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Solo queda perder la cabeza
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Solo queda perder la cabeza
Libro electrónico308 páginas4 horas

Solo queda perder la cabeza

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Información de este libro electrónico

Carmen recobra la conciencia en medio de la noche. Tiene un cuchillo en la mano, está cubierta de sangre, pero no recuerda nada. ¿Cometió un crimen? ¿Le tendieron una trampa?Con un tono de terror e incertidumbre entramos en su historia y la de sus hermanas, en la tragedia familiar que las cambió para siempre. ¿Fueron demonios internos o externos los que la llevaron hasta ahí?-
IdiomaEspañol
EditorialSAGA Egmont
Fecha de lanzamiento9 may 2022
ISBN9788728100899

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    Solo queda perder la cabeza - Sara de Haro Seglar

    Solo queda perder la cabeza

    Copyright © 2020, 2022 Sara De Haro Seglar and SAGA Egmont

    All rights reserved

    ISBN: 9788728100899

    1st ebook edition

    Format: EPUB 3.0

    No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

    www.sagaegmont.com

    Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

    PRÓLOGO

    —Violencia.

    —Drogas.

    —Paranoia.

    —Dolor. Pero aquí sigues, aferrada a mí, no me sueltas, no te suelto, aquí sigues, vete, pero no me abandones.

    No me considero la persona más inteligente del mundo, más bien soy torpe y distraída, pero una cosa sí sé, soy especial, siempre lo he sido para bien o para mal, tengo una especie de aura que te acaba atrapando.

    Con seis años entendí el funcionamiento de la vida, cuando mi madre se tuvo que ocupar ella sola de sus tres hijas, situación que la marcó bastante con respecto a sus nervios y estrés. Si hay que hablar de la madre perfecta, puedo decir con seguridad que fue la mía y lo será siempre, sin duda.

    A los siete años comenzó mi dermatofagia —enfermedad que consiste en comerte la piel de manos y pies—.

    Años más tarde, me acompañó toda mi adolescencia ese complejo de no valer más que una mierda tanto a nivel intelectual como físico.

    Siendo adulta me creé un mundo de fantasía en donde todo acababa como yo quería y me alejaba cada vez más de la realidad, mi realidad era solo ella: MI MADRE.

    MUERTE, MIEDO, ABANDONO, DESESPERACIÓN, SOLEDAD, FRÍO, MIEDO, MUERTE, MUERTE Y MUERTE.

    —Perder la cabeza...

    CALMA, SOPLO DIVINO

    Carmen amaneció en el suelo sucio y frío de un edificio abandonado. Sentía frío y dolor por todo su cuerpo. No sabía cómo había llegado allí y mucho menos qué había ocurrido. Miró su mano y observó que sostenía un objeto largo y punzante, un cuchillo de cocina, manchado de sangre. No era suya, eso lo tenía claro. Aún estaba fresca y seguía resbalando por el frío acero. Asustada, lo tiró al suelo, se levantó y comenzó a mirar a todos los lados...

    ¿Gritaba, pedía ayuda?.., pero si la ven, con sangre en las manos la pueden detener..., y si había cometido un asesinato..., ¿dónde estaba el cuerpo?

    Comenzó a llorar. Carmen, una mujer de treinta y cuatro años, marcada por situaciones difíciles a lo largo de su vida, se encuentra ahora en la peor, sin duda.

    Pasan los minutos y cada vez está más alterada y asustada. De repente, sabe qué hacer. Saca su móvil del bolso y llama a la única persona en la que puede confiar plenamente y sabe que iría con ella hasta el fin del mundo.

    —¡Carmen, ¿qué coño haces? son las seis y media de la mañana y a las siete tengo que estar lista.

    —El... El... Elvira..., yo... ay... Dios... Él... ¡¡Joder, creo que acabo de asesinar a alguien!!

    —Venga ya, y déjate de rollos que es muy temprano y tengo un cabreo de narices...

    —Elvira... por mamá, créeme.

