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En su reflejo
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En su reflejo
Libro electrónico307 páginas4 horas

En su reflejo

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Información de este libro electrónico

Un hombre, amnesia, dos realidades alternativas. ¿Qué está pasando?

Imagina despertar un día y no saber quién eres ni dónde estás. Al día siguiente, despiertas y estás en otro lugar con otra gente y otra vida totalmente diferente a la del día anterior. Ahora, cada mañana despiertas en estas dos vidas alternativamente, cada día en una.

Esta es la vida de Luis, no sabe quién es ni recuerda nada de su vida. Tendrá que empezar de cero en las dos vidas y adaptarse a ambas o intentar salir de esa situación y descubrir qué es lo que sucede.

No será fácil, y posiblemente tampoco agradable, pero ¿conseguirá descubrir quién es en realidad?

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento15 jul 2019
ISBN9788417947743
En su reflejo
Autor

J. Pablo F. Simarro

J. Pablo F. Simarro (Cuenca, 1985) creció, estudió e hizo su vida. Entre todo esto, escribió su primera novela. Piensa que todo lo que nos rodea no es lo único que existe, por eso su frase favorita es «Imagina que...».

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    Vista previa del libro

    En su reflejo - J. Pablo F. Simarro

    En su reflejo

    En su reflejo

    Primera edición: 2019

    ISBN: 9788417947262

    ISBN eBook: 9788417947743

    © del texto:

    J. Pablo F. Simarro

    © de esta edición:

    CALIGRAMA, 2019

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    A mi mujer, Belén

    1

    El despertar

    Un pitido intermitente dentro de una oscuridad tan profunda como un pozo incomodaba a Luis. Músculos entumecidos y un dolor de espalda casi insoportable lo inmovilizaban y le impedían levantarse.

    Estaba solo, o por lo menos así se sentía, intentaba gritar, pero no podía, intentaba moverse, pero era imposible. No sabía el tiempo que llevaba luchando no sabía por qué no podía salir de ese estado, estaba aterrorizado, no sabía si estaba muerto o vivo, lo único que podía era luchar para salir de aquella oscuridad. Una oscuridad que le atenazaba el alma, le nublaba la mente y le consumía poco a poco.

    Al fin se rindió, era imposible, no lograba hacer nada. Solo conseguía que el pitido, ese insoportable pitido se acelerase levemente, nada más, así que se rindió. Dejó de intentar moverse, de gritar, de lo que fuese, no podía hacer nada, pasase lo que pasase así se quedaría para siempre. El pitido volvió a la normalidad, ni muy deprisa ni muy despacio. Consiguió relajarse hasta tal punto que el dolor de espalda y la angustia casi desaparecieron, la calma invadió su cuerpo, el entumecimiento empezó a desaparecer, por fin la angustia estaba desapareciendo. No entendía realmente lo que pasaba, seguramente se estaba muriendo ¡eso es! estaba muriendo, por lo menos podría descansar y salir de aquella situación.

    Aquella oscuridad comenzó a aclararse, poco a poco del oscuro más intenso fue pasando a un oscuro menos aterrador. Algún pequeño matiz de gris comenzaba a vislumbrarse en el fondo de todo aquello y unos pequeños rayos de luz blanca empezaron a llegar a sus retinas, blancos que le hacían daño en los ojos, cada vez más y más, tanto, que llegó a sentir que en su cara se estaba reflejando una mueca de fastidio. Sin saber cómo, su propia mano llegó a su cara para taparse de la luz que le molestaba, porque esa luz provenía de fuera, no de la oscuridad, si no de fuera de la misma. Su vista se fue adaptando a la nueva situación, lentamente comenzó a ver una serie de siluetas a su alrededor de diferentes formas y tamaños. Parecían presencias acechándole a contraluz para que no pudiera predecir cuándo le iban a atacar. Pero nada más lejos de la realidad, un perchero entre dos enormes ventanas se encontraba delante de él, a su izquierda a no más de un metro, un monitor en el que se veía su ritmo cardiaco y del que provenía ese insoportable pitido, estaba en una cama conectado a ese dichoso aparato.

