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Un mar de olas
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Libro electrónico263 páginas3 horas

Un mar de olas

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Información de este libro electrónico

La ciudad dormita tranquila a la espera del alba de un día de primavera. El mar está en calma hasta que una llamada alerta de ruidos extraños en la calle San Telmo. ¿Qué ha sucedido? Se pregunta Adam observando a Olivia con la esperanza de que ella le dé una respuesta.
Necesitarán la ayuda de su equipo para investigar un caso lleno de caminos inciertos que los harán retroceder hasta un pasado sombrío y confuso. Mientras, un viejo lobo de mar contempla la escena manipulándolo todo a su antojo.

IdiomaEspañol
EditorialLucía Solla
Fecha de lanzamiento2 dic 2020
ISBN9781005005344
Un mar de olas

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    Un mar de olas - Lucía Solla

    Un mar de olas

    Lucía Solla

    © 2020 Lucía Solla

    Todos los derechos reservados

    Diseño de la portada de: Jose Manuel Varela González.

    Para quien busca un camino y no lo encuentra,

    no desistas.

    HORAS ANTES DEL ALBA

    SALIR A NAVEGAR

    Quedaban pocas horas para que amaneciese y la ciudad dormitaba tranquila a la espera del alba que no tardaría en asomarse. Se presagiaba un día de primavera soleado, con el mar en calma y una brisa suave.

    No le gustaba dejar nada al azar y por ello, como en otras ocasiones, cada paso que daba estaba trazado de antemano. Todo se ceñía a un plan preestablecido del que sólo se había salido una vez. A pesar de que no se arrepentía, no le gustaba improvisar.

    Sabía que nunca volvería a hacer algo similar, o tal vez sí, pero para ello tenía que darse un cúmulo de circunstancias que no eran las que lo atañían en aquel momento. Despejó su mente de recuerdos lejanos y siguió haciendo lo que marcaba el guion.

    Se ajustó los guantes antes de enlazar unas cuerdas y posarlas sobre la superficie brillante de la mesa. Miró el bulto que debía colocar sobre tablero y estudió cómo proceder. No era una tarea sencilla ya que casi pesaba tanto como él.

    Una vez finalizó su objetivo, contempló que todo estuviese en su lugar. Tenía que asegurarse de que nada se dañase, ni se cayese; porque ello significaba modificar el plan inicial. Algo que no quería por nada del mundo.

    Salió de la casa sabiendo que todo era perfecto. La travesía comenzaría en poco tiempo y tenía que estar al timón antes de que el sol asomase sus primeros rayos. Como el viejo lobo de mar que era no le preocupaba que el agua salada salpicase su piel.

    Sonrió y caminó a paso ligero por las calles estrechas. En apenas cuatro pasos vio como el agua de la ría de Pontevedra quería conquistar el mar abierto. Él también quería conquistar el mar, pero para ello aún quedaba un largo camino.

    Le encantaban aquellos momentos en los que parecía ser el dueño de todo, donde todo estaba bajo su control, donde solo una ola podría derribarlo. Una onda que aún no se había movido de su sitio, pero que no tardaría en hacerlo.

    EL ALBOR DEL PRIMER DÍA

    PRESENTACIONES

    - Qué nochecita he pasado - protestó Adam. - Espero que hoy todo esté tranquilo.

    - Jefe, siempre refunfuñando - le respondió una chica desde dentro de la garita de entrada a la comisaría.

    - Raquelita, ni soy tu jefe, ni refunfuño - le dijo pizpireto Adam.

    - En lo primero tiene razón. En cuanto a lo segundo, solo comenta las cosas con cierto tono cascarrabias.

    - Exacto. Ves cómo me comprendes - la chica no pudo evitar reírse. - ¿Algo interesante?

    - Una pelea de chavales que se han pasado con las copas, un local con la música a todo volumen y una señora que se ha peleado con su vecino por no sé qué de la basura - enumeró Raquel.

    - Viernes noche, todas las fieras salen a pacer - resumió el inspector.

    - Yo diría que la primavera la sangre altera y atrae las ganas de fiesta - lo corrigió con gracia Raquel.

