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Custodio García Rovira El estudiante mártir
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Libro electrónico464 páginas7 horas

Custodio García Rovira El estudiante mártir

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Hace varios lustros, cuando nos iniciábamos en los caminos de la historia, nos encontramos con la figura apasionada y apasionante de Custodio García Rovira, quien le había dado su nombre a mi solar santandereano, y quise indagar sobre su vida para tener algún conocimiento que me permitiera sentirme orgulloso de ser rovirense. Poco y nada encontré. Pero a medida que la curiosidad fue avanzando, el acopio de datos y documentos me puso en la vía de pergeñar su biografía, que en doscientos años, para mi satisfacción, no habían escrito.
Las páginas por venir son el fruto de ese trabajo. Custodio García Rovira caminará con nosotros y con quienes a lo largo del tiempo se han referido a él o a su familia, en ese espacio proceloso de nuestra Primera República. Lo conoceremos en Bucaramanga, lo acompañaremos a los claustros del Rosario y de San Bartolomé en la capital virreinal, seguiremos con él a Tunja, estaremos en su gobernación en el Socorro, avanzaremos con sus tropas por el norte, lo escoltaremos como presidente de las Provincias Unidas de la Nueva Granada, marcharemos con él hasta los riscos del Páramo de Cachirí, retrocederemos a Bogotá, nos encaminaremos a Popayán y en el Páramo de Guanacas seremos testigos de su romántica boda.
Lo abandonaremos por una semana para reencontrarnos en San Sebastián de la Plata y seguir detrás de la rufia de soldados que lo llevan preso a Santafé. Allí le diremos adiós y contemplaremos despavoridos su suplicio. Haremos sus reminiscencias para que su glorificación de patriota y de amante de la libertad, sea nuestra mejor enseñanza.
Esta vida que entregamos a nuestros lectores está tejida con el corazón y bien sabemos que el amor todo lo dispensa.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 mar 2019
ISBN9780463011539
Custodio García Rovira El estudiante mártir
Autor

Antonio Cacua Prada

Antonio Cacua Prada nació en la ciudad de San Andrés, provincia de García Rovira, Departamento de Santander, República de Colombia, el 11 de febrero de 1932.Sus padres, educadores, periodistas y músicos, lo formaron en estas disciplinas.En la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá se doctoró en Ciencias Económicas y Jurídicas en 1958. También se graduó en periodismo y radiodifusión, 1953. Se licenció en Ciencias de la Comunicación, 1965 y se especializó en Cooperativismo, 1952, y Laboral, 1955.En la actividad pública desempeñó varios cargos en los Ministerios de Trabajo y de Gobierno, y en la Presidencia de la República de Colombia, de 1956 a 1960.Ocupó la Secretaría de Gobierno y la Gobernación del Departamento de Santander, como encargado, en 1959.Fue elegido miembro de la Cámara de Representantes, en cuatro períodos, por la circunscripción electoral del Departamento de Santander y senador de la República de 1960 a 1974.Se desempeñó como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario en los gobiernos de los presidentes Misael Pastrana Borrero, Alfonso López Michelsen y Julio César Turbay Ayala, en la República Dominicana, Costa Rica, El Salvador y Guatemala, en 1971, de 1973 a 1979, y en 1982.Se ha destacado como profesor, catedrático, decano y rector universitario. Ha estado vinculado a las universidades: Javeriana, Santo Tomás, América, Industrial de Santander, Los Libertadores, Colegio Odontológico Colombiano, Escuela Superior de Guerra, La Gran Colombia, Universidad Tecnológica de Colombia y al Instituto Colombiano para el Fomento de la Educación Superior, Icfes. Es autor de varios textos universitarios.En el periodismo ha sobresalido como directivo del gremio. Es miembro del Círculo de Periodistas de Bogotá, fundador del Colegio Nacional de Periodistas; redactor, colaborador, corresponsal y director de diarios, semanarios y revistas colombianas impresas, radiales y de televisión y de publicaciones extranjeras. En la actualidad es columnista de Colprensa.Es miembro de número y directivo de la Academia Colombiana de Historia, de la Academia Colombiana de la Lengua, de numerosas academias nacionales y del exterior, de organizaciones culturales, centros cívicos y patrióticos de Colombia y del extranjero.Ostenta la Gran Cruz de la Orden del Quetzal de Guatemala, la Orden Bolivariana de Guatemala, la Orden Sanmartiniana, la Orden Simón Bolívar de Colombia y otras distinciones.Ha ganado varios concursos históricos y literarios realizados en Colombia. Conoce la mayor parte de los países del mundo.Escritor e investigador incansable, ha publicado más de cuarenta libros y centenares de ensayos, discursos y artículos.Casado. Padre de tres hijos varones, profesionales.Desde 1981 ocupa la rectoría del Instituto Universitario de Historia de Colombia, Universidad de la Academia Colombiana de Historia. Dirige el "Boletín de Historia y Antigüedades", órgano oficial de la Academia, que aparece en forma trimestral, desde octubre de 1980 y las publicaciones de esta prestigiosa entidad.En la actualidad es: presidente mundial de la Federación Iberoamericana de Asociaciones de Periodistas, FIAP. Asesor Jurídico de la Federación Iberoamericana de Periodismo Científico. Presidente del capítulo colombiano de la FIAP. Presidente de la Asociación Colombiana de Periodismo Científico y Presidente del Instituto Sanmartiniano de Colombia.Hace parte de las mesas directivas de la Academia Colombiana de Historia; de la Sociedad Bolivariana de Colombia; de la Sociedad Santanderista de Colombia; del Instituto Bernardo O'Higgins de Colombia; del Instituto Cultural Colombo-lsraelí; de la Asociación de Amigos de Corea; y de la Asociación de Amigos de China-Taiwan.Es miembro correspondiente de la Real Academia Española de Historia y de las Academias de Historia de numerosos países.

