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Cuentos Atrevidos
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Libro electrónico656 páginas10 horas

Cuentos Atrevidos

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Estos cuentos, todos, son producto de la imaginación. No tiene intención de recoger datos biográficos de personas fuera de la vida del autor. Cualquier parecido con alguna persona o con un incidente de la realidad es pura coincidencia o porque producir el cuento se alimenta de realidades reconocibles de la experiencia humana. Nadie ni nada es al

IdiomaEspañol
Editorialibukku, LLC
Fecha de lanzamiento31 ago 2022
ISBN9781685741754
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    Cuentos Atrevidos - Pedro J. Ramírez

    DEDICATORIA

    La dedico a todos los que permiten que su imaginacion, tome vuelo y se deslice en las corrientes de otras imaginaciones y del conocimiento, fluyendo como ola libre sin atarse a ninguna costa y tocándolas todas.

    NOTA A LOS LECTORES

    Estos cuentos, todos, son producto de la imaginación. No tiene intención de recoger datos biográficos de personas fuera de la vida del autor. Cualquier parecido con alguna persona o con un incidente de la realidad es pura coincidencia o porque producir el cuento se alimenta de realidades reconocibles de la experiencia humana. Nadie ni nada es alusivo a realidades que nos rodean excepto por coincidencia o circunstancias fortuitas.

    NOTA DEL AUTOR

    Esta es mi primer publicación. Soy un escritor indie, iniciándome en el arte. Lo he hecho con esfuerzo y con pasión por crear, por llevar mi imaginación. Espero que los lectores queden complacidos. Seguro que los buenos lectores encontrarán errores; todos inadvertidos, pues me he esforzado por llenar los requisitos de la artesanía del escritor de ficción para transportar al lector a otros mundos. Pueden comunicar sus hallazgos y sugerencias a agentindie2018@gmail.com .

    CRISÁLIDA

    Crisálida era una chicuela hermosa que creció con bucles espesos y lazos rosados o azules en su abundante pelo rubio. Sus ojos azules adornaban como dos joyas. Su piel tersa, blanca como nieve, con vellos que brillan al sol como si pequeñas luces la cubrieran. Parecía una pequeña hada, no era difícil imaginarle alas doradas. Su cuerpecito rollizo reflejando formas de futura mujer hermosa daban ganas de darle afecto. Todo el barrio la agasajaba y le ofrecía galletitas y refrescos. Su padrino, hombre alto y fornido, muy venerado por todos, era su protector. La cuidaba con celo y miraba con recelo a todo el que se acercaba. Su madre, soltera, dependía del buen hombre para dar el frente al mundo. Nadie suponía que hubiera relación entre ellos. Todos tenían concluído que sólo mantenían amistad por el cuidado de la niña que hacía las veces de la nieta que él hubiera deseado tener de su fallecida hija.

    En ese ambiente de cuidados y afectos creció la niña y se hizo una joven hermosa. Muy hermosa. Tanto que era la admiración para muchos. Pero ningún hombre daba un paso más allá. Con su forma de ser y actitudes mantenía a todos distantes de su persona. Su carácter y su porte la encapsulaban como un tesoro especial. Según la joven crecía, entendía más de la vida y de las realidades y crudezas que torcían la mente de los adultos. Su imagen era fortalecida por su padrino, don Geño, quien siempre se mantenía muy cercano a ella.

    Su cuerpo ya había tomado formas de mujer con caderas curvas, pechos que provocaban deseos y formas que traían suspiros. Su pelo largo había dejado de ser rubio y se había convertido en pelo negro sedoso que ella dejaba suelto y caído cubriéndole la redondez de sus nalgas plenas. Su pelo espeso era un escudo para sus intimidades al frente. Sus ojos azules tenían destellos que parecían guardar secretos de amor sin saber del amor. Crisálida dejó de serlo para ser toda una mariposa dispuesta para el vuelo, con apenas trece años y sin la experiencia de un proceso de metamorfosis.

    En su curso de educación sexual del onceavo grado se inició en un nuevo conocimiento. La menstruación. El día que discutieron el tema se manifestó en ella con abundancia de sangre. Ella había pensado que ese mal nunca le llegaría sabiendo que sus amigas ya se habían inaugurado. La maestra, quien era muy estricta, se llenó de entendimiento y le permitió regresar a su casa con la advertencia que se cubriera con su chal mañanero a forma de semi-falda para que no le vieran la mancha de sangre. Así lo hizo y comenzó camino a su casa presintiendo que algo raro pasaba con Gela, su madre. Cuando llegó se le confirmó su sentimiento. Gela estaba tendida en el piso en un charco de sangre, las piernas separadas con las señales de una penetración forzada y el cuello ennegrecido con marcas de dedos. Por la tiradera en la pequeña habitación se notaba que había habido un combate: Vasos rotos, jarrones destrozados, muebles fuera de sitio y patas arriba, manchas de sangre en las paredes y un cuchillo de filetear en el piso.

    Impactada, Crisálida miró lentamente alrededor con cautela instintiva. Notó entonces a su padrino, don Geño, a un lado de la escena. Tenía un revólver en la mano derecha y un cuchillo ensangrentado en la izquierda. Cuando la vio puso el revólver con timidez en la mesa de comer.

    —Esto es una tragedia penosa —dijo achicado. Entonces ella observó que él estaba desnudo. Era un hombre corpulento, de cuerpo poderoso y bien mantenido. Tenía algunas manchas de sangre en sus brazos y su pecho. Ella se cargó de tensión —. Verdaderamente muy penosa. Penoso que hombres que quieren tener mujer lo hacen a la fuerza sin tener el amor de ellas.

    En la mente de Crisálida se iba formando una conclusión. Este es un crimen pasional. Padrinito estaba celoso. Se animó a soltar su pensamiento y le dijo —¿Por qué la mataste? —. Él la miró con asombro, perplejo, sin contestar nada. La perplejidad de él fue para ella una confesión de culpa. Con la rapidez de su juventud fue a la mesa, cogió el revólver y le apuntó. Él quedó mudo, tragando en seco.

    Disparó sin pensar más. Aunque no sabía de armas, no podía fallar a esa distancia. Él la miró fijo, poniendo sus ojos en blanco, cuchillo al piso, rodillas dobladas, borbotones de sangre y cuerpo caído. Con todo el sentir de venganza, Crisálida sintió terror.

    —¡Ay! ¡Ay! ¿Por qué mataste a mi madre? —preguntó inútilmente pues cuando cayó al piso estaba muerto. Fue a la habitación recordando en su pudor que estaba menstruando. Notó que la cama estaba lista para una relación. Ya ella había deducido que Gela y padrinito se entendían. Allí no habían señas de lucha. Todo se veía alistado para una relación estudiada. Velas de perfume. Frisa encubridora para evitar el frío del aire acondicionado. Una almohada a mitad de cuerpo para aupar la cintura. Todo acomodado para tener una satisfacción con profundidad. Entonces dedujo lo que debió haber deducido antes: "Padrinito no la mató. Fue otra persona. ¿Quién? He matado a padrinito en la confusión. Ahora… ¿cómo explico esto?" Era muy importante salir del lío. Recordó incidentes similares de películas de TV, entonces cogió el revólver y lo limpió cuidadosamente con un papel toalla húmedo que desechó en el inodoro. Puso el revólver en la mano derecha de su madre. Se lavó las manos repetidas veces con jabón hasta el codo y echó su blusa a la lavadora. Llamó a la policía.

