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Ánimo: Si hay vida en el más allá
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Ánimo: Si hay vida en el más allá
Libro electrónico142 páginas2 horas

Ánimo: Si hay vida en el más allá

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“Halladas moléculas en el origen de la vida alrededor de estrellas jóvenes”

Quienes no nos hemos topado con motivos así en nuestra existencia ¿Algunos nos emocionamos, otros no tanto al escuchar o leer alguna posibilidad de vida fuera de la Tierra. Este libro trata, entre otras cosas, de un viaje fuera de nuestro sistema solar.
Debo advertir al lector que aquel que espere enterarse de guerras intergalácticas entre naves sónicas y supersónicas equipadas con rayos superpotentes entre sistemas solares en nuestra enorme Galaxia, se desilusionara. De tal forma que mejor no lo lea, ahorre su tiempo y dinero; esto aspira a ser un tratado con aspectos más profundos como el Espíritu y el Amor, así como de la Evolución del ser humano. En los tiempos actuales hasta la espiritualidad ha sido objeto de desfiguración, pues el ansia de poder y objetos materiales han invadido motivaciones reales de lo que somos los humanos… Siendo a mi juicio, simples viajeros en busca de la verdad absoluta de Dios…

“La imaginación es más importante que el conocimiento”
Albert Einstein.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 nov 2022
Ánimo: Si hay vida en el más allá

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    Ánimo - Manuel Gómez Botas

    Existe tanta gente en esta planeta que no sabe lo que quiere. Más que vivir solo existen. Triste el morir sin saber que han vivido. Lo peor es que nunca se preguntan nada acerca de las razones por las cuales estamos aquí. Por supuesto que los respeto. No trato, en lo que leerán, de enseñar a nadie como deben conducirse en la vida, no, solo intento hacer saber que al no encontrar respuestas o que éstas no me son suficientes en este hermoso planeta, me encontré de repente en la necesidad de buscar en otro lugar en el espacio, respuestas que considero esenciales en mi vida: ¿Quién soy?, ¿adónde voy?, ¿por qué estoy aquí?, ¿cuál es mi propósito real en la vida?

    Sí… busqué y encontré, pues obtuve esas respuestas en el más allá. Sí, hay vida en el más allá…

    Poco a poco su mente empezó a sosegarse. Paulatinamente fue llegando a una quietud, un conformismo, quizá no tenía alternativa… estaba en la cárcel. Todo lo vivido en los últimos días fue tomando forma etérea. Su cuerpo y su espíritu se fueron calmando y empezaron, sin sentir, a hacerse uno, uno solo. Esa última sensación le trajo calma, una paz que no había sentido hace tiempo al sentirse agredido, insultado y menospreciado. Ocurrió luego de haber sido acusado de un delito del que no era culpable, e injustamente enviado a prisión.

    Cuando en la Corte lo declara culpable, casi sarcásticamente, le habían preguntado si tenía algo que decir, levantando la cabeza, dijo con orgullo: soy inocente.

    De esa forma, sufriendo los horrores de un encierro, purgando la culpa de alguien, que por efectuar el robo de una cartera, un reloj y un portafolio de una persona que estacionaba su carro y abría la puerta del garaje de su casa, había privado de la vida después de haber apuñalado a un individuo. Ese sujeto que se encuentra ahora gozando las mieles de la libertad.

    El encierro es brutal, pues no es nada más eso, sino la convivencia con mentalidades sucias, bajas y que disfrutan el medio, allí ese tipo de personas se encuentran en su elemento, y entre más bajos los pensamientos más demostración tienen de orgullo. Al poco tiempo de aquel martirio, empezó a oír hablar a las paredes sintiendo que el cerebro se le iba carcomiendo. Comenzó a sentir y mostrar signos de inestabilidad. Algunas noches eran insoportables. Sin dormir. El solo pensar le dolía la cabeza. El cuerpo era como un trapo, un guiñapo. Sin un sentido, sin un aliciente para existir. La vida puede empezar a perder su significado y, definitivamente, cuando esto llegara a suceder, la humanidad, el pensamiento, que es el único alimento del alma, del espíritu, se daña, irremediablemente se daña y esto acarrea enfermedades que uno mismo atrae. Sí, como en el caso de Valente. La mente funciona con rencor o con resentimiento o iras incontrolables, entonces se puede llegar a encontrar signos de inestabilidad. La salud mental y corporal inmediatamente lo van a acusar, con signos de enfermedad, aparentemente sin razón, y puede mostrarse desde un simple catarro hasta una bronquitis y luego neumonía, o sea, se ira agravando, pues el sistema inmunológico del cuerpo se encuentra disminuido.