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    Custodio García Rovira El estudiante mártir - Antonio Cacua Prada

    Presentación

    Hace varios lustros, cuando nos iniciábamos en los caminos de la historia, nos encontramos con la figura apasionada y apasionante de Custodio García Rovira, quien le había dado su nombre a mi solar santandereano, y quise indagar sobre su vida para tener algún conocimiento que me permitiera sentirme orgulloso de ser rovirense. Poco y nada encontré. Pero a medida que la curiosidad fue avanzando, el acopio de datos y documentos me puso en la vía de pergeñar su biografía, que en doscientos años, para mi satisfacción, no habían escrito.

    Las páginas por venir son el fruto de ese trabajo. Custodio García Rovira caminará con nosotros y con quienes a lo largo del tiempo se han referido a él o a su familia, en ese espacio proceloso de nuestra Primera República. Lo conoceremos en Bucaramanga, lo acompañaremos a los claustros del Rosario y de San Bartolomé en la capital virreinal, seguiremos con él a Tunja, estaremos en su gobernación en el Socorro, avanzaremos con sus tropas por el norte, lo escoltaremos como presidente de las Provincias Unidas de la Nueva Granada, marcharemos con él hasta los riscos del Páramo de Cachirí, retrocederemos a Bogotá, nos encaminaremos a Popayán y en el Páramo de Guanacas seremos testigos de su romántica boda.

    Lo abandonaremos por una semana para reencontrarnos en San Sebastián de la Plata y seguir detrás de la rufia de soldados que lo llevan preso a Santafé. Allí le diremos adiós y contemplaremos despavoridos su suplicio. Haremos sus reminiscencias para que su glorificación de patriota y de amante de la libertad, sea nuestra mejor enseñanza.

    Esta vida que entregamos a nuestros lectores está tejida con el corazón y bien sabemos que el amor todo lo dispensa.

    Prólogo

    Un autor y un libro

    Ha querido mi noble amigo Antonio Cacua Prada que le escriba algunas palabras liminares a su excelente obra Custodio García Rovira, el Estudiante Mártir. Es una cordial solicitud a la cual respondo con el mayor agrado no sólo por tratarse de encargo honroso de parte de un colega a quien verdaderamente aprecio y valoro sino igualmente porque me proporciona la oportunidad de hacer referencia al autor y a su biografiado, cercano el primero a mis afanes de investigador de nuestros anales históricos y prototipo y enseña el segundo de un pueblo: el santandereano, cuyas virtudes cívicas y ademán romántico las compendió admirablemente el insigne mártir bumangués.

    Me ocuparé ante todo de la atrayente personalidad del doctor Antonio Cacua Prada y por ello, aún a riesgo de repetirme, reiteraré algunas de las palabras que leí en solemne sesión de la Academia Colombiana de Historia el día en que se le recibió como Individuo de Número de la Corporación, para la cual fue elegido unánimemente y en justa razón de sus merecimientos. 

    Entonces dije: El Nuevo Académico Numerario es un representativo auténtico e integral del hombre santandereano de todos los tiempos, cuyas características esenciales son a mi juicio: afirmación del carácter, entrega desinteresada a las causas nobles, señera individualidad celosa del propio derecho, pero lista también a defender con la espada y con la pluma, el derecho de los demás.

    Quién de sus numerosos lectores y amigos, no lo han visto constantemente preocupado, afanoso, con talentosa movilidad, trasegando desde su primera juventud en las faenas del periodismo, nunca para destruir, siempre para servir y propender por la cultura, divulgando lo bueno y lo útil a la sociedad, cumpliendo un magisterio que, oportuno es recordarlo, le viene de su santa progenitora cuando haluengos años sentó desinteresada cátedra y ejemplarizó a sus coterráneos y discípulos con la pequeña hoja periodística de provincia, sostenida por ella, con apostólica devoción, esa que actualmente acendra su hijo en los grandes rotativos con la pasión que le despierta el servicio a la comunidad y a los supremos intereses nacionales.

    Es Antonio, primordialmente, un periodista nato y además excelente. Un periodista que con responsabilidad cree en la libertad de expresión y en el sentido docente que debe tener el medio de comunicación social. Ese magisterio igualmente lo ha manifestado en las cátedras que también desde sus años mozos ha regentado, con perseverancia, didáctica e ilustración respetables, en diversos colegios y universidades y últimamente en la rectoría del Instituto Superior de Historia de Colombia, donde cumple meritoria labor por todos reconocida.

    Luego de haber optado al título de doctor en Derecho y Ciencias Jurídicas y Económicas en la Universidad Javeriana y de haber ejercido su profesión con notable éxito derivó su actividad al servicio de la administración pública. En efecto, en el orden administrativo, el doctor Cacua Prada fue secretario de gobierno departamental y encargado de la gobernación de Santander en el año de 1959.