    No hicieron falta más palabras para que Elvira acudiera sin pensarlo ni un segundo a por su hermana.

    Elvira, hermana mayor de Carmen, su salvavidas, su consejera, su único rayo de luz. De una belleza rompedora, pelo rubio rizado, unos labios carnosos, que harían perder la cabeza a cualquier hombre y su mayor peculiaridad un ojo marrón y otro verde, detalle que a Carmen enamoraba de su hermana.

    Elvira, fuerte, decidida y toda una guerrera. Una alta ejecutiva en el mundo de las ventas y editoriales, y siempre la protectora de la familia.

    Tardó solo diez minutos en llegar a ese sucio edificio y encontrar a Carmen agachada, sentada en el suelo, agarrándose sus piernas, temblando y llorando desconsoladamente. Lo primero que sintió al verla fue esa sensación materna de querer abrazar a una niña pequeña triste y desolada. Corriendo, se acercó a ella y la abrazó, la consoló con sus brazos, secó sus lágrimas y juró que mientras ella estuviera ahí, jamás le ocurriría nada a su dulce, ingenua y pequeña hermanita.

    —Lo primero que tenemos que hacer es deshacernos del cuchillo, es un edificio antiguo, aquí entran muchos yonquis y ladrones y la lían cada noche, si ha ocurrido un asesinato, jamás te relacionarán a ti, pero el cuchillo debe desaparecer. Tú y yo vamos a dar un paseo por el edificio por si vemos algún cuerpo y a pensar qué hacer. Así que, espabila y vamos al lío.

    Carmen se quedó más que asombrada con la serenidad y calma de su hermana, ya que de ellas dos, Elvira siempre había sido mucho más cobardica que ella, pero sabía que todo lo hacía para protegerla, ya que ambas darían la vida la una por la otra.

    Con miedo y muy despacio recorrieron prácticamente todo el edificio; nada, ni un rastro de sangre, ningún olor, ningún cuerpo. Solo alivio.

    Con el cuchillo en el bolso de Carmen, ambas hermanas salieron del edificio. Ya era de día cuando pisaron la calle. Sin titubear, entraron en el coche de Elvira, no se preocuparon por ningún otro vehículo, pues Carmen no sabía ni montar en bici, de hecho, mantenía algunas cicatrices de intentos fallidos en motos y bicicletas... asunto que hacía mucha gracia a Elvi.

    Elvira condujo durante media hora sin rumbo alguno, solo escuchaba a Carmen entre sollozos contar lo que había pasado, que no recordaba absolutamente nada.

    —Me acosté como siempre a las once, ya sabes que si no me acuesto con Elo, ella no se duerme. En serio, Elvi, es lo último que recuerdo y de repente me levanto aquí, a un kilómetro de casa, con moratones y un cuchillo lleno de sangre que no sabemos de quién es.

    —Carmen, mírame, vamos a coger el cuchillo, lo vamos a limpiar con lejía, acudiremos al pantano, y atado a una roca lo vamos a lanzar, vas a venir a casa conmigo, te ducharás y...

    —Y Elvira, ¿qué voy a hacer?, ¿y si es verdad que he matado a alguien?, ¿y si lo encuentran...?, ¿o mis huellas..., o...?

    —Nada de eso va a pasar, no había nadie, y tú no eres capaz de matar ni a una mosca, ese lugar está lleno de gente agresiva: ladrones, prostitutas, matones..., han podido apuñalar a alguno de ellos, golpearte y ponerte el arma en la mano.

    —Pero... ¿cómo he llegado allí?

    —Carmen, padeces de nervios y ansiedad patológica, has podido ir hasta allí dormida y haber servido de cebo para algún cabrón que ha visto la oportunidad en ti; ay, mi niña, tú tranquila, que esto se va a quedar en un mal sueño, mi niña, lo que yo más quiero. Esto lo olvidaremos juntas y no pasará absolutamente nada. ¡Por mamá!

    POR MAMÁ... LAS PALABRAS MÁGICAS

    —Yo también te quiero, Elvi.

