Mar de discordias
Por Carlos Rebel
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Un joven se fuga de un internado religioso y se enrola en un barco mercante con el objetivo de conocer culturas y países, pero se da cuenta de que no todo es ensueño y aventura. Las cosas se le complican y tiene que tirar de astucia y arrojo para escapar de situaciones comprometidas.
A través de Lucas, un personaje ficticio, el autor quiere trasladar a los lectores las experiencias vividas por este joven. Con dieciocho años se enrola por primera vez. Navegó durante una década. Se ve envuelto en acontecimientos que ponen en peligro su integridad física. Cada incidente es más violento que el anterior. Su marcada personalidad, mezcla de extrema osadía y una autoestima inquebrantable, las convierte en herramientas con las que se enfrenta a los obstáculos que el destino le va poniendo en su recorrido.
Estos relatos son reales. Están protagonizados por el autor y contextualizados en tiempo y lugar, aunque pueden variar datos como: fechas, nombres y estados personales. La finalidad, es transmitir fielmente las experiencias vividas, para que el lector pueda extraer su propio análisis sobre los límites de la irracionalidad de un joven, en un contexto relativo a la edad, al entorno donde sucedieron los hechos y a las circunstancias que rodeaban al personaje.
El autor, aún duda, si el haber puesto en el papel estas experiencias, obedece a una tardía vocación para escribir, o al deseo de contarlas como una necesidad que ha anidado en su interior por muchos años. Aunque intuye que ambas pueden estar estrechamente ligadas.
Carlos Rebel
Carlos Rebel es natural de las Islas Canarias. Lleva tres décadas como activista social. Ha fundado varias asociaciones sin ánimo de lucro y ha escrito artículos de opinión política y denuncia social.
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Mar de discordias - Carlos Rebel
Carlos Rebel
Mar de discordias
Primera edición: 2022
ISBN: 9788418152153
ISBN eBook: 9788418152153
© del texto:
Carlos Rebel
© del diseño de esta edición:
Penguin Random House Grupo Editorial
(Caligrama, 2022
www.caligramaeditorial.com
info@caligramaeditorial.com)
Impreso en España — Printed in Spain
Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
A mis hijos.
En especial al que nos dejó, pero que nos sigue todos los días desde algún lugar.
Biografía
Natural de Islas Canarias. Lleva tres décadas como activista social, ha fundado varias asociaciones sin ánimo de lucro y ha escrito artículos de opinión y denuncia social.
Prólogo
Un joven se fuga de un internado, al verse superado por un duro régimen disciplinario. Poco tiempo después, se enrola en un barco mercante para conocer otras culturas y otros países. En la medida que le van surgiendo contratiempos en su recorrido por la vida, va descubriendo que las diferentes situaciones por las que va atravesando, tienen poco de ensueño y de aventura romántica. No tiene otra opción que tirar de astucia y arrojo para escapar de situaciones comprometidas, que ponen peligro su integridad física. A través de Lucas, personaje ficticio, el autor quiere exponer las experiencias vividas en una década agitada por fenómenos sociales y culturales de los años sesenta y setenta. Su marcada personalidad compuesta de osadía y autoestima, las convierte en herramientas con las que se enfrenta a los obstáculos que va encontrando en su camino. Relatos basados en hechos reales y contextualizados en tiempo y lugar. Pueden variar datos de personas para salvaguardar su identidad.
El autor quiere trasladar fielmente a los lectores las experiencias vividas para que el lector pueda extraer sus propias reflexiones sobre un joven que traspasó los límites de la racionalidad, sin tener en cuenta las consecuencias. Parte de su adolescencia la pasó en un estricto internado religioso y posteriormente, decidió navegar en barcos mercantes. Vivió en ciudades portuarias y ambientes marinos. Unos con ansia de aventuras, y otros en busca de un futuro mejor. Todo empieza en los años sesenta, cuando Lucas embarca por primera vez, y termina a finales de los setenta, donde la edad, el entorno y las circunstancias que rodearon al personaje, le marcaron un carácter rebelde que le ayudaría a desenvolverse en ambientes pocos favorables.
Capítulo I
Internado Religioso
Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas de Gran Canaria son capitales de las dos provincias del mismo nombre. También son cocapitales del Archipiélago Canario compuesto por ocho islas. Es en la Isla de Tenerife donde se desarrolla la etapa juvenil de Lucas, personaje de este relato.
