaparecidos, no dejaré que eso suceda.

    A la par, digitó los números de la caja fuerte y tomó del interior su Taurus Calibre 40 color arena, con la que efectuó un «clic»mientras simulaba apuntar hacia la gruesa ventana del dormitorio.

    ***

    Fueron más de dos mil kilómetros desde Los Ángeles, lo que significó alrededor de treinta y ocho horas de conducción. Sin duda, un viaje exhaustivo. En especial cuando debió tomar la ruta 5 norte en Santiago, donde las capas de nubes grisáceas de la zona industrial sellaban el cielo y sobre las vías prevalecía el caos debido a la cantidad de vehículos en circulación y el ruido que producían los camiones de carga pesada. Sin embargo, la tensión disminuyó de forma considerable cuando salió de la capital, y volvió a ver el cielo despejado y menos automóviles en curso. Durante el trayecto, Mauricio tan solo se detuvo a cargar combustible, pasar al baño y comer en algunos puntos de gasolineras lo más raudo posible, ya que su objetivo principal era llegar cuanto antes a San Pedro de Atacama.

    Considerando el horario, no debió ser más de medianoche cuando visualizó el imponente y estrellado cielo que adornaba la Cordillera de la Sal, dejando entre ver el pequeño oasis a distancia y, posterior a esto, las próximas curvas solitarias de formaciones rocosas, hasta que la vía lo llevó directo a las luces de los empalmes que iluminaban el pueblo. Dejó atrás el asfalto para ingresar por el camino nervudo de tierra. A medida que conducía, reflexionaba sobre la cantidad de años que habían transcurrido desde la última vez que trabajó en la comuna; veinticinco, para ser exacto. Pues, a su consideración, era notorio el aumento de la población, aunque la geografía seguía tal cual como la recordaba, a pesar de la escasa luminosidad. A la par, aumentaba su impaciencia y la necesidad por hallar a Laura, aunque intentaba suprimir la angustia. Para encontrar la dirección del hostal, Lalo, minutos antes, le compartió su ubicación vía WhatsApp. Por tanto, siguió en horizontal, alejándose de la zona céntrica y adentrándose hacia una población. Las aceras se hallaban solitarias, solo se oían en el interior de las casas los ladridos de perros o una que otra musiquilla casi imperceptible, hasta que se detuvo frente a un portón caoba, donde finalizaba la ubicación. Encendió las luces de emergencia de su Jeep y alzó el cuello por la ventana, donde fue golpeteado por una aireada fría y reseca, típica del desierto. Luego, tomó el celular y llamó. Lalo se encontraba expectante a su llegada y no tardó más de tres minutos hasta que chirriaron las ruedas del portón. Este le hizo un gesto con el brazo y Mauricio aceleró, adentrándose sobre el camino pavimentado; avanzó unos centímetros y se estacionó. Apenas bajó y cerró la puerta con sus gigantescas manos velludas, se encendió un foco solar y, detrás de él, apareció un hombre delgado y alto que lucía una polera colorida y de manga corta, un short deportivo negro y sandalias. No cabía duda, era Lalo, y los años parecían no haber pasado en él, aunque lo único que lo delataba era su cabello con bastantes entradas cenizas, que resaltaron cuando se vieron de frente. Hubo un silencio entre ambos y, luego, dos rostros emocionados que se dieron un fuerte abrazo en conjunto de unos golpes sobre los hombros.

    —Mi viejo amigo Mauro. ¡Qué alegría de verte! Aunque lamento las causas que te han traído de forma tan repentina.

    —¡Ay! Lalo, no sabes la cantidad de cosas que me vienen a la cabeza en este momento. En especial, desde que supe sobre la desaparición de mi hija.

    —No faltan las desgracias, Mauro, pero la vamos a encontrar. Tú sabes que así será.

    —Es lo que más quiero —dijo restregándose ambos ojos con la yema de los dedos, como si fuera a quitarles una molesta basura.

    En paralelo e interrumpiendo la conversación, ambos oyeron unos rítmicos zancos que se detuvieron a corta distancia, hasta que se asomaron por completo desde la escasa luminosidad, resaltando la disminuida silueta con piernas torneadas que se revestían hasta la rodilla de un vestido color mezclilla que acentuaba su delgado cuello y rostro diamante, de nariz romana simétrica, como ambos ojos color zafiro que centelleaban como su cabello rubio cenizo.

    —Mauricio.

    —Norma.

    Ambos se saludaron de beso en la mejilla.

    —¿Cómo estuvo el viaje? —preguntó la mujer con los brazos arqueados a la cintura.

    —Agotador, pero qué más da, ya estoy aquí.

    —Ha de ser. Además, debes de tener hambre. Vamos a la casa, aquí ya está frío.

