“ PASÉ UN , BACHE, CAÍ Y ME VOLVÍ A LEVANTAR TOTALMENTE RENOVADO”
AL HABLA VAN DAMME. Lo primero que hace es preguntar: “¿Qué tal?”. Pero antes de que pueda escuchar la respuesta, en su lado de la línea se escucha mucho barullo: sonidos sordos del teléfono, a un pequeño chihuahua ladrando, a la mujer de Van Damme, Gladys Portugues, riendo, y también su propia risa. “Oh la la”, suspira Van Damme, de nuevo al teléfono. Parece como si dijera en francés: “¿Qué se le va a hacer?”
“Mi perrita está aquí a mi lado. Acabamos de llegar del Caribe”, explica, y la perra vuelve a ladrar mientras Van Damme dice: “Lola, para”, con un tono serio e imponente. “Y está tan celosa de mi mujer… es increíble”.
En los últimos tiempos, Van Damme y Gladys han estado en Francia, Bélgica, Italia y Mónaco. “Así que mademoiselle Lola ahora es una perrita mimada porque ha ido de hotel en hotel”, explica . Y se vuelve a dirigir a la perra con una voz dulce y aguda: “¿A que sí, Lola?”, y luego ríe, como si estuviera encantado de saber que hay un ser en el mundo que lo ama tanto.
Van Damme cumplió 60 años el pasado mes de octubre y durante todo ese tiempo ha pasado de ser un desconocido belga a convertirse en una de las estrellas más taquilleras del cine mundial. Pero también ha sido famoso por su adicción a la cocaína. A los 38 les decía muy serio a los periodistas que estaba seguro de que iba a morir de un ataque al corazón a los 50, y eso que ya había dejado las drogas y había vuelto al trabajo y a centrarse en el deporte y en Gladys, que había estado cuidando de sus hijos, Kristopher y Bianca, durante los años en que Van Damme dejó que sus demonios le dominaran.
Van Damme y Gladys se divorciaron en 1992, cuando él empezó a desmadrarse, pero volvieron a casarse a finales de los 90, lo queque Van Damme iba “de coca hasta las cejas” en el set de , que se rodó en 1994, cuando lograban que apareciese por el set.
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