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Retruécanos De Los Tiempos Idos
Retruécanos De Los Tiempos Idos
Retruécanos De Los Tiempos Idos
Libro electrónico305 páginas3 horas

Retruécanos De Los Tiempos Idos

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Retrucanos de los tiempos idos es una obra nacida de evocaciones y recuerdos del autor, y de pasajes histricos y crnicas surgidas de las prolficas plumas de personajes por cuyas venas corrieron y corren, como filn inagotable, el amor por el terruo enmarcado en la otrora villa de San Miguel de Culiacn, una parcela perdida y olvidada por la corona espaola que se fue acomodando, en los tiempos, de acuerdo a los diversos aconteceres que sucedieron en el transcurrir de las aejas centurias.
Por ello conforman sus pginas divertidas ancdotas que sucedieron, muchas de ellas, en la tierra vigilada y protegida por San Miguel Arcngel, el Bienaventurado Prncipe de las Milicias y de los Espritus Celestiales; aconteceres de los que fue testigo el autor o que le llegaron gracias a la herencia legada por historiadores y cronistas, o como girones del pasado enmarcados en tradiciones orales recopiladas de manera directa por el narrador en sucesos que tambin pueden ser, muchos de ellos, acomodados en parajes distantes del terruo descrito en la obra.
En la parte correspondiente al subcaptulo: Cuando las mujeres dejaron de tortear se muestra, con flashazos descriptivos, el contexto cotidiano en el que se desenvolvieron las fminas hasta antes del holocausto provocado por el empresario japons Jess Yoshio Ninomiya Futami, con la apertura de la tortillera mecanizada El Pato Pascual; una novedad que alborot al mujero de la ciudad de Culiacn Sinaloa, Mxico, tierra clida a la que se le endilg el mote de La Perla del Humaya.
Tienes en tus manos un texto que te har pasar agradables momentos al recordarte parte de un entorno parecido al tuyo, pretrito en muchos casos, o de haberes que te han llegado por plticas de los viejos que dejan un agradable sabor de boca cobijado por los perfumes del transcurso de los tiempos.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento8 sept 2016
ISBN9781463394424
Retruécanos De Los Tiempos Idos
Autor

Eduardo Roé Farías

Eduardo Roé Farías es profesor egresado de la Escuela Normal de Sinaloa. Cursó sus estudios de Licenciatura en Educación Normal, en la Dirección General de Mejoramiento Profesional del Magisterio y las asignaturas de Maestría en Educación Superior, en la División de Estudios Superiores de la Universidad Autónoma de Sinaloa, además de un diplomado en periodismo impartido bajo la tutela de la maestra de comunicación, María Teresa Zazueta Zazueta.

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    Retruécanos De Los Tiempos Idos - Eduardo Roé Farías

    Copyright © 2016 por Eduardo Roé Farías.

    Las regalías de la primera edición de este libro, y de las subsecuentes, se destinarán a la Cruz Roja Mexicana, Delegación Culiacán.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2014918616

    ISBN:   Tapa Dura               978-1-4633-9441-7

                 Tapa Blanda            978-1-4633-9443-1

                  Libro Electrónico   978-1-4633-9442-4

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Las opiniones expresadas en este trabajo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente las opiniones del editor. La editorial se exime de cualquier responsabilidad derivada de las mismas.

    Fecha de revisión: 06/09/2016

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    ÍNDICE

    PRESENTACIÓN

    MI CREDO

    ANECDOTARIO

    EL OBISPO ROJAS MENA

    LA CHAPUZA

    EL NACHO PELÓN

    LAS FIESTAS DE SANTIAGO

    LOS QUERUBINES

    EL EXORCISTA

    EL PADRE MANUELITO

    ANTONIO TOLEDO

    LA SORDERA

    EL CONFESOR

    LA TORRE EIFFEL

    EL CHITO ROSAS

    LAS VICISITUDES DE UN GENIO

    LA BARCINA

    AGUSTINA ACHOY GUZMÁN

    EL GRUPO ÉLITE

    UN CASO PARA RIPLEY

    ING. RAMÓN PONCE DE LEÓN

    EL RARRA

    EL CINE COLÓN

    EL CHICO JIMÉNEZ

    LA MUTUALISTA DE OCCIDENTE

    EL GOBERNADOR CALDERÓN

    BELÉN TORRES

    CÁNDIDO SALAZAR MORENO

    DESTELLOS DEL PASADO

    CUANDO LAS MUJERES DEJARON DE TORTEAR

    EL OASIS

    FRAGMENTOS DEL TERRUÑO

    ANEXOS

    EL DE LA CULPA

    LA CULPABLE

    DEL AUTOR

    DEDICATORIA

    Al florilegio enjardinado de mujeres dispersas por el mundo a quienes en su sendereado asegundar todavía les queda, en este mundo misógino, un largo camino por recorrer.