    —Oficiales, ha ocurrido un asesinato doble en mi casa. Necesito que vengan pronto —les dijo. El oficial quedó turbado con la voz joven.

    —Señorita o señora, ¿cuál es su nombre? —preguntó el oficial.

    —Crisálida. Venga pronto, por favor —suplicó ella.

    —En camino. Dígame su edad —dijo él. Sorprendido por la edad, añadió —Tendré que llevar una trabajadora social. Es menor de dieciocho años esto la hace menor de edad. Mi asistente se reunirá con usted en minutos.

    —¿Asistente?

    —Sí. Será mi asistente el que vaya. Es un joven que se está iniciando en las investigaciones y ha probado en varios casos anteriores ser muy sagaz y penetrante en sus observaciones. No vea su juventud. Vea sus resultados y sus observaciones. Espérelo—OK. Lo espero. Pero creo que lo que sucedió amerita que venga alguien de experiencia.

    —Considere qué es lo que llamamos ‘experiencia’. ¿No es acaso poder ver algo y estudiarlo en base a algo que experimentamos en un pasado? Eso le hizo pensar los momentos en que buscaba trabajo y le exigían "experiencia.

    —OK. OK. Esperaré por el asistente —En su mente decidió algo que le justificara su limpieza personal. —Mientras llega me voy a bañar.

    —No se bañe —instruyó el oficial contactado.

    —No es posible. Me comenzó el período y tengo un embarre incómodo. No voy a recibir a nadie así. Lo siento. Me tengo que baña r—enfatizó ella —Me voy al baño antes que usted llegue —Colgó y se fue a bañar. Lo hizo en detalle y se acomodó una toalla sanitaria de su madre. Se puso pantalones, se peinó y esperó. En poco llegó el detective Eduardo D’Lan. Llegó con una mujer madura que presentó como su novia. Él se sonrió. Era una mujer de espalda ancha y busto abundante y nalgas gordas sin forma de cadera. Su pelo era rizado y ella lo hacía libre en bucles caídos. Esto le daba un contraste juvenil que no se podía relacionar con sus formas. Él era un hombre recio, fuerte, portaba su revólver como un reloj de pulsera. Brazos velludos, labios con forma de corazón. Su mirada era perceptiva y sonreía con tal agrado que te hacía sonreírle.

    D’Lan examinó la escena en detalle. Fue hasta los cadáveres. El cuchillo estaba al lado de Geño y el revólver a la mano de Gela. El detective recogió ambas armas. Notó que el revólver no tenía huellas; había sido limpiado. Tenía leves trazas de fibras de papel sólo visibles a un ángulo de luz. El cuchillo estaba ensangrentado, mango y hoja. Buscó pisadas y entrada forzada y no encontró. El asesino tenía entrada libre y conocía cómo prevenir huellas de pisadas. Era familiar a la casa. Sabía dónde pisar. Quizás un amigo o un familiar. Observó alrededor y notó que había papel toalla cerca. En el piso un pedazo de esquina de una hoja. Solamente Geño tenía un balazo. Observó las paredes y tenían zinc mohoso que no permitía examinar mucho. La historia del revólver en la escena era consistente. Visto esto, fue a la joven e interrumpió la conversación con la trabajadora social.

    —Joven, ¿cuál es su nombre, otra vez? —preguntó D’Lan. La señora acompañante lo miró con sorpresa.

    —Tú siempre te aprendes los nombres de la primera, ¿qué te pasa? —Él se volteó hacia la mujer.

    —Shh. Calla, mujer —dijo él rápido y se volteó para Crisálida.

    La trabajadora social intervino —Recuerda que es menor, D’Lan —llamarlo por su nombre implicaba que lo conocía —Tienes que frasear las preguntas con propiedad. Ya ella tiene bastante con todo lo que ha pasado con su familia y amigo —D’Lan la miró con dureza y esperó la contestación.

    —Mi nombre es Crisálida.

    —Bien. Cuando usted llegó, ¿qué encontró? Dígamelo en detalle desde que comenzó a abrir la puerta con su llave. ¿Algún ruido raro?

    —Ningún ruido. Cuando entré me encontré lo que vemos ahora — dijo Crisálida.

    —¿No había nadie vivo que le dijera algo de lo que pasó?

    —No. Los dos estaban tendidos. Mi madre en la peor pose. Gracias por instruir a los de investigación de escena que los cubrieran. El pobre padrinito desnudo. Creo que ellos se entendían. No es de extrañarlo. Él estaba en todo en nuestras vidas y nos mantenía. Esta casa es de él y nos la dejó. Aunque mi madre Gela trabajaba, él lo suplía todo para que ella ahorrara para mis estudios. Necesito que me ayuden a recuperar el dinero pues los bancos se apropian de todo. Y tengo una pregunta para usted.

    —Bueno, considerando la situación, usted tiene en mente todos los detalles que se deben resolver. Bien. Estoy seguro que le ayudaremos. Aquí la trabajadora social le ayudará en todo. Es más fácil porque usted es única heredera. Añado, no me dé crédito por cubrir los cadáveres. Ellos siempre lo hacen. Bien. Diga su pregunta.

    —Se ve usted muy joven. ¿Su edad? —preguntó ella mirándolo fijamente como quien espera una contestación que desaprobaría.

    —¿Mi edad? Eso nada tiene que ver con el caso —reclamó D’Lan —Más tienen que ver los detalles que usted está considerando a pesar de la situación que refleja esta escena. Pero le diré mi edad: Veintiún años.

    —Mi madre era muy especial. Desde pequeña insistió en que fuera independiente y una buena planificadora considerando los detalles. Siempre me decía ‘Si no planificas y anticipas, fracasas en tu vida y arrastras a otros en tu fracaso.’ Así me crió y me enseñó a cuidarme de mis sentimientos porque ‘son traicioneros’.

    —Muy sabia tu madre. Bien. Muy sabia en verdad —dijo D’Lan —Es admirable que vivas con lo que ella te enseñó y permaneces de acuerdo a ello. Te felicito —A Crisálida le resultó agradable que el detective nombrara sabia a su madre y que encontrara correcto que ella se guiara con las ideas de su madre —Me da curiosidad cómo te vas a cuidar de tus sentimientos porque ‘son traicioneros’.

    —Bástele lo que oyó. Use su entendimiento. No tengo nada que decir ante lo que entiendo que es claro.

    —Debemos ir a la estación para que el jefe hable con usted y haga un informe de todo. Él tiene que hablar con usted, joven. Vamos —Bien hice en bañarme" pensó Crisálida.