    Unánime es el concepto de quienes en esas posiciones lo vieron actuar en el sentido de que aquella sección del país tuvo un gobernante probo, eficaz, imparcial y progresista. De ahí que fuera elegido por sus paisanos para representarlos en la cámara y en el senado de la república en varias legislaturas. Su labor como parlamentario fue discreta pero positiva y ante todo signada por la austeridad tan escasa hoy en esas corporaciones.

    Posteriormente representó al país en diversas misiones diplomáticas y particularmente con el rango de Embajador ante el gobierno de la república de Guatemala, durante más de cinco años, en los que no sólo dejó en alto con múltiples realizaciones, el nombre de Colombia, sino en el que sobresalió personalmente y aventajó, grato es para mí decirlo, a todos sus antecesores, por la excepcional e inteligente manera como cumplió las relaciones públicas, como fomentó el cariño y el aprecio por nuestra patria, como dio a conocer nuestra historia, nuestra cultura, nuestra economía, en fin por la forma tan espléndida y generosa como en todo momento atendió a sus numerosos y frecuentes invitados o a quienes llegamos a ese hidalgo hogar suyo donde con la encantadora Isabelita, su compañera inigualable y sus amantísimos hijos, nadie se sintió huésped en tierra extraña sino colombiano noblemente acogido en casa propia. Ese es Antonio Cacua Prada, un buen patriota y un caballero y amigo sin tacha.

    Muy numerosos e importantes son los escritos que sobre diversos temas, ora históricos, ya literarios o de aspecto sociológico y ensayo, ha producido la encomiable consagración a las disciplinas del intelecto con que se empeñó este espíritu inquieto desde sus prístinos tiempos hasta los presentes días en que hace entrega de su monumental y bien documentada biografía del mártir Custodio García Rovira.

    Es por tanto conveniente el que me refiera a algunas de las obras de Cacua Prada que lo acreditan como notable historiador y que precisamente lo han llevado, con suma autoridad, a ocupar el sillón académico.

    La Libertad de Prensa en Colombia (1948) y Legislación de Prensa en Colombia (dos ediciones - 1966), constituyen una necesaria y completa obra para consulta de los estudiosos y de quienes aman y defienden la libre expresión del pensamiento. Historia del Periodismo Colombiano (1968) y Problemas del Periodismo actual (1969) complementan, amplían y a mi juicio superan investigaciones sobre el mismo tema realizadas por otros autores nacionales. 

    Don Manuel del Socorro Rodríguez, Itinerario documentado de su vida, actuaciones y escritos (1966) es sin duda alguna la mejor y más acertada investigación que se ha intentado sobre el fundador del periodismo en Colombia y famoso Bibliotecario, pese a que sobre tan meritorio personaje se han ocupado en libros y escritos numerosos historiadores nacionales y extranjeros. 

    Don Manuel Torres, Primer Diplomático Colombiano en los Estados Unidos (1976) es otra importante investigación por cierto editada muy lujosamente en Guatemala y sobre la cual la Organización de Estados Americanos ordenó la filmación de un precioso documental a colores que ha sido elogiosamente recibido y comentado por los públicos de los países del continente.

    Mención especial merece el libro Una ciudad con Historia publicado en 1972, donde con la más sencilla devoción por su tierra natal, la simpática población de San Andrés en la Provincia de García Rovira, y por sus antepasados, gentes buenas, generosas y aguerridas, hace el recuento pormenorizado de la historia de aquel lugar idílico pleno de remembranza y poblado por campesinos atentos al culto de sus creencias religiosas y de la faena promisoria del agro.

    La Sociedad Bolivariana de Colombia cuenta al doctor Antonio Cacua Prada entre sus más distinguidos socios. Y no puede ser menos porque él ha contribuido a honrar y enaltecer la memoria del Libertador con numerosos escritos tales como El Periodista Simón Bolívar. Perfiles Bolivarianos editado por el Ministerio de Educación de Guatemala; su ensayo titulado Bolívar Periodista, ese otro que llamó El Periodista Simón Bolívar, Maestro de periodistas; Evocación de Santa Marta y San Pedro Alejandrino,- y el muy curioso que apellidó: Escribir con ortografía y buena letra pedía el Libertador a su sobrino.

    Es por tanto la intensa trayectoria intelectual de Antonio Cacua Prada, útil a las letras colombianas, diáfana en su amplio contenido, constructiva en sus proyecciones y nobilísima y docente en su bien lograda intención.

    En cuanto a la obra Custodio García Rovira, el Estudiante Mártir, la primera in-extenso que sobre el insigne prócer se publica, el lector podrá apreciar la muy completa y casi diríase exhaustiva investigación que entraña. Bibliografía diversa, fuentes documentales numerosas, publicaciones periódicas, archivos varios, le permitieron al autor tras prolija investigación de varios años, la paciente elaboración de este libro, tan bien estructurado, que a mi juicio constituye un imperecedero monumento a la gloria y a la memoria del mártir bumangués cuya hazañosa vida se recordará y alabará ahora más que en otros tiempos.

    Y empleo el término elaborada, precisa mente para darle un calificativo exacto, porque es producto no de la improvisación, acaso sí del entusiasmo, pero primordialmente de la investigación, de la vigilante búsqueda y confrontación de las fuentes, de la sagaz percepción de los fenómenos históricos y sociales, del razonamiento interior, en fin de un historiador que escribe con emoción y con responsabilidad. Esta obra es sin duda el mejor homenaje rendido al insigne bumangués con ocasión del bicentenario de su nacimiento. 