    Una hora antes de que Carmen despertara desorientada y exhausta, Martín salía cansado y soñoliento. Se había tirado toda la noche en la oficina preparando la reunión de mañana. Apenas tenía dos horas para dormir y tendría que volver a la carga, por lo que optó por no coger el coche, cruzar por la avenida Gil, rodear un edificio abandonado y llegar al motel de la esquina.

    No recuerda bien lo que pasó, solo sentía un enorme dolor en la parte posterior del cráneo y cómo la sangre comenzaba a resbalar por sus ojos, sangre negra y caliente. No le dio tiempo de pensar, ni de actuar, mucho menos le dio tiempo para defenderse y cayó de rodillas al suelo; no pensaba, solo percibía el calor de la sangre. Sus grandes ojos verdes parecían ahora enormes bolas de carbón del negro más oscuro, aún seguía vivo cuando sintió que el acero que tenía clavado en su cabeza se desprendía rápidamente y pasaba en un solo segundo a su pecho. Esta segunda puñalada sí la sintió, lo despertó de alguna manera de su shock paranoico y el dolor se extendió por todo su cuerpo. Ahora tenía de frente al asesino, de aspecto tranquilo. No distinguía bien su figura y mucho menos su cara, pero podía oler su calma. Martín notó de nuevo la salida del cuchillo y esta vez, acto seguido, puso la mano en su pecho, como inútil intento de tapar o cerrar la enorme herida.

    Es curioso lo que una persona puede experimentar segundos antes de morir; Martín pensó en Sandra, en si algún día le perdonaría por sus múltiples affaires.

    Observó durante un minuto escaso cómo su respiración se apagaba, agachó su cabeza, de la cual aún seguía saliendo sangre a borbotones, miró al suelo y con la última exhalación cayó desplomado al suelo.

    Se hizo el silencio absoluto, prácticamente sepulcral...

    —No puedo creer que seas tan patético, igual de asqueroso por dentro que por fuera... —Carcajadas—. ¿¡Qué coño hago ahora contigo!? —Más carcajadas.

    Al ser un edificio abandonado, el ascensor no funcionaba y si te asomabas al conducto, solo había un enorme agujero abajo y una caída, calculó de unos diez metros, escondite ideal para tirar al estúpido y feo de Martín. Y así lo hizo. Cogió el cuerpo por los sabacos, lo levantó un poco y arrastró hasta el ascensor. Para acabar con su obra, detuvo un momento el cuerpo justo en el filo del hueco, se agachó, lo miró a esos ojos ahora vacíos, volvió a sonreír y con un corte seco, casi de un cirujano profesional, extrajo sus testículos. Con ellos en la mano se levantó, se colocó detrás y lo tiró hacia el fondo como si solo fuera una estúpida bolsa de carne.

    —No sé si a mi perro le gustarán, son demasiado pequeños y arrugados... —Risa irónica—. En fin, probaremos —dijo, mientras aún sostenía los testículos en sus manos—. No quiero causarle una indigestión a mi precioso perro..., bah..., allá van. —Y los tiró también por el hueco del ascensor.

    Afortunadamente, aún quedaban algunos productos de limpieza en algunas habitaciones, cogió el cubo y la fregona y con saña y premeditación limpió toda la sangre. «Calma, mi soplo divino». Esta frase se le venía cada dos por tres a la cabeza, esas palabras le relajaban bastante cuando sentía que podría perder el control. «Calma, mi soplo divino».

    Acabó y lanzó todo por el hueco junto a Martín. No pretendía que el cuerpo permaneciera escondido para siempre, sabía que tarde o temprano lo encontrarían. El edificio ya olía de por sí a orina y heces, pero el cuerpo en una semana superaría todos los demás olores, y encontrarían a Martín o lo que quedase de él.

    «Calma, mi soplo divino».

    Carmen y Elvira llegaron a casa de esta sobre las siete y cuarto de la mañana. Enrique, su marido, y Junior, su hijo de dieciocho años, aún seguían dormidos.