    ***

    En la estación de policía los recibió Eulalio. La trabajadora social se retiró pero dejó los documentos para ingresar a la joven en un hogar sustituto para que tuviera figuras paternales que la cuidaran. Eulalio hizo las mismas preguntas que hizo D’Lan. Esto irritó a Crisálida y la oferta del hogar sustituto la agravó. Con su espíritu independiente quería vivir en su casa. Reclamó esa independencia con el auspicio de Eulalio—a quien D’Lan convenció de tomar el paso. Le hicieron varios exámenes sicológicos y los sicólogos consultados entendieron que tenía la madurez para desenvolverse sola. Les preocupaba, sin embargo, su seguridad en la comunidad donde vivía. Así que le exigieron que debía mudarse a otra comunidad que tendría que ser aprobada por Eulalio y el departamento de la familia. Todo fue resuelto luego que ella explicó que tenía el dinero para disponer su vida en la nueva comunidad. Eulalio tenía el compromiso de darle seguimiento a la seguridad de la joven. Para este seguimiento tenía en servicio a su asistente.

    La mamá le había dejado el dinero ahorrado en una caja en la casa de la escena de los crímenes, en un lugar oculto en el piso que había sido hecho por padrinito. Ambas mantenían esto en secreto. Luego que Gela fue enterrada, depositó el dinero en el banco acompañada de su servicio de seguridad, con D’Lan. Al regreso decidieron detenerse en un parque en ruta y sentarse a descansar y tomar un refresco. Él inició tema con una observación sobre ella.

    —Bien. De verdad que eres una joven, bueno ya eres mujer, con tu incidente más aún… una joven excepcional. ¿Qué harás con todo ese dinero que acumuló tu madre, más el que te dejó en herencia tu padrino, o padrinito? —le preguntó D’Lan.

    —Bien —sonriéndose por imitar al joven con su Bien—Lo que deseo es estudiar. Pero también quiero investigar quién mató a mi mamá Gela. De ahí parte todo lo que debemos averiguar. Eso nos llevará a los demás hechos —Con su pensamiento ido hacia lo que había ocurrido con el padrinito.

    —Te entiendo. Espero que tus esfuerzos no sean para realizar una venganza. Nunca traen satisfacciones al vengado r— dijo Eduardo D’Lan pensativo. Ella se quedó pensativa, como buscando dentro de sus pensamientos. De momento tomó expresión alerta.

    —Creo que debemos hablar de otras cosas. Busquemos otro tema— dijo Crisálida con entusiasmo.

    —Bien. Pues sugiere tú el tema. Podemos hablar de algo que no sea política ni religión. ¿OK?

    —De acuerdo— dijo ella consintiendo—. Pues el tema será ‘justicia’.

    —¡Uy! Qué escabrosa eres. Ese es un tema profundo de mucha meditación y sudor cerebral— observó él—. He leído varios autores en mis estudios de leyes y tienen serios problemas para establecer lo que es ‘justicia’. Me temo que el tema durará varios días —dijo, finalizando con una pregunta académica —¿No te parece?

    —No me parece. Creo que buenas mentes pueden resolver grandes problemas rápidamente y con acierto —dijo con sonrisa un poco burlona —¿No te parece?

    —Bien. Lo haremos si es que me incluyes en las ‘buenas mentes’ —Sonriendo y mirándola con gusto y esperando derrotar sus argumentos.

    —Te incluyo. Si no fuera así, no te propondría ese tema. Puedes empezar con tu argumento de ‘qué es justicia’.

    —Creo que justicia es equiparar las pérdidas de ambos lados de los participantes en el asunto del conflicto. Sencillamente eso.

    —¿Quién ejerce el juicio para evaluar el equiparamiento? ¿No te parece que eso puede ocurrir en forma prejuiciada de parte del evaluador? Siendo así, ya no hay justicia —dijo Crisálida con firmeza. D’Lan se quedó chocado. No esperaba un argumento tan poderoso de parte de ella. Su mente comenzó a buscar en la memoria todo lo relacionado con justicia —Te añado más. ¿Habrá justicia en la venganza? El vengador ha hecho su evaluación de lo que redime su pérdida y seguramente considera su venganza un equiparamiento. Esto nos lleva a concluir que la venganza es justa.

    —De ser así, toda venganza estaría avalada para ser ejecutada. ¿Qué pasaría cuando se ejecuta venganza sin tener evidencia; solamente porque uno sospecha o percibe a alguien como el culpable? No habría orden social. Los ataques serían incontables. Todos vivirían en hostilidad amparados en su venganza. Bien. ¿Qué dices a eso?

    —Nada pero si consideramos eso estadísticamente, con el tiempo todo se normalizaría. Si extendemos una proyección basados en noventa por ciento de probabilidad de venganza acertada, el país economizaría millones en procesos judiciales y encarcelamientos. Usando ese excedente de dinero en orientación social, habrían menos crímenes. ¿Bien?—D’Lan quedó sorprendido y levantó su pecho como alistándose para atacar.

    —Me parece increíble tu argumento, cifrando la justicia en términos económicos. No puedo creer que tus razonamientos tengan esa dirección —dijo D’Lan con molestia, ojos abiertos, la quijada casi caída.

    —Bien, bien bien. Debieras verte la cara. No creo en eso que dije. Lo hice para mortificarte, realmente. Jajaja. No imaginé que te fueras a escandalizar tanto —sonriendo. —Perdona, sabe j—Todavía riéndose —Es que me molesta que se hable de justicia en las cortes y no hay justicia. Ni siquiera hay sentido común.

    —Es un alivio oír que no crees en lo que dijiste. ¿Qué es eso del sentido común?

    —Mira tú, una joven de una familia rica con educación universitaria, tiene un parto no deseado y tira el bebé a la basura. Una joven, desequilibrada, pare un bebé por un ultraje de alguien abusador de su ignorancia, lo reclama para cuidarlo y se lo quitan y la meten presa. Un hombre, que es un profesional destacado, mata a su esposa a golpes delante de sus hijos y sale absuelto. Otro hombre, que es un obrero de construcción, se roba una pizza para darle de comer a sus tres hijos y lo meten preso. La pizza cuesta trece pesos. ¿Dónde vemos la justicia en estos casos? Dime.

    —Esos son casos de justicia pervertida. Es el hombre el que la pervierte. El sistema provee para que se haga la justicia correctamente. Son los administradores de esa justicia los que se dejan influenciar por alguna de las partes. Algunos de los administradores operan muy por el libro y no usan su juicio propio. Eso es lo que pervierte todo el proceso y los resultados finales. Para el caso de la desequilibrada, probablemente la corte quiere amparar la criatura y apartar a la madre. La madre tiene mejor oportunidad de recuperación en la cárcel. La bebé tiene mejor oportunidad en un hogar adoptivo. El hombre que mató a la esposa, pasaba por continuas provocaciones e infidelidades de su esposa en forma abiertamente descarada. Penoso que la matara delante de los hijos, pero éstos fueron entrevistados y consideraron que la falta de moral de su madre había ido demasiado hacia lo intolerable. De los hijos la que expresó ésto fue la hija mayor. En el caso del hombre que robó la pizza, el juez usó ‘el libro de la ley’ sin usar su propio juicio para avalar la situación. La secretaria del juez le señaló el detalle y el juez corrigió la situación. El hombre quedó libre el mismo día. Puedes ver que la justicia procedió y prevaleció.

