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Más allá del miedo
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Libro electrónico216 páginas10 horas

Más allá del miedo

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La realidad como material de la ficción.

Al entrar al libro, nos recibirá lo cotidiano de una realidad chilena a través de Sofía, mujer de mediana edad que vive en La Dehesa, casada con Raúl, profesional exitoso y viajero.

(…) Digamos que tenemos a la vista una novela de ficción escrita con voluntad de denuncia y protesta ante una realidad muy real. Aunque el amor –amor del bueno– forma parte intrínseca del relato y sin él no tendríamos oleaje para navegar en la trama, su germen contiene un demonio que pertenece a la sociedad y no solo a la novelista.

(…) Bernardita inventa a una mujer que es golpeada por su marido pero, al mismo tiempo, está fabulando literariamente con una verdad conocida por todos para dejar a la vista que la realidad es el material más sustancioso de la ficción.

No hay muerte, pero hay un asesinato a la alegría.

(…) Al cerrar el libro quedaremos con esa extraña sensación de habernos inmiscuido en una vida ajena y privada a través de la buena Letra, aunque, realmente, eso es la literatura: no somos lectores, somos voyeristas. … aquí no hay sobresaltos en la prosa ni estridencias retóricas… Lo que construye la literatura de Más allá del miedo es la profundidad en esa realidad que se esconde en su ficción y el tratamiento coherente de su forma.

Prólogo, Ana María Güiraldes
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 jun 2016
ISBN9789563382105
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    Más allá del miedo - Bernardita Villalón

    Más allá del miedo

    Autora: Bernardita Villalón

    Editorial Forja

    General Bari 234,

    Providencia, Santiago-Chile.

    Fonos: +56224153230, 24153208.

    www.editorialforja.cl

    info@editorialforja.cl

    www.elatico.cl

    Diseño y diagramación: Sergio Cruz

    Edición electrónica: Sergio Cruz

    Primera edición: junio, 2016.

    Prohibida su reproducción total o parcial.

    Derechos reservados.

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.

    Registro de Propiedad Intelectual: Nº 250.487

    ISBN: 978-956-338-245-7

    A Luis, Bernardita, Florencia y Guillermo.

    Al grupo Altazor, a las Subterráneas

    y a todos mis seres queridos.

    La realidad como material de la ficción

    Al entrar al libro, nos recibirá lo cotidiano de una realidad chilena a través de Sofía, mujer de mediana edad que vive en La Dehesa, casada con Raúl, profesional exitoso y viajero. Veremos a la protagonista despertando en un gran dormitorio donde huele a través del ventanal la savia del jardín mientras viaja por el pasillo el aroma del café y las tostadas. Letra a letra, párrafo a párrafo, Bernardita comienza a contar y nosotros a saber. No necesita demasiados recursos para hacer visible el andamiaje que sostendrá la historia. Al dar vuelta las primeras páginas, ya vislumbramos el color difícil del mundo al que hemos entrado. Bastaron un gesto, una imagen, unas pocas letras. Todo esto con un estilo limpio, claro y sin aliños.

    ¿Y qué es un estilo?

    Un estilo es a la vez un imán y un espejo, es ese milagro de las palabras por el cual las frases actúan como impulsos de múltiples poderes; es ese don de decir que el abuelo tiene sed y decirlo de una manera que abre en el lector una cantidad de rutas que llevan mucho más allá del abuelo y su boca seca.

    ¿Tiene estilo Bernardita?

    Tan solo un ejemplo: la impresión de que algo importante sucedería se me hizo evidente en una línea; en la línea siguiente la tensión aumentó y pasé rápido las palabras para llegar al párrafo donde vi empuñarse la mano de un hombre y aplastarse en la costilla de una mujer; mientras yo sentía el mismo dolor de la mujer y ella trastabillaba, recordé un documental de tortura que había visto y, mientras el hombre se volvía a acercar a su víctima, se me vino a la mente la idea de un caballo pateando a una tórtola… Sí, es indudable que Bernardita tiene estilo. Estilo y viveza descriptiva. Viveza descriptiva y ritmo. Ritmo y habilidad cinematográfica en la imagen.

