La Herencia: En La Herencia Se Conoce a Los Hermanos
Por Ramón G. Guillén
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Ramón G. Guillén
Ramón G. Guillén. Mexicano con nacionalidad estadounidense. Escritor, filósofo, poeta, compositor de canciones y poesía, amante a la pintura, música y canto. Escritor de varios libros. Cuando no está sentado al piano componiendo música, disfruta trabajando en el jardín de su casa, o en su escritorio dándole los últimos toques a los libros que está por publicar. Actualmente trabaja en su siguiente libro: “Un Amor Entre la Gloria y el Purgatorio”
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La Herencia - Ramón G. Guillén
Copyright © 2023 por Ramón G. Guillén.
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del copyright.
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera
coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos
en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido
utilizados en esta obra de manera ficticia.
Diseño de la portada:
selfpubookcovers.com/VonnaArt
Fecha de revisión: 03/05/2023
Palibrio
1663 Liberty Drive
Suite 200
Bloomington, IN 47403
852610
ÍNDICE
Prólogo
Capítulo 1 Amaris
Capítulo 2 El principio de la envidia
Capítulo 3 La leída del testamento
Capítulo 4 El francotirador
Capítulo 5 Ciro y Max
Capítulo 6 El beso de la Muerte
PRÓLOGO
E sta es la primera familia Guzmán de esta generación qué ataca a un miembro de la familia por no dejarse despojar de la herencia, con la envidia y el odio más terrible, más grande y profundo en la historia de la familia Guzmán. Nunca ha habido otro miembro de la familia que haya sido perseguido, acosado, tratado mal, tratado injustamente, como se le ha tratado a Raúl. El comportamiento de la familia Guzmán; especialmente el de las hermanas es una desgracia, una deshonra al seno familiar, a los valores humanos y a los mandamientos de Dios. Por la desmesurada e implacable envidia, perdieron la moral, los modales, el pudor, la honra, la decencia, y tomaron una conducta deceptiva. Maliciosamente conspiraron hacia Raúl para hacerle la vida imposible y destruirlo. Nomás por la envidia de la herencia; se obsesionaron en hacerle la vida imposible, en querer destruirlo, y en lograr qué toda la familia lo despreciara. La Familia Guzmán fijó sus ojos y toda su energía en Raúl para destruirlo.
Ramón G Guillén
CAPÍTULO 1
AMARIS
T e he cosido un vestido pegado al cuerpo, y arriba de la rodilla, Amaris, la qué no enseña; no vende —le dice la madre a Amaris—. No quiero que te quedes a vestir santos como tu tía Petra. Ya tienes veintidós años de edad y nunca has tenido un novio. Aquí los hombres se casan con jovencitas de dieciséis años de edad en adelante, y ya no se fijan en las mujeres que ya cumplieron treinta años de edad. Hoy, este domingo, lo vas a estrenar, te lo vas a poner, para ir a misa del mediodía.
—Mamá, conozco a todos los muchachos de la aldea, pero ninguno me habla para que sea su novia.
—Verás que hoy va a cambiar tu vida, vas a notar las miradas de todos los hombres, hasta las miradas de los hombres casados —le dice doña Briseida a Amaris.
El día era soleado, pero no caluroso, era el primer día de la primavera, había flores por doquier, las praderas y las laderas de las colinas estaban cubiertas de flores silvestres, así, como el vestido que llevaba puesto Amaris, bordado de hermosas flores rojas. Amaris caminaba por el camino empedrado de piedras lisas hacia la iglesia para asistir a la misa del mediodía, todo el camino de piedra estaba cubierto de flores silvestres a los lados. De vez en cuando, sentía que le entraba un aire fresco por entre las piernas, se sentía un poco incómoda, era la primera vez que usaba un vestido tan alto y pegado a su cuerpo. Ya Amaris caminando hacia la iglesia, todos los hombres le echaban miradas a las espectaculares piernas de ella, su vestido pegado a su cuerpo le llegaba arriba de las rodillas, así, que, le hacía lucir sus sexis y majestosas piernas, aparte de todos sus atributos bien dotados por la naturaleza. Y, así, como le dijo doña Briseida, la madre de ella:
—Hasta los hombres casados van a voltear a verte.