    —¿Qué me dices de los tiempos en que se ejerció la justicia? Dicen que la Biblia cita que obediencia tardía no es obediencia —dijo ella.

    —Todo esto tardó menos de tres semanas. Lamentablemente eso no es lo usual. Quisiera que así fuera. Pero necesitamos más gente con mente avispada que nos ayuden a resolver los casos rápidamente. La paga no nos facilita contratar los mejores. Sólo conseguimos gente de buena voluntad en el ejercicio de la ley. Mentes como la tuya nos serían de gran ayuda. Pero tienes en tu camino otras ambiciones.

    —Mi ambición mayor es descifrar quién mató a mi madre, Gela.

    —¿No te preocupa quién mató a tu padrinito?

    —Bueno… sí me preocupa. Pero mi madre está más cerca de mi corazón. ¿No crees?

    —Bien. Eso es así, creo —dijo D’Lan.

    —Debo irme. Tengo que hacer varias cosas. Lo siento. Eres buena compañía. Te veré luego.

    —Bien. Te veré luego. También eres buena compañía.

    No les era difícil concluir que les agradaba acompañarse. El agrado era mutuo. Alguien experimentado en la vida podía notarlo en sus miradas, la entonación de la voz y sus posiciones cuando estaban de frente. Crisálida evadía al joven pero sentía deseos de su presencia. En ella se crecía un extraño placer cuando estaba cerca de él. Era algo que no sentía cerca de ningún otro hombre. Le molestaba sentir eso a tres meses de conocerlo. Muchas veces notó que él se cubría entre medio de las piernas. Ella hubiera tenido que hacer lo mismo de no ser porque no tenía falo. Tenían la edad más peligrosa para relacionarse considerando que se habían conocido en una escena de crimen.

    Pasaron varios meses más y no se encontraban pistas para determinar quién mató a Gela. Crisálida se comenzó a impacientar cuando ya llevaban dos años sin que lograran resolver nada del asesinato. En más años, decidió ofrecerse de voluntaria para ayudar a resolver el misterio.

    ***

    Cuando Crisálida se decidió a buscar el criminal junto a D’Lan ya tenía 21 años. Había esperado a una plena mayoría de edad. Siempre pensó que 18 no era una real mayoría de edad. Con esa mayoría de edad no la podrían rechazar, menos si estaba en la Academia de la Policía. Así que pasó a ser ayudante del ayudante. Ahora era la ayudante de D’Lan. Eso le daba la oportunidad de estar cerca de él para disfrutar de los sentimientos y las sensaciones que él le producía. En el conflicto, entendía que no debía estar cerca del hombre. Pero fuera de sus sentimientos, probó ser una investigadora muy hábil y disciplinada, tal como lo exigía D’Lan. Su postura siempre fue muy racional. Esto hizo que él se aficionara a ella como su ayudante y no quiso a más nadie luego. Siempre vivía con el temor de que ella se fuera y lo dejara por otra carrera u otra oficina de investigación a pesar de las extrañas perturbaciones que sentía en su ser.

    Su impresión fue la milla extra cuando resolvió el caso de Santini, el mafioso del pueblo. Los tentáculos del muy truhan se extendían por toda la Isla. Sus puntos y tráfico de droga lo había hecho muy poderoso y rico. Sus influencias pertenecían a niveles altos en la gobernación. La capacidad de observación de Crisálida quedó demostrada en la escena del crimen cuando rindió su informe. Observó que el hombre tenía flujos en sus nasales por lo que fue asesinado boca abajo y luego fue volteado; fue torturado con fuego pues mostraba quemaduras hechas cuidadosamente, no dejando correr la flama, apenas perceptible en los pezones. Como la aureola de los pezones estaba negra tenían que haber usado un encendedor de combustible. El hombre fumaba, así que el encendedor se lo apropiaron los asesinos pues no se encontró en la escena. Uno de los retratos de pared de su hija había sido movido, tocado y luego limpiado, borrando huellas (un conocido que lo viera no lo hubiera limpiado) pero dejando una tenue traza de grasa, quizás de las manos. Cuando fue vuelto a la pared, no pusieron cuidado de colocarlo con la simetría que mostraba la sombra que se había marcado en la pared. No había señas de lucha. Esto demostraba, señaló Crisálida, que el que lo asesinó era de confianza. La puerta al jardín no tenía huellas por lo que el que llegó por allí tenía sus intenciones de ejecutar encubierto. El último detalle, algo embarazoso y aberrante, sus testículos y su pene estaban sobre su pecho. Daban el mensaje de que su vida sexual estaba en su corazón y le tomaba la vida por haber violado algún código de la organización criminal.

    En la prueba de parafina, Santini no había disparado su arma. Pero con su Glock se habían hecho dos disparos. No habían robado y su computadora no había sido intervenida, según el experto en cibernética. No habían extraído información. No investigó más nada. Pero Crisálida intervino identificando que habían enviado información al terminal IPO 116.45.7.9. Con ese detalle verificaron un destino de alguien que podría ayudar a identificar al asesino. En poco localizaron la dirección. Cuando fueron al lugar, encontraron que había una persona muerta. Era un joven de alrededor de 30 años. Crisálida dedujo que éste debía ser un hacker que recibiría la información para enviarla a otra localización. Emplear un hacker implicaba una visión moderna de la situación por lo que los que asesinaron a Santini debían ser jóvenes o los deben haber empleado.

    Los datos señalados por Crisálida adelantaron la investigación y redujo a 0.01% la cantidad de sospechosos. En tres semanas habían detenido a los más sospechoso y en la cuarta semana habían identificado al que debía ser el asesino. Se lo entregaron a D’Lain para interrogatorio. Éste lo refirió a Crisálida quien fue directo al punto cuando lo enfrentó.

    —¿Desde qué hora esperabas a Santini para matarlo en su casa? —preguntó ella.

    —No sé de qué me habla. Usted debe estar confundida —contestó Orroco, el capturado.

    —¿Fumas? A ver tus dientes. Abre la boca —le ordenó ella. Sin acercarse mucho, iluminó su boca abierta con su linterna —Tal parece que fumas bastante —observó ella al mirar dentro de su boca abierta —Dame tu encendedor. AHORA —le ordenó ella. Él buscó en su pantalón, sacó un Zippo y se lo entregó. Con guantes puestos, ella examinó el encendedor. Tenía una inscripción, debajo, en la base, poco visible, una S con estilo barroco. Metió el encendedor en una bolsa y lo marcó como evidencia —Veremos. En el centro deben estar las huellas de Santini. Deben estar marcadas allí cuando le añadía combustible. Por ahora no te tengo más preguntas. Permanecerás aquí dos días. Serán más si aparecen las huellas de Santini en el centro —El hombre palideció y abrió sus ojos con alarma.

    —Creo que le puedo ahorrar trabajo —dijo Orroco.

    —Diga cómo —asintió ella.