    - ¿La señora de la basura también tenía ganas de fiesta? - preguntó Adam.

    - Creo que sí - dijo muerta de risa.

    - ¿Sabes si han llegado los chicos?

    - Sí, excepto Expósito. Se ha roto una pierna según he escuchado.

    - Pues, qué mala pata - Adam se rio de su propio chiste como si fuese la cosa más graciosa del mundo. - Creo que lo ha hecho aposta, así ya engancha la baja con la jubilación. Voy para arriba.

    - Por cierto, buenos días - dijo Raquel a modo de despedida.

    - Buenos días a ti también - gritó el inspector.

    Adam era un hombre peculiar, de carácter pacífico y gran sentido del humor. Todos en comisaría lo respetaban, aunque no compartiesen las extrañas maneras que empleaba para investigar.

    Saludó a sus compañeros de ascensor con un gesto de cabeza evitando así entablar conversación con alguno de ellos. No quería que a nadie se le ocurriese empezar una conversación con él. Le gustaban las mañanas tranquilas, sobre todo a aquellas horas tan tempranas.

    - Javichu, ¿cómo va lo del robo? - fue lo primero que preguntó al llegar junto a sus subalternos.

    - Buenos días jefe - Adam frunció el entrecejo. - Ya está todo solucionado.

    - Qué eficiencia - Javichu lo miró con cierta suspicacia. - Ni un cumplido os puedo hacer. Soy inofensivo.

    - ¿Quién es inofensivo? - preguntó Diego apareciendo de la nada.

    - El jefe - le explicó Javichu.

    - Sí, tanto como un cocodrilo hambriento - replicó Adam muy serio.

    Diego iba a hacer un comentario, pero el teléfono lo interrumpió. Se acercó a su mesa y lo cogió. Tras unos minutos escuchando lo que le decían y haciendo anotaciones en un papel colgó.

    - Hay un aviso de ruido en la calle San Telmo 23 - informó.

    - ¿Ruido? - preguntó Adam.

    - Sí, unos golpes fuertes, o algo similar. La persona que llamó no estaba muy alarmada - explicó Diego.

    - ¿Y? - Adam no terminaba de comprender por qué los llamaban a ellos.

    - Nos mandan a nosotros porque no hay nadie disponible - explicó Diego con la nota en la mano. - La local está desbordada y media comisaría está en la redada antidroga.

    - Estos macro operativos son un coñazo, nos vacían la comisaría - se quejó Adam.

    - Hay que hacerlos - opinó Javichu.

    - Ya, ya - dijo Adam para no enzarzarse con el tema. Nunca le había gustado la unidad antidrogas. - Voy yo.

    - ¿Seguro jefe? - quiso cerciorarse Javichu.

    - ¿Dudas de mi capacidad para resolver un incidente ordinario? - preguntó Adam.

    - Para nada - respondió Javichu.

    - Ya me parecía a mí. Pues, en marcha - Adam caminó dos pasos en dirección al ascensor y se dio la vuelta. - ¿Dónde queda la calle San Telmo? - preguntó mirando el papelito que le había dado Diego con la dirección.

    - Al lado del parador - lo informó Javichu mientras observaba un mapa en la pantalla del ordenador. - ¿Quiere que lo acompañemos?

    - Me las apaño, me las apaño - dijo Adam mientras se alejaba.

    Esperando al ascensor, que como siempre dudó si abrir sus puertas o no, le dio vueltas a una idea que le rondaba por la cabeza desde hacía cierto tiempo. Quizás fuesen horas de ir poniéndola en práctica.

    Pulsó el botón del ascensor y cruzó los dedos para que su plan pudiese llevarse a término. No tuvo que perder mucho tiempo en encontrar lo que quería. Parecía que todo iba bien. La idea ya se la había comentado al jefazo, que no había conseguido encontrar objeción alguna, y eso que lo había intentado.

    - Inspector, ¿necesita algo? - preguntó un agente que parecía el más espabilado de los que estaban allí.

    - Necesito a alguien para que me acompañe - informó para que el hombre dejase de preguntarle cosas que no le interesaban.

