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La luz de la esperanza (Saga Blanco y Negro 1): Saga Blanco y Negro
La luz de la esperanza (Saga Blanco y Negro 1): Saga Blanco y Negro
La luz de la esperanza (Saga Blanco y Negro 1): Saga Blanco y Negro
Libro electrónico211 páginas2 horas

La luz de la esperanza (Saga Blanco y Negro 1): Saga Blanco y Negro

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Información de este libro electrónico

Todo comenzó hace 5 años, cuando una enigmática mujer comenzó a repartir unas misteriosas cartas...

La luz de la esperanza es el primer libro de la saga «Blanco y negro». En esta primera entrega conoceremos la historia de Alexander que, al cumplir diez años, recibirá los poderes que tanto deseaba en forma de carta.

Aunque lo que no sabía era que esa carta lo pondría en medio de una guerra que ha durado muchos años. Por lo que Alexander, Toya y Minette tendrán que luchar con todas sus fuerzas para culminar esta interminable lucha que podría destruir el mundo.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento4 sept 2018
ISBN9788417505691
La luz de la esperanza (Saga Blanco y Negro 1): Saga Blanco y Negro
Autor

Mario Sergio Martínez González

Mario Sergio Martínez González nació en La Habana (Cuba) el 11 de noviembre del 1998. Cursó estudios técnicos de cocina y servicios gastronómicos, pero desde muy temprana edad se involucró en la lectura de diferentes temas, convirtiéndose en un seguidor de los libros. Esta adicción lo llevó a iniciar sus propias creaciones literarias desde muy joven. Hoy, con tan solo 19 años, ha terminado su tercer libro. Su literatura, llena de fantasía y ficción muy ilustrativa, hará al lector recorrer un camino inimaginable de incertidumbres y sorpresas sin igual. Disfrútelo y espere el siguiente. Cuando no está trabajando, está pegado al computador escribiendo. Actualmente vive en Madrid, donde trabaja y escribe sus obras.

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    La luz de la esperanza (Saga Blanco y Negro 1) - Mario Sergio Martínez González

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta obra son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados de manera ficticia.

    La luz de la esperanza

    Saga Blanco y Negro

    Primera edición: julio 2018

    ISBN: 9788417505127

    ISBN eBook: 9788417505691

    © del texto:

    Mario Sergio Martínez González

    © de esta edición:

    , 2018

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    1

    Agua

    Alexander se encontraba en un jardín con columnas romanas al fondo, enrolladas con enredaderas llenas de flores de todo tipo. En un banco de mármol, cerca de una planta de rosas, estaba sentada una mujer. Vestía un largo vestido blanco de tirantes. Alexander se sorprendió de su belleza.

    Los rasgos de su cara eran perfectos. Su piel era blanca como la nieve y su pelo era corto hasta los hombros, de un castaño claro muy brillante. Sus ojos azules brillaban de felicidad, como si hubiera estado esperando ese momento toda su vida.

    —Acércate. —Su voz sonaba fina y calmada—. No tengas miedo.

    —¿Quién eres? —preguntó Alexander, que se fue acercando lentamente hasta sentarse junto a ella.

    —Me llamo Stella.

    —Y yo soy...

    —Sé quién eres, Alexander —lo interrumpió.

    —¿Cómo sabes mi nombre?

    —Eso no es lo importante. Ahora vine a decirte que por la noche te traeré tu regalo de cumpleaños. Espero que te guste.

    —Gracias, eres muy amable.

    —¿Por qué?

    —Por saber que hoy es mi cumpleaños.

    Alexander le dio un beso en la mejilla y un fuerte abrazo.

    —¿Qué es este lugar? —preguntó Alexander, contemplando con sus ojos cada rincón del lugar.

    —Es un lugar mágico en tus sueños.

    —Es muy bonito, me encantaría quedarme aquí contigo.

    —Lo siento, pero por ahora nos despedimos —dijo Stella, cogiéndolo de la mano.

    —Nos veremos por la noche.

    —Claro, es una promesa.

    Ella lo acompañó hasta una puerta de madera blanca, la abrió y Alexander entró en ella para regresar. Se despidió de él agitando sus manos, hasta que desapareció.