    —Yo no lo maté. Fue otra persona. Yo robé el encendedor que había caído al lado del cadáver. Cuando llegué para negociar con él, ya estaba muerto. El tiro que le dieron debió ser con una escopeta. El asesino debió ser alguien con un agravante íntimo por las alusiones sexuales de la escena. Ningún revólver hace el boquete que tenía; era demasiado grande. Quien lo hizo quería vengarse por alguna razón. No robaron nada. Ni siquiera registraron el cuerpo. Tenía una cartera con cerca de dos mil dólares. Yo me la llevé junto con el encendedor. Aquí tiene lo que me sobró —sacando de su cartera mil doscientos dólares y tirándolos en la mesa. Inmediatamente la examinaron por huellas con el polvillo de trazos.

    —¿Cómo es que no hay huellas en su cartera? Nos extrañó que no tenía dinero pero más nos extrañó que no habían huellas —observó Crisálida.

    —Yo limpié la cartera.

    —Pase lo que pase, Orroco, usted alteró una escena de crimen. Eso lo culpa de obstaculización de la justicia. Le corresponden nueve meses a cinco años de prisión ante la gravedad del crimen. Esto sin juicio. Es de facto. Además usted no notificó su hallazgo a la policía. Esto lo convierte en cómplice— le explicó ella—. Era una verdad parcial pero contaba que su ignorancia lo condenara y ayudara más en el esclarecimiento del crimen.

    —No es posible.

    —Es muy posible. Póngase al día con la revisión del nuevo código civi l- comentó ella —Usó el nuevo código en el cual se expresó esa revisión que nunca fue aprobada pero puede usar el dato como una confusión involuntaria y excusarse luego de cualquier problema. Prontamente el hombre quedaría en la calle y no tiene qué reclamar.

    —¿Tratándose de un criminal como Santini? No puedo creer esto —dijo Orroco.

    —Él es ciudadano como usted y amerita todos los derechos igualmente —dijo ella —. Déme una lista de todos sus amigos y conocidos comunes con Santini.

    Salió ella del salón y volvió más tarde. —¿Está seguro que los tiene todos? ¿No le falta ninguno? Por la lista en la computadora de él debieran ser 23. Usted anotó 21. Le leo para cotejar quién falta —le dijo ella. Leyó los nombres lentamente. A cada lectura una pausa y observaba las reacciones de él. En dos nombres evadió la mirada de ella y movió los ojos como quien oculta algo. Crisálida continuó leyendo nombres —Bueno, Orroco, ya leí todos los nombres. ¿Cuáles nombres le resultan de preocupación? —le preguntó. Volvió a leer los nombres en pares. Dejó los dos nombres de preocupación para cerca del final. Cuando leyó el nombre 16, leyó esos dos nombres observándolo. Sus reacciones mostraban preocupación por esos dos nombres. Decidió tirarse la jugada para forzarlo.

    —¿Qué usted cree que pasaría si mando a arrestar a Joaquín Alvarado y a Cris Redondo? — preguntó ella. Ante la pregunta, Orroco, se notó intranquilo pero no comentó. Esperó. Ella también. Cogió su celular y llamó a D’Lan.

    —Debes enviar a arrestar a Joaquín Alvarado y a Cris Redondo. Que los traigan al cuartel. Mientras, retenemos a Orroco un día más. Bien. Nos vemos luego. Esta noche puede ser; no tengo nada pendiente.—Trabajo y amoríos, ¿ah? —comentó Orroco.

    —Nada de eso. No es mi tipo. Él sólo tiene ojos para escenas de crímenes y ése es todo su pensamiento. Ese es el tema de reunión —Deseaba sentir que mentía pero le parecía que esa era su realidad. Quizás su inconsciente percibió más.

    —Si usted lo dice… --Pero Orroco entendía algo más en la entotonación de ella cuando habló con D’Lan. Ventaja de la experiencia y la edad.

    ***

    Eduardo D’Lan se reunió con Crisálida en el apartamento de ella. Él estaba con ropa deportiva; un suéter de algodón color vino, pantalones color mostaza y zapatos de goma, rellenos para pisada suave. Ella acababa de bañarse cuando él tocó a su puerta. Ella miró por el ojo de la puerta, confirmó y le abrió. No había acabado de cubrir su pecho con su bata y se le notó un pecho expuesto. La bata era muy liviana de tela. Él se sonrojó y miró hacia el lado. Ella igual. Pero lo que en ella no sería obvio en él lo fue, su erección. Fue tan súbita y potente que se le salió un quejido que hizo que ella se volteara, notándolo. Con su mirada hacia el lado aún, no se dio cuenta que ella apreció su visible excitación. Cuando él notó la expresión de ella, más se le afirmó y se volteó dándole la espalda. Ella, entonces atrevida, rompió el silencio de electricidad erótica que surgió.

    —¿Por qué te inhibes tanto con lo que es natural? Yo sé que te gusto. Tú me gustas, también. Lo que te acaba de ocurrir es de esperarse. Tómalo como que me has dado un cumplido. Considera que hay más para ver —le dijo ella, descubriéndose toda la bata y exhibiéndose desnuda —No crees que llevamos demasiado tiempo ocultando todo lo que nos gustamos. Todo el tiempo disimulándolo. —Entonces dio unos pasos hacia él y lo desnudó agarrando con su derecha entre sus piernas y con la izquierda tomando su derecha y llevándola entre sus muslos. Allí apretó sus muslos y él sintió sus flujos tibios. Acercó sus labios y la besó con un beso largo apretando sus labios contra los de ella. Ella tomó su mano y lo llevó a su cama, se acostó y él se anidó en ella. La amó suave, con un ondeo rítmico. El dolor que sintió cuando se desgarró su flor, pronto se disipó en el placer. Cuando él se vertió, compartieron los placeres.

    —Santo. ¿Cómo es posible tanto placer? Es increíble que sea así. Me dolió y me gustó —dijo ella.

    —Sí. Como dices es increíble —dijo D’Lan aún turbado.

    —¿No me digas que no lo habías hecho con otra antes? —preguntó ella con tono de observación.

    —No te lo negaré. Pero nunca con una mujer como tú —le dijo él, reservándose otras emociones íntimas de experiencias pasadas y ocultando unas intimidades sobre las mujeres hermosas.—Gracias por el cumplido. Yo igual. Eres fácil de amar. Debemos bañarnos —Fueron juntos. Pero bañarse no fue lo primero que hicieron.

    ***

    Cada uno, después de compartir intimidades en el apartamento de ella, fue al cuartel en su auto. Ya esperaban allí los arrestados, Joaquín Alvarado y Cris Redondo. Ella se sentó con cada uno en un cuarto de interrogatorio. Cris era un hombre maduro que le pareció muy afirmado por lo que se retiró.

    —Regreso pronto. Debo ver algo primero —le dijo ella y fue al otro cuarto de interrogatorio. Allí esperaba Joaquín. Éste era un hombre joven de veinticuatro años, de rostro avispado, pelo ondulado y aire bohemio, labios abundantes delineados en firme, mirada lánguida y retante. Sus hombros redondos con brazos poderosos. Su aire era de hombre en la confianza de estar ejercitado en buena forma. Cuando ella entró al cuarto, la miró extrañado pero con profundidad y empeño siguiendo su silueta. Observó todo su cuerpo con gusto apreciativo. Tragó pero aún así su garganta estaba seca cuando la saludó.

