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Horizontes Invisibles
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Libro electrónico68 páginas58 minutos

Horizontes Invisibles

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Horizontes invisibles es solo una de las muchas veredas talladas por las conductas humanas coma que en ocasiones suelen transitar por caminos pedregosos en los cuales las piedras nos hacen tropezar constantemente. Debemos desear cosas buenas; cosas que nos den tranquilidad porque los horizontes siempre estaran alli esperando ser alcanzados y sera solo en ese momento cuando tomemos de la vida las cosas que en realidad nos pertenecen cuando dejaran de ser invisibles.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 may 2022
ISBN9781662499777
Horizontes Invisibles

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    Horizontes Invisibles - Jose Antonio Fuenmayor

    Prólogo

    La vida es un sueño que tan solo la muerte puede despertar.

    Los sueños son el origen de todo; hasta de nuevas vidas, confundiéndose con la realidad que simplemente se convierten en el producto de nuestras necesidades.

    La imaginación nos hace sentir, ver y actuar de acuerdo a su proyección que choca disparada contra la inmensa pantalla del mundo, para mostrarnos nuestras actitudes.

    Horizontes Invisibles, es solo una de las muchas veredas talladas por las conductas humanas, que en ocasiones suelen transitar por caminos pedregosos en los cuales las piedras del camino nos hacen tropezar constantemente.

    Debemos desear cosas buenas; cosas que nos den tranquilidad, porque los horizontes siempre estarán allí, esperando ser alcanzados y será solo en ese momento, cuando tomemos de la vida las cosas que en realidad nos pertenecen, que dejaran de ser invisibles.

    Agradecimiento

    Son muchas las personas a las que tengo que agradecer, mis amigos, formidables y sabios, mis padres que hoy son un grato recuerdo.

    Mis hijos, que me mostraron lo más bello de la vida.

    A mis sobrinos que son también mis hijos, todos maravillosos.

    Pero, hay algo verdaderamente significativo, fue haber nacido dentro de una familia espectacular que desde niño me enseñaron a volar impulsado por la brisa de sus halagos y de un amor incondicional; personas mágicas con sonrisas espléndidas que en algunos momentos supieron secar mis lágrimas con pañuelos de sentidas palabras y con celebraciones que festejaron siempre el milagro de la vida.

    Es como nacer y vivir dentro de un libro y asombrarse constantemente con el contenido de sus numerosas páginas.

    Mi papá, mi mamá, mis tías Ángela y Teresita y el gigante precursor de versos y sueños; mi tío Pedro Enrique Gil Albornos, al que Dios ya tiene en la gloria. Le doy las gracias por encontrar el alma que se escondía tímidamente detrás del niño.

    Mis Hermanos, hermosos amables e inteligentes.

    Mis primos, no menos que mis hermanos; excelentes, amados y generosos. Todos juntos me enseñaron que la vida no está contenida en una sola persona, me mostraron que la vida nos rodea, tan solo tenemos que voltear para poder verla y entonces, solo entonces, sabremos que hemos sido felices.

    Gracias.

    Montado sobre una nube, viajando hacia tierras lejanas, sobrevolando una hilera de impetuosas montañas bañadas por la fría temperatura del mundo, en una época totalmente desconocida.

    La brisa va topando contra mi rostro, mientras dejo atrás la imponente cordillera; muy por debajo de mí, se deja ver un inmenso verdor que me incita a descender para planear sobre él; parece una gigantesca alfombra verde extrañamente uniforme que se extiende por kilómetros.

    Mientras me desplazo sobre ella, puedo observar como mi sombra, planea sobre las puntas de sus espigas, que se balancean con la brisa producida por mi paso.

    Cuando mi vista se acostumbra a lo constante, levanto mi mirada para alcanzar la totalidad de la espesa masa vegetal; entonces se deja ver un pequeño claro, geométricamente ubicado a la mitad de la gigantesca planicie; lentamente me incorporo, al tiempo de reducir la velocidad de mi viaje, para notar que se trata de una pequeña población encajada en medio de esa inmensa y tupida vegetación.

    Lo que más me llama la atención, es que no existen caminos que la conectan a otras localidades al igual que la demarcada línea verde que de manera natural, la rodea pareciendo proteger a esta apartada comunidad.

    Me poso invisiblemente sobre una de sus calles y puedo notar que solo es un pequeño pueblo que no sobrepasa los ciento ochenta habitantes; observando y analizando sus alrededores, me impresiona que se encuentra sitiado por esa impresionante muralla verde, conformada por una vegetación rellena de espigas altas que sobrepasan los tres metros; y aquí, anidado, se encuentra este pueblo extraído del tiempo.

    En el interior de ese limitado espacio, se encuentran varias cabañas apuntaladas con gruesos listones de madera arrugada por el tiempo y con sus techos endurecidos por los restos arrojados por el rigor de los climas sobre su existencia.

    Sus calles de tierra repisada están resaltadas por aceras de tablones irregulares, que resuenan cuando intentan soportar el andar despreocupado de las personas que allí habitan; en este pueblo, el tiempo se recrea en su andar y las agujas del reloj, disfrutan su transitar, mientras sin prisa, persiguen al minuto siguiente.

    Curiosamente, esta retirada población, está conformada por una estructura social muy bien establecida; cuentan con escuelas donde se imparten los conocimientos heredados de los fundadores y solo aquellas enseñanzas que, por su practicidad, son útiles para la conservación y la subsistencia de su sociedad.

    Al fondo de una de sus calles, con visibilidad desde el comienzo del pasaje, se deja ver con exagerada y engreída exhibición, el pintoresco teatro, que es el hogar de la hermosa Irene; ella vive allí con sus padres Daniel y Paula; ellos son personas poco comunes porque poseen la magia histriónica

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