    Digamos que tenemos a la vista una novela de ficción escrita con voluntad de denuncia y protesta ante una realidad muy real. Aunque el amor –amor del bueno– forma parte intrínseca del relato y sin él no tendríamos oleaje para navegar en la trama, su germen contiene un demonio que pertenece a la sociedad y no solo a la novelista. Por lo tanto no es una realidad independiente que exista por sí misma. Es importante tener claro que se deja totalmente a un lado al periodismo para que lo literario tome su lugar y abra una ventana hacia la sociedad. De este modo, ausente de moralinas y moralejas, muy remota de la llamada autoayuda –o sea, esos libros que proponen pensar en positivo, es decir, no pensar–, una historia dolorosa comienza su travesía.

    Mario Vargas Llosa dice que toda buena novela dice la verdad y toda mala novela miente; esto significa que decir la verdad para una novela significa hacer vivir al lector una ilusión, y mentir viene a ser la incapacidad de lograr esa superchería.

    Y nosotros, lectores, creemos en la verdad que nos cuenta Bernardita. En este caso, inventa a una mujer que es golpeada por su marido pero, al mismo tiempo, está fabulando literariamente con una verdad conocida por todos para dejar a la vista que la realidad es el material más sustancioso de la ficción.

    Es importante saber que el maltrato físico y psicológico aparece en la historia no como un juicio, sino como resultado de una relación en la que alguien en la pareja no sabe protegerse, de este modo el drama será posible como consecuencia del terrible enfrentamiento entre el poder y el miedo.

    No hay muerte, pero hay un asesinato a la alegría.

    Estamos frente a un argumento que no solo llena las páginas de diarios y revistas y regala horas de pantallas bien publicitadas, sino que da a los escritores la oportunidad a nivel mundial de crear personajes en obras de tinte hiperrealista. Pero no es un tema que convoque literariamente solamente ahora. Los casos de violencia de género han empujado las plumas en toda época. La presencia del tema está ya en 1140 en el Poema de Mío Cid, cuando los Condes de Carrión propinan una fuerte paliza a sus esposas, las hijas de Rodrigo Díaz de Vivar, y las dejan por muertas.

    Al cerrar el libro quedaremos con esa extraña sensación de habernos inmiscuido en una vida ajena y privada a través de la buena Letra, aunque, realmente, eso es la literatura: no somos lectores, somos voyeristas. Como ya dije, aquí no hay sobresaltos en la prosa ni estridencias retóricas, porque escribir bien no significa escribir bonito. Escribir bien significa transmitir con exactitud aquello que se desea transmitir para contar una historia que funciona. Lo que construye la literatura de Más allá del miedo es la profundidad en esa realidad que se esconde en su ficción y el tratamiento coherente de su forma. En medio de la grata sencillez de la escritura de Bernardita Villalón, se puede reafirmar que hay que trabajar mucho para que no se note lo trabajado. Ya lo dijo Sartre: no se es escritor por haber elegido decir ciertas cosas, sino por la forma en que se digan.

    Doy la bienvenida a una novela que se lee de corrido y con ganas de saber el final con sus cómos y por qués. Solo queda recomendar su lectura a todos aquellos que gusten de las buenas novelas, o sea, esas que no se quieren soltar aunque el sol se haya ido a dormir.

    Ana María Güiraldes

    1

    La línea que dibujaba el sol subió por la colcha blanca hasta llegar a la cara de Sofía. La luz tibia la hizo arrugar los ojos. Una sonrisa aún se insinuaba en sus labios, tal vez intentando perpetuar el sentimiento del último sueño. Pero la realidad se instaló con rapidez en su mente y también en su cuerpo. Se sentó con dificultad, procurando que los almohadones mitigaran el dolor, y tocó el timbre que se hallaba a un costado de la cama.

    A los cincuenta y cinco años Sofía mantenía la natural belleza, heredada según decían de la abuela pintora, quien viajó en el Winnipeg junto con su esposo y su hija Teresa. Tomó un espejo del velador y se observó con detención. Ordenó el cabello revuelto y pasó la mano por la piel blanca de las mejillas. Los ojos grandes, color miel, estaban flanqueados por finas arrugas. Al oír que alguien golpeaba la puerta, dejó el espejo y respondió:

    –Adelante.