    Lo primero que escuchó al despertarse fue el agrio sonido del despertador. Al abrir sus ojos, lo primero que vio fue el sol entrando por su ventana. Al parecer, su madre había abierto las cortinas temprano para que se despertara.

    Era el primer lunes de las vacaciones y él se había apuntado a un curso que impartían en su escuela para los nuevos muchachos que habían conseguido sus poderes.

    Se puso un pantalón de mezclilla, unos zapatos negros y un jersey azul. Desde hacía dos semanas, había estado decidiendo qué ropa usar ese día. Bajó las escaleras de dos en dos y se sentó en la mesa junto a su padre, el señor O’Donell, que estaba leyendo las últimas noticias del periódico. Su madre le tenía preparado un delicioso y especial desayuno por su cumpleaños. Tenía tostadas, huevo frito, beicon y pastelitos de crema.

    —¡Felicidades, hijo! —dijeron sus padres uno tras otro, seguido de un beso y un fuerte abrazo.

    —Bien. Me tengo que ir que, si no, no llego —dijo Alexander con la tostada en la boca, saliendo con rapidez.

    De camino, pensando en lo de por la noche, se encontró con su mejor amigo de la infancia, Toya, que va a pasar las vacaciones con su abuela en ese pueblo porque está un poco sola.

    A pesar de que Toya vivía a dos cuadras de su casa, se habían hecho amigos cuando ellos tenían seis años.

    Era verano y Alexander estaba inaugurando en su patio con su hermano mayor, Alejandro, la piscina que le habían regalado sus padres por salir bien en los exámenes. Todo estaba muy tranquilo cuando pasó un niño corriendo por detrás de la casa de ellos. Vieron que lo estaba persiguiendo un perro callejero.

    Alexander cruzó la cerca del patio de su casa y comenzó a tirarle piedras al perro para espantarlo y salvar al muchacho, sin importar quién era. Aquel niño era Toya. Después de ese suceso, ellos fueron amigos inseparables, incluso cuando Toya regresaba con su familia a la gran ciudad. Se escribían por correo y cada uno esperaba impacientemente encontrarse con el otro.

    —Felicidades —le gritó Toya desde la calle.

    —Gracias. Pero hoy por la noche tuve un sueño rarísimo.

    —¿Era en un jardín blanco, con una mujer?

    —Sí. ¿Cómo lo has sabido?

    —Porque yo también la vi cuando cumplí los diez años. Ella me trajo esta carta de poder, que me ha ayudado mucho. Cuando la veas por la noche, dale las gracias de mi parte.

    —Vale, yo se lo digo.

    —He intentado buscarla, pero nadie conoce su nombre. Al parecer, no quiere que nadie la encuentre.

    —No puede ser. Cuando vino a mi sueño, me dijo su nombre.

    —¿Cuál es? —dijo Toya, intrigado.

    —Me dijo que se llamaba Stella.

    —Es increíble que te haya dado su nombre. —Toya se sorprendió por lo que dijo—. ¿Por qué será que te lo dio solo a ti?

    —No lo sé. Cuando la vuelva a ver, se lo preguntaré.

    Llegaron a la escuela y ellos se sentaron juntos.

    Cada año, la escuela organiza un mes de clases extras para los estudiantes que consiguieron sus poderes. Es como una guía para ayudarlos a controlarlos.

    —Bien, clase. Yo voy a ser su profesor durante este mes de clase. Comenzaremos enseñándoles cómo se usan sus poderes. Necesito que alguien de aquí lo demuestre.

    Muchos levantaron la mano, pero el profesor se decidió por Toya. Toya se levantó de su asiento y se acercó al profesor.

    —Bien, aquí voy —dijo Toya para avisar de que estaba listo—. ¡Movimiento! —gritó con su carta en la mano.

    La carta comenzó a brillar y se convirtió en unos guantes negros con una piedra morada encima. Toya se los puso y, con un movimiento de manos, levantó todos los lápices que había en las mesas de los estudiantes.

    —Bien, muy bien. Felicidades. —El profesor aplaudió—. Muchas gracias por esta increíble demostración.

    Dos horas después, las clases terminaron y Alexander había invitado a Toya a su casa para pasar el rato. Ahora se dirigían hacia allá.