Santa Cruz, con una población de ciento cuarenta mil habitantes, sufría igual que España y resto de Europa, los daños y las carencias que provocaron los efectos de la Guerra Civil Española y posteriormente, la Segunda Guerra Mundial, ambas contiendas seguidas en el tiempo con pocos meses de diferencia. La pobreza de sus gentes y las escasas perspectivas de prosperar eran evidentes en cada rincón de la ciudad. La economía estaba diversificada en actividades como la agricultura que se cultivaba en pequeñas fincas que aún no habían cedido a la presión urbanística, pequeñas industrias de manufacturado como la del tabaco y empaquetados de fruta y verdura y una refinería de petróleos construida por los norteamericanos en los años veinte del mismo siglo. Se vivía bajo un régimen caciquil, lacayo del poder central que le daba cierta autonomía y determinados privilegios a cambio de aplacar cualquier intento reivindicativo, tanto en aspectos políticos como sociales que pudiese brotar de una población pobre y analfabeta. El sometimiento y la pobreza llegaron a ser tan brutales, que obligó a una buena parte de su población a emigrar a América, especialmente, en siglos diecinueve y veinte. La opinión popular, aun comentaba en voz baja, que estos medianeros del poder seguían ejerciendo el derecho de pernada que su extirpe iba heredando a través del tiempo. Privilegio feudal que siguió prevaleciendo contra la libertad sexual de las mujeres, hasta los años sesenta del siglo veinte.
Lucas estaba internado en un colegio religioso. La sede del centro se encontraba enclavaba en el casco antiguo. Era un edificio estilo neoclásico y capacidad para quinientos alumnos. Recordaba cuando su madre lo llevó al colegio para internarlo y el choque emocional que le produjo esa aciaga tarde de un día frio y ventoso de otoño. Trescientos niños, entre un griterío ensordecedor, jugaban en un patio de grandes dimensiones, acompañados por el canto de cientos de gorriones que anidaban en los laureles de India que poblaban las zonas verdes. Esta situación le creó un estado de angustia. Empezaba el curso escolar del año mil novecientos sesenta y su madre intentaba entregarlo al prefecto del centro, pero Lucas se aferraba fuertemente a sus faldas llorando desconsoladamente y rogándole que no lo dejara allí dentro, mientras el cura trataba de convencerle de que los niños que veía a su alrededor jugando al futbol, pronto se convertirían sus amigos. Lucas entendió que era inevitable su ingreso. Al final, después de varios escarceos que solo demostraban su desacuerdo a quedarse, adoptó una postura de resignación, al mismo tiempo que ponía en marcha su instinto de supervivencia y adaptación para integrarse en un lugar nuevo con un ambiente totalmente diferente al que acababa de dejar, donde la libertad y los amigos de juegos eran los bienes más preciado que poseía y que a partir de ese momento ya no iba a poder disfrutar.
Después de cinco años de internado, ya se sentía un prisionero. Un estricto sistema del que emanaba una férrea disciplina, convertía a todos los alumnos en seres carentes de autonomía personal, que obedecían por la inercia de la rutina. Su capacidad de aguante había rebasado sus límites. La influencia que los religiosos trataban de ejercer en el pensamiento y en la conducta de los alumnos sobre materias como: la política, la religión y la sociedad, chocaban con sus propios conceptos de la sociedad y contra su sentido común. Tenía un pensamiento independiente y crítico a pesar de su corta edad. La dureza del centro le había marcado de manera significativa. Durante la etapa de alumno y compañero de juegos se forjó un carácter inconformista y rebelde que ya despuntaba de pequeño y le ayudaba como un mecanismo de defensa frente a la dureza de un sistema que carecía de la más elemental humanidad. Existía un control estricto por parte del clero sobre las actividades del alumnado, especialmente en materia religiosa. El grupo de los díscolos, entre los que se encontraban Lucas y Benaro, éste último compañero de aula con el que había hecho una sólida amistad, eran sometidos a un riguroso control sobre la frecuencia con la que confesaban y comulgaban, siendo advertidos de que les aplicarían correctivos severos si prolongaban demasiado la ausencia de la administración de los sacramentos. Estos castigos consistían en ponerles de rodillas durante un tiempo aleatorio, con los brazos en cruz y soportando varios libros en las palmas de ambas manos, hasta que el cura de turno les levantaba el arresto, pero no por compasión, sino por miedo a las consecuencias físicas que pudiesen derivarse. Otras de las duras medidas que consistía en poner al castigado de pie detrás de la pantalla durante la sesión de cine que solía proyectarse los domingos por la noche en el patio principal. Este arresto, uno de los preferidos de los eclesiásticos, tenía un ligero toque de sadismo y no dudaban en aplicarlo a la más leve falta cometida. La proyección cinematográfica era de los pocos actos lúdicos que se desarrollaban a lo largo de la semana y los religiosos sabían que los arrestados sufrían de manera considerable estar en esa posición en la que solo les llegaba la voz de los diálogos.
