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El amanecer de los muertos cerebrales: El turno nocturno, #3
El amanecer de los muertos cerebrales: El turno nocturno, #3
El amanecer de los muertos cerebrales: El turno nocturno, #3
Libro electrónico164 páginas2 horas

El amanecer de los muertos cerebrales: El turno nocturno, #3

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Información de este libro electrónico

Sam solo quiere una vida normal, ¿es demasiado pedir?
Al parecer, sí.

Que aparezcan clientes borrachos no es nada nuevo, pero ahora andan vomitando una porquería negra por todas partes y una oscura entidad corporativa parece merodear tras cada rincón.

Sam ha hecho todo lo posible para ocultarle sus extrañas aventuras a su nuevo novio, pero ¿será capaz de seguir así cuando empiecen a pasar cosas raras en Ann Arbor otra vez?

Cuando confluyen el festival local de marihuana, el partido de fútbol universitario y las rarezas paranormales, puede que todo acabe siendo demasiado para que lo maneje una sola empleada de aparcamiento.

Descúbrelo en El amanecer de los muertos cerebrales, la tercera entrega de la serie El turno nocturno.

IdiomaEspañol
EditorialD.S. Ritter
Fecha de lanzamiento7 ene 2020
ISBN9781393109525
El amanecer de los muertos cerebrales: El turno nocturno, #3
Autor

D.S. Ritter

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    El amanecer de los muertos cerebrales - D.S. Ritter

    Capítulo Uno

    Sam sintió un escalofrío; estaba sola, de pie en la semioscuridad nocturna del centro de Ann Arbor. Las calles estaban en silencio y vacías, casi desoladas. La gente escaseaba, pero no era debido a las fuerzas de la oscuridad, sino al clima casi glacial. Marzo en Míchigan podía ser algo voluble: unas veces era primavera y otras veces era todavía invierno. Aquella mañana, parecía que que iba a hacer bueno, pero una hora después de que llegara al trabajo se había levantado un viento helador y la temperatura había caído.

    «Parece que todavía estamos en el condenado invierno». Pensó, como si hablar sola entre dientes fuera a hacer que Sam sintiera algo menos de frío. Su puñetera parka estaba en casa, encima de un montón de colada recién salida de la secadora.

    Mientras le castañeteaban los dientes, hundió las manos más profundamente en los bolsillos de la chaqueta ligera de trabajo y se puso a rebotar sobre las puntas de los pies; las finas playeras le proporcionaban poca protección contra el hormigón frígido del aparcamiento. Hasta ese momento el tráfico había ido lento, pero incluso así, el turno era una suplicio. El reloj que había en el banco al final de la calle le indicaba que todavía le quedaban otras tres horas más.

    Las cámaras de la parte de arriba pillarían a Sam sacando el móvil, pero le daba igual. Estaba más concentrada en decidir si sería capaz de soportar que la incomodidad convirtiese la noche en un sufrimiento interminable o si cedería y pediría ayuda.

    Sam D:

    Tío, esta noche el tiempo da asco

    Novio:

    ¿Quieres que te lleve la parka?

    «Joder», pensó, «¿qué habré hecho yo para merecerme a este chico? Bueno, la verdad es que salvé el mundo. Dos veces». Sus pulgares vacilaron sobre las teclas. ¿Quería hacerle perder veinte minutos conduciendo? Además, era tarde y hacía frío, y ya solo le quedaban tres horas para terminar...

    Sam D:

    No, no hace falta. Gracias

    Se sintió bien al rechazar el favor, aunque sospechaba que más tarde se arrepentiría.

    Novio:

    Vale, cariño. Te quiero

    Sam D:

    Yo también te quiero

    Un turismo negro condujo hasta la barrera.

    Sam se metió el teléfono en el bolsillo mientras el hombre que había dentro buscaba algo, miraba la puerta entrecerrando los ojos y presionaba un botón. Clic. Las puertas se bloquearon con un sonido metálico. Clic-Clic. Se desbloquearon. Clic. Se bloquearon de nuevo.

    El conductor parecía medio dormido mientras apretaba todos los botones que era capaz de encontrar hasta que la ventanilla bajó cinco centímetros. Contento consigo mismo, se giró hacia ella y se quedó esperando. Ay, por Dios...

    —¿Puedo ayudarle, caballero?