    —Van a encontrar algo mío y me van a meter en la cárcel, ya no veré más a mi niña pequeña. Soy una puta loca y ahora una puta asesina, Elvira, ¿qué coño vamos a hacer? Estoy muerta de miedo, me duele el cuerpo, apenas puedo respirar y estos cardenales, ¿cuándo me los hice o quién? Y si he asesinado a un inocente, a un niño... ¡Dios mío, me va a dar algo! Esto no puede estar pasando..., me falta el aire, no puedo, no puedo...

    —¡¡Por Dios, para!! No va a pasar nada. No había cuerpo ni sangre ni nada. Puede haber un millón de motivos. ¿Y si alguien te atacó a ti estando sonámbula y te defendiste, y si hubo una pelea de yonquis y te vieron divagando sola y te dieron el cuchillo, y si el cuchillo lo cogiste del suelo sin darte cuenta?, recuerda cuando abrías la nevera de tu casa estando sonámbula y sacabas la comida..., un millón de probabilidades, lo que necesitas es ducharte y tomarte un Tranquimazin. Ve a la ducha.

    —Tengo que darme prisa, tengo que estar en casa a las ocho que despierto a Elo para que acuda al colegio. Nadie debe de notar nada raro, intentaré por todas mis fuerzas disimular en todo lo que pueda. Tengo que hacerlo, Elvi, tengo que hacer...

    Las lágrimas no la dejaban ya hablar. Ambas se encontraban abrazadas, llorando ambas. Carmen se dirigió a la ducha, y se dio una ducha fugaz; salió con el pelo mojado, no importaba, aún hacía ese calor desesperante de finales de septiembre. Sostuvo la mano de Elvira durante un minuto sin decir nada, abrió la puerta y salió.

    Su casa estaba solo a dos pisos por detrás de la de Elvira.

    Aún temblando, abrió como pudo la puerta y fue directa a la cocina a preparar el sándwich de jamón cocido que tanto le gustaba a la pequeña Elo, mientras echaba las lonchas a su perrito Hally, un pequinés de unos siete años, que le movía su colita buscando, sin duda, sus cuatro o cinco lonchas mañaneras de cada día.

    Es increíble cómo la vida sigue igual, como si nada, absolutamente nada, hubiera ocurrido. Su casa, igual, desordenada por la noche anterior, el cenicero lleno de colillas que Narciso, su prometido, dejaba todas las noches. Los sofás arrugados, llenos de pelos, ya que eran una familia más bien numerosa. Estaba ella, su Elo y Narciso, junto a Hally, Mimi y Mumi, sus dos gatas hermanas, recogidas de la protectora de animales cuando eran bebés y Juanita, su debilidad, su dulce y astuta conejita.

    Recogió un poco como pudo la casa, puso una lavadora con su ropa y unas sábanas y se puso el pijama. Narciso no estaba ya en casa, no le sorprendió que no se hubiese percatado de su ausencia, él era así. Las piernas comenzaron de nuevo a fallarle cuando entró en la habitación de Elo. La encontró dormida, extendida en la cama con sus brazos y piernas abiertos. No era bonita, era simplemente perfecta, hecha por los dioses. Su largo cabello rizado color del fuego, sus bellas pecas recorriendo casi de forma ordenada todo su cuerpo. Mirar a esa pequeña le devolvía toda esperanza a Carmen pasara lo que pasara; nunca tuvo herencia económica tras la muerte de su madre, ni falta que le hacía, pues le dejó la más hermosas de las herencias, una verdadera réplica tanto física como emocional de cómo fue ella. Eso la consolaba.

    Eloísa, sin duda, no era de este mundo.

    Cuando su madre enfermó, Carmen creía que ya nada valía la pena, su madre era todo; si hubiese creído en Dios su madre hubiera sido entera y completamente su religión. Su mundo. Soñaba ser como ella, teñía su cabello, vestía igual que ella. Era su máxima en la vida.