    Cuando Valente fue llevado a la enfermería, luego de un desmayo en el campo de trabajo, se le practicaron varios exámenes, llegando a la conclusión de mostrar una anemia en grado superlativo. No comía casi, no se alimentaba, y menos con la bazofia que les servían. Así mismo mostraba insuficiencia renal. Tampoco tomaba agua suficiente y en fin, una serie de signos corporales, que eran los signos típicos de un hombre que ya no quería vivir al no tener ningún aliciente para la vida y decepcionado de la justicia humana.

    Nadie sabe a ciencia cierta que potencias actúan en la mente del ser humano. Cuando las fuerzas parecen abandonarnos, cuando solamente esperamos respirar el último aliento ante lo que se ofrece de vida, caído, abatido, sin ninguna ilusión por la vida, es quizá lo que esperan las fuerzas del universo, que siempre, de alguna forma… llega una ayuda. Algunas aves no deben estar encerradas, sus plumas son demasiado anchas para ello. Algo acude a la mente o al espíritu y en el caso de Valente, encamado en la enfermería, por alguna razón, vino hasta su mente el recuerdo del crimen del que lo culpaban.

    Así empezó a divagar, cuando por ahorrarse el costo del pasaje en autobús, decidió caminar desde la fábrica donde laboraba hacia su vivienda. O cuando se encaminaba a la escuela nocturna donde estudiaba ya su último semestre para graduarse de Ingeniero Mecánico Electricista. De hecho lo hacía eventualmente, pues en el camino se divertía oyendo diferentes ruidos, como los pájaros, que con su algarabía regresan a sus árboles favoritos para pasar la noche o diferentes familias que van llegando a sus casas y de la alegría de los niños para recibir al papá o a la mamá que llegan del trabajo. Atravesaba calles y predios baldíos, hasta converger nuevamente a la zona habitada, y proseguir su camino.

    La tarde había caído. Las lámparas que alumbraban las calles se habían encendido. Era lo que mucha gente llamaba la hora cero, o sea, no se ilumina el día con luz eléctrica, ni con la luz del Sol. De tal forma, que al dar la vuelta en una esquina, tropieza de frente con una persona. El hombre, según lo distinguió, venía sudoroso, con el aliento fatigado, como si hubiera experimentado un esfuerzo extenuante. En definitiva, sumamente alterado. En el tropiezo intempestivo con el individuo, los cuerpos tuvieron un rozón obligatorio por la cercanía. La reacción de Valente fue de rechazo y casi empujó al otro cuerpo con sus manos. No sabía por qué había rechazado a ese tipo casi con asco, y, sin darse cuenta, le había arrancado un botón del saco y tampoco supo por qué había guardado ese botón, que luego se dio cuenta era de una marca extranjera.

    Siguió caminando por la acera de ese conjunto de casas sin poder quitarse de la mente el desagradable encuentro y se preguntaba el porqué de la repugnancia hacia ese sujeto. Solo de recordar el rostro del tipo y en su cercanía, le producían deseos de vomitar.

    Cavilaba Valente en la rutina, la odiada rutina de sus caminatas forzada por el ahorro, en el porqué del desafortunado encuentro con aquel tipo. Nunca, que recordara, había sentido un asco hacia nadie, una repulsión tan acusada y que no lograba sacar de su mente. Era ese un barrio tranquilo. Aquella tarde pintaba como casi siempre, una tarde sin mayor brillo, sin esperar siquiera un destello de aceptación del día mismo, a causa de lo repetitivo.