    —Uhhh...—gimió mirando a su alrededor de nuevo.

    —¿Tiene... Tiene el resguardo? —Sam esperaba que no. De ningún modo ese tío debía salir a la carretera, pero decirlo iba contra las normas. El aparcamiento Empire no consideraba a los conductores borrachos asunto de la empresa.

    Él empezó a darse palmaditas por el cuerpo y Sam intentó encontrar una manera sutil de llamar al encargado. Una cosa eran los conductores que se iban un poco contentos, pero ese hombre era un accidente en potencia. Mientras le miraba, él pareció olvidarse de lo que estaba haciendo y se recostó en el asiento cerrando los ojos.

    —¿Perdón? ¿Caballero? ¡Caballero!

    El cliente se despertó de un salto y la miró con borrosa confusión. Clic-clic. Volvió a presionar el botón equivocado, luego subió la ventanilla y se quedó dormido.

    —¡Caballero! ¿Hola? —Sam golpeó la ventanilla con los nudillos, pero el tipo estaba totalmente frito. Cogió la radio.

    —Siete-Uno a Oficina Central.

    —Oficina Central. Adelante Siete-Uno. —Marcus, el encargado de noche, sonaba como si estuviera de buen humor para variar. No duraría.

    —Oficina Central, tengo a un tipo dormido en el carril sur.

    —¿Has dicho «dormido», Siete-Uno?

    —Sí, tío, dormido. O sea, está dentro de su coche, el motor está en marcha y no puedo despertarle.

    —¿En tu carril?

    —En mi carril.

    —Mmm... vale, bien. Enviaré a un encargado a echarle un ojo.

    —Diez-Cuatro, pero no creo que un encargado sea suficiente. El tipo parece realmente borracho... vamos, que se ha dormido en mi carril.

    —Vale, vale. También llamaré a la policía. Solo espera un momento.

    —Diez-Cuatro.

    Sin nada más que hacer, Sam se quedó de pie en su puesto, esperando y al mismo tiempo temiendo que el hombre se despertara, pero había perdido el conocimiento, hasta babeaba.

    Un puñado de coches llegó a la vez, casi todos yendo al otro carril, pero, por supuesto, uno se puso a la cola detrás del cliente inconsciente. Sam le indicó con la mano que se moviera, pero el conductor estaba allí sentado si enterarse de nada. Más coches empezaron a llenar ambos carriles. La gente del club de la comedia, al otro lado de la calle, había salido.

    La cola para salir se hizo más y más larga, llegando hasta la tercera planta mientras el reloj contaba el tiempo hasta que en algún momento alguien empezara a tocar el claxon. Algo que no es divertido cuando estás dentro de una caja de hormigón.

    Un par de años antes, algo así habría hecho que a Sam le entrara el pánico. Ahora, solo sentía frustración.

    Hizo avanzar las cosas poco a poco en un carril, pero el cliente que estaba detrás del borracho no había conseguido moverse y se estaba cabreando mucho.

    Un coche de policía y una ambulancia, ambos con las luces apagadas, aparcaron junto al edificio. Sam suspiró aliviada. Girando la esquina se acercaban un agente y Matt Cranston. Él saludó con la mano como si fuera un día cualquiera y no hubiera un atasco enorme.

    —Eh, Sam, ¿qué hay?

    Un atasco grande de cojones.

    —Ese tío se ha quedado dormido o se ha desmayado o algo. —Sam apuntó al coche transgresor. —¿Has intentando despertarle?

    —He llamado a la ventanilla. El tipo está tieso. Incluso si se despertara, ¿crees que debería de ir en coche a ningún sitio?

    El cliente de detrás apretó el claxon, mucho y con agresividad, dejando a todo el mundo sordo. El policía le echó una mirada que decía «no me hagas ir ahí». Y luego le indicó a su compañero con la mano que se acercara, junto a un técnico de emergencias de la ambulancia.

    —El tipo está dormido con el pie en el freno. El coche está en modo conducir.

    —Caballero —dijo el técnico llamando a la ventanilla—. Necesito que apague el motor. ¡Caballero!

    —Creo que la puerta no está cerrada con llave —dijo Sam, poniéndose de pie detrás para ver el espectáculo. Todo el mundo en la cola estaba haciendo lo mismo. Para ser justos, ver a dos agentes de policía y a un técnico de emergencias pelear para despertar a un hombre y poner el turismo en modo aparcar era algo digno de contemplar.

