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Cuentos para tiritar de miedo
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Libro electrónico73 páginas53 minutos

Cuentos para tiritar de miedo

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Información de este libro electrónico

Nueve relatos sobre sucesos extraños, llenos de intriga y misterio; los que, sin embargo, no tienen como personajes a monstruos y fantasmas: solo cosas cotidianas como un microscopio y un auto.
IdiomaEspañol
EditorialZig-Zag
Fecha de lanzamiento3 feb 2018
ISBN9789561232211
Cuentos para tiritar de miedo

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    Cuentos para tiritar de miedo - Saúl Schkolnik

    Viento Joven

    ISBN Edición impreso: 978-956-12-1488-0

    ISBN Edición digital: 978-956-12-3221-1

    24ª edición: agosto de 2017.

    Editora General: Camila Domínguez Ureta.

    Editora Asistente: Camila Bralic Muñoz.

    Director de Arte: Juan Manuel Neira Lorca.

    Diseñadora: Mirela Tomicic Petric.

    © 2003 por Saúl Schkolnik Bendersky.

    Inscripción Nº 127.606. Santiago de Chile.

    © 2014 de la presente edición por

    Empresa Editora Zig-Zag, S.A.

    Inscripción Nº 238.090. Santiago de Chile.

    Derechos exclusivos de edición reservados por

    Empresa Editora Zig-Zag, S.A.

    Editado por Empresa Editora Zig-Zag, S.A.

    Los Conquistadores 1700. Piso 10. Providencia.

    Teléfono (56-2) 2810 7400. Fax (56-2) 2810 7455.

    E-mail: contacto@zigzag.cl / www.zigzag.cl

    Santiago de Chile.

    Diagramación digital: ebooks Patagonia

    www.ebookspatagonia.com

    info@ebookspatagonia.com

    El presente libro no puede ser reproducido ni en todo ni en parte, ni archivado ni transmitido por ningún medio mecánico, ni electrónico, de grabación, CD-Rom, fotocopia, microfilmación u otra forma de reproducción, sin la autorización escrita de su editor.

    Índice

    Un auto

    El globo ocular

    Las piedras caídas del cielo

    Esa casa del tiempo

    Los collectio ónistas

    Casi

    Mancha en el cielo raso

    Los nuevos flautistas de Hamelin

    El microscopio

    Anexo

    ¿Quién es Saúl Schkolnik?

    Un auto

    Era un modelo no demasiado moderno, aunque no tenía más de seis años.

    Roberto lo vio y se apasionó por él. Ese color psicodélico... ese no sé qué en el parabrisas delantero... ese aire deportivo... pero, por sobre todo, ese tapiz de los asientos: un listado tigre amarillo y café moro... ¡fascinante!

    Un pago inmediato al alcance de sus posibilidades y varias –hartas– cuotas no muy difíciles de cancelar lo terminaron por convencer.

    –Lo llevo –exclamó satisfecho.

    Salió de la compraventa de automóviles manejando su flamante adquisición.

    Aquella misma tarde decidió ir a mostrarle el nuevo auto a su novia.

    Clarita no estaba sola. Su mejor amiga había ido a visitarla y ambas charlaban animadamente cuando llegó Roberto.

    –¡Bueno! –aceptó éste algo frustrado por la forzada compañía de la amiga, pero contento pues así podría presumir frente a alguien más.

    Abundaron las exclamaciones de asombro...

    –¡Qué línea!...

    –¡Y mira el color!...

    –¡Y el tapiz!... –señaló la amiga acariciando el dibujo atigrado mientras se trepaba en el asiento trasero.

    Estuvieron mucho rato dando vueltas y más vueltas. Clarita apoyaba su cabeza en el hombro de Roberto y éste, imitando a cualquier buen galán de cine, la rodeaba con su brazo. En cada caleta o frente a cada playa del camino entre Viña del Mar y Concón se detenían, olvidándose de la amiga, para acariciarse.

    Recién como a la hora de andar vagabundeando con el auto, Clarita se acordó de su amiga.

    –¿Quieres que te vayamos a dejar a tu casa? –le preguntó sin cambiar su grata posición.

    No obtuvo respuesta.

    –¿Te pasamos a dejar? –insistió.

    ¡Completo silencio!

    Soltándose del abrazo de Roberto, Clarita se dio vueltas para encarar a su amiga...

    El asiento trasero estaba desocupado. ¡Ni señas de su ocupante!

    –¡Roberto! ¿Qué pasó con ella?

    –¿Qué pasó con ella? –repitió el joven aun embelesado por el paseo–. Debe haberse bajado en una de esas paradas que hicimos...

    –¿Tú crees?

    –¡Seguro! Nos vio tan acaramelados que no quiso molestar. Mañana la llamas...

    Sin embargo, al día siguiente Clarita no logró hablar con su amiga.

    Tres días más tarde, Roberto, que aún no había salido de su casa, recibió muy temprano la llamada de un compañero de trabajo.

    –Roberto –le pidió–. ¿Puedes pasarme a buscar para ir a la oficina? Sabes, tengo que llevar una plata que recogí ayer de la sucursal de Quillota.

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