    Todo, porque el historiador Cacua Prada, hijo de la Provincia de García Rovira y compenetrado con los fastos de su tierra, rescató del olvido esa vida meritoria y la entrega en este libro para admiración y cariño de sus compatriotas. Llaman particularmente la atención los curiosos datos y episodios que trae, la nutrida correspondencia entre García Rovira, Camilo Torres y otros próceres de la primera república, epistolario que permite seguir paso a paso y con fuentes de primera mano el desarrollo más desgraciado que feliz de la historia de aquellos tiempos.

    En efecto, la desastrosa guerra civil entre federalistas y centralistas que tanto perturbó la organización y la defensa de la incipiente patria, los preparativos de la Campaña Admirable sobre Venezuela en 1813. la marcha victoriosa y a la postre frustrada del general Antonio Nariño al Sur del país, la presencia del Libertador ante el congreso de Tunja en 1814. y muchos otros episodios, resaltan y se entienden con claridad a través de esa documentación tan certeramente hallada y tan valiosa para comprender la convulsionada historia de aquellos días. De consulta obligada para los historiadores del futuro será esta parte del libro que comento.

    Encomiable es la investigación de tipo genealógico que sobre la familia de García Rovira y sobre el ambiente en que discurrió, trae el libro como también lo es la que presenta el carácter y la profundidad de sus estudios en los Colegios Mayores de Nuestra Señora del Rosario y San Bartolomé hasta alcanzar en 1809 el título de Abogado de la Real Audiencia de Santafé luego de haber cursado todas las materias que en Sagrada Teología y Jurisprudencia se exigían entonces.

    Para quien estas líneas escribe ha sido particularmente emocionante la lectura del capítulo en el cual aparece García Rovira como gobernador del Estado Libre e Independiente del Socorro. En él puede apreciarse el extraordinario cuanto valioso aporte de las gentes de aquella región a la consolidación de la independencia, los recursos de todo orden con que la sirvieron y el coraje de sus habitantes en el servicio de la república.

    Una vez más se pone de presente cómo aquella Provincia fue, entre todas las de la Nueva Granada, la que más contribuyó al nacimiento de la nueva Patria. García Rovira secundado por sus fieles socorranos, dice el autor, se hizo al lado de ellos prócer de la independencia y al lado de ellos se encumbró en nuestra historia.

    Otro aspecto casi desconocido de Custodio García Rovira, que nos entrega este espléndido estudio biográfico es el de su notable afición por la música de la cual no sólo fue ejecutante sino también como lo fuera su compañero el general Francisco de Paula Santander, igualmente compositor. Y es más, amigo de las rondas nocturnas tan características de su ancestro español. Los colombianos no sabían hasta ahora que el mártir santandereano así mismo cultivó la pintura, según el testimonio de sus propios contemporáneos, oportunamente aducido en el libro que nos ocupa.

    La invasión del país por los pacificadores españoles acaudillados por don Pablo Morillo, de la cual fue García Rovira uno de los más aguerridos opositores y de sus preclaras víctimas, nos presenta en el capítulo correspondiente terríficos cuadros de desolación y de muerte como secuencia inmediata de la infausta acción de Cachiri. Con horror se transcriben en la obra tres documentos, poco conocidos, que describen las escenas de aquella tremenda catástrofe.

    El lector encontrará el relato de un expedicionario cuando algunas semanas más tarde llegó a aquel lugar. Nunca, tal vez pasada la rota de Palonegro, puede la historia de Colombia, presentar un espectáculo más doloroso de cadáveres, de acémilas, de elementos, de escenas de desesperación y de sacrificio que el que se ofreció a los ojos conmovidos de aquel visitante atónito y apesadumbrado. Era la realidad de la hecatombe que por entonces sepultó a nuestra apellidada primera república. El posterior sacrificio de García Rovira, de Camilo Torres, de Caldas, de Emigdio Benítez Plata y de tantos otros mártires la resucitaría para siempre.

    La expresión Firmes Carajos en lugar de Firmes Cachiri como erróneamente aparecen estas palabras en el pedestal de la estatua erigida al prócer en el parque de su nombre en su ciudad nativa de Bucaramanga, da lugar para una acertada disquisición del autor que comparto en su totalidad. Hace muchos años oí de labios del historiador santandereano don Enrique Otero D'Costa la más completa argumentación e información tendiente a obtener que Firmes Carajos sea la expresión que debe aparecer en el pedestal aludido, porque ella es auténtica y además porque interpreta cabalmente el espíritu de las gentes santandereanas y más en aquel difícil trance en que se vieron envueltos sus luchadores.

    Recuerda el doctor Cacua Prada un episodio enternecedor y admirable ocurrido en aquellos días azarosos en los que la reconquista española entenebreció a la naciente República y sembró el espanto en las mentes libertarias: el matrimonio del prócer-estudiante con doña Pepita Piedrahita, celebrado en trágicas y angustiosas circunstancias en el tambo de un renombrado campesino caucano. Se trata de un emocionado relato que penetra muy hondo en el sentimiento, que suscita delicadas reflexiones y que además se nos transmite con lenguaje apropiado al escenario y al contorno del romance histórico.