    —Buenos días, oficial —dijo él con voz raspada por la sequedad. Ella notó su reacción. Esto provocó igual reacción en ella. Quedaron separados por una carga eléctrica intensa que creaba un enlace misterioso entre los dos. Ella contestó el saludo con un tono de agrado que no esperaba que saliera de ella en esas circunstancias.

    —Buenos días, señor Alvarado —dijo ella con voz raspada, tragando luego de saludar. Se sorprendió ella de sí misma porque siempre era muy compuesta para todos los interrogatorios.

    —Me puede decir ‘Joaquín’, oficial —su voz tornó a un timbre cálido, agradable. No parecía que iba a ser interrogado en un tema que arriesgaba su libertad y quizás su vida. Tanto fue el agrado por la persona saludada, que sus pensamientos se apartaron de las realidades inmediatas y se volcó en el propósito de agradar. Se sentía voluntario para todo.

    —Bien —le dijo recordando el gancho de D’Lan —Pero eso no le abre puerta a que me llame por mi nombre de pila. ¿OK, Joaquín? —Abriendo el folder que tenía a la mano mientras le hacía su primer pregunta —¿Joaquín, qué me puede decir de su víctima Santini?

    —No es mi víctima. Le puedo decir que era un hombre generoso y cordial. Siempre estaba de buen humor y optimismo. Era un ávido lector de hombres de pensamiento profundo y le gustaba la buena comida. Con frecuencia íbamos a comer al Hilton de Ponce en la playa. Él opinaba que era donde mejor cocinaban con buena sazón y tenían los mejores postres con poco azúcar. Era diabético tipo 2 y se cuidaba.

    —¿Podrías decirme algo de lo último que él leyó y compartió contigo? —preguntó Crisálida con curiosidad de ver que alguien del mundo criminal tenía tales aficiones literarias.

    —Puedo. Nada malo en ello. Le llamaba mucho la atención el autor francés Jean Pau Sartré. Le gustaba mucho su libro Las palabras y Siendo y la nada. Del libro Las palabras le provocaba meditar sobre el poder de las palabras. Opinaba, igual que el autor, que las palabras tienen el poder de construir y destruir, que hacen y deshacen y que son las que ponen límites y alcance.

    —Hum. Interesante. Compartió algo sobre el otro libro.

    —Ése era más profundo y cuando hablaba sobre los pensamientos en ese libro, su gesto era de meditador. Decía que todo lo que el hombre hace tiene un efecto inmediato más otros efectos que ignora que los vivirá al tiempo o lo vivirá su descendencia. No nos podemos escapar de las consecuencias de nuestros actos. Nuestras vidas están entrelazadas en los actos propios y los de nuestra ascendencia. Eso siempre me hizo pensar mucho en mi vida —Con las palabras de Joaquín, Crisálida entendió que había logrado un rapport que le permitiría entrar en sus ideas y llevarlo a que le facilitara información sobre el crimen de Santini. Poco a poco, con mucha habilidad, fue infiltrándose en su mente y logró esclarecer varias cosas.

    De su boca salió que encontró al muerto en el piso de la sala pero entendió que no había muerto en la sala. Había muerto en su dormitorio y lo movieron a la sala. Él hizo la observación que si murió en el dormitorio, tuvo que ser a manos de alguien de confianza.

    —¿Era usted de confianza para él? —preguntó ella, mirándolo fijo a los ojos.

    —Lo era. De mucha confianza. Compartíamos mucho, comida, bebida, conversación de las lecturas que hacíamos. De confianza, claro que sí —contestó él sin turbación —Con frecuencia nos sentábamos en su cuarto para tomar vino y conversar por horas. Allí mismo nos ocupábamos de otros asuntos de sus negocios. Él tenía un negocio de fabricación de botes de propulsión y aviones pequeños de uso privado para ejecutivos de corporaciones. Con estas industrias tenía operaciones en varios países y tenía gran prestigio de calidad en ambos productos.

    —Creía que todo su negocio era en drogas y trata de blancas —dijo ella, más como pregunta.

    —Quizás él tendría algo así en el pasado. Pero en todo lo que estaba desde hace cinco años era legal —Se rio —Me río porque insistía con sus contables en pagar fielmente las contribuciones y pagarle justamente a sus empleados, y todavía la policía lo vigilaba en todo y de Hacienda pasaban a hacer auditorías en las que no encontraban nada irregular. Varias veces Hacienda quedó en ridículo. ¿Qué le parece?

    —Impresionante. Pero parece que los efectos de la trascendencia de los actos del hombre lo persiguieron y lo alcanzaron, ¿no le parece? —Su tono tenía algo de sarcasmo con el fin de confrontar al joven —Puede identificar lo que lo alcanzó?

    —No podría identificarlo. No lo conocí tanto tiempo y nunca compartió conmigo de su pasado excepto como una mención superficial —Crisálida entendió que insistir podría levantar una resistencia y romper el rapport logrado. Así que decidió ver a Cris para ver si daba una experiencia de espejo, que reflejara la narrada por Joaquín.

    Cuando entrevistó a Cris, éste no sabía siquiera que Santini era lector de grandes autores, éste no conversaba sus ideas con él y Cris pensaba que Santini seguía con sus prácticas de negocios de antaño, drogas y trata de blancas. Crisálida observó que, durante sus contestaciones, Cris volteaba sus ojos y, cuando la miraba directo, lo hacía con una firmeza esforzada.

    "¿Cómo es posible que Cris no supiera los nuevos intereses de Santini? En esas diferencias hay grandes cantidades de dinero. Veré otra vez a Joaquín. ¡Hum! Cuando examino mis pensamientos, me gusta Joaquín aunque acabo de entregar mi virginidad a D’Lan. Eso fue un disparate precipitado. Él es muy brillante pero no creo que de la talla de hombre que me gustaría con un gusto total. ¿Qué hay dentro de mi? ¿Qué se ha despertado en mi? Necesito aislarme para meditar y buscar dentro de mi mente y mis sentimientos. Eso es así." Se encaminó al cuarto de interrogatorio donde estaba el otro sospechoso, Joaquín. Inmediatamente hizo su pregunta. Le inquietaba la certeza de la contestación. Le preocupó que la inquietud no era por buscar la verdad del asesinato, sino porque quería asegurarse que Joaquín era inocente. No esperó que éste se sentara para hacer la pregunta.

    —¿Cómo es posible que Cris no supiera de los intereses empresarios de Santini? —preguntó a Joaquín con tono autoritario, queriendo amedrentarlo para forzar una contestación con la verdad.

    —Cris sabía. Santini financió las diferencias de su dinero por tres años. A los dos años le advirtió a Cris que en un año se retiraba de los negocios ilegales para seguir sus empresas legales, las cuales iban prosperando muy bien. Aunque ganara menos dinero que con lo demás. Sus palabras de consejo a Cris fueron: Lo que hacemos es inconsciente con el bienestar de los demás. Le recomendó a Cris que hiciera lo mismo para que fuera libre en su conciencia y tuviera paz.