    Después de un rato y cuando se libró un poco del aturdimiento y se le aclaró la vista, se dio cuenta de la situación en la que se encontraba. Estaba en una habitación, pero no parecía de un hospital, estaba perfectamente decorada y hasta lo que él podía entender parecía con gusto. De lo que sí estaba seguro es que esa habitación no le sonada de nada. No sabía dónde estaba.

    Se incorporó en la cama no sin problemas ya que parecía que llevaba bastante tiempo tumbado. Sentía sus músculos entumecidos, el dolor de la espalda se le había aliviado un poco y tenía un ligero dolor de cabeza. Puso los pies en el suelo e intentó ponerse de pie poco a poco haciendo fuerza con los brazos, pero era como intentar levantar una lápida. Tras varios intentos logró ponerse de pie, aunque se sentía un poco inestable.

    Dentro de la habitación había dos puertas, una estaba cerrada y la otra abierta donde se podía ver un lavabo, con mucho cuidado se dirigió hacia el baño, cada paso era un pequeño reto que superar, sus piernas estaban débiles y no confiaba demasiado en su equilibrio. Unos leves chillidos provenientes del exterior llamaron su atención. Se acercó a uno de los ventanales y apartó suavemente un fino visillo blanco que impedía el paso directo de la luz del sol, un amplio jardín se extendía frente él, se encontraba en la segunda planta de una gran mansión. Abajo en el jardín cerca de una piscina jugaban dos niños lanzándose agua con pistolas de juguete; corrían, chillaban, saltaban, se lo estaban pasando en grande. Luis estuvo un rato observándolos intentado averiguar quiénes eran, pero estaba totalmente bloqueado y era incapaz de entender que pasaba.

    Tras un rato de divagaciones cesó su intento, corrió el visillo y se centró en su anterior tarea.

    Ya casi en la puerta del baño notó dolor en la mano izquierda y algo que tiraba de ella. Se giró y vio que era el gotero que tenía conectado en el dorso de la mano, también se percató que tenía varios cables conectados a su cuerpo que llegaban al monitor de ritmo cardiaco y el medidor de oxígeno en sangre. Ni corto ni perezoso tiró de la aguja que tenía clavada y no sin dolor logró arrancársela y si fue capaz de eso, los cables que tenía conectados con una especie de adhesivos corrieron la misma suerte. Ahora el pitido intermitente se convirtió en un sonido continuo sin pausa y mucho más insoportable, pero no le prestó atención porque el reflejo que le devolvía el espejo del baño era el reflejo de un desconocido, ahí estaba frente a alguien que no conocía, y lo peor no es que no conociese su reflejo si no que no sabía ni quien era, ni donde estaba ni que había pasado.

    Apoyado en el lavabo y absorto en la imagen que le devolvía el espejo vio que era un hombre de unos cuarenta y pocos años, alto, de pelo castaño, con los ojos claros, con facciones suavemente marcadas. Tenía una barba de varios días en la que se distinguía de vez en cuando algún vello rubio. Un hombre atractivo sí, pero al fin y al cabo un hombre desconocido, estaba un poco delgado, pero no demasiado. Frente al espejo observaba centímetro a centímetro su rostro, sus brazos, su torso e intentaba recordar.

    Un fuerte golpe que resultaba de abrir una puerta bruscamente y esta golpear contra su tope, resonó en la habitación seguido del chillido de una mujer. Varios pasos fuertes atravesaron la habitación hasta llegar a la puerta del baño.

    —¡Señor Luis ¿Qué hace levantado?! —dijo una mujer a sus espaldas.

    Luis del susto, dio un pequeño respingo y se giró rápidamente provocando que se desestabilizara y perdiera el equilibrio, pero le fue imposible llegar al suelo ya que esa mujer con un grácil y rápido movimiento consiguió sujetarlo.

    —¿Cómo se ha levantado? No debe levantarse.

