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Metamorfosis
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Libro electrónico463 páginas6 horas

Metamorfosis

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Información de este libro electrónico

Megan es una joven fuerte y luchadora con ganas de enmendar su corazón roto enfocándose en sus estudios. Sin embargo, la sorpresa de no haber ingresado a la universidad la obliga a enfocarse en la búsqueda de su identidad explorando sus propios sentimientos y pensamientos.
A través de esta introspección, y en compañía de sus rebeldes amigos, ella
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 may 2021
ISBN9786074106848
Metamorfosis

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    Metamorfosis - Magia de León

    PotadaMetamorfosis.jpg

    Metamorfosis

    El comienzo de una vida

    Magia de León

    Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del <>, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendiendo la reprografía y el tratamiento informático.

    Metamorfosis

    © 2020 Magia de León

    D.R. © 2020 por Innovación Editorial Lagares de México, S.A. de C.V.

    Gladiolas No. 225

    Fracc. La Florida

    Naucalpan, Estado de México

    C.P. 53160

    Teléfono: (55) 5240- 1295 al 98

    email: editor@lagares.com.mx

    Twitter:@LagaresMexico

    facebook: facebook.com/LagaresMexico

    Diseño de Portada: Ana Rosa López (ilustrAna)

    Cuidado Editorial: Rosaura Rodríguez Aguilera

    ISBN Físico: 978-607-410-672-5

    ISBN Electrónico: 978-607-410-684-8

    Primera edición mayo, 2021

    Para Dios,

    quien me brindó la inspiración necesaria,

    para mi mamá Ivannia y

    para todas las almas perdidas que se encuentran en la búsqueda de su final feliz.

    Nada hay imposible para Dios

    Lucas 1.37

    Frío bajo el sol de mediodía

    Llegó a su casa pasada la media noche.

    Era un nuevo año. Ligera, se aprestó a revisar sus mensajes de texto. Esperaba la respuesta a uno enviado; el más especial de todos pero él sólo se había limitado a responderle Gracias, bendiciones; que este año que hoy inicia esté lleno de éxitos y buenos momentos.

    Megan estaba triste; su mensaje había sido sincero. Un Te Quiero sin más, pero profundo. De acuerdo, lo aceptaba; ese no era el mensaje más inspirador que le había enviado, pero… si ya él una vez le había dicho que la quería, ¿por qué no podía decirlo de nuevo?

    <> pensó enjugándose los ojos y recostada, siguió con su lectura, la historia de Elena y Stefan; la chica humana enamorada del vampiro bueno. Aunque, ella no estaba enamorada de un vampiro, se identificaba con el personaje femenino principal. De repente, escuchó el timbre de su celular…

    —¿Aló? —contestó en voz baja.

    —¡Meg! ¡Feliz año nuevo!!! —dijo Sara emocionada.

    —Hola, igual.

    Sara Cabrera, ése era el nombre de la chica con más energía, entusiasmo y ánimo que jamás hubiera conocido, con muchas ganas de aprender cosas y mejorar el mundo. Tenía una gran fuerza interna y la emanaba desde lo más profundo del ser hasta reflejarse en su cabellera pelirroja que resaltaba con su piel clara y ojos cafés.

    Megan la conocía desde que empezó la secundaria, así que después de unos tres o cuatro años podía tener una buena idea de cómo era su amiga, que siempre la había apoyado tanto en lo bueno como en lo malo.

    —Megan, tú sabes todo lo que pienso. Sin embargo, yo declaro sobre ti que este año estará colmado de bendiciones y que va a ser excelente; espero que ese amor que has estado sintiendo y ocultando durante dos años, sea recompensado; Dios te lo dará porque Él responde a quien lo ama.

    —Me sacaste las lágrimas… —sollozó, dándose cuenta de que no debía estar triste a causa del simple gracias enviado por Sebastián. Tenía que estar feliz y agradecida — sabes que si no hubiera sido por ti, yo no habría podido salir de mi depresión ni de mis días de oscuridad. Yo… estoy muy agradecida por tu amistad; sé que este año va a florecer y a crecer más. Sara, te quiero mucho.

