Para William Goodge correr siempre fue un castigo. Como jugador de rugby semiprofesional, las vueltas de 5 km eran su tirón de orejas por llegar tarde a los entrenamientos. Por esa razón, en lo último que pensaba fuera de temporada era en atarse las zapatillas y salir a sumar kilómetros. “Sin duda, correr no es algo que hiciese por gusto”, confiesa el modelo, empresario y corredor británico.
Sin embargo, un tsunami cargado de oleajes oscuros acabó con las ideas preconcebidas de Goodge. Su madre falleció tras cinco años luchando con todas sus fuerzas contra un linfoma no Hodgkin. Goodge por aquel entonces tenía solo 23 años, “un momento curioso”, según él. “Ya eres suficientemente mayor como para cuidar de ti mismo, pero, al menos mentalmente, no estás preparado ni por asomo para procesar algo así”.
La consideraba su ancla, alguien que, incluso durante los últimos días de su vida, afrontaba cada mañana con la certeza absoluta de que iba a acabar con ese despiadado monstruo que era el cáncer. Y después, de la noche a la mañana, su apoyo inquebrantable y su franca orientación desaparecieron. “Tenía en mi mano el poder de rendirme”, admite Goodge. “Tenía libertad absoluta para