    —¿Qué hizo que Santini desistiera de esos negocios?

    —Creo que sus lecturas le abrieron a la idea. Pero Cris insistía en seguir en el negocio. Ese negocio, déjeme decirle, deja mucho dinero… pero mucho dinero. Santini explicó que había financiado dos años y financiaría un tercer año pero no más y le dio todos sus contactos para bregar. Al mes regresó Cris quejándose. Los contactos que Cris le dio no confiaban en él y no quisieron hacer negocios con él. Cris estaba furioso pero Santini fue tajante —Crisálida se quedó pensativas por unos segundos analizando lo que Joaquín le acababa de decir y actuó con su conclusión.

    —Creo, Joaquín, que se puede ir. Está libre de nuestra oficina. Váyase en paz —le dijo ella, levantándose y abriendo la puerta del cuarto de interrogatorio. Cuando pasó por su lado, Joaquín, la miró detenidamente y le sonrió.

    —Me choca que alguien como usted esté en estos menesteres. Puedo entender que oculta algo y quizás hasta se lo oculta a sí misma. Debe meditar y sacar los fantasmas escondidos. Si no lo hace pronto, lo va a lamentar. Hágase la bondad por su bien. Los fantasmas escondidos en nuestra conciencia nos llevan a amistarnos con los que tienen los mismos fantasmas. Cuídese. Cuídese mucho. No me gustaría tener malas noticias sobre usted. Sería penoso para mi. Pero muy penoso.

    —¿A qué tanto? Nos hemos conocido muy poco. Abur. Adiós. Cuídese usted, también —Siguió camino para reunirse con D’Lan para revisar notas. Pero recordando sus palabras con mucha intimidad.

    ***

    En las oficinas, en el cuarto piso arriba, se reunió con su jefe, D’Lan. Éste estaba muy serio. "¡Chocante!" pensaba ella, No podía entenderlo luego de haberle dado su virginidad y él confirmarlo con el hilo de sangre en la sábana. ¿Qué le pasa a este hombre? No entiendo. No debiera estar disgustado conmigo luego de acostarme con él. Yo primeriza. Debemos estar felices los dos. Se acercó a él —¿Qué te pasa, D’Lan? Te ves raro. Nunca habías tenido esa expresión. Dime.

    —Bien. Te diré. ¿Por qué tienes que ser tan familiar con Joaquín? Es un criminal. ¿No te has dado cuenta? Te ves en el riesgo de que te use para el plan que tenga. Cuídate. Esta noche no podré ir a tu casa. Me surgió algo de lo que debo ocuparme sin falta.

    —Me parece increíble que estés celoso de Joaquín. Entre él y yo no puede haber nada —dijo Crisálida pero sentía que podría haber una posibilidad, sintió que mentía. La observación de D’Lan la hizo consciente de lo que estaba comenzando a emerger en ella. El hombre le resultaba muy atractivo y de buena mente. Su pasado turbio era un detalle que tenía que considerar para distanciarse, pero sentía que no era de tanta fuerza. Decidió confiarse en el tiempo y que Joaquín no tomara con mucha importancia que no era virgen. Aún sintiendo eso, tenía por impropio los pensamientos que le llegaban —Me da curiosidad. ¿Qué es eso de lo que tienes que ocuparte sin falta? Entendía que eres un hombre libre, sin ataduras. ¿Me vas a decir ahora, luego que me comiste, que tienes compromisos que afectan nuestra relación? Dime qué es ese compromiso.

    —Eso requiere otro momento. Ahora debemos concentrarnos en resolver el caso de Santini. Tus notas —le dijo poniendo su folder en el escritorio —Sácalas, tenlas a mano.

    Ambos compartieron sus notas. Cuando ella hizo la observación de los movimientos de ojos de Cris, D’Lan le dio perspectiva a algo que ella no conocía.

    —El Cris estaba siendo creativo con las contestaciones. Quizás ocultaba algo. Si ya Santini había financiado dos años y se retiraba del negocio, Cris perdería mucho dinero por no tener los contactos orientales apropiados. Podemos sospechar que Cris quería forzar a Santini y éste no se lo toleró. Ya había financiado dos años y financiaría el tercero, pero Cris se adelantó a considerar las pérdidas millonarias que tendría por lo que querría forzarlo a seguir en el negocio. Puede ser así —Haciendo una pausa, añadió —O puede ser que Joaquín esté mintiendo y nos está creando una situación en la que todo encaje lógicamente como estamos pensando — Hizo otra pausa para meditar lo próximo —Tenemos que ser cautelosos. Asignaré alguien para seguir los paso de Cris. Tú —le dijo mirándola con firmeza —procura familiaridad con Joaquín a ver qué información obtienes —Le chocó la postura que tomó estando celoso. — "En su mente primero es resolver el crimen que cuidar de la mujer de la que se agrada. Este es el colmo del macho racional Alfa. Es un macho tóxico."

    —¿Será esto todo? ¿Fin de la reunión?

    —Sí; eso es todo. Acabamos. Nos veremos mañana temprano. Debemos reunirnos a las 7:30 AM. Pero te llamo mañana para confirmar. Hasta luego —le dijo, se levantó y se despidió de ella con una señal de la mano, sin sonreírse. Crisálida se retiró del escritorio de él, cogió el folder arrastrándolo por el escritorio y abandonando a su destino los papeles que se escurrieron del tope. Frunció el ceño y se fue con pasos largos. Tampoco sonrió. Decidió ir a la escena del crimen.

    En la escena, encontró una papelillo rasgado. En el papelillo había tres nombres. Uno de ellos era Joaquín. Los otros dos, cuando cotejó en los datos del cuartel, eran dos parientes lejanos de Santini. Eso no arrojaba ninguna luz. "Pero, ¿por qué el nombre de Joaquín estaba junto con nombres de parientes?" Eso le estuvo peculiar a Crisálida y citó al hombre a las oficinas del cuartel para interrogarle. En sus sentimientos mixtos le parecía más que quería verlo. Había algo que le chocaba del cuarto de Santini y de su sala pero no podía precisarlo en su mente. Era algo que había observado en distracción y se le fue de la mente y no lo podía traer conscientemente. Guardaba la confianza que llegaría a su conciencia racional. Ya Joaquín frente a ella se divorció de sus ideas e inició con la pregunta lógica.

    —¿Qué relación tenía usted con Santini?

    —Ya le había dicho. Éramos amigos y compartíamos mucho conversando sobre grandes autores —frunciendo su ceño cuando contestó.

    —Rectifico mi pregunta. Debí preguntarle, ¿qué parentesco tenía con él?

    Con expresión boquiabierta —Era mi padre. Él no sabía que yo era su hijo. Soy el resultado de unos amores de juventud.

    —¿Ultrajó él a su madre? ¿Por qué no habló antes del parentesco?