    —Ay, gracias, yo opino igual —contestó jovialmente — voy a llamar a Jason.

    —Ah bueno, me envías un texto para saber qué tal te fue.

    Megan terminó la llamada. ¿Cómo podía Sara seguir intentando algo con Jason Ibáñez? Él era de lo peor, nunca le enviaba ningún texto o la llamaba. Bueno, esa era su amiga… entusiasta, ésa era su palabra. Megan creía que todas las personas tenían una palabra que las describía y ésa era la de ella.

    No pensó más en el asunto y siguió leyendo Crónicas Vampíricas.

    Se sentía abrumada. Luego de dos años de tanta historia, alegrías, tristezas, disgustos y reconciliaciones, sabía que de verdad lo quería. Sebastián era el hombre más encantador, decente, generoso y brillante que jamás había conocido. ¡Claro que le quería! Por eso ya no le bastaba una amistad o una simple conversación por Messenger; tampoco un mensaje por WhatsApp. Ella quería tenerlo entre sus brazos, besarlo y hablar con él durante casi todo el día. Sin embargo, se debatía pensando qué tan enfermizo sonaba eso.

    Finalizó el capítulo que leía y se recostó de nuevo, esperando que aquel atrapasueños, obsequio de su madre, funcionara y anestesiara sus pensamientos.

    En su sueño caminaba hacia el aula de matemáticas; el profesor se encontraba a la entrada, esperando a sus alumnas. Notó que él la miraba de forma peculiar; diferente que a todas las demás estudiantes, pero lo ignoró y entró de última.

    Tras ella se cerró la puerta.

    Observó que todos los asientos estaban ocupados por lo que no le quedó más que sentarse en una silla frente a su nuevo profesor, Sebastián Navarro. De esa manera se presentó cuando les dio la bienvenida a las alumnas de cuarto año de colegio. Su discurso sobre cómo sería el nuevo año lectivo debía ser dirigido a todas, pero él solo la veía a ella. La miraba como nunca nadie lo había hecho.

    Mientras él hablaba, Megan lo observaba detalladamente. Él era alto, delgado, de tez nívea y sus ojos eran pequeños de un color avellana. Sus labios eran igual de pequeños y su cabello era negro con algunas canas en la parte trasera de su cabeza.

    Era la primera vez que lo veía pero algo en su interior le decía que tenía que saber más sobre ese hombre porque ella creyó que, debajo de su rol de profesor, había mucho más.

    Comenzó la lección… el primer tema del día. Megan se limitó a tomar apuntes, aunque inquieta. Al finalizar la clase, salió del aula y fue a sentarse a leer, como lo hacía de costumbre, en aquella banca frente a los árboles del primer piso.

    Minutos más tarde, Sebastián llegó a sentarse junto a ella.

    —¿Cómo te fue en la clase de hoy? —preguntó con entusiasmo.

    —Ah, bien, supongo —contestó Megan extrañada — aunque la verdad se me dificultó una parte. Quisiera que pudiera explicármela después, si no es molestia, por supuesto.

    Megan tenía por costumbre ser muy formal en su hablar, cuando la persona no era de su confianza. De pronto, observó cómo Sebastián sacaba de su mochila un cuaderno. Entendió que él no tendría inconveniente alguno para despejarle sus dudas.

    —Profesor —le dijo impresionada —no es necesario que lo haga ahora. Me refería a que podría explicarme mañana o en alguna otra lección…

    —¿Por qué dejar para mañana lo que podemos hacer hoy?

    No supo por qué, pero a ella le fascinaron esas palabras.

    Entonces, permanecieron allí, uno al lado del otro, mientras le explicaba la materia, con su rostro muy junto al de ella, como si fuera a besarla. Quizá eso deseaba él; pero, evidentemente, las circunstancias no se lo permitían. Él era su profesor y ella… su alumna.

    Megan abrió sus ojos y se dio cuenta que de nuevo sus sueños la habían traicionado. Siempre le recordaban la primera vez que habló con su Sebastián. Se comportaba tan ingenua en aquellos tiempos… pero ahora, era otra; había cambiado mucho, al igual que su historia de amor.