    No puedo menos de alabar el discreto realismo, la conmovedora sencillez con que el autor lleva a vivir un verdadero regreso a la época, en otros tiempos tan prolífica y sentida, de nuestro costumbrismo histórico tan evocadoramente trazado en las plumas de José Caicedo y Rojas y de Jorge Isaacs. Un momento de amor que se trueca en eterno mensaje y aún en leyenda.

    El hecho mismo de que el doctor Cacua Prada haya puesto tanto énfasis en el recuerdo del santandereano ilustre en el instante cenital de su postrer batalla signada por el amor, nos está indicando una de las modalidades que tipifican a las gentes de esa tierra al mismo tiempo fuertes y plenas de romanticismo. Qué hermoso contraste el ser que pretende triunfar con el músculo al par del corazón en la más perfecta síntesis de equilibrio humano.

    En el instante de la desventura García Rovira la dulcificó con el cariño de una mujer que en aquellos momentos trágicos fue como la imagen de la Patria a la que había entregado todos los esfuerzos de su juventud, de su corazón y de su iluminada inteligencia. Custodio García Rovira, índice de una raza genitora, cumplió el máximo ideal de su trayectoria vital en tres momentos estelares: la derrota desdichada pero gloriosa de Cachirí, la efímera presea de mandatario de la primera república y el idilio trunco del Páramo de Guanacos.

    Y todo esto se concretó en Santafé el ocho de agosto de 1816 en la hora suprema del sacrificio. Así García Rovira marchó erguido al patíbulo alentado por el amor a la Patria y acrisolado con el embrujo luminoso que encontró en los ojos de Pepita Piedrahita, la mujer que surgió milagrosamente para alegrarle fugazmente los últimos días de su agitada existencia.

    Y para complementar el trágico destino de García Rovira, en el capítulo final del libro se ocupa el autor de la efímera existencia de su viuda que apenas le sobrevivió once años durante los cuales contrajo segundo matrimonio y vino a morir a la edad de veintinueve años.

    Custodio García Rovira, el estudiante mártir, es un libro apasionante, se lee con creciente interés y a pesar de la nutrida documentación, lo cual está muy bien que se haya traído, sin duda alguna entusiasma al lector. Así le ha ocurrido a quien escribe estas líneas.

    Bienvenida esta obra, escrita con afecto, con sensibilidad, con constancia investigativa y ante todo con admiración cálida por la sugestiva figura del bumangués ilustre.

    Horacio Rodríguez Plata

    Capítulo 1

    Bucaramanga

    Es la acogedora, amable, cordial, y pujante villa de Bucaramanga, fundada a petición del cura doctrinero del valle del Río de Oro, padre Miguel de Trujillo, ante el oidor y visitador don Juan de Villabona y Zubiaurre, el primer escenario de la apasionante historia de quien va a ser objeto de estas páginas. Por reclamación de los indios Gaspar de Guaca, Luis de Guaca y Miguel de Bucarica, residentes en la meseta de los búcaros, quienes viajaron a finales de 1620 a Santafé a quejarse de los malos tratos del encomendero don Juan de Arteaga, se trasladó a esos parajes el visitador Villabona, y abrió proceso contra el susodicho Arteaga, en septiembre de 1622.

    Luego el comisionado, desde la ciudad de Nueva Pamplona, ordenó el 4 de noviembre del mismo año que los indios se reduzcan, junten y agreguen y pueblen el sitio y asiento que llaman de Bucaramanga, para que vivan juntos y congregados y sean doctrinados en la comodidad que tanto importa. Con esas frases de su resolución se abrió camino la fundación de la que hoy es pujante capital del Departamento de Santander, en la república de Colombia.

    Fundación

    Con todo el aparataje y solemnidad de los grandes acontecimientos coloniales, el 22 de diciembre de 1622, en la meseta de Bucaramanga se cumplió la ceremonia de fundación de la nueva localidad. Así reza la certificación del acto cumplido:

    En el sitio de Bucaramanga, en veinte y dos días del mes de diciembre de mil seiscientos veinte y dos, yo, Miguel de Trujillo, presbítero, cura doctrinero del Río del Oro y sus anexos e yo, Andrés Páez de Sotomayor, juez, poblador, certificamos, en cumplimiento de esta comisión despachada por el Señor Juan de Villabona Zubiaurre, del Consejo de Su Majestad, su Oidor más antiguo de la Audiencia de este Reino y Visitador general de las Provincias de Tunja y Pamplona, y por particular comisión, visitador de los reales de minas de Las Vetas.

    Montuosa, Suratá, y Río del Oro; que hoy, dicho día, dije yo, el dicho cura, misa en la iglesia de esta población, que para este efecto mandamos hacer, por estar acabada, con su sacristía; y ésta cubierta con paja, con muy buenas maderas, estantillos, varas y vigas; y tiene de largo ciento y diez pies y de ancho veinte y cinco; y está bien acabada y es copiosa para la gente que a ella acude a misa, además de los cual están acabados los bohíos y las parcialidades siguientes: de los lavaderos de Cochagua tres bohíos grandes que son bastante para la gente que tienen.

    Item, los indios de Gérida dos grandes bastantes para la gente que tienen. Item, otros dos bohíos grandes los indios de la cuadrilla de mí, el dicho Andrés Paez, que son bastantes para ellos. Item, están armados y se van haciendo con mucha priesa, otros bohío grandes y buenos para los indios de la encomienda del capitán Juan de Velasco, y en el ínterim que se acaban, viven en dos ranchos pequeños que están hechos en el sitio. Demás de lo cual está hecha y acabada la casa de la mora de mí el dicho cura.