    - Estamos todos preparados para la redada - advirtió el espabilado.

    - Sí, sí, ya lo sé - dijo Adam sin hacerle el menor caso. - Castro, acompáñame - el chico espabilado lo miró como si el inspector fuese tonto y no comprendiese lo que le había dicho. - Por la pinta, Castro no participa en la redada.

    La subinspectora Castro levantó la cabeza para ver como Adam se giraba y emprendía su marcha de nuevo. No le dio tiempo a decir nada, solo tenía dos opciones: hacer caso omiso o levantarse y seguirlo. Adam no se molestó en ver si la chica lo seguía o no, por lo que cuando se giró y no la vio se sorprendió.

    - Señor, ¿prefiere que conduzca yo? - le preguntó la subinspectora desde el otro lado del coche haciendo que Adam diese un respingo.

    - Intenta no matarme del susto, por favor - al final lo había seguido de una forma tan sigilosa que ni se había dado cuenta.

    - No era mi intención asustarlo, señor - se justificó.

    - Vamos a poner unas normas: primera, intenta no matarme del susto; segunda, no me llames señor; tercera, conduzco yo a menos que diga lo contrario.

    - Sí, inspector.

    - Otra norma más, nada de inspector ni términos similares - dijo Adam entrando en el coche.

    - Entonces, ¿cómo me dirijo a usted? - preguntó muy seria.

    - Pensé que eras más lista - tuvo que admitir en voz alta.

    - ¿Adán? - inquirió Castro mientras se abrochaba el cinturón.

    - Quinta regla… - antes de que pudiese terminar la frase, ella se le adelantó.

    - No vuelva a llamarme Adán - el inspector giró la cabeza y la miró estupefacto. - ¿No era esa la quinta norma?

    - Si lo sabías, ¿para qué me llamas así?

    - Sé que no le gusta que lo llamen Adán. Pero no me considero una persona de su confianza para llamarlo Adam. Por ello, he considerado que inspector o señor sería mucho más adecuado - le respondió con agilidad.

    - Parece que no me he equivocado, las cosas van a ser muy interesantes - la agente Castro trató de entender la frase, pero no lo consiguió. - Para zanjar el tema y que no haya más malentendidos, llámame Adam.

    ***

    RUIDOS

    Tardaron unos minutos en llegar a la dirección indicada. El número 23 de la calle San Telmo era un edificio de piedra remodelado recientemente. Constaba de tres planas y un sinfín de ventanas por sus cuatro fachadas.

    Adam dejó el coche delante del edificio, ya que a aquellas horas de un sábado por la mañana la zona estaba desierta. Al acercarse a la puerta principal de la casa observaron que la reja de entrada estaba entornada.

    Eso significaba que había alguien allí o lo había habido en algún momento, aunque no se escuchaba ni el zumbido de una mosca. Adam empujó la reja del todo para llamar a la puerta, pero cuando la tocó, esta se abrió.

    A pesar de que no pudo distinguir nada del interior tuvo un presentimiento extraño. Quizás fuese una paranoia suya o la experiencia de los años, pero allí había algo raro. Se identificó como miembro de las fuerzas del orden y esperó una respuesta que no llegó.

    Este detalle le dio permiso para avanzar hacia el interior. Le costó adaptar sus ojos a la oscuridad reinante. En un primer momento vislumbró varios objetos al fondo, pero ninguno de ellos captó su interés.

    Lo que a Adam le interesaba estaba en primer plano. La superficie brillante de la mesa creaba un efecto teatral en la tela rosácea que pendía sobre ella. Lo sorprendente era que dicha tela cubría el cuerpo de una mujer, la cual descansaba arrodillada sobre la mesa.

    Parecía una escultura modernista colgada por unas cuerdas que se enredaban en las vigas del techo. La soga parecía una serpiente alrededor del cuello de la mujer, que descansaba sentada sobre sus propios talones. Como si estuviese en una sesión de yoga macabra.

    Lo único que hacía pensar que no estaba en una clase de gimnasia era la posición de sus manos, atadas a la espalda con una cuerda más fina. Los dos agentes tardaron unos segundos en reaccionar a lo que veían.

