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Entramados Interestelares
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Libro electrónico116 páginas1 hora

Entramados Interestelares

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Entre las calles de Montevideo y los encantos de Colonia, en la tierra de Uruguay, florece la amistad única de Natalia y Candelaria. Estas dos almas afines no son solo amigas, sino cómplices de la vida que comparten. Se sumergen en el laberinto de sus días tempranos, tejido con risas y complicidad, viviendo una historia que parece extraída de los lazos más profundos de hermandad. Sin embargo, en el lienzo de sus vidas, surge un giro inesperado, transformando la trama de su existencia compartida.
Natalia se encuentra ante un enigma inicial de decisiones que la desconciertan, pero a medida que avanza, desentraña el misterio de la tarea pendiente. Debe liberarse del sufrimiento que yace oculto, una sombra que la ha atormentado a lo largo de los años, para finalmente inaugurar un capítulo de serenidad y empezar a vivir plenamente.
Candelaria, por otro lado, alberga el anhelado sueño de su adolescencia, y ahora, por fin, contempla cómo se materializa ante sus ojos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 mar 2024
ISBN9788410682658
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    Entramados Interestelares - Valeria Silva

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    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Valeria Silva

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de cubierta: Rubén García

    Supervisión de corrección: Celia Jiménez

    ISBN: 978-84-1068-265-8

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    PRÓLOGO

    Cuando empecé a leer este libro, con cada situación y experiencia de las protagonistas a tan temprana edad que se va narrando en las primeras páginas, no sabía ni imaginaba el giro que iba a dar la trama. Y eso me gustó, me sorprendió, porque ya más adelante, sin poder parar de leer porque me tenía enganchada, la historia nos lleva a uno de los temas más interesantes sobre la vida (o la muerte).

    Nos habla de esa búsqueda sobre la estabilidad personal diaria, tanto en el tema laboral, como con tu pareja o familia. Esa necesidad de felicidad que nunca llega, pero no vemos que somos nosotros los que tenemos que dar el paso y dejar muchas cosas atrás para poder seguir adelante y vivir la vida de la manera que queremos realmente. Todo con un toque espiritual.

    No quiero contar más para no destriparte la historia, te invito a que la descubras y la disfrutes tanto como la he disfrutado yo. Que te animes a analizar tus situaciones diarias y las conectes, no solo con acontecimientos y experiencias que ya has vivido, sino también con tus sueños. Así entenderás el significado de muchas «cosas malas» o «cosas buenas» que creemos que nos suceden y no lo merecemos, pero no es así: todo pasa por algo.

    Luisa

    Capítulo I

    DOS AMIGAS

    Natalia y Candelaria se conocieron muy pequeñas. Ambas comenzaron juntas educación inicial en la escuela del barrio Jacinto Vera en el año 1983. Sus mamás pronto se dieron cuenta que ellas mismas coincidían en gustos por películas, libros, actividades y comenzaron a frecuentarse, por lo que la amistad de las dos chiquitas se vio alimentada desde entonces. Ambas eran especialmente soñadoras y creativas, aunque definitivamente a Nati le iba mucho mejor en la escuela que a Candy, cuya mamá se cansó de concurrir a maestras de apoyo, especialistas y toda ayuda disponible que encontró, pero bueno... el fuerte de Candy no era la escuela simplemente. Su inteligencia pasaba por lados un tanto descuidados por la educación convencional y si bien lograba mantenerse tranquila, sentada y «atenta» en el aula, registraba muy vagamente lo que allí sucedía. A la hora de la salida, podía contarle a su mamá todo lo referente a la vida social de sus compañeros, los cambios en el hogar de cada uno, las peleas de sus papás, si había nacido un nuevo hermanito, si había llegado un nuevo vecino... pero no recordaba lo formalmente impartido por la maestra. Nati se apenaba cuando Susana, la mamá de Candy, la regañaba y también cuando veía a las dos mamás cuestionarse preocupadas qué pasaba, una apoyando a la otra... se angustiaba cuando escuchaba hablar a sus papás en casa sobre lo mal que le iba a Candy y sobre todo se angustiaba cuando la maestra le llamaba la atención a su amiga, y más aún cuando los compañeros se reían. Candy a veces miraba con sus ojos rodeados de enormes pestañas despistada... «¿Me estarán hablando a mí?», parecía decir... y Nati se desvivía por «soplarle» alguna frase coherente para que pudiera zafar de las preguntas inquisidoras sobre aquello que no sabía.