    —No. Ambos estaban enamorados. Ella se alejó de él por su vida peligrosa. Realmente él se lo pidió. Mi madre está viva y lo puede confirmar.— Crisálida llamó al laboratorio de investigación pidiendo para tomar una muestra de ADN del joven e instruyendo para una muestra del cadáver de Santini. Tomó muestra del tejido bucal y la saliva de Joaquín. Le pidió que regresara en dos días con su mamá y lo despidió. Llamó a D’Lan.

    —Eduardo —lo llamó por el nombre de pila pues le pareció obvio que es la confianza que debiera resultar de sus intimidades —Tengo noticias que darte. Resulta que Joaquín podría ser hijo de Santini. El ADN lo confirmará. Esta tarde lo sabremos con las muestras tomadas. ¿Podríamos reunirnos mañana temprano? ¿A las 7:30?" Ahora con tono de seducción añadió—Si quieres, puedes pasar la noche conmigo.

    —Lo siento. Muy honrado con tu invitación, pero no estaré libre sino hasta mañana en la tarde. Nos podremos reunir a las 2 PM. ¿OK?

    Eso fue un golpe perruno. Me estoy poniendo en sus brazos para que me tenga y lo rechaza. Lo odio. FUCHI. Su trato es tan impersonal. Poniendo tono de desinterés y resentida, ella le contestó —Lo que diga su alteza, sus dichos son designios que deben ser obedecidos —Él colgó. Ni siquiera le contestó. En ese momento decidió llamar a Alvarado para acordar verlo con su madre.

    —Podría ir ahora mismo. Estoy en casa de mi madre y ella está disponible. Usted dirá qué hago —dijo Joaquín contestando la llamada de Crisálida a su celular. Ella consideró la idea y pensó que sería bueno tener un preámbulo con él y luego tener una entrevista final junto con Joaquín.

    En acuerdo con eso le contestó —Está bien. Puede venir ahora mismo. Pero tendrá que venir mañana otra vez con el oficial Eduardo D’Lan.

    —No tengo problema con eso, doña Crisálida. OK —con tono entusiasta.

    —Nos veremos pronto entonces —le dijo ella —Lo espero en mi oficina, en el cuartel.— Miró su oficina en detalle y decidió recogerla y ordenar sus libros y limpiar para que todo se viera con más pulcritud. "Vendría con su madre." De momento recapacitó y cobró conciencia de lo que iba a hacer y le chocó en su mente. Pero aún así lo hizo. Quería que todo se viera muy bien cuando llegaran.

    Llegaron y los recibió con amabilidad formal.

    —Saludos, Joaquín. Saludos señora. ¿Todo bien?

    —Todo bien. Saludos— contestó él.

    —Siéntense. Les traeré un café. —Regresó con una pequeña bandeja y en ella un vaso de café para cada uno y el propio —Bien. Ya estamos —Dirigiéndose a la madre —Cuénteme, doña Joaquina— ya estaba informada de su nombre —¿Qué tal fue su relación con Santini? —la señora compuso su pelo largo entre-gris, echándolo todo hacia atrás, quedando las formas de su frente cubiertas con su pudor. El vestido era a la pantorrilla con motivos de colores pastel.

    —Pues de nada me puedo quejar. Él siempre fue amoroso y atento. Lamentablemente tuvimos que separarnos por su vida. Yo no quería separarme pero él entendió que era lo mejor para mi seguridad y la de Joaquín, su hijo —Su tono cambió a uno de nostalgia mientras miraba a Joaquín —El destino los reunió en una coincidencia y Santini y Joaquín se hicieron cercanos. Lo acercó el mutuo agrado por los intereses que tenían en sus lecturas y pensamientos —Se detuvo para un momento de reflexión por lo que iba a decir —Varias veces lo invitó que se quedara en su casa pero Joaquín se rehusaba por no dejarme sola por la noche. Mi relación con Santini todos la vieron como temporera, algo pasajero. Para parir me fui lejos (a casa de un pariente en España.) Cuando regresé con éste –sonriéndole a Joaquín —pasó como un sobrino de una hermana que falleció en un accidente en España. Ya era un niño que podía ir de la mano. Así creció. Nunca se lo revelé a Santini y Joaquín fue muy discreto sabiendo que era su padre. Ahora puede ser público. Ya no le afecta en nada. Lamentable que lo mataran cuando estaba pensando confesarle que su joven amigo era su hijo —Por su rostro rodaron dos lágrimas y sus párpados se cerraron en un breve trance de tristeza. Tomó un sorbo de café —Creo que se lo maliciaba por las acciones que iba a tomar. Él le puede explicar —Se secó sus lágrimas y se volteó. Joaquín continuó con el asunto. Crisálida se volteó a él, poniendo atención a lo que iba a oír.

    —Santini iba a nombrarme presidente y accionista mayoritario de sus firmas productoras. Para mi fue una decisión inesperada. Súbita. Esto era un paso que me convertía en millonario y en un hombre de mucho poder económico e influencia en la industria de producción de botes de propulsión y aviones privados. Cuando me lo dijo, quedé sorprendido. No sabía si lo debía aceptar. Luego que hablamos por varios días y me mostró toda la operación y sus planes, iba a decidir aceptar, pero fue asesinado. Ahí quedó todo. No sé nada más. No sé ni siquiera si se realizaron documentos materializando su oferta. Sería necesario buscar en su casa, que era su oficina.

    —Siendo así, nos veremos con el oficial D’Lan mañana en la tarde y haré la búsqueda entre sus documentos —tenía que darse un tiempo para repasar sus notas con D’Lan --Deben regresar a las 2:30 PM. Ambos.

    ***

    Al otro día se levantó a las cinco para hacer ejercicios. Apenas durmió. El deseo la mantuvo despierta y dando vueltas molesta. Tenía que hacer ejercicios fuertes para agotarse y eliminar de su cuerpo las urgencias por hacer el amor y sentir la piel de un hombre. "Maldito Eduardo, las ganas que le tengo. Desearía que estuviera aquí… me lo comería todo con rabia. Es mejor que no esté. Creo que, con la rabia que le tengo, lo mataría." Pero sin que su conciencia lo interrumpiera, sintió que se filtró un pensamiento: "Si estuviera Joaquín, lo disfrutaría a pleno. ¡Santo!, ¿qué estoy pensando? Uff, tengo que admitir que me gusta el hombre y es un buen hombre." En el torbellino de sus pensamientos e imágenes lujuriosas, siguió sus ejercicios, haciéndolos cada vez más esforzados, hasta extenuarse. A las ocho de la mañana, durmió y luego se desayunó. En ruta al cuartel, fue a la escena del crimen de Santini. Quería, en la escena, ver si se aclaraba algo en su mente. Por su razonamiento concluyó que era algo que formaba parte natural del ambiente. Se retuvo en la escena. Comenzó a notar cosas que había pasado por alto y se produjo la aclaración deseada. Era algo natural, en un cuadro de arte, el Orus de Egipto. Lo tenía en varias habitaciones en versiones variadas. No era un cuadro común y había sido ordenado por él por la marca de insignia en el reverso. Se sintió muy intranquila por el fastidio que le producía el hallazgo. Tomó

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