    –Buenos días.

    Rosa entró con la bandeja del desayuno y se la entregó. Sofía vio sin ganas la taza de café, las tostadas con quesillo, los kiwis cortados en rodajas dispuestos ordenadamente en un pocillo de vidrio y tomó el tenedor para comerlos. Rosa, vestida con un delantal cuadrillé de cuello blanco, comenzó a hablar mientras abría las cortinas y el sol entraba a cada rincón de la habitación. El verde del jardín parecía querer entrar por el ventanal y un par de colibrís revoloteaba alrededor del hibisco, cerca de la piscina. Le contó que el caballero se había marchado temprano sin tomar desayuno, que el jardinero no había logrado hacer andar la segadora y la había llevado a arreglar y que había llamado su hija para avisar que pasaría a almorzar, por lo que había decidido cocinar el plato preferido de la joven.

    Sofía dejó el tenedor y bebió un sorbo de café. Escuchó el parloteo de Rosa sin hacer comentarios.

    –Puedes llevarte la bandeja.

    –Pero, seño –dijo Rosa con su típico acento–, si apenas tocó el café…

    –No tengo hambre, tal vez más tarde.

    La empleada le hizo caso y le quitó la bandeja de encima. Sofía corrió el plumón e intentó disimular el esfuerzo al bajar los pies para alcanzar las pantuflas, pero no pudo evitar apretar los labios. La mujer la miró con los ojos muy abiertos y comenzó a menear la cabeza de lado a lado, lentamente. La tristeza que se instaló en ella la hizo parecer más pequeña de lo que era. Se acercó en silencio para ayudarla. Sofía inspiró profundo y lentamente se puso de pie. El camisón gris le llegaba hasta las rodillas, insinuando el busto y las caderas. Rosa la tomó del brazo y la acompañó hasta el baño.

    Seño, sacaré la faja y la dejaré en el vestidor, por si quiere usarla.

    Rosa habló en voz baja, sin levantar la cabeza.

    Sofía no contestó, entró al baño y cerró la puerta con seguro. Una vez dentro echó a correr el agua de la ducha. Una nube de vapor comenzó a elevarse pegándose en las paredes y en la piel. Antes que el enorme espejo de la pared se nublara Sofía se paró al frente y dejó que el camisón se deslizara por su cuerpo hasta quedar arrugado en el suelo.

    En la mesa del comedor todo relucía: la lámpara que colgaba del techo, las copas, la cuchillería y el jarrón de agua. Sobre el mantel una fuente con lasaña de pollo y camarones humeaba y esparcía su aroma. Una joven delgada, de ojos cafés y pelo castaño, igual al de Sofía, hablaba agitando las manos:

    –Mamá, no te imaginas lo linda que está quedando la casa, ya no tengo maestros adentro, solo quedan los del patio. La paisajista hizo un plano con todas las plantas y árboles que pondremos. Aún hay detalles que discutir pero lo bueno es que ya están trabajando.

    –Me alegro, es un gran avance –respondió Sofía.

    –Fui a una bodega de objetos de demoliciones y encontré una ventana antigua preciosa, la pondré de adorno en la terraza... Tienes cara de cansada –dijo al ver el poco interés que ponía su madre.

    –Dormí poco. Pero he escuchado todo lo que dices y me parece genial. Te felicito.

    –¿Y el papá? ¿Todavía está en el campo?

    –No. Regresó anoche. Por eso estoy cansada, no lo esperaba y tú sabes cómo es él, da lo mismo la hora que sea, para comer le gusta la mesa bien puesta con copas, vino y todas esas cosas. Y como llegó tan tarde me levanté a preparar todo yo, porque Rosa ya dormía.

    –Bueno pero es lógico que lo atendieras. Tanto tiempo que se quedó en el sur esta vez. ¿Y lo habrás dejado dormir en tu pieza?

    –Maida, sabes que estamos acostumbrados así.

    –Ay, mamá, no sé cómo te molesta tanto que ronque. Yo jamás separaré piezas con Gonzalo.