Era obligado asistir a misa de diario en estricto ayuno para comulgar. Los domingos y festivos tenían que soportar dos celebraciones, una a primera hora de la mañana y otra a las once, ésta última llamada misa solemne. Para completar el adoctrinamiento, les hacían volver de nuevo a la capilla por la tarde para la celebración de la bendición, especie de acción de gracias que tenía una duración de media hora. Este acto era acompañado por los gritos anunciadores de Benaro que provenían del exterior del centro, ofreciendo la venta de su mercancía. Éste había abandonado el colegio semanas atrás, y vendía la prensa de la tarde, irrumpiendo con su voz atronadora en el silencio de la capilla desde una calle lateral. Los curas se exasperaban ante la calculada estratagema, pero no podían evitar la ruidosa entrada del ex alumno en la solemnidad de la ceremonia. Esta actuación premeditada era consecuencia de un deseo de venganza. Su rebeldía lo llevó a pedir la baja del centro, y para ello, tuvo que convencer a su madre de lo mal que lo trataban los curas. Al igual que Lucas, estaba también saturado por un sistema arcaico que regía en el internado y chocaba con el espíritu y el sentido común de muchos alumnos.
Se celebraba el día de la santa patrona de la congregación religiosa que gestionaba el colegio. Había varios actos programados. Los alumnos correteaban por el patio, participando en diferentes concursos convocados por la comisión de fiestas. Lucas recibió por sorpresa un regalo de su abuela paterna que era costurera. Le había confeccionado un traje para que lo estrenara ese día festivo tan especial, su madre le completó el atuendo, comprándole unos zapatos y una camisa, pero se le olvidó añadirle unos calcetines, ya que los dos pares que le quedaban carecían de la parte inferior, causados por el desgaste diario y el sudor. Ese día iba impecable como todos los alumnos. Todos correteaban por el patio explotando diferentes tipos de fuegos artificiales, al mismo tiempo que se deleitaban con las de golosinas que les vendían en un pequeño estanco que regentaba el cura catequista. La más solicitada, por barata, eran los pirulís, hechos de azúcar derretida. Lucas había comprado algunos artículos de pirotecnia, entre ellos, unas bombitas que explotaban golpeándolas fuertemente con el pie, pero una de ellas se resistía y Lucas la golpeaba insistentemente hasta que le explotó, provocando que entre la explosión y los golpes que recibió la planta del pie izquierdo, le hicieran caer fulminado con un terrible calambre. Comenzó a dar gritos de dolor, mientras sus amigos se acercaban, intentando sacarle el zapato para comprobar si se había producido alguna lesión. Lucas se resistía porque le daba vergüenza que descubrieran las condiciones que presentaba los raidos calcetines, pero al final lo lograron. De la cara de sorpresa se pasó a una carcajada general de sus compañeros cuando vieron la prenda raída. Fue objeto de burla en los días siguientes por algunos de sus compañeros, hasta que se dirigió al más acosador, intentando derribarlo con maña de lucha canaria que había practicado con sus amigos antes del ingreso en el centro. Mientras en medio de la refriega, rodaban por el suelo del aula golpeándose mutuamente, llegó el cura de turno y los separó, arrestándoles sin salir al paseo dominical que hacían a un parque y a un pequeño zoológico que había en el centro de la ciudad.
A lo largo del periodo de internamiento, fue testigo habitual de cómo durante la celebración de la primera misa de obligado ayuno para recibir la comunión, compañeros suyos caían fulminados por hambre o hipoglucemia. La escasa cantidad y mala calidad del menú del alumnado pasaba factura a los niños más débiles, especialmente, a aquellos que casi nunca recibían visitas de familiares, bien por motivos de lejanía o por otras circunstancias, que les ayudaban a mitigar el hambre con el paquete de comida que semanalmente si le llevaban al resto del alumnado que era objeto de visita. Aprovechaban la hora del recreo para detenerse unos instantes delante del comedor de los curas para recrear la vista y estimular el olfato con los manjares que les servían en mesas de mantel blanco y vajilla de cristal con cubertería plateada. Esta escena contrastaba indecentemente con el comedor de los alumnos, equipado con enormes mesas de granito, con gruesas patas de madera, por donde las cucarachas se paseaban con total impunidad, con una cubertería de aluminio renegrida por el tiempo y una vajilla del mismo material de rancio olor, mezcla de lejía y zotal, productos de limpieza que utilizaban para desinfectar y que dejaban olor a rancio en el ambiente. Estas escenas dejaban al descubierto la escasa sensibilidad y la carencia de preceptos cristianos de la clase clerical. Preceptos que trataban de inculcar a unos niños mal alimentados y que ellos no se aplicaban a sí mismos. Los que conseguían incursionar en la cocina de manera furtiva o porque tenían algún familiar dentro del personal que allí trabajaba, contaban que, en las grandes ollas donde hacían la comida destinada a los alumnos, flotaban enormes y peludas cabezas de cochino que, ni tan siquiera, se habían molestado en rapar. De esos enormes calderos sacaban una especie de sopa donde bailaban algunas zanahorias y algún fideo. Las partes de mejor calidad del animal sacrificado, estaban destinadas a completar el menú de la jerarquía del colegio. Estos cerdos eran criados en una finca cercana que pertenecía al centro y que se encontraba situada en la orilla de un barranco que cruzaba por la zona. Esta finca también producía frutas y verduras que los niños tampoco veían en su raquítico menú. En alguna ocasión, el postre se componía de tomates y plátanos pasados de madurez, que arrojaban a puñados sobre las mesas, al tiempo que los niños se abalanzaban sobre ellos, como cerdos a un chiquero, para coger los más duros, mientras en el comedor de al lado los curas se daban su festín diario. ¡Anacrónico!.