    A los jóvenes que algún día dejarán de serlo sin darse cuenta que el tiempo del que forman parte transcurre, de manera inexorable, en un eterno deambular que les abrirá camino para ser informadores de las generaciones venideras.

    PRESENTACIÓN

    42912.png

    Una parte de Retruécanos de los tiempos idos está conformada por recuerdos y evocaciones personales; otra por escritos heredados y algunas más por tradiciones orales que fueron recopiladas como producto de la generosidad de amigos o de transeúntes que la buenaventura puso en mi camino.

    La obra es producto del azar. De acumulaciones de notas asistemáticas, en un principio carentes de propósitos definidos, escritas sin método en hojas sueltas, en tickets de supermercados, en recibos de agua o de luz, en papeles publicitarios que sirvieron, todos, como receptáculos de apuntes de acuerdo con las necesidades del momento; registros que se fueron asentando como el azolve de los ríos, sin ton ni son, que al ser ordenados tomaron forma para llegar, por cosas del destino, a las manos de Editorial Palibrio.

    Dentro del maremágnum que resultó de la acumulación de datos tuvieron presencia textos de tejedores del pasado de la talla de Héctor Rosendo Olea Castaños, Enrique Félix Castro, Herberto Sinagawa Montoya, Antonio Nakayama Arce, José María Figueroa Díaz, Roberto Hernández Rodríguez, Ricardo Mimiaga Padilla, Enrique Peña Gutiérrez, Alfonso L. Paliza, Gilberto López Alanís, Luis Antonio García Sepúlveda y otros artesanos de los tiempos idos que encontré en obras completas o en extraordinarias compilaciones como las suministradas por la husmeadora de archivos Marta Lilia Bonilla Zazueta. Destaco además los valiosos comentarios y materiales que me proporcionó José Gerardo Pauwells Roé, que en el sendero de las evocaciones me resultaron de gran utilidad y el preciado material fotográfico que me facilitaron el Archivo Histórico General del Estado de Sinaloa, La Crónica de Culiacán y otros coleccionadores de imágenes a los que mucho debo; artífices de lejanas y añosas parcelas que me permitieron, ni duda cabe, dar vida sobre todo al subcapítulo Fragmentos del terruño.

    Mi agradecimiento también a quienes de manera desinteresada dieron información surgida de sus vivencias y a quienes, en la obra, forman parte del enramado de personajes todos con existencia real, aunque uno o dos con nombres sobrepuestos, que se mueven en algunos de los relatos.

    Un reconocimiento especial a Teresita de Jesús, mi esposa, que mucha paciencia me tuvo y cuantiosa ayuda me brindó y a mis hijos Ricardo, Adriana y Eduardo (†) que en el esfuerzo que llevó a este resultado siempre estuvieron, de una u otra forma, conmigo.

    A todos, mi profundo agradecimiento.

    PRÓLOGO

    La hoy Ciudad heroica Culiacán Rosales, Sinaloa, según decreto N° 187 del Congreso del Estado de Sinaloa, del miércoles 29 de octubre de 2014, publicado en el Estado de Sinaloa, órgano oficial del Gobierno del Estado, fue villa de San Miguel de Culiacán a partir del 29 de septiembre de 1531 y para llegar a su actual denominación tuvo que acumular una experiencia que hoy conocemos como identidad, es decir, construirse un pasado que se hace estructura narrativa a partir de recuerdos, vivencias y documentos que no todos conocemos.

    En efecto, la historia existe aunque no esté escrita o narrada y se revela como imagen a partir de quien la rescata y ofrece a partir de diferentes medios; este acto de comunicación está lleno de peripecias que el autor tiene que sortear para llegar a sus lectores.

    Así las cosas, este conjunto de recuerdos fincados en la memoria y lo heredado en la tradición de buenas lecturas de autores que han labrado en el terruño, nos lleva por un Culiacán de todos los tiempos.