    Luis la miraba totalmente sorprendido, tanto por la hazaña realizada por una mujer de una edad considerable como por que no tenía ni la más remota idea de quién era.

    La mujer que lo auxilió era Doña Gracia, una señora de unos sesenta y tantos años, un poco entrada en carnes, cara redondeada y expresión serena y con una de esas caras que trasmite tranquilidad. Era el ama de llaves de la casa, se encargaba tanto de cuidar personalmente a Luis mientras estaba convaleciente como de organizar y dirigir al resto de empleados de la casa. Llevaba muchos años trabajando con la familia, más que una empleada era como una madre para todos. Una persona serena, trabajadora, cariñosa, cercana y preocupada por todas las personas que habitaban y trabajaban en la casa.

    Lo acercó a la cama, lo sentó e intentó tumbarlo, pero Luis no quería tumbarse.

    —Un momento por favor —dijo Luis apartándola suavemente con la mano.

    —Tiene que descansar, túmbese que ahora mismo llamo al doctor que venga a hacerle una revisión. Dios mío que alegría señor Luis ya ha despertado.

    —Señora discúlpeme ¿quién es usted? —preguntó extrañado.

    —Señor, soy Gracia ¿no me recuerda? —Estaba preocupada.

    Luis negó con la cabeza.

    —Túmbese por favor, tiene que descansar. Ahora mismo llamo al doctor que lo vea urgentemente.

    —Por favor déjeme, no soy un niño para que me esté diciendo lo que tengo que hacer —le respondió de mala manera a Doña Gracia, retirándole la mano bruscamente.

    —Está bien, pero no se mueva, vuelvo ahora mismo —dijo preocupada y sin saber que le estaba pasando a Luis.

    Doña Gracia lo dejó sentado, rápidamente salió de la habitación y se dirigió al teléfono para llamar al doctor y explicarle la situación para que viniese lo antes posible.

    Luis se quedó pensativo, mirando a su alrededor he intentado recordar quien era y donde estaba.

    Pasada una hora, por la puerta de la habitación entró el doctor Balaguer con su ayudante y detrás de ellos Doña Gracia, ambos se acercaron a Luis que se encontraba sentado en la cama y la señora Gracia se quedó un poco más retirada con cara de preocupación.

    —Buenos días, Luis ¿Cómo te encuentras? —preguntó el doctor Balaguer.

    —No lo sé —respondió Luis de mala gana y sin levantar la mirada.

    —Te encuentras ¿cansado? ¿Tienes algún tipo de dolor o malestar? ¿Estas desorientado?

    —Algo parecido.

    —¿A qué?

    —A todo lo que ha dicho —Luis levantó la cabeza y miró a los ojos al doctor—. Me duele la cabeza y la espalda, tengo los músculos atrofiados, no sé qué me ha pasado ni donde estoy y lo peor de todo es que no sé quién soy ni quien son todos ustedes.

    El doctor Balaguer hizo una pequeña pausa para pensar y suspiró profundamente.

    —Bien Luis, esto hay que abordarlo poco a poco, lo primero que vamos a hacer es hacerte un pequeño chequeo aquí —El doctor le hizo un gesto a su ayudante y este comenzó a explorar a Luis—. Y después vamos a ir al hospital a hacerte una serie de pruebas más concretas a ver cómo estas físicamente.

    —Todo lo que dice me parece muy bien y aunque no estuviese de acuerdo tampoco podría resistirme porque las fuerzas no me acompañan. —Luis observaba al ayudante hacer su trabajo—. ¿Pero sería usted tan amable de decirme quien es y qué coño me ha pasado?

    —Disculpa Luis, es que estoy bastante sorprendido de que después del accidente y tres días en coma fueras capaz de levantarte tú solo. —Se disculpó el doctor—. Sufriste un grave accidente hace cuatro días y quedaste en coma.

    —¿Qué clase de accidente?

    —Estabas supervisando la construcción de un edificio y una valla de seguridad mal puesta cedió y caíste desde tres pisos de altura. La suerte es que caíste sobre un montón de arena y amortiguó el golpe.