    Era ese conjunto de casas, predios más bien grandes, con jardines amplios e incluso con arbustos de regular tamaño, así como plantas sembradas alrededor de las casas, perfectamente cuidadas y recortadas. En uno de los extremos, en casi todas las casas se observaba la entrada de carros y el portón automático del garaje. Oscurecía rápidamente, ya la luz del sol no se apreciaba y solo en lontananza se podía apreciar un atardecer más bien

    parduzco, con algunas nubes obscuras que obstruían la luz solar, sin nada que recordar. Cuando Valente continuaba caminando por la banqueta, frente a una de las casas, creyó escuchar un ligero quejido, fue un solo movimiento, al grado de poner en alerta su cerebro, pues tenía cierta costumbre de escuchar diferentes ruidos procedentes de las casas alrededor de la suya, Habitaba en una zona completamente popular y muchas veces en medio de la noche se producían ruidos de detenciones policiacas, pleitos entre bandas, de algún vecino metido en drogas o en asaltos nocturnos. No logrando comprender la similitud de los sonidos disímbolos, el sentido del oído agudizó su función y en grado de alerta, volvió a escuchar nuevamente un quejido, ahora más agudo y profundo, vaya, lastimero. Si, ahora estaba seguro, era un ser humano sufriendo profundamente, un algo que nunca había escuchado y que le produjo un escalofrío intenso, pues eso no era una queja, era un lamento profundo, de muerte incluso. Un sudor frío le recorrió la columna y sin medir el riesgo, entró en Valente no la curiosidad, sino el deseo de ayuda a otro ser humano necesitado de ello.

    En una de las casas, detrás de unos arbustos, frente al portón del garaje, el cual, ahora se daba cuenta, se encontraba entreabierto. La puerta del carro también entreabierta. Algo había sucedido allí. Armándose de valor, pues aún las almas bondadosas tienen que sobreponerse al miedo a lo desconocido, Valente se acercó a aquel rincón de donde provenían los ruidos lastimeros; avanzo poco a poco y súbitamente todo él se tensó al ver a un hombre tendido en el suelo, lleno de sangre por todos lados y con el rostro suplicante de ayuda. Se acercó a aquel cuerpo ya casi sin vida y pudo ver la agonía, con los ojos cerrándose en un rictus de dolor. Inclinado a un lado de ese hombre, Valente todavía tuvo el embate de sostener la cabeza del infeliz, diciéndole que tuviera calma, que iría a pedir ayuda, pero el cuerpo se desvaneció en el brazo de Valente, emitiendo su último suspiro. Sin saber el porqué, recordó la lectura que hacía poco había terminado de leer en un libro de origen Tibetano y le dijo al cuerpo ya sin vida: Busca la luz, busca la luz, busca la luz. Valente regreso de su recuerdo, lo había vuelto a vivir y así es como, en ocasiones, sin desearlo, cometemos un error o una mala jugada, pues nunca supo por qué al morir en sus brazos aquel hombre, voltea Valente los ojos al cielo, como implorando ayuda ante lo acontecido, pero, ¡Oh destino implacable!, a un lado suyo, a la luz de los faroles, vio brillar algo, y sin pensarlo trató de tomarlo, pero arrepintiéndose al instante solo lo rozo con dos dedos, pues se dio cuenta que era un puñal, pero ya demasiado tarde, pues sus huellas habían quedado impresas en el arma, aunque hubiera sido el roce en la hoja del objeto punzocortante.

    Escuchó el grito emitido por una mujer. Valente nunca supo de dónde provino aquel grito, ni cuánto tiempo tenía esa mujer observando desde su ventana, así como la llegada de personas, seguramente vecinos que se arremolinaban alrededor de ellos, y la llegada de una patrulla de la policía. Le pareció un solo tiempo. Nunca los agentes de la ley, ni el detective más experimentado de ellos, pudieron dilucidar por qué a su llegada, Valente aún mantenía la cabeza de aquel hombre asesinado entre sus brazos. Solo uno de los agentes, quizá el de más experiencia se preguntó ese hecho, de por qué no había huido el supuesto asesino y lejos de ello, lo mantenía en sus brazos, como auxiliándolo; de tal forma que buscando huellas y algún indicio al lado de los cuerpos, cosa que otros no hacían, en lo que separaban estos, pues el aparente autor del asesinato no soltaba a su víctima y cuando lo hizo, el agente se percató del rictus de dolor en el rostro del asesino, como si hubiera sido hasta alguien conocido o familiar del occiso. Así, vio algo que

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