    Ambas amigas amaban la hora del recreo y sobre todo la hora de la salida, cuando planificaban día por medio ir una a la casa de la otra «a tomar la leche», a jugar a las muñecas o a andar en bici. Nati no tenía hermanos ni hermanas; Candy sí, la pequeñita Carolina, tres años menor.

    Así transcurrió la infancia, entre juego y juego, entre preocupación y rezongos para Candelaria, que afortunadamente no se daba por aludida...

    Al llegar a sexto año, el grupo de amigas y amigos de la escuela era amplio, importante; habían pasado muchas cosas juntos. La fiesta de cierre de ciclo fue hermosa y varias mamás, entre quienes estaban las organizadoras Susana y Antonia (mamá de Nati), armaron un baile sorpresa a la noche para agasajar a los «graduados».

    El papá de Nati, chef, había realizado un montón de aportes para dicha fiesta: bebidas al mejor precio, realización de comida, luces psicodélicas e incluso discoteca. Ella siempre se enorgullecía de su papá y de sus logros, aunque también era cierto que deseaba pasar más tiempo con él. Candy no tenía papá; él había muerto de un infarto cuando Caro era apenas una bebé.

    La finalización del ciclo escolar era especialmente emotiva pues a partir de ahora el grupo no seguiría junto. Algunos irían a un liceo y los demás a otros... a pesar de que las opciones eran escasas en la zona.

    Natalia y Candelaria por supuesto planificaron ir al mismo. Las mamás las anotaron juntas y al ser aceptadas, «casualmente» les tocó en la misma clase, así que estaban absolutamente felices.

    Candy había pasado todos los años con B (apenas aceptable) y su mamá temía que el liceo fuera para ella una prueba insuperable. Por lo tanto, previendo esto la inscribió en clases de apoyo de idioma español y matemática al comenzar el año lectivo. Candy era un caso raro. Le iba realmente mal en matemática, idioma español y todas las asignaturas que comprendieran estudio o cierta estructuración mental. Pero fue en el liceo cuando se sintió maravillosamente bien al lograr el reconocimiento del nivel superior en una materia que llevaba la estructura a otro plano... ni más ni menos que dibujo. Su facilidad y talento habían pasado desapercibidos en la escuela; en el liceo, al ser esta una disciplina calificada en forma independiente, quedó a la vista que su fuerte era este. Mostraba una fluidez envidiable para lograr todo lo que el profesor proponía en apenas un rato; por añadidura les había tocado un docente muy exigente así que mientras los demás «se arrancaban los pelos» tratando de comprender lo que estaba pidiendo, Candy ya tenía lista la presentación de su trabajo. Natalia la miraba simplemente boquiabierta; con el transcurrir de las semanas la sorpresa dio paso al orgullo y al alivio, ¡había algo que Candy hacía excelentemente! ¡Quizá por eso no le iba tan bien en lo demás! ¡Nadie podía igualarla dibujando! Y tenía una increíble capacidad para visualizar las cosas en su mente y entender las consignas «del loco de la tabla», apodo que le habían dado los chicos al profesor, vaya uno a saber por qué.

    Natalia tenía una cuenta pendiente con el dibujo, nunca se le había dado bien, no le atraía. Cuando era pequeña su casa estaba llena de muffins, tartas decoradas, merengues, tortas fritas, etc., reales y sintéticas. Le fascinaba jugar con masa de colores a modelar comidas y por supuesto hacerlas en vivo y en directo. Había aprendido a tocar el violín y el piano de pequeña también, pero en cuanto a dibujar, de verdad lo detestaba.

    Susana al ver lo bien que le iba su hija en ese aspecto y al ser citada por el «loco de la tabla» para felicitarla y evidenciar que sería bueno fomentar el talento natural de Candy, decidió anotarla en un taller artístico visual relativamente

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