    Luis apartó un poco al ayudante del doctor y se hizo una pequeña exploración revisando su cuerpo y cabeza.

    —¿Desde tres pisos de altura? ¿Y no tengo nada roto? —preguntó incrédulo.

    —Pues eso es lo más sorprendente de todo, no te rompiste nada simplemente tuviste varias contusiones leves y lo más grabe un traumatismo cráneo encefálico que suponemos te provocó el coma.

    Luis intentaba recordar.

    — ¿Y porque no me acuerdo de nada?

    —Bueno eso tendremos que intentar averiguarlo, es normal que en impactos fuertes en la cabeza se produzca algún tipo de amnesia pasajera —explicaba el doctor—. Es posible que tu cerebro haya olvidado el accidente para protegerte.

    —El problema es que no he olvidado el accidente, es que he olvidado todo, hasta el punto de que no se ni quién soy —dijo resignado.

    —No te preocupes, con paciencia y ayuda recobraras la memoria —dijo con tono tranquilizador —¿Fernando has terminado la exploración del señor Luis?

    El ayudante asintió con la cabeza.

    —¿Todo bien?

    Volvió a asentir con la cabeza.

    —Perfecto, Luis ahora Doña Gracia te ayudará a prepararte para ir al hospital y allí te haremos una exploración más profunda para ver el alcance real de los daños…

    —No me ha respondido a la otra pregunta ¿Quién es usted? —Le interrumpió Luis.

    —Perdón. Soy Alfonso Balaguer de Capio, jefe de neurocirugía del Hospital Central Provincial y lo más importante de todo, amigo de la familia desde hace más de treinta años, para ser más exacto amigo íntimo de tu suegro ya fallecido.

    Luis lo miró con indiferencia sin saber que decir.

    —No tengo ganas de hablar, acabemos con esto cuanto antes.

    —Doña Gracia ¿ha avisado a Maite? —preguntó el doctor.

    —No le he dicho nada aun, como esta fuera y ha sido todo tan rápido, quería que lo viese usted primero y me dijera que hacer —respondió Doña Gracia un poco arrepentida por si había hecho algo mal.

    —Perfecto, la llamaremos después de la revisión, es mejor no decirle nada hasta tener el resultado. Tampoco le diga nada a los niños avise a todos los empleados. Prepárelo y nos vemos en el hospital, voy a avisar a una ambulancia para que vengan a recogerlos. Nos vemos en un rato Luis.

    Luis ni se inmutó, Doña Gracia acompañó al doctor a la puerta y subió a preparar a Luis para ir al hospital.

    Hasta ahora no había descubierto gran cosa, pero hoy tampoco era el día para indagar mucho más, estaba tan cansado y desorientado que no le dio mucha importancia. Dentro de lo malo por lo menos parecía que era rico y que estaba bien cuidado, así que se resignó he hizo caso a todo lo que le dijeron.

    Pasó el resto del día en el hospital, le hicieron multitud de pruebas de todo tipo.

    Doña Gracia no se separó de él ni un solo momento y el Doctor Balaguer lo cuidó y lo trató de tal manera que estaba claro que era amigo de la familia. Mientras le hacían las pruebas Doña Gracia intentaba refrescarle la memoria al igual que el doctor, aunque Luis no les prestaba demasiada atención.

    Fue un día muy largo y cansado, Luis solo tenía ganas de llegar a lo que le decían que era su casa y dormir con la esperanza que al día siguiente recordara algo. Por lo menos recordar lo suficiente para no encontrarse tan confuso.

    2

    La Pesadilla

    Sonidos amortiguados, ecos metálicos, voces lejanas, un tremendo dolor de cabeza y un leve mareo, más voces, sonidos irritantes, un fuerte zarandeo, algunos sonidos comenzaban a distinguirse levemente, ¡zas! La mejilla le dolía, pudo abrir los ojos. Con la vista borrosa comenzó a ver una silueta, era la cara de una mujer, una mujer morena que lo zarandeaba, parecía desesperada, le estaba hablando, mejor dicho, gritando, cada vez podía distinguir más los sonidos, la voces.