    Minutos después, se encontraban juntos frente a la casa de Alexander, justo en la puerta. Él abrió la puerta y todos gritaron «¡felicidades!» dentro de la casa. Sus padres le habían preparado una fiesta sorpresa, con tarta y unos cuantos amigos. A Alexander se le dibujó una sonrisa en la cara al ver esa increíble fiesta.

    —Guau, gracias, no me esperaba esto —dijo lleno de felicidad. Fue a saludar a todos los invitados, incluidos sus padres, y les dio un fuerte abrazo a ambos.

    La fiesta estuvo increíble. Bailaron y le cantaron junto a la tarta, que estaba adornada con glaseado de mantequilla de chocolate blanco y negro, su favorito. La casa estaba llena de globos y serpentinas de muchos colores. Parecía la casa arcoíris. Todo estaba muy bonito.

    Cuando todos se fueron y dedujo que la fiesta había terminado, Toya se acercó a él para darle su regalo.

    —Aquí tienes, es una pulsera de la amistad. La mía es morada y la tuya es azul. Esto demostrará que seremos amigos para siempre.

    —Gracias.

    Después de decir estas palabras, Toya se fue, despidiéndose con un fuerte abrazo.

    —Bueno, hijo mío, esta fiesta es nuestro regalo. Esperamos que te hayas divertido —dijo su madre.

    —Gracias, estuvo genial, pero tengo un poco de sueño. Me voy a la cama.

    Se despidió de ellos con un fuerte abrazo y un beso para cada uno. Subió a su cuarto para acostarse porque lo que de verdad deseaba era conseguir su carta y volver a ver a Stella en aquel precioso jardín.

    Se puso el pijama rápidamente, se tiró contra la cama y se tapó hasta el cuello. Cerró sus ojos para forzar el sueño, pero al final cayó rendido por el cansancio de la escuela y la fiesta.

    Una vez más, se encontraba en el hermoso jardín, donde Stella lo estaba esperando. Alexander se acercó a ella corriendo. Se sentó junto a ella en el banco de mármol.

    —Bien, volvemos a vernos —dijo Stella.

    —Estuve esperando este momento todo el día.

    —Aquí tienes tu regalo. —Stella extendió una carta en su mano—. Cuídala bien, esta es muy especial.

    —¿Esta será la última vez que nos veamos? —preguntó Alexander un poco triste.

    —Quizás, no lo sé.

    —Está bien. Pero me gustaría que volviéramos a vernos. Y gracias por el regalo de nuevo. Pero antes tengo un mensaje para ti de Toya, mi mejor amigo. —Hizo una pausa—. Dice que gracias por darle su carta, que le ha ayudado mucho.

    —Dile que es mi deber —dijo con una sonrisa en sus labios.

    Extendió su mano y tomó la carta con su mano.

    —¡Agua! —Leyó lo que había escrito en la carta. Después de eso, lo último que vio fue a Stella agitando su mano para despedirse. Cuando, de repente, el jardín desapareció. Todo estaba azul y él se encontraba sobre un lago, parado sobre el agua. Miró hacia abajo para intentar ver el fondo, pero estaba todo negro, como si fuera muy profundo.

    Frente a él, apareció una mujer del agua, de piel blanca pálida, pero en algunas partes del cuerpo le salían escamas de color azul turquesa, como a los peces. Tenía ojos grandes azules, pelo largo y negro azulado; usaba un vestido de seda blanco, el cual se fusionaba con el charco de agua debajo de ellos.

    —Hola —dijo la mujer con cara seria.

    —Hola. Es un placer que tú seas mi poder —dijo Alexander con una sonrisa en su cara.

    —Espero que seas bueno combatiendo.

    —No te preocupes, me esforzaré al máximo.

    —Bien, te consideraré mi poder. Pero tienes que ganarte mi confianza para poder convertirte en un héroe.

    —Entiendo.

    Ella unió su mano con la de él y su cuerpo se fue transformando en una carta. De un segundo a otro, todo había desaparecido. Solo quedaba un fondo negro.

    2

    Experiencia

    Al día siguiente, Alexander iba caminando hacia la escuela para el curso de verano. Estaba ansioso por llegar para que le enseñaran a usar sus nuevos poderes. Todavía tenía el fuerte dolor de cabeza por habérsela golpeado con el piso de madera de su cuarto, al caerse cuando se despertó, por lo que se pasó la mano por el chichón que tenía en la cabeza.

