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Muchacha negra en un banco del parque
Muchacha negra en un banco del parque
Muchacha negra en un banco del parque
Libro electrónico107 páginas1 hora

Muchacha negra en un banco del parque

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Los miembros del jurado del Premio Anual de Cuento "José Ramón López" (de la República Dominicana), reunidos en sesión deliberativa, hemos decidido otorgar el premio por decisión unánime, al libro titulado: Muchacha negra en un banco del parque, presentado a concurso bajo el seudónimo de Oryza sativa. Todos los textos incluido en esta obra son de una factura, una estructura y trabajo enunciativo sostenido, lo que le otorga unidad y coherencia narrativa ejemplar.

 

José Enrique García, Aquiles Julián, Manuel García Cartagena

IdiomaEspañol
EditorialJose Acosta
Fecha de lanzamiento5 ene 2022
ISBN9798201923815
Muchacha negra en un banco del parque

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    Muchacha negra en un banco del parque - Jose Acosta

    José Acosta (Santiago, República Dominicana, 1964) es poeta y narrador. Desde 1995 reside en Nueva York. Ha ganado en ocho ocasiones el Premio Anual de Literatura de la República Dominicana, el más importante del país, en los géneros de novela, cuento y poesía. Entre sus obras se encuentran los poemarios Territorios extraños (Premio Nacional de Poesía Salomé Ureña de Henríquez 1993), El evangelio según la Muerte (Premio Internacional de Poesía Nicolás Guillén 2003), y Viaje al día venidero (Premio Nacional de Poesía Salomé Ureña de Henríquez 2016); los libros de cuentos El efecto dominó (Premio Nacional de Cuento Universidad Central del Este 2000), Los derrotados huyen a París (Premio Nacional de Cuento José Ramón López 2005), El patio de los bramidos (Premio Nacional de Cuento José Ramón López 2015); y Muchacha negra en un banco del parque (Premio Nacional de Cuento José Ramón López 2021), y las novelas Perdidos en Babilonia (Premio Nacional de Novela Manuel de Jesús Galván 2005), La multitud (Premio Nacional de Novela Manuel de Jesús Galván 2011), Un kilómetro de mar (Premio Casa de las Américas 2015, en la categoría de Literatura Latina en los Estados Unidos), y El lodo y la nieve (Premio Nacional de Novela Manuel de Jesús Galván 2019). En 2010, su novela La tormenta está fuera estuvo entre las 10 finalistas del XV Premio Fernando Lara de Novela, de la editorial Planeta, y en 2011, fue finalista del Premio Internacional de Cuento Juan Rulfo, de Francia. En 2016, el Banco Central de la República Dominicana editó e incluyó en su Colección Bibliográfica su novela La tormenta está fuera.

    José Acosta

    ––––––––

    Muchacha negra en un banco del parque

    Premio Anual de Cuento José Ramón López 2021

    Jurado: José Enrique García, Aquiles Julián y Manuel García Cartagena

    Acosta, José, 1964-

    Muchacha negra en un banco del parque [texto] / José Acosta.  —1a. ed. – Nueva York, EE.UU., 2021.

    1ra. ed. –Nueva York: 2021

    Cuentos dominicanos. 2. Literatura dominicana del siglo XXI.

    © 2021 Primera edición: José Acosta

    Ilustración de la cubierta: Fragmento de obra de Dalí.

    Fotografía del autor: Daniel Acosta

    Todos los derechos reservados por el autor conforme a la ley. No se permite la reproducción total o parcial, en ningún medio o formato, sin autorización previa y por escrito del titular del Copyright.

    Impreso y hecho en los Estados Unidos.

    Made & Printed in the USA.

    Correo electrónico: joacosta29@gmail.com

    Para mis hijos Esteban y Daniel

    Viejo negro del puerto (...)

    Inútilmente sueñas

    con tu retorno al África.

    Si pudieras tejer con tus brazos

    un pedazo de jungla flotante

    y dejarte arrastrar por los mares...

    o tejer con clarores de luna

    un velamen muy blanco y extraño

    y dejarte impulsar por el aire:

    ―¡Qué aventura tan grande!

    ¡Viejo negro del puerto!:

    ¡Quisiera consolarte!

    Francisco Domínguez Charro

    Luz en el ático

    Desde un solar baldío, ocultos en las tinieblas, tres ladronzuelos observaban la alta puerta corrediza de una marquesina iluminada por el farol del alumbrado público. Detrás de la marquesina alcanzaban a ver, como trazada a carboncillo por efectos de la penumbra, la parte superior de la enorme fachada de la casa. Las ramas de un abeto flotaban por encima del tejado como nubes negras. A esa hora de la madrugada solo la ventana del ático estaba encendida y su luz se proyectaba en forma de cono hacia la calle. Uno de los ladrones encendió su celular, y la luz de la pantalla le cayó en la cara como un chorro de leche, delineando las facciones de un adolescente de grandes ojos claros, cejas desafiantes y boca triste.