    Cuando era estudiante, la idea de que alguien como Sebastián se fijara en ella nunca cruzó por su mente, sin embargo, se rehusó a seguir pensando en ese asunto.

    La hacía sentirse enferma emocionalmente, porque ella había luchado mucho por él sin haber recibido nada a cambio, pensaba que amar no se trataba sólo de recibir, y que si Sebastián realmente la hubiera amado habría luchado por ella.

    Se levantó y comenzó a limpiar la casa. Eso era algo que en realidad le gustaba hacer, porque pensaba que los quehaceres del hogar le ayudaban a mantener su mente ocupada; pero se mentía a sí misma. Solo sus manos se ocupaban. Su mente continuaba devolviéndola a aquel asunto. Lavaba los platos cuando su mejor amiga, Cristina, la llamó.

    —Hey, hola, nos vamos a reunir en el lugar de siempre.

    —Llego alrededor de las seis —respondió Megan —nos vemos.

    Se alistó sencilla. Un vaquero azul, con una blusa blanca que caía dejándole un hombro al descubierto y unos zapatos blancos. Su cabello iba lacio como siempre, y a medida que pasaba el tiempo ella lo despeinaba acomodando toda la melena de medio lado. Ese día se fue sin maquillar.

    Le gustaba salir con sus amigos, la hacían distraerse de sus pensamientos fúnebres, porque si se suponía que el amor era bello, ¿por qué se sentía tan miserable? Sí, era cierto que disfrutaba de la compañía de sus amistades, pero en su corazón anhelaba compartir también con el hombre que amaba. Sin él, simplemente no se sentía completa ni feliz.

    Salió de su casa con expectativas de pasar una buena noche, acompañada de risas y una que otra rebeldía.

    Vivía en un pequeño vecindario de Zapote, un pueblo pequeño donde todos sus habitantes se conocen de nombre y apellido aunque no se hablen… y las noticias corren más rápido que el propio viento.

    Toda su vida había vivido ahí, contrariamente a su mejor amiga Cristina Saavedra a quien había conocido en la escuela a los nueve años cuando se mudó desde España a Zapote. A pesar de haberla conocido desde hacía diez años, su amiga no había cambiado. Seguía siendo la misma chica rubia de pelo largo y ojos claros mal hablada, que había dejado en el olvido el acento español.

    Había conocido a la mayoría de sus amigos en el colegio, al que todos los adolescentes de Zapote ingresaban. Claro, eso había sido antes de que su madre descubriera que andaba tomando y consumiendo drogas. Ahí fue cuando la transfirió a un colegio de señoritas en el centro de la ciudad.

    Pero eso no le impidió seguir en contacto con sus malas amistades como hubiera dicho su madre. De igual manera, esa historia ya era papel viejo. Ella ya se había graduado del colegio.

    —Hola a todos —saludó Megan a sus amigos al llegar al parque de La Cocoa, el lugar donde siempre se encontraban todos para tomar y fumar marihuana.

    —¡Uy mírala, jugando de importante! —exclamó Caleb molestando. Todos rieron al unísono.

    —¡Jamás! —protestó sentándose con ellos sobre el césped.

    Bromearon un rato y rieron. —¿Nos vamos a quedar aquí viéndonos las caras? —preguntó Claudio. —¡No! ¡Vámonos ya! —gritaron Iván y Daniel.

    Megan se levantó con ellos y se dirigieron a las fiestas de Zapote que se realizaban para celebrar el Año Nuevo. Eran unas fiestas muy populares, varios juegos mecánicos por un lado, puestos de comida rápida por otro y lo más importante… lugares donde comprar licor.

    De acuerdo, tomar y fumar hierba estaba mal, pero sólo querían divertirse, no ocasionaban ningún daño haciéndolo. A todos ellos los unía lo que consideraban una rebeldía irreversible, su gusto por el licor, las drogas, el sexo e incluso los problemas familiares, la incomodidad ante la sociedad actual y la frustración de no llevar la vida que querían ni conocer la sensación de un sueño hecho realidad, todas esas cosas e incluso alguna otra, eran razones por las cuales se llevaban tan bien.