    Ya estaba cerca de la escuela cuando salió de una esquina una joven, a la cual él nunca había visto. Al parecer, se dirigía hacia la escuela, porque los dos iban en la misma dirección. Alexander aceleró el paso para intentar ver quién era, ya que lo único que pudo ver fueron las dos motonetas rubias que tenía en la cabeza. Entonces, Toya apareció detrás de él, colocándole una mano en el hombro y deteniéndolo.

    —Hola. ¿Cómo te fue por la noche? —preguntó con seriedad Toya.

    —Todo salió bien —le respondió, aún pensando en la chica de rubio.

    —Vale. ¿Te gustó tu nuevo poder?

    —La verdad es que no lo he probado. No he tenido oportunidad, estoy esperando a que me ayuden a controlarlo en la escuela.

    —Yo podría ayudarte, si quieres.

    —Claro, me encantaría.

    Cuando llegaron a la escuela, se sentaron en sus respectivos lugares. En la primera fila estaba ella, la chica de las motonetas rubias. Alexander se sorprendió, ya que no la vio el primer día de clase. «Debe de ser nueva por aquí», pensó Alexander sin ninguna mala intención; solo quería conocerla más.

    El profesor decidió llevarlos al estadio que tenía la escuela para que los nuevos pudieran probar sus poderes en un campo abierto.

    —Bien, vayan entrenando cada uno, que yo pasaré por ustedes y los ayudaré en lo que necesiten —dijo en voz alta el profesor para que todos lo oyeran.

    —Ven, Alexander, que te voy a ayudar, como prometí —dijo Toya a su espalda, atrayéndolo hacia él con la mano—. Mira, el inicio es sencillo. Coges la carta en la mano, cierras los ojos y sientes cómo el poder de la carta envuelve tu cuerpo. Cuando lo sientas, libera el poder y la carta se transformará en unos guantes. Inténtalo.

    Alexander hizo lo que él dijo. Sacó su carta del bolsillo, la cogió con las manos, sintió cómo el poder de la carta se enredaba en su cuerpo y, cuando abrió los ojos, la carta ya no estaba. Se había cambiado por un par de guantes negros con un cristal azul encima.

    En ese instante, apareció por detrás el profesor.

    —Felicidades, Alexander. Me alegra que lo hayas logrado tan rápido.

    —Sí, profesor, tuve un gran maestro —le dijo, mirando a su amigo.

    —Ahora lo difícil es controlarlo. Inténtalo.

    Alexander colocó sus manos frente a él para intentar algo, pero no funcionó.

    —¿Qué pasó? —preguntó pasmado el profesor.

    —Es que no hay agua.

    Y de repente, de sus manos comenzaron a salir chorros de agua, como una fuente. Caían en picado hasta la hierba del estadio.

    En ese momento, vio de nuevo a la chica de rubio, que estaba parada a unos metros de él; al parecer, estaba intentando activar sus poderes de la carta, o eso es lo que deducía.

    Alexander había planeado acercarse, presentarse e intentar hacerse amigo de ella. Pero ese plan fue interrumpido por una voz peculiar, que él reconoció.

    —Deberíamos tener una batalla tú y yo —dijo Carlos, acercándose a él por el frente y tapándole la vista de la chica rubia.

    Carlos y Alexander ya se conocían, porque Carlos vive en la casa frente a la de él; las paredes están pintadas de carmelita claro y las tejas del techo son de madera pintada de rojo, porque habían decidido pintar las dos casas del mismo color. Pero unos veranos atrás, los padres de Alexander lo habían cambiado por un verde limón en las paredes y las tejas en negro. Ellos siempre se habían llevado bien, porque antes de que Alexander y Toya se conocieran, ellos eran los mejores amigos. Aunque ahora no se llevan tan mal.

    —No estoy seguro, no creo que pueda.

    —No te preocupes, yo te ayudaré antes de la pelea. Por favor, Carlos, danos unos minutos a solas.

    —Bien, enseguida vuelvo —dijo Carlos, alejándose.

    —Bien, pudiste sacar de tu mano un poco de agua. Solo tienes que aprender a controlarlo. Mira ese charco. —Era uno que se había formado por el agua que había salido de sus manos—. Intenta levantar el agua.

    Alexander miró el charco de agua, cerró

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