    Eduardo Roé Farías, hombre formado en la tradición magisterial culiacanense, experimentado en medios de comunicación y partícipe de la construcción cultural sinaloense, nos ofrece un objeto cultural armado de diversas posibilidades interpretativas.

    Observo en su escritura la herencia de periodistas y cronistas de Culiacán, esos que vivieron la ruptura de las imágenes decimonónicas y la emergencia de las modernidades agrícolas que penetraron en la ciudad soñada por los grandes hacendados agroindustriales de corte porfiriano encabezados, en Sinaloa, por el gobernador Francisco Cañedo Belmonte.

    El abigarrado conjunto de acontecimientos que Roé Farías nos presenta, nos retrata una ciudad viviendo su naturaleza a través de sus habitantes de todas las condiciones económicas, sociales, de origen étnico y preferencias vitales.

    En el conjunto se aprecia un cierto bouquet ciudadano, que íntimamente persiste, característica que el autor nos propone para contarle al tiempo que aquí así fuimos, (¿o somos?).

    Roé está en la escritura de los límites temporales de una ciudad que ya llegó al despegue poblacional que parece no tener ataduras. Su adhesión a la persistente imagen de la mujer culichi, lo hermana con Bernardo de Balbuena, aquel enamorado de Isabel de Tovar que lo llevó a escribir el primer poema americano en honor de la singular belleza culiacanense.

    ¿Existen originalidades? Por supuesto que sí; en ello estriba su oportunidad y atractivo para una lectura de sala, recámara y café. Incluso para abrir una Cátedra de la Crónica de Culiacán en alguna institución educativa o cultural.

    Agradezco la oportunidad que me brinda Eduardo Roé Farías para bordar estas líneas y destacar que entre los apartados de Retruécanos de los tiempos idos, me atrae Fragmentos del terruño por su intensidad y visión larga de la ciudad a través de simbologías propias. Su visión no es de pequeños mundos, sino de reducida patria que tiene otras connotaciones. Ambas representaciones son válidas, sin embargo, cada una contiene la sutileza interpretativa que define a los autores y que nosotros gozamos en una lectura que nos reconforta y seduce.

    Gracias Eduardo, solo te faltó narrar aquella anécdota donde me desapareciste de este mundo y por un corto tiempo estuve en el etéreo limbo, y no lo supe.

    Gilberto López Alanís

    MI CREDO

    42914.png

    Creo en el Dios completo, no en el fragmentado; en el que ve hacia todos los puntos cardinales, no solo hacia uno; en el que se encuentra cerca, no en el que hay que buscar en el infinito; en el que abre camino para alcanzar la felicidad aquí en la Tierra no en el que la promete, después de mil sufrimientos, en el Cielo.

    Creo en el Dios que se encuentra no solo en todo lugar sino, primordialmente, en el corazón de cada ser humano; en el universal, no en el fragmentado por culturas, límites geográficos y avatares filosóficos; en el que por su calidad de omnipresente permite la comunicación directa con Él y no a través de representantes en la Tierra muchos de los cuales poco le ayudan y, por el contrario, lo perjudican en demasía.

    Creo en el Dios magnánimo y humilde, no en el que genera temor y exige tributos; en el que saca a la luz pública los pecados, no en el que tolera que se escondan bajo la alfombra; en el que impone la paz en el mundo, no en el que permite guerras y pillajes promovidos por consorcios cubiertos con piel de oveja que hablan en su nombre; en el que allega los satisfactores con justicia no en el que da en forma dispareja, y a manos llenas, abundancia, dispendios y carencias.

    Creo en el Dios que lleva de la mano por el camino recto, no en el que permite el libre albedrío que con harta frecuencia repercute en contra de víctimas inocentes y no en desfavor/disfavor de quienes causan los males; en el que edifica templos en cada uno de los hogares, no en el que acepta se construyan suntuosos palacios con groseras e insultantes riquezas que se utilizan como viviendas y centros de adoración; en el tolerante, no en el iracundo que desencadena sobre sus hijos la furia de la naturaleza y otros males; en el que se engloba en la unicidad, no en el permeador de miles y miles de iglesias que profesan postulados en su nombre erigiéndose cada una de ellas en portadora de las Revelaciones.

