Dos Madres: la historia de una familia casi feliz
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Dos Madres - Muriel Villanueva
Dos Madres: la historia de una familia casi feliz
Copyright © 2006, 2022 Muriel Villanueva and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726998047
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
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A mis dos hermanas
Y a todos los hijos e hijas de gays y lesbianas
Prólogo
He decidido desnudarme. Tomé esta decisión, empujada por la rabia y a la vez por la ilusión, el día que empecé a oír opiniones diversas, a menudo desinformadas, sobre el matrimonio de gays y lesbianas, y sobre la posibilidad de adoptar niños.
No soy en absoluto una exhibicionista, pero considerando mi situación e impelida por lo que siento desde que empezó este debate, tengo la imperiosa necesidad de contar todo lo que encontraréis en este libro: mi experiencia personal como hija de una pareja lesbiana.
Escribo para intentar dar un pequeño empujón más a este mundo, a este engranaje tan lento, que parece que nunca acabe de arrancar. Por lo tanto, sin querer en ningún momento ser demasiado pretenciosa, desearía que fuera un libro para todo el mundo. Y aquí, desde mi punto de vista, está la diferencia entre el para y el por. Es, como digo, un libro para todo el mundo, porque yo, por supuesto, querría que lo leyera todo el mundo. Pero es un libro que está escrito pensando en dos colectivos, que son su núcleo y sus destinatarios principales, cuya existencia espero contribuir a mejorar con mi modesta aportación. Me refiero al colectivo de hijos de gays y lesbianas, al cual pertenezco, y, como ya imaginaréis, al colectivo de gays y lesbianas, al cual pertenecen mis madres. ¡Va por vosotros!
Va por los hijos de las familias homoparentales, porque todos los niños tienen derecho a vivir en paz, a ser aceptados por todo el mundo, a hablar de la familia en voz alta y con tranquilidad, sin tener que inventarse historias ni vivirlo en silencio.
Va por los futuros padres y las futuras madres que se planteen la posibilidad de estar metiendo a sus hijos en un lío, o que quizá se sientan culpables por cargar sobre sus hijos su propia condición sexual. No hay ninguna razón para tener miedo.
Pues bien, al fin ha llegado la hora de proclamar mi condición; empiezo a oír otras voces y sé que se ha terminado el tiempo del silencio. Ahora me siento fuerte y, a los veintinueve años (¡por fin!), empiezo a creer que me da absolutamente igual lo que piense la gente, que quizá ahora sean los homófobos los que tengan que esconderse debajo de las piedras. Os cedo amablemente el sitio. Yo también quiero salir del armario. Quizá os parecerá banal pero yo, en estos últimos meses en los que he encadenado entrevistas y alguna conferencia, me he sentido, y me siento, como un muelle enorme que ha saltado después de muchos años de estar oprimido. Y no es que no le haya contado nunca a nadie mi situación, ni que fuéramos una familia aislada, sin un montón de gente a nuestro alrededor que nos quisiera; pero sólo últimamente he empezado a contar mi vida sin sufrir pensando en el «qué pensarán».
En 1978, dos años después de que yo naciera, mi madre se dio cuenta, o mejor dicho, dejó de ocultarse a sí misma, que era lesbiana. Me quito el sombrero cuando pienso que cinco años después de que la homosexualidad dejara de considerarse una enfermedad, y un año antes de que se suprimiera la Ley de Peligrosidad Social, mi madre tuvo la valentía de plantarse delante de mi padre y decirle que le gustaban las mujeres. Él la miró en silencio, con ese silencio prudente que le caracteriza, y la abrazó.
Por fortuna no me acuerdo de la separación de mis padres, que no fue conflictiva en absoluto, ni tengo la suerte de recordar los momentos en que cada uno por su lado empezó a querer a una nueva mujer, mis otras dos madres. Así las cosas, estas dos nuevas familias fueron mi punto de apoyo desde que tengo uso de razón. Ésta ha sido siempre mi situación familiar, que me ha acompañado de forma estable y tranquila.
Desde el momento de la separación, me quedé a vivir con mi madre, y muy pronto pasamos a ser tres. Ellas dos, mi madre biológica y su pareja, se convirtieron en mi núcleo familiar principal. Ni siquiera recuerdo haber tomado conciencia de que tenía dos madres en casa y de que eran pareja; para mí ha sido siempre así, y siento la homosexualidad con tanta naturalidad que desde muy pequeña siempre me pareció un gran misterio y un motivo de sufrimiento el hecho de no entender por qué muy pocos la aceptaban, y aún lloro de rabia y de tristeza cuando pienso que ellas nunca han podido hacer una cosa tan sencilla como pasear por la calle cogidas de la mano, por poner sólo un ejemplo. Ahora, cuando veo parejas de mujeres jóvenes que van de la mano en público, lo vivo como una pequeña victoria e intento no mirarlas demasiado porque yo, como ellas, también espero que llegue el día en que nadie las mire.
Con el tiempo, la convivencia se fue organizando en aquellos turnos desiguales que suelen seguir a los divorcios, pero estas dos familias resultaron estar formadas por cuatro personas curiosamente complementarias. Me atrevería a decir, aun a riesgo de ofender a mis padres biológicos, que mis otras dos madres han hecho que yo sea más completa, y a menudo eran ellas las que me obligaban a acabar la verdura, las que venían a la cama cuando lloraba por las noches, las que me peinaban, me compraban muñecas y me hablaban de sexo.
Por si eso no bastara, los de un lado decidieron tener un hijo. Asistimos al parto mi padre y yo, y, os lo puedo asegurar, mi hermano ya nació dando guerra. En cuanto sacó la cabeza, empezó a dar gritos…
Más adelante, mis madres