Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Los poetas: Trilogía de los viajes de Amor, de Locura y de Muerte I
Los poetas: Trilogía de los viajes de Amor, de Locura y de Muerte I
Los poetas: Trilogía de los viajes de Amor, de Locura y de Muerte I
Libro electrónico270 páginas3 horas

Los poetas: Trilogía de los viajes de Amor, de Locura y de Muerte I

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Anduve por círculos eróticos, absurdos y escriturales hasta llegar al territorio del pensar del tiempo.

José Maluchar y Enérida, su mujer, toman el autobús en la caótica terminal de su tierra e inician el viaje a un encuentro de poetas en Zeta. Llegan a Santillo y en el amanecer alternan con conocidos en un círculo de excesos y desencuentros, protagonizado por escritores condenados a leerse unos contra otros, así como burócratas, políticos y periodistas de ridícula prepotencia.

En Zeta se viven días de lecturas, conferencias, altercados, exposiciones, escarceos sensuales y embriaguez de vino, ideas, imágenes y amor. En la postrera noche, los Maluchar entran al bar El Edén, donde conversan con narradores y poetas. Al escucharlos, absorben el éter filosófico de su verbo. El salón se llena de gente que hace un círculo en el que empiezan a decir el poema o el relato. Recuerdos escondidos emergen y enriquecen a cada compás la respiración de sus palabras.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento5 sept 2019
ISBN9788417856991
Los poetas: Trilogía de los viajes de Amor, de Locura y de Muerte I
Autor

José Carlos Mireles Charles

José Carlos Mireles Charles nace en Monclova (Coahuila) el 18 de julio de 1947. En 1963 va a San Luis Potosí a cursar bachillerato y carrera universitaria. Regresa a Monclova en 1972. Trabaja en el área informática de la industria siderúrgica y es catedrático universitario. Publica en diarios y revistas. Aparecen sus primeros libros. Es incluido en diversas antologías colectivas. En 1993 reside en Zacatecas. Labora en instancias culturales. Edita dos revistas de arte y literatura. Obtiene el grado de Maestro en Filosofía e Historia de las Ideas. En 2003 vuelve a Coahuila como profesor e investigador universitario. Actualmente se dedica a sus proyectos de creación literaria. Ha publicado cuatro libros de narrativa: Alianzas íntimas (1989), Más grande que la razón (1990), Los motivos del lobo (2000) y Narraciones del viento-El beso (2019). También, uno de teatro: Los siete pecados (2005). Este y tres obras más se han escenificado en varios teatros de la provincia mexicana.

Relacionado con Los poetas

Libros electrónicos relacionados

Ficción general para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Los poetas

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Los poetas - José Carlos Mireles Charles

    Los poetas

    Primera edición: 2019

    ISBN: 9788417915339

    ISBN eBook: 9788417856991

    © del texto:

    José Carlos Mireles Charles

    © de la ilustración de cubierta:

    Alejandro Cerecero

    © de esta edición:

    CALIGRAMA, 2019

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    A: José de Jesús Sampedro; Jesús De León; José Agustín; Martha Sanmiguel; Armando Adame; David Ojeda; Teódulo Carlos Flores; Francisco Javier Ramos Ramírez; Pedro Moreno Salazar; Marco Antonio Campos; Carlos Montemayor;

    Roque Rodríguez Uranga; Emilio Carrasco; Tomás Silvestre;

    Jesús Reyes Cordero; Rito Sampedro; Jesús Guajardo;

    Víctor Hugo Rodríguez Becker; Juana María Carrillo;

    Daniel Sada; Francisco José Amparán.

    Los Poetas

    es la primera novela de la

    Trilogía de los viajes de Amor, de Locura y de Muerte.

    La segunda es

    Autobús de Media Noche

    y la tercera,

    Placer de la Inteligencia

    .

    J. C. M. CH.

    Se miente más de la cuenta por falta de fantasía;

    También la verdad se inventa.