    Y a estos indios se les repartieron resguardos en conformidad con la dicha comisión, en esta manera: a los lavadores de Cochagua, desde la loma quellaman de Chitota hasta una quebrada que llaman de Namota; a los indios de la encomienda del capitán Juan Velasco, desde la dicha quebrada de Zapamanga, con un pedazo de tierra que cae junto al río Suratá (¿Suratoque?), donde tienen unas labranzas de yuca y batatas; y a los indios de Gérida se les dio desde la quebrada de Bucaramanga hasta la quebrada que llaman de la Iglesia; a los indios de Andrés Páez se les dio desde la quebrada de Cuyamata hasta la quebrada que llaman de los mulatos.

    Todos los cuales, dichos resguardos, de suso declarado, es tierra buena, sana y útil para cualquier género de semillas como son: maíz, fríjoles, yuca, batatas, auyamas, plátanos y otras cosas en la cual hay bastante para año y vez todo está en contorno de la dicha población. Y para que de ello conste, damos la presente firmada de nuestros nombres, en el dicho día, mes y año, arriba dichos. 

    Miguel de Trujillo. 

    Andrés Páez de Sotomayor.

    La Parroquia de San Laureano

    El primer sencillo oratorio de la naciente villa se levantó en el mismo sitio que hoy ocupa la histórica y venerable Capilla de los Dolores, calle 35, carrera 10 del actual plano de Bucaramanga.

    A poco más de un siglo de la fundación, se abrió el libro de bautismos. La primera partida sentada correspondió al niño José Piña Turmequé, hijo de Juan Piña y Melchora Turmequé. Lo bautizó el presbítero José Prieto y Ponce, en 1737, y tuvo como padrinos a Gaspar Zabala y a Rafael Corzo.

    En 1748 los sacerdotes Bartolomé Calderón y Pedro Vicente Galvis, con un gran celo pastoral, adelantaron la tarea de reconstrucción de esta sencilla, pero muy familiar ermita colonial.

    En 1762 entró a despachar el presbítero Martín Suárez de Figueroa, quien permaneció en este curato hasta 1785. Sólo hasta 1778 se creó la primera parroquia de Bucaramanga con el nombre y bajo la advocación de Nuestra Señora de Chiquinquirá del Real de Minas de San Laureano. Para entonces ya habían construido una iglesia, donde hoy se encuentra el templo de San Laureano, levantada gracias al entusiasmo y constancia del sacerdote Adriano González G., quien la empezó a partir de 1743.

    La familia García Rubira

    En la hermosa Villa de San Juan de Girón, fundada por don Juan Francisco Mantilla de los Ríos, en la margen occidental del río de Oro, sentaron sus reales los matrimonios de don Antonio García Gómez y doña Margarita Navas, don Ignacio Rubira y doña Paulina Navas.

    Don Antonio, natural de Burgos, España, nació en 1720, y a poco andar viajó al Nuevo Reino de Granada y se estableció en Girón, la blanca villa del Señor de los Milagros y de San Benito de Palermo. Por sus dotes personales y conocimientos ocupó los cargos de alcalde ordinario, regidor y depositario general.

    Muy pronto prendió el amor en el corazón del originario de Burgos, cuando conoció a la primogénita del gobernador de San Juan de Girón, cargo ocupado por don Bernabé de Navas, natural de Arpes, Asturias, casado con doña Josefa Mantilla de los Ríos, hija del renombrado fundador de la importante Villa. Margarita Navas Mantilla de los Ríos, era una chica salerosa y muy apetecible, no sólo por la alta posición social y gubernativa de sus padres, sino por su hermosura y señorío y por la dote a que se hacía acreedor quien tuviera la fortuna de conquistarla para siempre. Margarita tenía una hermana llamada Paulina Navas Mantilla de los Ríos, también de especial belleza y porte, pero un poco más apacible y dulce que la cabeza del mayorazgo.

    Margarita y Paulina eran las niñas más sobresalientes de Girón y el encanto de sus abuelos paternos don Domingo de Navas y doña Ana Miranda Estrada de Navas y maternos don Juan Francisco Mantilla de los Ríos y doña María Martínez del Castillo de Mantilla de los Ríos, fundadores de Girón.

    El alcalde, don Antonio García Gómez, casó con la hija mayor del Gobernador, doña Margarita Navas Mantilla de los Ríos, en la hermosa Capilla de Nuestra Señora de las Nieves, con todo el boato y solemnidad que en aquellos tiempos se le daba a quien se sometía a la lectura de la celebérrima epístola de San Pablo.

    Meses después, siguió camino del altar su hermana Paulina, quien se desposó con don Ignacio Rubira, natural de Cataluña. Fueron éstas, dos señoras bodas que marcaron época en el historial de San Juan de Girón.

    Al matrimonio de don Antonio y doña Margarita muy pronto lo alegró un chiquillo a quien bautizaron con el nombre de Juan de Dios, seguido de otro hermanito que llamaron Ramón. En tanto que la casa de don Ignacio Rubira y doña Paulina tuvo por primogénita a una bella niña a quien le dieron en las aguas bautismales el hermoso apelativo de María Rosita. Poco después llegó una hermanita a quien pusieron el nombre de Margarita.