    Iván Montero, moreno, musculoso y egoísta, había pasado de ser el niño estudioso y aplicado a ser el fiestero número uno… y claro, chismoso. Contarle algo a Iván era como llamar a la prensa escrita. Su mejor amigo era Daniel Sotela, quien personificaba todo lo contrario a él.

    Daniel era de piel pálida, cabello castaño claro corto y ojos cafés. En realidad, no sabía cómo ella y el resto de sus amigos habían conocido a Daniel porque era serio, tímido y callado, casi nunca hablaba. Daniel le tenía confianza a Megan; por eso ella sabía que él era sensible, tierno, una persona que se abría fácilmente a los demás cuando de verdad le interesaban y que daba mucho de sí estando enamorado.

    Por otro lado, Claudio Mora, el compañero de fiesta de Iván , era el único de sus amigos aparte de Cristina, que no había crecido en Zapote. Claudio había pasado la mayor parte de su vida en Cartago con su abuela paterna y su abuela materna, quienes habían decidido vivir juntas desde que él nació para criarlo; se había mudado al barrio zapoteño hacía dos años para independizarse. Claudio era excesivamente delgado pero, su confianza en sí mismo provocaba que todas las chicas se desvivieran por él. Cada vez que se le antojaba tener sexo con una chica lo lograba. Era vago y perezoso, a tal punto que podía llegar a ser el gerente propietario del sillón de su casa.

    Caleb Bolaños era otro de los amigos del barrio, moreno, de ojos cafés y cabello negro. Pasaba ensimismado por lo que nadie podía decir que lo conocía realmente o tenía una idea clara de lo que pasaba por su mente. Decía cosas sin sentido la mayor parte del tiempo, lo que su grupo de amigos aprovechaba para bromear y burlarse de él.

    —¡Vamos a comprar alcohol! —propuso Cristopher — Cada uno ponga un poco de dinero para ir por unas cervezas y guaro.

    —A mí me traen algo de comer, porque si no el guaro me llega demasiado —recordó Cristina.

    —¡Qué raro! —exclamó Iván —Sólo sabes comer.

    —¡Sólo vayan! —resopló su amiga —Nosotras los esperamos aquí.

    Megan y su mejor amiga nunca habían sido de tener amigas mujeres. Siempre se habían llevado más con los varones. Las pocas amigas mujeres que tenía Megan las había conocido en la secundaria como Sara y Alexa quienes se convirtieron en sus confidentes desde que se enteraron de su relación con Sebastián.

    Como siempre Cristopher Suárez había propuesto comprar alcohol. Era uno de sus mejores amigos. Lo conoció al igual que a Cristina desde la escuela. Era moreno, cabello oscuro y ojos cafés. Tenía una personalidad extrovertida, le gustaba reír mucho. Eso le fascinaba a Megan, que la hicieran reír. Era fiestero y loco, pero muy buen amigo. Se preocupaba y era leal a ellos porque para él la amistad era muy importante en su vida.

    Cuando finalmente llegaron los muchachos con el licor, formaron un círculo de pie y empezaron a tomar.

    Megan estaba segura de que esa imagen podría ser considerada trivial y bastante inmadura para algunos. Una escena de unos jóvenes en círculo consumiendo licor debía de verse horrible, pero nunca le había importado lo que la gente pensara de su grupo, ¿por qué habría de hacerlo ahora?

    A los pocos minutos se habían terminado todo el licor y empezaron a caminar, haciendo bromas en medio de los chinamos de las fiestas de fin e inicio de año de Zapote. Ese día habían decidido no tomar tanto como siempre, iban a intentar mantenerse al margen de la embriaguez, lo cual no se cumplió. Habían tomado de la misma manera que siempre.

    Mientras caminaban, Megan y su mejor amiga agarradas del brazo para no caerse, escucharon a alguien pronunciar el nombre de Cristina.

