EL OTRO LEONARDO
La figura de Benjamin Franklin ha pasado a la historia sujetando una cometa en un día de tormenta y con su rostro impreso en los billetes de cien dólares. Es el hombre que inventó el pararrayos y uno de los padres fundadores de Estados Unidos. Sin embargo, sus logros no terminan ahí. Son solo una muestra de lo que este político e inventor consiguió a lo largo de una prolífica vida dedicada a la ciencia, la diplomacia, los negocios y la cultura. Infatigable y polifacético, Franklin era la mezcla de dos arquetipos muy reconocidos de nuestro imaginario social: el “hombre hecho a sí mismo”, típicamente americano, y el “hombre del Renacimiento”, mitad filósofo y mitad científico, característico de la cultura europea. Tenía orígenes humildes, pero, gracias a su esfuerzo, inteligencia y habilidad para los negocios, logró hacer realidad el “sueño americano” de alcanzar el éxito y la prosperidad. Además, a pesar de no tener apenas estudios, fue un hombre de una inagotable curiosidad intelectual, un ilustrado a la manera de la Europa del xviii, que cultivó una gran variedad de campos del conocimiento y consiguió notables logros en muchos de ellos.
Un talento precoz
Benjamin Franklin nació en Boston el 17 de enero de 1706. Era el decimoquinto hijo de una familia de diecisiete hermanos. Su padre era originario de Inglaterra. En 1682, perseguido por sus creencias religiosas puritanas (una variante inglesa del calvinismo), huyó hacia Norteamérica con su primera mujer y madre de sus siete primeros hijos. Su segunda esposa, la madre de Benjamin, con quien tuvo al resto de la
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