    Las casas de las Navas Mantilla de los Ríos estaban situadas en el coqueto parquecito de Peralta, adornado por bellísimos cujíes, ahora apellidado de los novios, cuadra y media arriba de la plaza principal, casi en frente, una de la otra. En ese recodo primoroso, fueron creciendo Juan de Dios y Rosita, Ramón y Margarita.

    Girón alcanzó especial nombradlo por el comercio en oro, tabaco, chocolate, tejidos, sombreros, mantas, cotizas, génovas y ají. Sus gentes laboriosas distribuían el tiempo entre sus devociones religiosas, el trabajo agrícola y el comercio.

    Don Juan de Dios recibió de herencia y adquirió por compra varias fincas en los contornos y se dedicó especialmente al cultivo del algodón, en el que se hizo prepotente.

    A medida que los años transcurrían, Cupido afloré en el trato candoroso de los primos García Navas, Rubira Navas.

    La vecina población de Bucaramanga estaba de moda. Quienes ya iban en trance de matrimonio miraban alucinados la meseta de los Búcaros. Don Juan de Dios resolvió tomar estado; se trasladó a la villa de don Andrés Páez de Sotomayor, adquirió un solar lo más cercano a la parroquia y ordenó la construcción de una casa de tapia pisada, ubicada en la calle 5a. entre carreras 4a. y 5a., número 396, del entonces plano de la localidad, hoy calle 35 número 8-78 de la ciudad de Bucaramanga.

    Listo el albergue, don Juan de Dios ofreció a su prima María Rosita la morada y de común acuerdo comunicaron a sus padres la decisión de casarse. Por la época no eran extrañas las uniones entre familiares, bendecidas por la iglesia, previas, eso sí, las respectivas licencias.

    Ante la resolución de Juan de Dios y María Rosita, Ramón y Margarita también dispusieron contraer. Frente a la determinación del par de hermanos y hermanas, los padres de las Rubira les aconsejaron que los dos matrimonios se efectuaran en una misma fecha, iglesia y lugar.

    Las diligencias, dispensas y proclamas se cumplieron entonces en la nueva parroquia del Señor San Laureano de la Villa de Bucaramanga.

    El diez de enero de 1779 el cura y vicario de la parroquia de Chiquinquirá y Real de Minas de San Laureano, presbítero Adriano González, bendijo y veló solemnemente a las dos parejas de los hermanos Garcías y Rubiras, previas las dispensas del Señor Ordinario u Obispo y de acuerdo con lo dispuesto por el Santo Concilio de Trento.

    Este doble desposorio atrajo gran concurso de gentes, debido a que los novios pertenecían a dos familias de prosapia y de pureza de sangre, y porque tanto los García como los Rubira gozaban de general estimación y aprecio. Además porque no era muy común la celebración del sacramento entre dos parejas de hermanos y además primos. Por eso el mismo sacerdote que los casó, al sentar las partidas, en cuanto a los testigos afirma, al escribir los nombres de los dos de cargo, y otros muchos.

    En el libro No. 1 de Matrimonios, de la parroquia de San Laureano, que principia el 8 de enero de 1773 y termina el 10 de abril de 1822, encontramos las respectivas partidas, que a la letra dicen:

    Juan de Dios García Doña María Rosa Rubira Con dispensa.

    Enero dies de mil setecientos setenta y nuebe yo el Presbítero Don Adriano González, cura y vicario de esta Parroquia de Chiquinquirá y Real de Minas de San Laureano habiendo precedido lo dispuesto por el Santo Consilio de Trento y no haviendo resultado impedimento ninguno casé y belé infatie celetie a Don Juan de Dios García con Doña María Rosa Rubira con dispensa del Señor Ordinario para que conste. Fueron testigos Don Francisco Hijuelos, Don Ignacio Ordoñez y otros muchos de que Doy Fe.

    Adriano González.

    Y a continuación viene la otra partida:

    Don Ramón García. Doña Margarita Rubira. Con dispensa.

    Enero diez de mil setecientos setenta y nueve: Yo el Presbítero Don Adriano González cura y vicario de esta parroquia de Chiquinquirá y Real de Minas de San Laureano habiendo precedido lo dispuesto por el Santo Concilio de Trento y no habiendo resultado impedimento ninguno casé y belé infatie celetie a Don Ramón García con doña Margarita Rubira. Con dispensa del Señor Ordinario para que conste fueron testigos Don Francisco Hijuelos, Don Felipe de Navas y otros muchos de que Doy Fe.

    Adriano González.

    Nacimiento de Custodio

    Para 1780, Bucaramanga era una villa que no pasaba de veinte manzanas. La mayoría de sus casas eran de paja, con grandes solares y huertas. Las de tierra pisada o de adobe estaban contadas. La residencia de don Juan de Dios García Navas y doña Rosa Rubira de García, a una cuadra de la plaza mayor y a dos de la iglesia de culto, sobresalía por ser de teja de barro y con piso de ladrillo cocido, pero consistía casi en una mediagua. La casa solariega continuaba en Girón.

    El jueves 2 de marzo del comienzo de la penúltima década del siglo XVIII, la casa de los García Rubira se llenó de alborozo. Ese día llegó el ansiado primogénito. Las comadres y familiares entraban y salían de la pequeña alcoba y felicitaban a don Juan de Dios por el nacimiento de su hijo, mientras en la cocina las criadas pelaban las gallinas y las abuelas le tomaban el punto al sancocho para celebrar el feliz advenimiento.