    —¡Cristina! —gritó Ian, el hermano de su mejor amiga, quien no se parecía físicamente a ella. Ian era alto, de ojos cafés y cabello castaño claro, sólo se parecía a Cristina en el tono de la piel; Megan pensaba que Ian era fascinante pero muy complicado de llegar a conocer, porque se mantenía distante, solo compartía su vida con su círculo íntimo de amigos y llegaba incluso a excluir a su propia familia. Tal vez a ella le atraía en cierto modo porque le recordaba un poco a sí misma y por esa razón no se atrevía a estar con él en una relación amorosa. Cristina e Ian eran medio hermanos por parte de madre pero eso casi nadie lo sabía. Cristina solo le había contado a Megan el secreto familiar por ser su mejor amiga desde hacía nueve años.

    —¿Qué haces aquí? —preguntó Cristina.

    —Vine a buscarte. ¿Andas escapada?

    —Papá me dejó limpiando la casa castigada y pensó que yo no iba a salir porque no me trajo en carro pero yo me vine en bus.

    —Bueno, yo voy a estar por aquí con Efraín, me llamas cuando te vayas a ir para irnos juntos en el carro.

    Megan vio cómo Ian se alejaba.

    El grupo estuvo divirtiéndose hasta la una de la mañana cuando Ian la llamó. Él casi nunca hablaba con ella; pero al Cristina no contestar el teléfono, intentó con su mejor amiga.

    Ambas, Megan y Cristina se despidieron de sus amigos y se marcharon con Ian.

    —Efraín y yo vamos a ir a comer —repuso él.

    —De acuerdo —se limitó a decir Cristina.

    —Yo creo que lo mejor es que me vaya —le susurró Megan a su amiga, no porque quisiera irse sino porque ya no tenía dinero y ella detestaba que Ian la invitara.

    A pesar de conocer a los miembros de la familia de su mejor amiga y haber entablado una relación de segunda familia con ellos, cuando se trataba de Ian era diferente, así que mejor optó por irse. Se despidió y tomó un taxi.

    Al llegar a su casa, se cepilló los dientes, se quitó la ropa y se acostó a dormir con una blusa de tirantes lisa y su ropa interior.

    Soñó que se encontraba en un carnaval luciendo un vestido de corsé con una falda grande color blanco que tenía bordados y destellos lapislázuli, era un vestido como los que se utilizaban en el siglo XIX, en la década de 1860 en Estados Unidos de América.

    Una voz de hombre muy grave le hablaba.

    —A partir del día de hoy vas a cambiar, va a cambiar tu vida pero principalmente vas a cambiar tú.

    Buscó, pero no encontró el lugar del que provenía la voz así que caminó y se encontró de pronto con muchas de sus amistades. Eran sus amigos, pero conforme hablaba con ellos notaba cómo las facciones de su cara iban cambiando velozmente, y ella no quería que eso le sucediera, así que empezó a huir, corría porque no quería cambiar, pero su gran vestido se lo dificultaba.

    Megan despertó dando un grito agudo casi ahogado, transpirando.

    —Es solo un sueño. Fue solo un sueño —se dijo a sí misma, pero le fue muy difícil quedarse dormida de nuevo.

    Cuando despertó su madre ya se había ido al trabajo así que se encontraba sola.

    Su madre nunca se había casado, de joven quería tener una hija y así lo hizo. Por tanto, toda su vida solo habían sido ella y su madre en contra del mundo.

    Se limitó a limpiar la casa por la mañana y en la tarde revisó su Facebook que no tenía nada nuevo o interesante, pero en Messenger vio que Sebastián estaba conectado. No sabía si hablar con él, saludarlo tal vez.

    <> dijo en su fuero interno. <> así que empezó a digitar:

    Megan Guadamuz:

    Hola…

    Sebastián Navarro:

    Hola, ¿cómo estás?

    Megan Guadamuz:

    Muy bien, gracias…

    Sebastián Navarro:

    Me alegro

    Megan Guadamuz:

    ¿Y tú? ¿Cómo has estado? ¿Cómo pasaste las fiestas de fin e inicio de año?

    Sebastián Navarro.

    Muy bien, ¿y tú?