    Mauricio los observó con un movimiento afirmativo de cabeza. Posterior a esto, los tres siguieron por el pasillo de cerámica que estaba por delante de diversas puertas que conducían a las habitaciones del hostal. Resultaba algo gracioso, ya que ambos tenían una estatura similar y, por el contrario, Norma parecía una niña entre ellos. A continuación, se detuvieron en una puerta de madera que dividía la casa del hostal. Lalo la abrió sin hacer mayor ruido y, como estaba tan oscuro, Mauricio no pudo visualizar con detención el exterior; por el contrario, sí observó con detalle el interior de la casa. Norma encabezó la entrada y abrió la puerta. Todo estaba iluminado y parecía una casa bastante confortante: las paredes horizontales estaban teñidas de color azul y las verticales, en tono hueso como el techo. En primer lugar, estaba la zona del living que fue lo primero en dejarse ver, con sus dos sofás de cuero blancos; entre ambos, una mesa rectangular, y sobre ella, revistas y un juego de ajedrez al estilo andino; apegada a la pared, una TV de gran tamaño, y al fondo del ala izquierda, que conectaba a la ventana principal, una estufa a leña con palos trozados en la parte inferior. A continuación, se hallaba el comedor de vidrio con sillas de madera y tapizado blanquecino; en el centro un florero; al costado final, un bar esquinero con variedad de tragos y copas; y a su lado, otro mueble horizontal en tono oscuro y de madera gruesa. Como si formaran una L, posterior al comedor se encontraba la cocina americana con un mesón imponente que los dividía; sobre él, una cesta con frutas, y alrededor, todos los utensilios para la cocina, sus muebles y aparatos electrónicos. Más al fondo, el baño, que es a lo primero que concurrió Mauricio; hasta ese espacio era acogedor, con las paredes con baldosas azules, y de un tamaño considerable. Probablemente, las otras puertas conducían a las habitaciones familiares. La casa se mantenía bastante fresca por el aire acondicionado y el exquisito olor a aromatizantes.

    Mauricio aprovechó de humedecer su rostro y cabello. Luego, retornó hasta el comedor.

    —Toma asiento —agregó Norma con su voz enérgica.

    Mauricio, algo avergonzado, tomó asiento al costado derecho de la mesa.

    —No trabajes de más, pronto me iré a recostar.

    —Detalles. Además, cociné un lomo que está para chuparse los dedos —musitó a medida que tomaba el plato del mesón.

    —¿Un vinito? —propuso Lalo, detenido frente al bar.

    —Podría ser —replicó levantando el pulgar.

    Lalo cogió del interior un Casillero del Diablo, Cabernet Sauvignon; extrajo tres copas de vino y se dirigió hasta la mesa; lo descorchó y vertió el vino.

    —Por nuestro encuentro, amigo —brindó Lalo, alzando su copa.

    Mientras, Norma acomodaba sobre la mesa el sabroso lomo con papas salteadas y ensalada chilena. Mauricio y Norma repitieron el acto y alzaron sus copas.

    —Gracias —inquirió Mauricio, bebiendo un sorbo.

    —No hay de qué. ¿Y cómo hallaste el pueblo? —preguntó la mujer mientras Mauricio comenzaba a trozar la carne.

    —Para ser honesto, no pude observar bastante debido a la escasa iluminación, pero sí noté que aumentó bastante la población.

    —Así es.

    —¿Y sus hijos? —preguntó cuando fijó la mirada en un cuadro familiar que yacía en la pared.

    —El mayor en Santiago, sigue ejerciendo como prevencionista de riesgo, está casado y tiene dos gemelos de cuatro añitos; y el menor hace poco egresó de kinesiólogo.

    —Cómo pasa el tiempo. Cuando me fui de aquí, el mayor, Ignacio, recién dejaba los pañales, y Raúl, el menor, estaba en tu barriga —señaló viendo a Norma—. Mi Laura hace dos meses cumplió los treinta y es una gran psicóloga —sollozó, bajando la mirada con nostalgia.

    —¿Y Kathy? —interrogó Lalo.

    —Destrozada. Imaginen lo que significa descubrir que un hijo está desaparecido por los medios de comunicación.

    —Devastador —musitó Norma con voz compasiva—. Yo no sé qué haría si me enterara de algo así.

    Los tres aguardaron en silencio por unos instantes.

    —Les agradezco su apoyo. Me da pena molestarlos y no sé cuánto deba quedarme —agregó con zozobra.

    —Por eso no te preocupes, considera que nuestra casa es como si fuera la tuya. Aunque, para tu mayor comodidad y privacidad, te dejamos un cuarto en el hostal que puedes utilizar todo el tiempo que necesites.

    —Gracias.

    Entre tanto, conversaron sobre sus vidas y recordaron el tiempo en que trabajaron juntos hasta que se acabó la botella. Posterior a esto, oyeron la manija de la puerta virar; era Raúl, el hijo de Lalo, un joven alto y estilizado, de frente estrecha y barbilla retraída, y, además, con unos ojos color zafiro similares a los de su madre. Se acercó hasta ellos con algo de timidez, que se notó en sus mejillas algo coloradas. A continuación, estrechó la mano a Mauricio, a quien no conocía en persona. Sin embargo, sabía de él por las hazañas que su padre tanto le mencionó durante la niñez. Debido a que el tiempo apremiaba, se despidieron pronto y ambos amigos decidieron enfocarse en lo importante. Por tanto, se dirigieron al final del pasillo, más allá del baño, y entraron a la oficina de Lalo, quien no perdió el tiempo y aprovechó la instancia para llevar consigo unas cervezas.

    —¿Qué información tienes? —interrogó Mauricio.

    —Según mis contactos, hasta el momento, la única evidencia es el teléfono de Laura. La última semana solo mantuvo conversaciones con su amiga María José, es más, por la tarde del día anterior a la desaparición hay una llamada internacional con ella vía WhatsApp durante veintiún minutos y tres segundos, y la última llamada corresponde al doctor Luciano Rinaldi, el día veintinueve de enero a las ocho y un cuarto de la mañana, cuando ella viajaba supuestamente en el transfer. Esta no pudo llevarse a cabo, es posible que sea por falta de cobertura cuando intentó realizarla.

    —¿Dónde fue hallado el teléfono?

    —En la recepción del hospedaje.

    Mauricio lo observó con atención, tocando su barbilla y sentado a su costado.

    —¿Tenemos algo más? —inquirió Mauricio

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