    Creo en el Dios que convence, no en el que ha permitido o permite la imposición de la Fe por medio del terror; en el que une a los hermanos, no en el que los confronta; en el que ve la concepción amorosa como producto divino, no en el que la etiqueta como Pecado Original; en el que incorpora a la mujer en sociedades con igualdad de género, no en el que permite y tolera su disgregación; en el que pone bajo su cobijo a todos los pueblos de la Tierra, no en el que tiene elegidos en asentamientos preferenciales; en el que conduce al Cielo sin dilación cuando las almas lo merecen, no en el que necesita de rezos para lavar los pecados de quienes mal se portaron para abrirles las puertas del Edén Celestial.

    Creo en el Dios que conduce a sus ovejas siempre por el buen camino por lo que resulta innecesaria la existencia de eventos apocalípticos, y del Infierno; en el que fomenta el amor hacia los niños, no en el que tiene en su Corte Terrenal a cínicos e impunes pedófilos agazapados bajo su nombre; en el que con firmeza corrige los desvíos, no en el que con la confesión perdona los pecados para liberar en las almas espacios que permitan la acumulación de más impurezas; en el que tiende sus buenos oficios para que formemos sin distingos y agarrados de las manos una sola cadena, no en el que tolera desigualdades de todo tipo sustentadas en razas, sexos o posiciones sociales.

    Creo en el Dios que pone el piso parejo para todos, no en el que ha permitido y sigue permitiendo las aberraciones de sangre azul y posicionamientos de clases; en el que tiene acompañantes porque son merecedores de su cercanía, no en el que consiente se los manden desde la Tierra en calidad de santos, algunos de dudosa reputación, que son impulsados hacia la Corte Celestial con fastuosas ceremonias que reflejan el derroche de los que tienen en exceso.

    Creo en el Dios que muestra su grandeza en los amaneceres y atardeceres, en las flores, en la música, en el amor, en el canto de los pájaros y, sin distinciones, en cada uno de sus hijos. En suma, creo en el Dios que cubriéndonos con su manto protector muera con nosotros en el fin de los tiempos cuando el universo único, los universos paralelos o los multiuniversos, disperse o dispersen las partículas cuánticas en el interminable infinito y vuelva a renacer cubriendo, con su manto divino, a los seres cosmológicos surgidos de nuevas grandes explosiones.

    En Él sí creo; en otro no.

    ANECDOTARIO

    EL OBISPO ROJAS MENA

    42916.png

    No sé si se fue con la anuencia de sus padres; pero se fue. Los muchachos misioneros católicos que visitaron la comunidad le indicaron el rumbo, y a los pocos días apareció en el Seminario Menor Auxiliar de San Juan de los Lagos cuando apenas tenía doce años de edad contados a partir del 21 de junio de 1917.

    En el transcurso de los primeros meses, dentro de su nuevo hogar, recordaba con nostalgia el pueblo de donde había salido, no por vocación espiritual, sino por los constantes desencuentros tenidos con su profesor de sexto grado de la escuela Benito Juárez; desencuentros que le hicieron la vida imposible y, de prisa, lo obligaron a emigrar.

    En su mente, aún infantil, revoloteaban las historias contadas por sus padres Francisco Rojas y María Severiana Mena. Recordaba colgado de un clavo, en la pared, un dibujo a lápiz con el rostro adusto de don Juan Villaseñor y Orozco, el Viejo; cacique que engendró muchos hijos e hijas que se fueron entreverando con familias de linaje: Bocanegra, Orozco, Ávalos, Contreras, Cervantes y otras que dieron pie a la conformación del tejido social de la hacienda de Jalpa de Cánovas, Guanajuato, constituida por ricas tierras que tiempo después llegarían a manos del acaudalado irlandés Oscar Braniff quien hábilmente contrajo matrimonio con la heredera del emporio, María Guadalupe Cánovas Portillo, con la que formó una familia que consolidó una fortuna importante.

    Luis recordaba, de su terruño, a su padre Francisco a quien le apodaban el Mayoral por las actividades de capataz que desempeñaba; a su madre María Severiana y a sus hermanos y hermanas, once en total, que hacían una familia numerosa. Llegaban a su memoria las carreras de caballos, las corridas de toros y los jaripeos a los que siempre fue aficionado; la iglesia del Señor de la Misericordia, con su estilo gótico alemán, rodeada de campos de cultivo; su plaza y su mercado; la Casa Grande de la hacienda alrededor de la que nació el pueblo y la cual, tiempo después, conservaría en sus muros las perforaciones producto de los enfrentamientos entre las fuerzas federales y los cristeros comandados por el sacerdote Pedro González, su padrino de Primera Comunión, quienes desde lo profundo de sus almas hacían rugir, contra la humanidad del enemigo y al grito de: ¡Viva Cristo Rey!, sus pistolas y carabinas previamente bendecidas por los curas de los templos en la época del presidente Plutarco Elías Calles. Su mente de niño evocaba también, de aquellos rumbos, el molino de trigo y las trojes inmensas de cincuenta metros de altura en donde se guardaba el producto del lugar que, desde la época colonial, era la despensa triguera del país.