    Durante el forcejeo, él hombre recobró la consciencia y no pareció molestarle para nada encontrarse al policía sacándole del coche. De alguna manera, se puso en pie y los hombres le acompañaron a la ambulancia.

    Matt sacó el teléfono y le pidió a Marcus que llamara a una grúa para mover el coche abandonado; Sam se iba hacia la otra salida con la intención de despejar a todos los clientes que estaban esperando cuando oyó el sonido de arcadas.

    Miró justo a tiempo para ver al borracho vomitar encima del agente que le estaba sujetando. Era asqueroso, pero lo que le aceleró el pulso fue el color. El vómito del hombre era negro.

    Se le pusieron los pelos de punta mientras volvía al trabajo. ¿Qué narices habría estado bebiendo?

    corte de escena

    Diez meses después de cerrar el trato, Sam todavía sentía un pequeño cosquilleo cuando aparcaba en su casa. El antiguo apartamento guardaba más recuerdos espeluznantes que felices. ¿Cuántas noches se había despertado muerta de miedo pensando que había un vampiro por fuera de su ventana del segundo piso? ¿O que un hombre poseído por algo terrorífico y muy antiguo podría echar su puerta abajo?

    El billete de lotería que John y Smith le habían dejado había sido suficiente para comprarse su primera casita en Ypsilanti y también había pagado un coche usado que no era una mierda total, así que, por lo menos, no tenía que preocuparse de pagos mensuales. Era una casa pequeña de dos habitaciones en un barrio tranquilo y, bueno, ahora era su hogar.

    Sam pasó por encima de la nieve invernal medio derretida que quedaba en el borde de la entrada y entró por la puerta de la cocina, quitándose las zapatillas mojadas antes de llegar muy lejos.

    Olía a palomitas de maíz. Era agradable ver a Shane comer de manera saludable... Le encontró dormido en el sofá barato de Ikea con la televisión encendida, el cuenco de palomitas a punto de caer al suelo. Era delgado, camino de quedarse chupado, y era lo bastante alto como para que le colgasen las piernas cómodamente sobre el brazo del sofá. Empezaba a tener aquel pelo castaño largo. Ya le llegaba a la nariz. Inclinándose sobre él, le dio un beso en la frente. Shane abrió los ojos y ella agarró el cuenco antes de que pudiera tirarlo al suelo.

    —Te dije que no hacía falta que me esperases —dijo mientras se metía unas palomitas en la boca.

    —Lo sé —dijo él sentándose mientras se estiraba y bostezaba—. Pero quería verte.

    A Sam se le calentaron las mejillas. Habían empezado a decirse «Te quiero» hacía tres meses. Él lo había dicho primero y a ella le había parecido raro decírselo de vuelta. Sam nunca había estado en una relación que llegara tan lejos pero, ahora, las palabras fluían con naturalidad. Los cálidos sentimientos que recibía de él le ayudaban mucho a sanar.

    —Vete a la cama. Irte a trabajar será horrible si no lo haces.

    Él sonrió, con la luz de la televisión iluminándose los dientes.

    —El trabajo será horrible haga lo que haga. ¿Vienes?

    —En un minuto. —Le alborotó el pelo con cariño. Shane se levantó, le dio un beso en la cabeza y se fue hacia el dormitorio, sin molestarse en apagar las luces.

    Sam le observó mientras se iba, colmada de un cálido burbujeo por dentro. Era raro cómo sentirse bien por él la animaba a sentirse bien por ella misma.

    Pusieron un anuncio de la Compañía Everitt en la tele, chillón y agresivo, que la sacó de su ensimismamiento. Habían estado acribillando las ondas con sus ruidosos anuncios desde que plantaron su nuevo cuartel general en Ann Arbor. Sam apagó la tele, llevó las palomitas a la cocina y empezó a buscar bolsas para bocadillo. No tenía sentido dejar que las sobras se pusieran malas. Mientras rebuscaba en la despensa, su móvil tintineó con una alerta de mensaje.

    Heather J:

    O sea, ¿qué vomitó encima del poli?

    Sam D:

    De arriba abajo.

    Era totalmente

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