    Cuando murió, ella lo hizo con ella, y comenzó a vivir otra realidad, otra vida que, sin duda, no era ni para ella ni para sus hermanas.

    ¿Quién era Carmen? Al morir su madre, murió su personalidad..., estaba perdida. ¿Cómo era? ¿Qué le apasionaba ahora? ¿Qué es lo que estaba bien y qué no?

    Tardó bastante tiempo en conocerse, situación que la asustó porque descubrió que no era como ella, como su diosa.

    Por suerte y, como siempre, ahí estuvo Elvira para ayudarla y decirle que cada persona es distinta a otra, y que ella seguía siendo esa niña buena y noble de siempre.

    Elvira, siempre Elvi, su salvavidas.

    Cantando, como a Elo le gustaba, Carmen comenzó a despertarla llenándola de besos y abrazos, cosa que irritaba bastante a la pequeña.

    —Vamos, loquilla, que llegarás tarde al cole.

    —¡Qué bien, mamá, hoy es viernes y tengo gimnasia e inglés que me encantan, y después me recogerás y me llevarás a comer al chino y a casa de la abuela Ana a jugar. —A Elo le encantaba hablar y contar su día a día, era una niña alegre, activa y supercariñosa.

    De vuelta del colegio, no podía seguir disimulando. Se tiró en la cama a llorar. La pastilla comenzaba a hacer efecto y se quedó dormida. Muchas emociones.

    La despertó una llamada a las doce y media; era Elvi desde el trabajo. Cuando miró el teléfono tenía doscientos mensajes, todos de ella. Ahora sí tenía miedo, no de lo ocurrido ayer, sino de la bronca de Elvira.

    —¿¡Estás loca o qué cojones te pasa!?, ¿¡qué quieres, que me dé un infarto!?

    —Me quedé dormida. Madre mía, me duele todo el cuerpo y la cabeza.

    —No ha salido nada en las noticias, nadie sabe nada y hoy a las diez estuvo la policía en el edificio por una revuelta de bandas y asuntos de drogas, y no han encontrado absolutamente nada.

    —Pero ¿qué pretendes que haga?, ¿que lo olvide? Jamás podré hacerlo. Sé que esto me va a marcar y ya sabes cómo soy, lo que faltaba ahora es esto para que me explote ya la cabeza con las locuras y obsesiones. Se me meten en la cabeza miles y miles de preguntas y todas con final nefasto. Tengo el corazón fuera del pecho, no puedo respirar bien, me ahogo, no soy una persona fría que pueda sobrellevar esta situación, no puedo, no puedo...

    —Lo sé, mi niña, pero solo nos queda ser fuertes y seguir adelante. Tienes por lo que luchar y no hay nada que te relacione a ti con ese lugar. Tú has estado en casa toda la noche y fin de la historia. Y sabes que si caes, caigo contigo.

    DÉBORA

    De camino al trabajo, Débora sintió una punzada en el pecho, un mal presentimiento, sudores fríos, se paró en seco ahí, en mitad de la calle Tromso. Noruega era preciosa en cualquier estación del año, pero en septiembre se presentaba francamente bella. Todo el campo era verde, rico en bellos árboles robustos, llenos de flores de colores. Pasearas a la hora que pasearas Tromso siempre estaba iluminado con sus bellas cabañas de leña y sus maravillosos ciudadanos. Una ciudad para vivir, sin duda, una ciudad hecha para los amantes del frío y los grandes vasos de café.

    Solo llevaba dos años viviendo allí, pero ya conocía todo sobre su nueva y fija ciudad. Sus costumbres, su gente, su aire...

    Tampoco le costó aprender el idioma noruego, en menos de un mes ya lo hablaba de maravilla. Si algo caracteriza a Débora, sin duda, era su inteligencia, no hay nada que a ella le pudiera resultar difícil aprender. Carmen, su hermana pequeña, siempre la admiró por su enorme inteligencia, se quedaba asombrada escuchándola hablar del universo, la física, los idiomas..., siempre deseó tener la mitad de potencial que su hermana mediana. No solo la quería, la adoraba.