    —¡Despierta Luis! ¡Levántate coño! —decía aquella mujer desesperada. Era preciosa, morena de pelo lacio, con unos ojos azules enormes, labios gruesos, nariz ligeramente respingona y dentadura perfecta.

    —¿Qué pasa?... ¿Dónde estoy? —Acertó a decir aturdido.

    —¡Se ha despertado! —dijo sonriendo— ¡Potro ayúdale tenemos que salir de aquí!

    Luis giró la cabeza mirando hacia donde había hablado aquella mujer, y lo que vio era bastante diferente a ella. Un enorme hombre le ayudaba a levantarse, tenía una cicatriz antigua en la ceja izquierda, la nariz chafada, los dientes torcidos y la cabeza rapada. Potro lo levantó casi sin esfuerzo y le sirvió de apoyo para comenzar a andar.

    Miró a su alrededor, se encontraba en una nave industrial abandonada, el techo tenia agujeros por los que caía el agua de la lluvia y formaba charcos en el suelo, la nave estaba parcialmente vacía. A través de los huecos de las ventanas y los cristales rotos entraban ráfagas de luz de color azul, en el exterior la policía hablaba a través de un megáfono:

    —Están rodeados salgan con las manos en alto.

    —Venga cojones, encontrar una puta salida, cada vez hay más pitufos fuera —gritaba un hombre apoyado al lado de una ventana con una pistola en la mano y dando vistazos rápidos al exterior.

    El ruido dentro de la nave era ensordecedor, el ruido de la lluvia, el megáfono de la policía, sirenas de más policía que se acercaba, un caos y Luis se encontraba medio colgado de un desconocido de dos metros de altura.

    —¡Chicos! Aquí hay una salida, venid rápido —gritó la mujer que se encontraba dentro de una habitación.

    —Potro, ve a ver si es seguro salir —gritó el de la pistola al enorme hombre.

    Potro se dirigió al interior de la habitación con Luis medio en volandas colgando de su brazo. La habitación estaba completamente vacía, solo había una puerta y una ventana que daba al exterior. La mujer estaba asomada por la ventana.

    —Potro aquí fuera no hay ningún pitufo, la puerta está cerrada y no la puedo abrir y por aquí entre tu tamaño y Luis medio grogui no sé si podremos salir. —Potro apoyó a Luis en la pared, se puso delante de la puerta y de una patada tiró la puerta al suelo.

    —¡Yete! Ya podemos salir —gritó la mujer al hombre de la pistola.

    —¡Voy! —Y paso seguido se oyeron varios disparos e irrumpió en la habitación— ¡Vamos!

    Potro cogió a Luis y con ayuda de Yete salieron de la habitación de la nave y emprendieron la huida por una callejuela estrecha, no había ningún policía con lo cual por ahora no corrían peligro, pero tenían que darse prisa ya que pronto averiguarían por donde habían huido.

    La callejuela era estrecha, apenas metro y medio. Estaba separada de otra calle mucho más ancha por una valla de unos dos metros de altura. Enfilaron corriendo la callejuela corriendo como podían bajo el intenso aguacero y al llegar al final un coche de policía pasó a toda velocidad frente a ellos, así que dieron la vuelta y volvieron sobre sus pasos.

    —¡Mierda nos van a coger! —dijo Potro.

    —Espera, hay que saltar la valla, por aquí estamos rodeados —Yete cogió la cara de Luis—. Tienes que espabilar coño, nos van a coger.

    —Sí, si… —respondió Luis ahora más confuso que aturdido, la lluvia lo estaba espabilando, pero no entendía nada de lo que pasaba.

    —Parece que se encuentra mejor. Sandra apóyate y salta tu primera. —Yete puso las manos en forma de estribo para que pudiera saltar por la valla.