Ya casi llegando a la iglesia, Raúl la vio venir, y no lo podía creer al verla, pues, él nunca había visto a Amaris vestida así. Y se dijo para sí: ¡Dios mío, qué mujer!
Ya frente a frente los dos, Amaris le regala una sonrisa angelical a Raúl qué le atraviesa el corazón como una flecha de lado a lado. Y Raúl la saluda diciendo:
—Buenos días, Amaris.
—Buenos días, Raúl.
—¿Vas a la iglesia? —le pregunta Raúl casi impensadamente por lo nervioso que se puso.
—Sí, Raúl, ¿quieres acompañarme?
—¡Tanto tiempo qué no voy a la iglesia qué si me ve el cura me va a jalar las orejas!
—Con más razón, vente, vamos a la iglesia —le dice Amaris y empieza a caminar, y Raúl camina al lado de ella.
Y Raúl se dice a sí mismo: ¡Con esta mujer, yo me caso!
Luego le dice mientras caminan hacia la iglesia:
—Nunca te había visto tan bonita.
—¡Ah, es culpa de mi mamá!, Raúl, que me cosió este vestido tan alto, a ver si no me corre el cura de la iglesia, en realidad, me siento un poco incómoda, porque el vestido está muy pegado a mi cuerpo y alto. Nomás nos quedamos a la entrada de la iglesia.
—No, no te sientas incomoda, te ves hermosa con tu vestido. Pero, si quieres no vayamos a la iglesia, y demos un paseo por allí entre los árboles del cerro.
—¿¡Con este vestido?, estás loco!
—Sí, en vez de irnos a misa nos vamos de paseo —dice Raúl tratando de convencerla.
—No. Raúl. Primero vamos a misa, y después si tú quieres, nos vamos de paseo una vez que me haya cambiado de vestido, y al mismo tiempo, pongo algo en una canasta para comer allá.
—Bien —es todo lo que dice Raúl.
Después de la misa, de regreso Amaris a su casa; Raúl la acompaña, y los muchachos al verlos pasar; por allí uno de ellos dice: Ya nos ganó Raúl a Amaris
.
Llegan a la casa de Amaris, y ella dice:
—Raúl, recógeme en una hora.
—Bien, Amaris, en una hora estoy de regreso aquí.
Más tarde, llegó Raúl a la casa de Amaris, y salió ella con una canasta preparada con fruta y comida para llevar al paseo, Raúl le quitó de las manos la canasta y un guaje donde llevaba agua para tomar, y empiezan a caminar hacia la ladera de la colina más cercana. Llegaron a la ladera y tomaron un sendero hacia más arriba de la colina para estar bajo los árboles. Se sentía la paz y la tranquilidad, se escuchaban las avecillas cantar y el agua de un manantial que bajaba de la montaña. Y Amaris aspiró profundamente el aroma de las flores que se encontraban por todo el camino. Llegaron a una arboleda sentada en una planada, Amaris sacó un mantel blanco, y bajo un árbol frondoso lo tendió, luego puso la canasta en medio del mantel, después se sienta en el prado y empieza a sacar de la canasta la fruta…, y mientras Amaris prepara lo que trajo para comer; se voltea y le brinda una sonrisa dulce y angelical a Raúl. Raúl fija una mirada en ella qué lo envuelve en un mundo de ilusión y ensueño, y su corazón empieza a palpitar más aprisa. Luego Amaris pregunta:
—Raúl, ¿por qué nunca me habías invitado a salir?, ¿por qué ahora?
—A nadie he invitado a salir, Amaris, tú eres la primera.