    Megan Guadamuz:

    Demasiado bien, me atrevería a decir que excelente.

    Sebastián Navarro:

    Me alegro mucho…

    Megan Guadamuz:

    ¿Sigues en San Carlos con tu familia?

    Sebastián Navarro.

    Sí, estoy trabajando. Haciendo unos exámenes de la universidad.

    Megan Guadamuz:

    ¿Ya estás trabajando? Mmm…

    Sebastián Navarro:

    Sí, ¿tú dónde estás?

    Megan Guadamuz:

    Aquí en mi casa.

    Sebastián Navarro:

    Yo deseara estar ahí contigo, lo sabes…

    Megan Guadamuz:

    Y yo quisiera que estuvieras junto a mí.

    Sebastián Navarro:

    Hablamos en la noche. Hasta luego. Un beso.

    Megan Guadamuz:

    Gracias e igual.

    Megan se desconectó, estaba triste porque había sido una conversación vaga e inútil y porque deseaba hablar con él veinticuatro horas al día, siete días a la semana, y sabía que no podía. Una de las cosas que la seguía enamorando de él era lo trabajador que siempre había sido.

    Recordó la historia de la vida de Sebastián.

    Era la una de la mañana y hablaban por teléfono .

    —¿Aún tienes tiempo para escuchar? Mi historia es muy larga —repuso Sebastián.

    —Sí —respondió Megan.

    —Recuerdo una mañana en que yo me encontraba durmiendo y me despertó un gran ruido en la cocina, me levanté asustado para ver qué era lo que sucedía. Tenía alrededor de 17 años, la misma edad que tienes tú ahora —él hablaba triste y bajo —cuando llegué vi que mi padre le pegaba a mi madre que tenía alzada a mi hermana que en ese entonces tenía tres o cuatro años. Yo… no sabía qué hacer, entonces por impulso tomé una silla de la cocina y se la quebré contra la espalda.

    —Cuánto lo siento… yo… no sé ni siquiera qué decir…

    —No tienes que decir nada…

    —¿Qué pasó después?

    —Él… nos abandonó. Luego, mi hermano dejó embarazada a su novia y mi mamá lo corrió de la casa, le dijo que si había sido tan hombre como para haberla embarazado que fuera hombre suficiente para mantenerla, así que dejó el colegio y se hizo ayudante de mecánico. Actualmente tiene su propio taller en Grecia, es muy bueno en lo que hace. Yo por mi cuenta, bueno… pasamos dos meses comiendo solo arroz y agua. Fuimos muy pobres, yo iba después del colegio a pintar casas o a trabajar en construcción para ayudar a mi mamá y a mi hermana.

    —Sebastián…

    —Tranquila, todo está bien ahora.

    —¿Qué pasó con tu padre?

    —No volvimos a saber de él, hasta que se dio cuenta de que a mi hermano y yo estábamos trabajando y nos metió la pensión alimentaria.

    —¿Qué? No lo puedo creer, ¿acaso eso es posible? ¿Y se la dan? ¿No pelearon el caso?

    —Claro que sí lo hicimos, pero lo perdimos.

    —Ay, Sebastián…

    —Te quiero.

    —Y yo a ti…

    Cuánto lo había llegado a querer ella, pero ya no sabía si el sentimiento era recíproco. En realidad no quería pensar en eso, no quería darle más vueltas al asunto, mas seguía viendo que en su Messenger Sebastián se había despedido de ella y no se había desconectado, seguía ahí. Se preguntaba si estaría muy ocupado con su trabajo o si hablaba con alguien más.

    Necesitaba distraerse y salir por lo que se vistió con una camiseta gris lisa y un pantalón negro. Amarró su cabello en una coleta, no se maquilló. Fue a dar una vuelta por el vecindario. Se topó con su vieja amiga Mara en el parque de la Cocoa y charlaron por un rato hasta que recibió una llamada de Cristina, quien le preguntaba dónde estaba para llegar a visitarla.

    Su mejor amiga llegó a los cinco minutos al lugar que acordaron, se despidieron de Mara y se fueron a la casa de Megan riéndose al recordar la salida de la noche anterior en las fiestas de Zapote, luego se dispusieron a ver en el ordenador rapsodias de Astenia Flash, de Macho González.