    - Pero que cojones… - consiguió balbucear Adam al tiempo que se acercaba a la mesa.

    - Está viva - soltó Castro mientras le tomaba el pulso.

    Ese dato hizo que se encaramase a la mesa para cortar la soga con una navaja que le pasó Adam. La movieron con el mayor cuidado posible para intentar no causarle más daños. Una vez la tumbaron sobre la mesa, llamaron a una ambulancia y comunicaron el hecho a comisaría.

    - Quédate con ella. Voy a echar un vistazo por la casa - ordenó Adam.

    Una vez sola, Castro comprobó de nuevo el pulso de la mujer para asegurarse de que aún seguía viva. Los latidos eran demasiado lentos para su gusto, como si el corazón estuviese decidiendo si valía la pena seguir bombeando sangre o no.

    Vio un abrigo posado sobre una silla y se la puso por encima. No creyó que le sirviese de nada, pero no sabía que más podía hacer para ayudarla. Afortunadamente, la ambulancia llegó en apenas unos minutos seguida de un coche policial.

    Adam no tardó en volver de su inspección, pero esperó a que se la llevaran al hospital para empezar a coordinar la investigación. Porque aquello era un caso en toda regla, en realidad era tan raro que no sabía bien cómo catalogarlo.

    - En la casa no parece haber nadie más - informó. - Antes de ponernos a trabajar, Diego Ortiz, Javier Cancela os presento a Olivia Castro. Nuevo miembro del equipo - sentenció Adam satisfecho.

    - Encantado - dijo Javichu tendiéndole la mano.

    - Bienvenida - comentó Diego.

    - Ahora a trabajar. Olivia, puedo llamarte así, ¿verdad? - Adam no esperó la respuesta para seguir hablando. - Olivia tú revisa la casa con calma y no toques nada. Javichu, Diego, preguntad por ahí si alguien ha escuchado algo o ha visto cualquier cosa. Yo voy a intentar averiguar quién dio el aviso y esas cosas. Venga, ¿a qué esperáis?

    - Jefe, no podemos dejarlo ir solo a ningún sitio, mire la que ha armado - lo picó Diego.

    - Dieguito, no me toques los... la moral - rectificó en el último momento haciendo que los chicos se partiesen de risa.

    Olivia subió las escaleras hasta la segunda planta y curioseó por allí. El lugar estaba ocupado por dos habitaciones con baño y una sala, nada estaba fuera de lugar. Siguió subiendo hasta el tercer piso donde recorrió otra habitación con baño y un despacho.

    No había nada anormal, salvo la cama deshecha y un par de piezas de ropa en una silla. Cuando se disponía a bajar se dio cuenta de que junto al despacho había una escalera de caracol que conducía hacia una buhardilla.

    Supuso que sería la zona de almacenaje de la casa, pero para su sorpresa se encontró con una habitación amplia llena de libros. Los únicos muebles que había allí era dos sillones orejeros y una mesita entre ambos. No encontró nada extraño.

    Al volver a la planta baja, aprovechó que Adam hablaba por teléfono para ver las estancias que componían aquel lugar. El hall, donde había sido hallada la mujer, distribuía el acceso a un aseo y al cuarto de la colada.

    En la zona noble, un salón con comedor daba acceso a una discreta cocina. Junto a los sofás se podían ver varias botellas y vasos. En muchos de ellos había restos de carmín, eso daba a entender que la mayoría de los invitados que habían estado allí eran femeninos.

    - La casa parece salida de una revista - comentó Adam a su lado. - ¿Has visto algo extraño?

    - La cama del que parece ser el dormitorio principal está deshecha, pero, salvo eso, no se ve nada de interés - resumió.

    - Vamos a hacer un repasito rápido: una cama deshecha, restos de una fiestecita moderada, una llamada por ruidos y una mujer colgada de una soga - enumeró Adam. - ¿Qué falla?

    - La mujer - soltó Olivia sin pensarlo.

    - Explícate - le pidió el inspector.