—¡Ah!…, ya sé, porqué me has invitado a salir, es por el vestido provocativo que me puse hoy, ¿no?
—Sinceramente, sí, Amaris.
Amaris se acuerda de su madre que le dijo: Amaris, la qué no enseña; no vende
. Luego exclama:
—¡Ah, ya veo!, entonces, no es porque yo te guste, sino por mi cuerpo que mostré hoy con ese vestido alto y pegado a mi cuerpo.
—No sé, Amaris, lo único que te puedo decir, que hoy, al verte, me dije por dentro: ¡Con esta mujer, yo me caso!
¡Tu hermosura me sedujo!
Amaris, se carcajea, y dice:
—¿¡Estás bromeando!? ¿Verdad?
—No. Amaris, me lo dije en serio. Yo nunca he tenido una novia, y aunque no tengo experiencia en el amor; sé, que contigo quiero vivir hasta que me muera.
Amaris sonríe riéndose, y dice:
—Raúl, cómo puedes hablar así, si nunca nos hemos tratado amorosamente. ¡Ah!, y toda la aldea sabe que tú le gustas mucho a Eleonor, la hija de don Alejandro. Una muchacha muy bonita, y, además, muy rica. ¿Por qué nunca le has hablado a ella?
—Porque ella nunca me robó el corazón como tú lo has hecho.
—Raúl. ¿Si estás hablando en serio?
—Sí, Amaris. Y ni te voy a preguntar si quieres ser mi novia, te voy a preguntar si quieres ser mi esposa. Así que, te pregunto: Amaris, ¿quieres ser mi esposa?
Amaris aunque era un poco más joven que Raúl era más madura mentalmente que él, y dice:
—Raúl, tratémonos por algún tiempo, y luego te doy mi respuesta.
—¿Qué clase de trato, Amaris? ¿Cómo amigos, cómo novios, cómo comprometidos?
—Como novios, Raúl.
—Entonces, ¿puedo darte un beso para sellar nuestro noviazgo?
Amaris lo envuelve en el brillo tierno de su mirada, y dice dulcemente:
—Sí, Raúl.
El corazón se le hinchó de ilusión y de júbilo a Amaris al tocar y sentir los labios de él con sus labios de ella. Y dos corazones se llenaron de júbilo ante el ímpetu del amor. El amor palpitó en el corazón de los dos, y su amor quedó sellado en ese beso clamoroso. Y el lugar estaba matizado de romanticismo y hechizo. Después de unos minutos, Amaris retira a Raúl de su lado y con sus manos trémulas empieza a prepararle un plato de comida. Y una alegría se dejaba ver en los delicados rasgos de Amariz. Antes de colorearse la puesta del sol; regresaron a casa de Amaris. Y Raúl se despidió de ella dándole un beso profundo. Amaris entró a casa, y la madre al ver su rostro con una alegría desmesurada, le pregunta: ¿Por qué vienes tan contenta, Amaris?
—¡Es qué ya tengo novio, mamá!
—¿Quién es, Amaris?
—Raúl el hijo de don Norberto y Guadalupe.
—¡Oh, no! —Exclama doña Briseida—. Yo quería que consiguieras un novio, pero no a un hombre cualquiera, Raúl es un don nadie, es un hombre pobre.
—No más pobre que nosotros, mamá —protesta Amaris.
—Por eso mismo, tienes que conseguirte un hombre rico, para que no seas toda la vida pobre como nosotros —dice la mamá—. Termínalo y búscate un hombre más acomodado —le dice doña Briseida con autoridad.
Pasaron los meses, y Raúl y Amaris seguían con su romance, y el amor creció en sus corazones. Y se miraban en diferentes lugares de la aldea, porque él no era bienvenido a la casa de Amaris ni lo quería la mamá por su condición de ser pobre.
Los vientos salvajes del invierno llegaron a la desolada