    Un mes completo transcurrió desde aquel día hasta la fecha en que llevaron al pequeño a la pila bautismal, en brazos del alcalde de la localidad, don Francisco Antonio Benítez, persona muy distinguida y apreciada según testimonio del ilustre sabio y sacerdote, don Eloy Valenzuela. Buen padrino, el principal del pueblo, buscaron los García Rubira para el niño, a quien le dieron los nombres de José Custodio Cayetano.

    José, por haber venido en el mes del patriarca San José; Custodio, por la sentida devoción que su madre tenía al Ángel de la Guarda, y Cayetano, por el Santo que protege la agricultura, las frutas y las despensas, de quien era muy devoto don Juan de Dios.

    El bautizo lo hizo un sacerdote muy querido de la familia García Navas, residenciado en Girón, el presbítero don Agustín Parra, quien vino al efecto, previo el permiso del párroco de San Laureano, don Martín Suárez de Figueroa.

    Ese día, domingo 2 de abril, la casa de los García Rubira se llenó de invitados que en honor al niño recién cristianizado, comieron y danzaron. Garrafones de vino Moscatel traído de España mojaron los paladares de las gentes, mientras que el cabrito, dorado al horno, y la yuca freída con aceite de olivas, el plátano cocido y la gallina sudada y unos cuantos costillares de cerdo fritos en su propia empella, eran servidos sobre vistosas hojas de plátano colocadas sobre mesas en el corredor de la vivienda. Después, para bajar pasaron en totumas de calabazo y en tazas de barro de Aratoca, guarapo bien curado hecho con panela piedecuestana y rajas de piña de Lebrija. No hubo pafolios porque la imprenta no había llegado aún por esos lares.

    En el archivo parroquial de San Laureano, organizado por el Párroco, presbítero José de Jesús Peralta, en 1911, en el libro número dos de bautismos que principia el 3 de julio de 1774 y termina el 28 de octubre de 1789, de 412 páginas, y 1612 partidas, al reverso de la hoja 50, la segunda partida dice, al margen:

    Josef Custodio Cayetano. Abril 2 de Mil septecientos y ochenta. Yo Martín Suárez de Figueroa Theniente de Cura y vicario de esta parroquia de Señor San Laureano y Real de Minas de Chiquinquirá, bautso el Sr. D. Agustín Parra puse oleo y crisma y dixe bendiciones a un niño se llamó José Custodio Cayetano de edad de un mes, hijo de D. Juan de Dios García y Da. Rosa Rubira. Fue su padrino D. Antonio Beniteza quien advertí el parentesco y obligaciones de que doy fé. Martín Suárez de Figueroa.

    Quién se iba a imaginar, que al año siguiente, y casi por la misma fecha, los pueblos de esos contornos con Manuela Beltrán a la cabeza, en la ciudad del Socorro, romperían los emblemas del rey y los edictos de Impuestos, para iniciar la trascendental y primigenia Revolución de los Comuneros.

    Bien lo dijo y escribió el Maestro Germán Arciniegas en Manuela la maestra Analfabeta: Por fortuna para la historia de la independencia colombiana la transformación de la patria nace de las entrañas del pueblo. Llegado el momento tomarán sus banderas estudiantes, filósofos, militares. Pero el primer principio es simple, elemental, campesino y tenaz.

    Ese sábado 16 de marzo de 1781, fueron los plazueleros, los campesinos, los agricultores, los que acuerparon el reclamo popular contra los altos impuestos y gravámenes del visitador Gutiérrez de Piñeres. Don Juan de Dios García Navas, de profesión agricultor, se sumó en forma entusiasta al movimiento capitaneado por José Antonio Galán y cuya constitución revolucionaria del Socorro escribió en el aire la maestra analfabeta Manuela Beltrán.

    En ese escenario familiar de inconformidad contra la inflación impositiva, que no les permitía a dueños de fincas y productores agrícolas ninguna utilidad, pues todo iba a parar a las recaudaciones regias, empezó a beber el niño José Custodio los anhelos de independencia y de Libertad.

    Cuatro Josés y una María

    Con José Custodio Cayetano, alegraron el hogar García Rubira, María Petronila León, quien nació el 21 de septiembre de 1783, y figuró con otras damas patriotas de la mejor sociedad, desde el 20 de julio de 1810, y murió soltera, anciana y pobre en Bogotá.

    José Eleuterio, nacido el 3 de julio de 1785 y bautizado el 3 de julio del año siguiente. Lo apadrinó don Jacinto Rubira. Luchó en los ejércitos republicanos y con el grado de capitán se retiró y vivió en San Antonio del Táchira, donde se había casado el 9 de julio de 1809, con María de Jesús Bustamante.

    Pedro José Plácido María, quien vino al mundo el 28 de abril de 1787 y lo bautizaron el 13 de octubre del mismo año. Fueron sus padrinos José Ignacio Ordóñez y doña María Navarro Ordóñez. El 26 de enero de 1815 se casó en Bucaramanga con Juana Manuela Ordóñez y murió el 25 de julio de 1818 en la misma ciudad. José Deogracias, quien vio la luz el 22 de marzo de 1789 y fue bautizado al día siguiente, siendo sus padrinos don Facundo Mutis y doña Ignacia Consuegra. Prestó sus servicios en las tropas patriotas, y el 4 de abril de 1820 lo nombraron Físico Principal del Ejército del Sur.

    A María Petronila, la

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