    —¡Por qué coño prendiste el maldito teléfono, Tony! —exclamó con furia contenida el cabecilla, un hombre bajito y fornido, de nariz chata y mandíbula caballar, apodado Pachín—. ¿Quieres que nos descubran?

    —Solo quería ver la hora —contestó Tony con voz nerviosa.

    —¿Ahora resulta que estás por hora, hijo de la gran puta? —se incomodó Pachín, y cuando empezaba a montar en cólera, el otro ladrón, apodado Manguera, un muchacho flaco y un tanto encorvado, con una cicatriz que le cruzaba la cara desde la oreja izquierda hasta la barbilla, le puso una mano en el hombro, siseó y le pidió que mirara hacia el lado izquierdo de la calle. Los tres, en silencio, vieron a un hombre que caminaba arrastrando los pies por la acera opuesta, cantando el estribillo de una bachata. Un sombrero de ala corta, adornado con una cinta de grogrén y un lazo, le caía sobre la frente. Llevaba una camisa blanca con un manchón gris a la altura del bolsillo, y unos pantalones negros de corte elegante, con la bragueta desmesuradamente abierta. Con sus largos brazos nervudos, se apoyaba de cuando en cuando en el alto muro que rodeaba la casona, tratando de no perder el equilibrio. Cuando Pachín vio que el hombre se ponía de espaldas a la puerta corrediza y se dejaba caer justo en el lugar de donde saldría el propietario de la vivienda en cualquier momento, soltó una palabrota, y les ordenó a sus secuaces que lo apartaran de allí.

    —¡Ese cabrón nos puede joder la vaina! —se quejó.

    Se habían enterado con un carterista de Cienfuegos, al que llamaban Pezuña, que muchos empresarios de Santiago acudían al casino del hotel Matum con mucho dinero en efectivo y se pasaban la noche jugando y dándose tragos.

    —Llegan con los bolsillos buchuses, pero es muy arriesgado darles en la madre porque siempre andan con unos gorilas que espantan o con choferes armados —les dijo el carterista. Desde que lo supo, Pachín quiso evaluar el terreno por su propia cuenta y empezó a visitar los predios del hotel. Comprobar las observaciones de Pezuña no lo desalentó. Hizo amistad con el vigilante del estacionamiento, un anciano decrépito que amanecía fumando y bebiendo café amargo, y por este supo los nombres, posición y procedencia de los visitantes asiduos del casino, pero esta información no le sirvió de nada. Un día, en vez de en estacionamiento, se sentó en el lobby y a eso de las dos de la mañana vio llegar a pie a un hombre de mediana edad vestido con ropa deportiva, que entró por el corredor que conducía al casino. Pachín se acercó al recepcionista y lo sondeó.

    —Ese señor me parece conocido —le dijo—. ¿De quién se trata?

    —Es el ingeniero Pedro Ramos, de la Constructora Ramos —contestó el recepcionista, un joven de rostro avejentado, vestido con camisa blanca y corbata negra.

    —No lo vi llegar en ningún vehículo —soltó Pachín.

    El botones, un mocetón de porte recio que había escuchado la conversación explicó que el ingeniero residía cerca del hotel, a apenas dos cuadras.

    —El mes pasado ganó una fuerte suma en la mesa de blackjack y uno de los de seguridad y yo lo acompañamos hasta su casa —reveló, y Pachín supo que sus investigaciones habían concluido.

    —Maldito borracho —dijo por lo bajo cuando vio a Manguera y a Tony tomarlo por los brazos y llevarlo casi en volandas calle abajo.

    Al cabo de cinco minutos, empezó a pasearse de un lado a otro, aplastando con furia los yerbajos del solar, hasta que no soportó más y fue tras ellos. «Lo habrán llevado al fin del mundo, los pendejos», murmuró. Los encontró a tres calles de la casona, en el callejón oscuro de un ventorrillo, cerrado a esa hora de la noche, donde habían ocultado las motocicletas. Manguera y Tony discutían en voz baja, casi con susurros.

    —¿Qué coñazo pasa aquí? —reventó Pachín.

    Manguera, agitada la voz, reveló que el borracho había identificado a Tony.

    —Es el sastre de su barrio —dijo.

    —¿Y qué hace el hijo de puta caminando con ese jumo por una urbanización de ricachones a la hora en que lloran los bebés?

    —Parece que estaba en el bar del hotel, se quedó sin dinero para tomar un taxi y se le ocurrió la loca idea de regresar a su casa a pie —dijo Tony—. Es lo que pude sacar de lo que me contó. Pero

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