    Débora se sentó en un banquito y se puso a respirar profundamente, ella sabía que algo iba mal. Desde muy pequeña percibía energías externas como voces que la avisaban de un peligro, imágenes en su cabeza de sucesos futuros..., era la mujer más sensitiva del planeta.

    Miro su teléfono. No tenía ningún mensaje ni ninguna llamada alarmante, pero intuía que algo ocurría o, sin duda, que ocurriría.

    Escribió a Elvira, solo puso: «A mí no me engañas, algo pasa».

    Débora, la pija de las hermanas, de largas piernas y ojos verdes mezclados con color miel, iguales a los de su madre, de nariz prominente y labios sensuales; pelo negro lacio, cortado al estilo Cleopatra. Siempre bien vestida y conjuntada, amante de los tacones de doce cm negros y los trajes de chaqueta.

    No imaginarías jamás que eran hermanas, el estilo fino y estiloso de Débora contra el hippie y dejado de Carmen; sin embargo, si pasas con ellas solo cinco minutos te percatas de su familiaridad, sus miradas, sus risas, incluso a pesar de la ropa, de su gran parecido físico.

    Se dio pequeños golpecitos en la cara y se levantó. Siguió su camino y con el paseo y el frío de la mañana comenzó a relajarse. El colegio de los monstruitos como ella lo llamaba no se iba a dirigir solo.

    No había nada en el mundo que frenara a Débora; al año de estar en Noruega como profesora de física y química avanzadas, logró el puesto de directora, cargo que por supuesto sabía que ocuparía.

    Al contrario que Carmen y Elvira, ella optó por una vida de soltería. Se sentía más cómoda en casa con sus cuatro gatos. Si salía a bailar y ligaba con alguna chica iban a su casa, pasaban la noche sin dormir, pero al día siguiente las mandaba a su casa con una buena taza de café y un «ya te llamaré» lleno de ternura. No había luchado tanto en su vida para que ahora distracciones externas le perturbasen su ansiada vida.

    —A mí no me vais a engañar, sé que está pasando algo, y es algo malo… —se dijo, camino del trabajo.

    DOS SEMANAS

    Elvira se encontraba en su despacho ultimando las últimas llamadas de la mañana, aunque era una de las ejecutivas, le gustaba hacer las cosas por cuenta propia. La editorial no era solo su trabajo, era su templo y le gustaba involucrarse.

    De fondo, en la sala principal, alguien encendió el televisor y pudo escuchar cómo el presentador de noticias comentaba el hallazgo de un cadáver de un hombre de unos treinta y cinco años en el hueco de un ascensor en el edificio abandonado de la calle Gil. El cuerpo presentaba múltiples puñaladas y una mutilación, aproximadamente por el estado de descomposición llevaría allí metido unas dos semanas.

    Elvira estaba helada sentada en su sillón escuchando la noticia. Temía más la reacción de Carmen que la noticia del macabro descubrimiento. Siguió atenta escuchando cada palabra, cada detalle...

    —Por ahora no hay ningún sospechoso, no se han encontrado huellas ni nada que pueda acercarnos al asesino, tampoco se ha encontrado el arma homicida. Este hecho marcará a esta bella y tranquila ciudad. Quien haya cometido tal acto no tiene ningún tipo de humanidad y esperemos que sea capturado lo antes posible.

    No se percató, pero estuvo sentada en su sillón sin moverse dos horas, solo pensando en Carmen, en cómo estaría ahora mismo, en si descubrirían algo más, totalmente absorta en sus pensamientos. Volvió en sí, sujetó el móvil y comenzó a investigar.

    Martín Sánchez Vega, casado, desde hace diez años con Sandra Aguilar, trabajador, serio y un gran marido.

    Las redes sociales comenzaban a echar humo. Pedían a gritos la cabeza del asesino.

    La gente salió a la calle en busca de justicia; era, sin duda, la noticia del año y más en una ciudad tan pequeña. Ceuta, una bella ciudad rodeada de mar y

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