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El cementerio de cigarrillos
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El cementerio de cigarrillos
Libro electrónico110 páginas1 hora

El cementerio de cigarrillos

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El cementerio de cigarrillos es el nombre con el que una bandita de amigos adolescentes bautizó al lugar donde se juntan a conversar, fumar y beber. El protagonista se enamora de una chica, Lafueguito, que está en pareja con un peso pesado de la zona, El Lonja. Ese amor disparará la reacciones del matón y sus secuaces, también las de los amigas y amigos que salen a defender a nuestro héroe, en una trama violenta con pocas rutas de escape hacia la redención.Williams logró una novela trepidante que abre las puertas a un mundo posible de marginalidad áspera y entrañable. -
IdiomaEspañol
EditorialSAGA Egmont
Fecha de lanzamiento2 feb 2022
ISBN9788726903249

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    El cementerio de cigarrillos - Ariel Williams

    El cementerio de cigarrillos

    Copyright © 2012, 2021 Ariel Williams and SAGA Egmont

    All rights reserved

    ISBN: 9788726903249

    1st ebook edition

    Format: EPUB 3.0

    No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

    www.sagaegmont.com

    Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

    a Marcelo Eckhardt a El frasquito

    GALGA

    … apagame ese fuego quencendites.

    Le conté las costillas a la Galga una por una, al sol. Toda la tarde le pasé los dedos por esos huesos finos. Ella anduvo estirándose en la arena del río. Tiene un pecho blanco hermoso. Cuando está acostada, se le hace como una muesca al final de las costillas y ahí va la panza bajando hasta el ombligo. Todos somos así, pero ella es así como nunca me canso de mirarla, como no se puede ser. La miro mucho porque sé que algún día, si no la miro, se va. Las chicas se van, hay que cuidarlas. Yo la miro mucho a la Galga.

    A ella la quiero, y también a otros más que son Saco, Escopeta, Candelita, El Primo, Marisol (la Meyisa). Somos algunos, y a veces dejamos que otros vengan con nosotros, según las ganas. Nos juntamos en el Cementerio, que es un lugar del río que lo llamamos así porque fumamos ahí hace mucho y en todos lados hay colitas de cigarrillos asomando de la tierra. Un día Candelita dijo que se parecían filas de tumbas clavadas en el suelo, como un cementerio. Entonces le quedó el Cementerio de Cigarrillos.

    En verano se puede ir ahí a fumar y a mirar a las chicas que se bañan en la orilla del frente, donde está el Club. A ese lugar del frente van los que tienen plata, van chicas en malla. Muchas veces estamos tristes o aburridos y vamos al Cementerio a fumar y a tomar vino, y si están las chicas allá enfrente, mejor. Antes había unas mellizas, o las Meyisas con eye bien fuerte, como les decían. Eran una igual que otra, nadie las podía reconocer. Iban a nadar todos los días en verano, hasta que la tarde se hacía sombra. Las acompañaba una señora muy enorme, una especie de tía o empleada. Cuando se tiraban al agua, se parecían gaviotas cazando, y tenían unas piernas tan largas que no terminaban nunca de hundirse en el río. Entraban al líquido las dos juntas. Si estaban ellas nadando, los demás se parecían unos perros gordos pataleando en el agua. Desde que tenían doce las vi, cuando les aparecían los huesos por todos lados.

    Hasta que una de ellas se ahogó. Quince debían tener entonces. Eso pasó una tarde, al final, cuando ya el agua era casi sombra. Las Meyisas se tiraron a dar una última nadada. Había un silencio muy fuerte y venían voces del otro lado flotando en el agua, parecía que los del Club nos estaban hablando cerca en la oreja a los del Cementerio. El chapuzón de las Meyisas sonó como un topetazo y después salieron sus brazos blancos a nadar. La tía o empleada enorme esperaba en el borde con las toallas. El río pasaba tranquilo, pero muy lleno, el agua arrastraba. Y ahí se escuchó un grito y hubo un pataleo y se tiraron unos tipos al agua. No sé cuánto pasó, por ahí fueron unos segundos o por ahí más. Me olvidé del tiempo. Rápido sacaron un cuerpo quietito ya, y otros peleaban para que el otro cuerpo, el de la otra Meyisa, no se fuera al fondo a buscar a su hermana. Quería hundirse ahí en donde ya estaba su tristeza para siempre. Ella gritaba que quería quedarse un rato más en el agua, hasta que saliera su hermana del fondo. Me acuerdo que la señora enorme largaba unos gemidos raros, roncos. Se volvió loca. Cuidaba a las Meyisas desde que tenían tres años.