    Al anochecer Ian pasó a recoger a Cristina quien se enojó porque no tenía ánimos de irse todavía y además su relación con su hermano no era la mejor. Tenían muchos conflictos en casa porque él no aportaba dinero alguno para pagar los servicios de agua, luz e internet. Todo lo que ganaba, lo gastaba saliendo con Alison Guzmán, una joven que estaba casada con uno de los amigos de Ian y que a su vez era la hermana de Ronnie, su mejor amigo.

    La familia de Cristina no la soportaba porque creía que la única razón por la cual andaba con Ian era por su dinero, además, cuando estaba con ella, él no se comunicaba con ellos, vivía en un mundo completamente aparte, solo llegaba a la casa a dormir.

    Cuando Cristina se marchó, Megan se dispuso a preparar la cena para ella y su madre que debía venir muy cansada del trabajo. Al terminar de comer, recogió los platos que ambas habían utilizadoy como la noche estaba helada tomó una ducha de agua caliente para hacer entrar en calor sus músculos agarrotados a causa del frío. Sus duchas eran largas y minuciosas, empezaba lavando su cabellera con champú y acondicionador a base de leche de coco y luego seguía con su piel que restregaba con una esponja y mucho jabón de leche para mantenerla hidratada y suave, mientras tanto escuchaba música.

    Soñaba despierta que Sebastián algún día estaría con ella en una relación seria y formal, le gustaba imaginar un mundo donde nada fuera tan complicado, un lugar donde solo existieran ella y él, donde terceras personas no criticaran una relación con diferencia de edad y no estuvieran a la expectativa de que su amor terminara mal.

    A veces se preguntaba por qué tuvo que haberse fijado en un hombre catorce años mayor que ella. Ya no era su profesor porque Megan ya había salido del colegio, pero contrario a lo que creyó, seguía siendo difícil salir con él por su trabajo y porque vivían en diferentes provincias: ella en San José, él en Heredia.

    Salió de la ducha y se terminó de alistar para irse a la cama.

    A mitad de su sueño despertó de golpe porque su móvil empezó a sonar, contestó adormilada.

    —¿Aló?

    —¿Megan? —le dijo Sara con un tono molesto — ¿Ya despertaste?

    —Sí —respondió bostezando.

    —Estoy molesta, ¿adivina qué?

    —¿Qué pasó?

    —Había quedado de verme con Jason, y me volvió a cancelar. Me salió con unas excusas, me dijo que el papá estaba enfermo y que lo había olvidado.

    —¿Cómo se le va a olvidar que el papá está enfermo? ¡Claro que es una excusa!

    —Sí, lo sé.

    —Bueno, mejor así nos vemos nosotras más tiempo —bromeó Megan.

    —Sí, obvio.

    —Entonces, ¿a las diez enfrente del colegio?

    —Sí.

    —¿Llegará Alexa?

    —Claro.

    —Está bien, nos vemos luego —Megan colgó.

    En realidad no tenía ánimos de levantarse, no porque no la quisiera ver sino porque no acostumbraba a madrugar, siempre se levantaba alrededor del mediodía.

    *Megan llegó al lugar acordado quince minutos después de la hora indicada por tardarse alistándose. Se quedó al otro lado de la calle observando cómo Alexa escuchaba con atención algo que Sara le contaba.

    —¡Megan Guadamuz! —gritó Sara — Te salvas que no sé cómo silbar.

    —¡Hola! —cruzó la calle — ¿Qué? ¿Por qué?

    —Te ves demasiado linda —le dijo su amiga cuando la vio llegar.

    —Mmm… Wow… Vaya… Gracias —le respondió Megan dudándolo.

    No andaba nada despampanante, simplemente su vaquero azul y una camiseta color crema lisa con su habitual melena lacia, ni siquiera andaba maquillada.

    —Bueno, para seguirte contando, le estoy contando a Alexa la historia de Jason. —le aclaró Sara.