    –Cuéntame más del jardín. ¿Qué vas a poner en la entrada? –preguntó Sofía para desviar el tema.

    –No lo sé aún, la paisajista me mostró unas plantas bonitas, pero no recuerdo los nombres. Una crece como arbusto y es rojiza en otoño. Tengo mucho que decidir aún. Mañana en la tarde va a ir y llevará fotos. ¿Por qué no vas para ayudarme a escoger?

    –¿Mañana? Déjame ver, no sé qué planes tiene tu papá.

    –Pero él no se va a molestar porque salgas un rato, menos si es a mi casa. A las cinco te espero, haz lo posible por ir.

    Magdalena continuó hablando. Sin embargo, esa actitud de su madre la inquietaba, como siempre desde que era niña, cuando parecía distante, triste o sin vida. Pero su mamá era así, tenía días oscuros desde que ella tenía memoria.

    Sofía sonrió con ternura y sintió algo que hacía tiempo no sentía: orgullo de sí misma. Pensó que Magdalena era lo único bueno que había hecho en su vida.

    2

    El ruido del portón distrajo a Sofía del libro de poemas que leía y lo cerró sin marcar la página. Supo que era Raúl. Sintió frío. Pasó las manos por sus brazos desnudos. Se levantó y buscó en el clóset un chaleco de cachemira negro con pequeños botones perlados que combinaba perfecto con el pantalón y la blusa blanca de cuello alto. Mientras terminaba de abrocharlo, apareció su marido con un ramo de rosas rojas. Lo vio más juvenil, con el pelo un poco más largo de lo que acostumbraba, peinado hacia un lado, y con un traje marengo. Sonreía, y se quedó cerca de la puerta con las cejas levantadas esperando que ella le hablara.

    –Raúl.

    –¿Puedo pasar?

    –Pasa.

    Caminó hacia ella y le entregó las flores sin hablar. Sofía las tomó, olió el perfume y las dejó sobre la cama.

    –Gracias, llamaré a Rosa para que las ponga en el living –dijo ella con voz apenas perceptible.

    Raúl resopló con fuerza, lo que la hizo levantar la mirada. Lo vio soltar el nudo de la corbata roja y desabrochar la camisa. Ya no sonreía, por el contrario, estaba serio y con los músculos de la cara contraídos. Caminó hacia ella con las manos en los bolsillos y Sofía no se movió. Aceptó indolente el abrazo, apoyando la cabeza en el pecho de su marido. A Sofía se le llenó el olfato del perfume Lacoste que impregnaba su camisa y sintió una náusea llegar a su garganta. Después de unos segundos él la agarró por la nuca con los dedos entre el cabello y la apartó. La sostenía con vehemencia, parecía querer hablarle pero se contenía. Finalmente apoyó su frente contra la de ella y cerró los ojos.

    –Tienes que entender… –comenzó a decir.

    La besó torpemente. Ella no se inmutó al sentir los labios fríos de su marido.

    –Qué poco cariñosa eres… –Las manos de él ya la habían soltado y caían a los lados–. Te traigo flores y las dejas tiradas en la cama. Anoche me rechazabas y hacía una semana que no nos veíamos. ¿No te das cuenta de que te necesito?

    Sofía trató de que sus ojos mantuvieran la tranquilidad y no reflejaran el miedo y las dudas que las palabras de él le producían: ¿Me necesita? ¿Cómo me necesita? ¿Mi vida, mi persona, mi cuerpo?

    Raúl la abrazó, colocó las manos en la espalda de Sofía y la acercó hacia sí. Ella se quejó.

    –¿Tienes puesta un faja? –dijo él soltándola bruscamente.

    No esperó respuesta y salió del dormitorio.

    Sofía tenía la garganta apretada y le resultaba dificultoso respirar. No solo estaba temerosa, también estaba confundida. Esta vez, no sabía bien por qué.

    Tomó el espejo del velador, secó sus mejillas y notó que estaba pálida. Llevó las rosas a la cocina para ponerlas en un florero.

    Mientras ambos comían fue poco lo que conversaron. Sofía trataba de actuar lo más normal posible, le contó de Magdalena

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