¿Qué podía pasar por las mentes de aquellos representantes de Dios en la tierra, para llegar a esos extremos de crueldad y egoísmo?
Poco tiempo después y por una gestión caritativa del gobernador civil del momento, se cambió la vajilla por una de acero inoxidable y cristal, y las mesas y sillas eran de formica. Aunque el menú nunca mejoró. En el acto de inauguración del nuevo equipamiento, un hecho surrealista puso en evidencia la pobreza de espíritu y la falta de sensibilidad de los responsables del colegio. La mayoría de los niños correteaban en el patio esperando la llamada de la campana para formar filas y dirigirse al comedor, mientras otros se colgaban de las ventanas del mismo para ver una imagen nunca vista por la mayoría. Se trataba de las nuevas mesas de formica, la cubertería de acero y la vajilla de cristal. Los platos brillaban y no solo por el cristal, sino porque estaban repletos de entremeses, tales como: mortadela, chorizo, salchichón, queso y otros entrantes, acompañados con refrescos variados que se iban a convertir en las delicias de unos niños, que durante mucho tiempo fueron sometidos a un régimen alimenticio espartano. Llegó el momento del acto inaugural y los alumnos entraban en fila de a uno, ocupando las mesas. Se desesperaban porque la ceremonia se alargaba más tiempo del que sus estómagos y sus mentes soportaban. Estaban prestos para abalanzarse sobre lo que sus pocos acostumbrados ojos estaban viendo en unas mesas de colores variados. Acabado el acto, el gobernador, el obispo, el militar que representaba al ejército y los responsables del centro, abandonaban el lugar en dirección al comedor de los religiosos donde les esperaba un festín por todo lo alto, mientras que los alumnos esperaban de pie detrás de sus sillas, la orden de sentarse para iniciar el ataque a los entremeses, pero para sorpresa general, el coadjutor encargado del comedor dio orden a todos los presentes de que salieran al patio nuevamente y se tomaran un pequeño recreo. En quince minutos los volverían a llamar, ya que había que hacer algunos ajustes de urgencia. Cuando regresaron al comedor e iban tomando asiento, sus rostros comenzaron a descomponerse con una expresión, ya no de sorpresa, sino de rabia y decepción, al comprobar que los entremeses y los refrescos habían desaparecido por arte de magia. No entendían qué tipo de ajustes habían hecho hasta que entraron en el comedor y comprobaron el arrase que habían hecho con toda la exposición de charcutería que les habían puesto a la vista para hacerse la foto con la autoridades. Nunca se les dio una explicación sobre el motivo que los llevó a cometer una acción tan cargada de ruindad.
¿Sabían las autoridades que almorzaban justo al lado, el cruel y miserable acto de mezquindad que acababan de cometer sobre unos pobres e ilusionados niños?
Nunca se supo, no dieron explicaciones y todo volvió a la normalidad.
Las normas religiosas y de orden interno que se aplicaban con estricta rigurosidad, desbordaron la capacidad de aguante de Lucas, que lo indujo a tomar una drástica decisión para causar baja del colegio. Lo haría por cuenta propia, es decir, fugándose. Una mañana y después de buscarle el descuido al portero del centro, quién controlaba con rigor policial las entradas y salidas de alumnos, se fugó saliendo por la puerta principal y llevándose las pocas pertenencias en una pequeña bolsa de tela. Con él se llevó también una serie de contradicciones sobre la religión y la conducta del ser humano, frente a la sociedad y frente a sí mismo, que habían anidado en su mente por mucho tiempo. Tenía también muchas dudas, sobre si su comportamiento en el tiempo que estuvo en el colegio fue el adecuado. Estos interrogantes serían un referente en su vida que le ayudarían a contrastar y a reflexionar sobre experiencias vividas, para mejorar los conocimientos sobre la complejidad del ser humano en muchos aspectos de su conducta y de su personalidad.
A pesar de las vicisitudes que sufrió, Lucas, haciendo un esfuerzo de objetividad, valoró positivamente la férrea disciplina y los conocimientos académicos que adquirió durante su estancia en el internado, llegando a la conclusión de que le imprimieron carácter, autodisciplina, respeto y capacidad