    * Sara y Alexa habían decidido, desde que estaban en el colegio, ir a entregar los documentos de la matrícula juntas ya que ambas soñaban estudiar en la Universidad de Costa Rica y Megan se unió al plan para acompañarlas.

    Su amiga habló todo el camino de Jason, cuando iban hacia la parada de autobuses de San Pedro, en el viaje en autobús e inclusive cuando ya se encontraban en la Universidad de Costa Rica.

    A diferencia de sus amigas, Megan no quería asistir a la Universidad de Costa Rica, a ella le gustaba la Universidad Nacional de Costa Rica en Heredia. Alexa Rosas, quien había sido otra de sus amigas en la secundaria, creía que Megan quería ir a la Universidad Nacional porque estaba enamorada de Sebastián y él vivía cerca de ahí. Megan no consideraba que eso fuera cierto, aunque sí sabía que estaría más cerca de él.

    —Meg, tú y yo tenemos que hablar —dijo Alexa, cuando finalmente Sara había dejado de parlotear —Tengo mucho que contarte.

    —Está bien.

    En un amplio comedor de la universidad había funcionarios de la universidad sentados frente a largas mesas, se encontraban a la espera de recibir los documentos de la matrícula del estudiantado.

    —Alexa, ¿trajo fotocopia de la cédula? —le preguntó Sara.

    —¡Mierda! ¡La olvidé en la casa!

    —¿Cómo va a hacer?

    —No lo sé.

    Mientras contemplaba las melenas pelirrojas de sus dos amigas, Megan fue empática como siempre intentaba serlo, porque si ella se hubiera encontrado en la posición de Alexa estaría muy nerviosa así que pensó y actuó con rapidez.

    —Vamos a tu casa Alexa, no importa, yo te acompaño. Para hacer este papeleo hay tiempo hasta las cuatro de la tarde. Apenas son las once.

    —Vayan, yo me quedo aquí entregando lo mío —dijo Sara.

    —Bueno —respondió Megan.

    No le molestaba ir solo con Alexa, le gustaba hablar con ella tanto como le gustaba hablar con Sara, las dos eran muy buenas amigas del colegio. Además, sabía que Alexa tenía cosas que contarle y no estaba segura de si se las querría mencionar en presencia de su otra amiga. Desde que se conocieron años atrás, Alexa le confiaba ciertos asuntos solo a ella.

    —¿Qué ha pasado con Bryan?

    —No sabe la estupidez que hice. Hasta me da vergüenza decirte Meg.

    —¿Por qué? ¿Qué pasó? Tú sabes que entre nosotras no hay vergüenza. Nos conocemos desde el tercer año de colegio.

    —Bueno, son muchas cosas… Te confesaré todo desde el inicio. Primero hace alrededor de un mes le dediqué una canción. No sé si la has escuchado, se llama Maldita Suerte, de Victor Manuelle con Sin Bandera.

    —¡Ay, Alexa!

    Megan nunca había estado de acuerdo con eso de dedicar canciones o declarársele a un hombre de esa manera. Ella jamás dejaría tan expuestos sus sentimientos como para que se los pisotearan. Ella se denominaba como una mujer de amor duro… ¡y cuán equivocada estaba! Se daría cuenta de ello dentro de pocos días.

    —Sí, ya sé.

    —Sabes lo que pienso al respecto, pero no importa, sígueme contando. Después de eso, ¿qué pasó?

    Entretanto tomaron el bus, Agatha la hermana de Alexa, les llevaría la cédula a San José.

    —Bryan me dijo que no sabía qué decirme al respecto de la canción y yo le respondí que no importaba. La verdad me molestó porque él jamás llegará a entender lo que fue nuestra relación yopara mí. Unas semanas después fui a comer a Taco Bell con mi mamá y cuando entramos, él estaba ahí con unos amigos y apenas yo entré él se marchó del lugar.

    —¡Qué inmaduro!

    —Sí, luego de eso en víspera navideña le envié un mensaje a pesar de todo, bueno… era Navidad, y él no me respondió —Alexa hizo una mueca encogiéndose de hombros —.Eso fue lo último. No

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