Tierra de luz
La luz es intensa. Tanto, que ciega.
Encandilada por el sol, conduzco hacia el norte de Lisboa con los ojos entornados. Dejo la autopista en una desviación y, luego de cruzar un túnel, al fin puedo ver mi destino: Oporto, refulgente bajo el cielo ibérico. Revestida de mosaicos y tonalidades deslavadas, la segunda ciudad más importante de Portugal es un panorama azul, amarillo, ocre y verde. Colores relajantes que alivian mis ojos y me tranquilizan. Es octubre y sopla una brisa fresca.
Salgo del auto y echo a andar por un laberinto de calzadas y callejones en pos de una melodía que flota en el aire y me guía hasta un hombre que pulsa su viejo organillo. Le acompaña un pollito afelpado que picotea semillas en una mesa, como si bailara al ritmo de
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