    - No es la mujer en sí lo que me falla. Es la postura en la que la encontramos - Adam asintió. - Todo apunta a que se reunió con gente en la casa, tomaron algo en el salón y después subió a la habitación a dormir, ya que iba en pijama.

    - Un camisón de raso rosa - puntualizó Adam. - ¿Compañía sexual?

    - Puede ser - tuvo que aceptar Olivia. - Lo que no me cuadra es la escena. Si pretendes acabar con tu vida, ¿por qué te subes a una mesa que difícilmente vas a ser capaz de mover? Además, ¿para qué te atas las manos a la espalda? Esto último es complicado hacérselo a uno mismo y no tiene sentido en un intento de suicidio.

    - Si fue algún tipo de juego sexual, lo de la mesa y lo de las manos cobra sentido - comentó Adam. - No sé lo que pudo haber pasado aquí, pero esa mujer no pretendía suicidarse; de eso estoy seguro. Tenemos que preguntarnos: ¿quién la ayudó a hacer todo esto? y sobre todo ¿por qué? o ¿para qué?

    - ¿Se sabe quién es la víctima? - inquirió Olivia.

    - Aún no. En comisaría están viendo si pueden averiguar de quién es la casa. ¿Has visto algún bolso por ahí?

    - En el vestidor creo que había uno - comentó Olivia.

    ***

    ¿QUIÉN ERES?

    Efectivamente como había señalado Olivia, en el vestidor de la habitación principal había un bolso. Adam lo cogió y lo vació sobre la cama sin miramiento alguno. Todo su contenido, que no era mucho, cayó desparramado sobre el edredón.

    - Vamos a ver en la cartera - propuso, mientras sacaba unos guantes de látex del bolsillo. - A ver si resolvemos un misterio. Perfecto, aquí hay un DNI a nombre de Claudia Blanco Acuña.

    - ¿Es la mujer de la mesa? - quiso saber Olivia.

    - Yo diría que sí - Adam le mostró la foto. - Voy a llamar a comisaría para ver si pueden averiguar algo de ella - justo cuando iba a sacar su móvil del bolsillo este comenzó a sonar. - Hablando del rey de Roma… Raquelita estaba pensando en ti.

    - Segurísimo - se escuchó decir a través del altavoz del aparato.

    - Te he puesto en manos libres - advirtió Adam. - Estoy con Olivia Castro.

    - A ver, el número 23 de la calle San Telmo está a nombre de…

    - Claudia Blanco Acuña - se adelantó Adam.

    - ¿Ahora también tiene dotes adivinatorios? - preguntó Raquel sorprendida.

    - Más o menos. Tengo que admitir que he tenido un poco de ayuda - comentó Adam.

    - Mejor no pregunto qué clase de ayuda. Supongo que ahora es cuando me pide que averigüe algo más de la mujer, ¿no? - preguntó Raquel.

    - Exacto. Así te diviertes un poco.

    - Tengo otras tareas que hacer, no voy a aburrirme - protestó sin mucho ánimo.

    - Ya sé que tienes otras cosas que hacer, pero eres la única disponible en este momento y como eres una buena persona me vas a ayudar un poquito, ¿verdad?

    - Aunque no me adule, lo voy ayudar igualmente - comentó Raquel. - Lo llamo en un rato.

    - Un rato cortito - pidió el inspector.

    - Eso ya veremos.

    Adam colgó y vio que Olivia miraba el contenido del bolso con curiosidad. Era como si buscase algo. Esperó a ver si le decía algo, pero como veía que no hablaba decidió preguntar. La curiosidad siempre había sido su punto débil.

    - ¿Algo interesante?

    - ¿Y el móvil? - inquirió Olivia.

    La pregunta hizo que Adam también mirase hacia los objetos que permanecían desparramados sobre la cama. Los movió un poco para asegurarse de que no estuviese oculto bajo ninguno de ellos. También revisó el interior del bolso por si estaba en algún bolsillo interior.

    - No está aquí - sentenció.

    - En la habitación no parece que esté - añadió Olivia mientras deambulaba por la estancia. - Quizás en la

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