    Después con un poco de ayuda saltó Luis y luego los demás. Cuando se encontraban al otro lado de la valla una trabajadora de una empresa corría hacia su coche para mojarse lo menos posible. Sacó el mando del coche y accionó la apertura a distancia con lo que los intermitentes se accionaron, con la mala suerte para ella que Yete se dio cuenta y antes de que pudiese abrir la puerta del coche Yete estaba allí apuntándole con la pistola.

    —¿Me permite señora? —dijo con una sonrisa maliciosa y una ceja arqueada.

    La pobre mujer totalmente bloqueada no le quedó otra más que darle las llaves de su coche.

    Los cuatro se montaron dentro y salieron a toda velocidad de la zona de peligro.

    Llegaron a un bloque de pisos enorme y bastante destartalado, no sin antes dejar el vehículo robado en un taller ilegal; el cual aparte de realizar reparaciones de coches también se dedicaba a desguazarlos y venderlos por piezas. La lluvia había parado y algunos rayos de sol pasaban entre las nubes. Luis los seguía sin dar crédito a lo que acababa de vivir.

    Subieron las escaleras hasta la quinta planta, los ascensores no funcionaban. Entraron en un piso antiguo, deteriorado y poco amueblado.

    —Vamos a cambiarnos. Luis cámbiate y lávate la herida que ahora te curo —dijo Sandra.

    Luis estaba totalmente confundido, tenía una brecha en la frente y no paraba de observar a su alrededor, se sentó en una silla de lo que parecía un comedor y se quedó absorto sin pensar en nada.

    —¿Qué cojones te pasa? Te vas a resfriar, ve y cámbiate anda —dijo Yete al regresar mientras se sentaba en un viejo sillón completamente abierto de piernas y fumando un cigarro.

    —¿Quién sois vosotros? —respondió Luis.

    —No me jodas, se nos ha quedao tonto —dijo Yete riendo. Era un hombre casi igual de alto que Luis. Tenía el pelo rubio, ojos claros un poco rasgados y cara angulosa, su nariz era un poco más grande de lo normal y se le veía seguro de sí mismo y muy enérgico.

    —Venga Luis no digas tonterías —dijo Potro preocupado que escuchó lo que le dijo mientras llegaba al comedor.

    —Me tengo que ir. —Luis se levantó de la silla con intención de marcharse.

    En ese momento entró Sandra en la habitación con un botiquín en las manos.

    —Quieto ahí no te muevas hay que curarte esa herida, estas empapado ¿Por qué no te has cambiado? —Le puso la mano en el hombro y lo sentó de golpe —. Echa la cabeza hacia atrás.

    —¿Has oído lo que ha dicho? —le preguntó Yete a Sandra.

    —Sí, lo he oído. —Sandra le limpiaba la brecha de la frente con un algodón empapado en agua oxigenada— ¿eso es verdad? —le preguntó suavemente a Luis.

    —No tengo ni idea de quien sois ninguno de vosotros ni que cojones hago aquí. —respondió sorbiendo por el escozor del agua oxigenada en la herida.

    Potro puso cara de preocupación y Yete se puso a reír a carcajadas y darse golpes con la mano en la pierna.

    —¡Ya basta! —exclamó Sandra —Esto no es para reírse, esto es muy serio. —Y le lanzó a Yete una mirada fulminadora.

    —Tranquila ya paro —casi se atraganta de la risa—. No te enfades.

    —¿Se va a poner bien? —Potro estaba preocupado.

    —Seguro que sí Potro, no te preocupes, pero deberíamos ir a un hospital.

    —De eso nada, ahora mismo nos están buscando por toda la ciudad —replicó Yete.

    —Eso ahora mismo no importa, tenemos que asegurarnos que no tenga ningún daño cerebral.

    —Que duerma un rato y cuando se levante seguro que está recuperao.

    —Pues vaya solución, menos mal que no eres médico.

    —No le des más importancia. De la ostia se la han cruzao un poco los cables, seguro que se le pasa enseguida.

    —Tú con decir «no te preocupes» ya lo has solucionado todo —replicó Sandra —¿tú has visto que brecha tiene en la cabeza?

    Yete y Potro se levantaron y se acercaron a ver la herida de Luis ahora

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