    Recordaba a Leticia compañera de sexto grado, su novia en solitario, de pestañas hermosas que enmarcaban unos ojos color miel que a él le parecían luceros bajados del cielo y el fresno bajo el cual tomó la decisión de ingresar al seminario, no por llamado divino, sino para librarse del maltrato que le daba, con regla en mano, su profesor de sexto grado.

    Al concluir sus estudios de filosofía, que cursó en Roma, el sacerdote Luis Rojas Mena con el grado de doctor en teología llegó a San Juan de los Lagos, Jalisco, donde inició su labor pastoral para ocupar después, en Saltillo, el cargo de rector del Seminario Diocesano. Continuó con la actividad encarriladora de almas en los poblados de Tala, y Lagos de Moreno, sitios en donde tuvo la oportunidad de proseguir con su misión de Fe hasta que Pablo VI lo nombró obispo de la Diócesis de Culiacán a partir de agosto de 1969.

    Cuando Rojas Mena llegó a la comunidad de Tala en tranvía pardeando la tarde su acompañante, sacerdote que iba al siguiente poblado, se despidió de él:

    —¡Suerte doctor Luis! —le dijo.

    —Gracias Padre. —Que le vaya bien— contestó Rojas Mena.

    Y fue todo.

    El nuevo párroco de Tala llegó a la casa en donde se hospedó durante algún tiempo; lugar en el que le asignaron un cuarto con puerta de acceso hacia el interior de la vivienda, y salida hacia la calle. Después de que sacó la ropa del veliz empezó su labor de acomodo que no terminó por el cansancio que llevaba a cuestas. Mañana será otro día, pensó. Se acostó a dormir y se soñó en la iglesia de San Francisco de Asís, centro neurálgico desde donde irradiaría su labor pastoral.

    En la madrugada escuchó un toc toc que le interrumpió el sueño. Abrió la puerta que daba a la calle y prestó oídos a una fuerte voz salida de un cuerpo rechoncho con sombrero, botas y pistola al cinto.

    —Buenas noches —Soy Eusebio—. Toda la gente de estos rumbos me conoce como Chebo. Vengo por asté pa’ que vaya a mi casa.

    —¿Qué se le ofrece a estas horas de la madrugada?

    Pos´ verá. Tengo un cochi grandote (puso la mano de canto e hizo una seña con ella). Está enfermo y como me dijieron que asté es dotor quiero que me lo cure. Es un animal, dotor, al que le tengo mucho consentimiento.

    Rojas Mena palideció. ¡Cómo explicarle a Eusebio que era doctor en teología y no en medicina!

    —¿Dónde está el animalito?

    —Verá asté, animalito, animalito no es; pero como le dije lo llevo muy dentro de mi consentimiento (se tocó varias veces el corazón con el puño derecho). Vengo por asté pa’ que me lo cure.

    Cuando el párroco llegó al corral que se encontraba al lado de la casa de Eusebio vio un puerco de gran tamaño. Está listo para que el matancero haga su trabajo, pensó para sus adentros. Tentó al animal y se dio cuenta que tenía calentura. Es fiebre, se dijo, y junto a un chispazo divino, bajado del cielo, le llegó la solución cargada de lógica.

    —Hay que bañarlo con mucha agua. Agárrelo a jumatazos.

    Eusebio bañó con abundante agua al animal y dijo:

    —Listo, —dotor.

    —Muy bien. Ahora vaya, despierte al boticario y compre estas medicinas (anotó en una hoja de su agenda diez cajas de Penicilina y diez jeringas). Que los frascos sean de los más grandes que encuentre —dijo a Eusebio—. Traiga también un litro de alcohol y un paquete de algodón.

    Cuando don Luis tuvo el antibiótico en sus manos respiró profundo; se encomendó al Señor, a la Virgen de Guadalupe, a toda la Corte Celestial y acto seguido, con la desinfección correspondiente, aplicó al puerco

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