    Al verano siguiente, la Meyisa viva se pasó para nuestro lado del río. La trajo Candelita a la tarde al Cementerio. La Meyisa dijo que se llamaba Milena y Marisol y que una vez se había ahogado, pero después la salvaron. No dijimos nada, todos sabíamos que Milena era su Meyisa muerta. Esa es la maldición de ser Meyisa: cuando una se muere, la otra se queda viva. Así que Marisol se unió a los del Cementerio y lo único que dijo ese verano fue eso de que ella era Milena y Marisol y que se había ahogado una vez. No quiso hablar nada más. Pero la dejamos que se estuviera con la boca en silencio. Ella se ponía de espalda al río y no decía nada. Fumaba sentada al lado de Candelita.

    Después que la Galga estuvo al sol y no me cansé de mirarla, fuimos a tomar vino a una fiesta. Ahí estaba el Primo borracho y se tiró de espalda en el pasto seco. Voy a tomar cerveza y mirar las estrellas, dijo. Perfecto, nos juntamos con él, pero con la Galga tomábamos vino. Fui al baño y vi un cartel: SI ESTÁS SOLA, ROLANDO 22 X 5 LLAMAME AL 33 – 666. Se parecía el número del diablo. No me sonaba que el diablo fuera un Rolando, pero bueno. Con la Galga llamamos al número ese de teléfono y nos atendió una vieja alunada y nos dijo que el Roly se había ido a Bahía Blanca, de milico. Jaja, se llevó la pistola a Bahía, dijo la Galga. Volvimos con el Primo, que ya no sabía ni qué decía ahí en el medio del pasto. Lo levantamos y compramos vino y quién estaba en la fiesta: la directora de la escuela enredando los labios con un tipo. Con razón en los diccionarios de la biblioteca decía La Dire es una puta.

    Llevamos al Primo a la costa del río para seguir con el vino y escuchar la noche. ¡Galga! Cuánto que fumamos esa noche, apagábamos los cilindros y había que perseguir la brasa que se parecía que se escapaba una cucaracha roja por el suelo. Matamos muchas brasas ahí. El Primo cantaba, silbaba con los pies metidos en el agua debajo del puente que va a Rawson, meaba en el río todo el tiempo como un señor del cielo. La Galga se me durmió en los muslos cuando arriba se ponía más claro. Vimos con el Primo estrellas fugaces, o por ahí eran pájaros que pasaron rápido no sé. Después la desperté a la Galga porque tenía que ir a trabajar. Quién la despierta, me dijo el Primo. Ella nos había encargado. Despertala vos. No vos. Bueno, y al final la desperté y ella lloró. Tuvimos que llevarla a la orilla a que vomite. Largó toda esa noche y la dejó en pedazos oscuros en el río. Le lavamos la cara y le pusimos agua en la frente. La llevamos a su casa para que se cambie. Mal sueño. Mientras yo la bañaba y la vestía contándole de nuevo esas costillitas, el Primo preparaba mate. Fue a trabajar. Era en la lavandería. Las compañeras, unas viejas, la dejan dormir en la pieza de la ropa sucia cuando viene de una noche.

    A la Galga la seguí bastante tiempo. Primero no quería saber nada. Todavía la llamaban Lafueguito. ¡Era más áspera! No sé qué me gustó antes de ella. Toda. Como trabaja en el laverap, anda siempre con olor a jabón y lavanda. Tiene las manos rojas, se parecen como camarones hervidos. No habla mucho pero ¡se mueve! La vi bailando debajo del Intercambiador donde los camiones agarran la ruta a Comodoro. Ahí se juntaban algunos. Me llevó el Primo una vez. Hacían una fiesta ahí, entre el ruido de los camiones. Llevaban música, botellas y sánguches o pizza. Ella tenía puesta una remerita azul y pantalones cortos hechos con un vaquero viejo. Bailó sola todo el tiempo, nadie la sacaba. El Primo me dijo que nadie le buscaba el baile porque era mina del Lonja, uno que mandaba en varios pules y que le decían así, Lonja, porque cuando lo peleabas sacaba un cuchillo y te dejaba hecho una lonja caminante.

    Pero yo fui y le hablé a la chica. El Primo me dijo A dónde vas, querés que te hagan tirita boludo. Y yo no le hice caso y me puse al lado de Lafueguito.

    Le pregunté Cómo te llamás.

    Lafueguito.

    Y dónde te puedo ver.

    ¿Vos no sabés que yo estoy con el Lonja?

    Sí.

    Bueno entonces dejame, andate que todos te están mirando.

    Pero dónde te veo.

    ¿No me entendistes vos?

    Y así hablamos un rato. Al final, a ella le dio miedo y

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