    A. Machado.

    Si la poesía ha sido el primer lenguaje de los hombres... cada sociedad está edificada sobre un poema.

    Octavio Paz.

    Es poéticamente como el hombre habita esta tierra.

    F. Holderlin.

    La profesión del poeta obliga a ser hombre.

    A. Blok.

    Escribir es dar.

    Jean Paul Sartre.

    Amada imaginación, lo que más amo de ti es que jamás perdonas.

    André Breton.

    Escribir es siempre el riesgo de decirlo todo, incluso —y sobre todo— sin saberlo.

    Julio Cortázar.

    Capítulo I

    Has hecho viajes dolorosos y alegres

    Has hecho viajes dolorosos y alegres

    Antes de darte cuenta de la mentira y del paso del tiempo

    Apollinaire

    No se me queje, amigo, las cosas son así y no hay vuelta

    Julio Cortázar

    Y uno se cree

    Que las mató el tiempo y la ausencia,

    Pero su tren

    Cobró boleto de ida y vuelta.

    Joan Manuel Serrat

    1

    Pedro Martínez me habló desde Zeta. Se refirió a un encuentro de poetas a celebrarse allá. Me había enviado por autobús la invitación, cuestión de formalidad, que nunca llegó.

    —Quiero que coordines algunas mesas de lectura, y aprovechar que va a estar aquí la mayoría del Consejo Editorial de Dos Picos, para afinar nuestros proyectos.

    Nuestros proyectos a los que se refería Pedro, son planes suyos realizados contra viento y marea. Hiperactivo y múltiple, él es director editorial, corrector, gerente de ventas, cobrador, encargado de finanzas, vocero y voceador, jefe de relaciones públicas, etcétera.

    Su tozudez conserva el equilibrio sobre la cuerda floja, y mantiene a flote su Magazín literario y la edición de libros, entre los que está el mío.

    —Tu libro de cuentos saldrá en febrero.

    El anuncio de Pedro avivó la ilusión del viaje de mis narraciones en busaca del lector abstracto.

    —El evento principal será la presentación de los últimos diez poemarios de la colección Praxis de Dos Picos —Pedro se refería a su plan editorial de publicar cien folletos, cien, con versos de cien poetas, cien. Cada año se habían editado 10.

    Martínez río recogiendo corrientes aledañas, llevándolas al mar de palabras y palabras.

    Ruidos extraterrestres avanzaron en líneas telefónicas. Entre ellos se perdió la voz de mi amigo.

    Poco después volví a escucharlo entre la ronca barahúnda que atacaba vías comunicantes.

    —Oigo rara tu voz —me dijo—. En un descuido el murmullo está en tu pecho y no en la línea. ¿No te han dado calenturas?..

    Flemas telefónicas obstruyeron frases de despedida.

    —...Componte —fue lo último que oí.

    Era uno de los pocos días de rigor helado y seco que hay al año en Muzerán, y sentí virus rasposos en mi garganta.

    Al colgar el teléfono, contesté con voz ronca a las preguntas que el semblante de Enérida, mi mujer, me hizo durante mi conversación telefónica.

    —Asistiremos al encuentro de poetas —concluí—. La próxima semana iremos a conseguir pasajes a Zeta.

    Esto deberíamos hacerlo el día de la partida, pues en Muzerán sólo hay una línea de autobuses, y en ella el azar revolotea en sus arribos

    y salidas.

    El gentío se amontona en una fila perpetua y descompuesta en torno a las taquillas. El boletero o boletera, misma cara de cartón, apenas asomas por ahí, exclama:

    —No se venden boletos hasta que llegue el camión.

    Y si preguntas:

    —¿A qué hora estará aquí?

    Recibirás idéntica respuesta. Prudente medida con cuyo anuncio contestan a cualquier cuestionamiento que se cuele a la taquilla.

    —¿Hay salidas a..?

    —No se venden boletos hasta que llegue el camión.

    —¿Cuánto cuesta..?

    —No se venden boletos hasta que llegue el camión.

    Sólo cambian su actitud cuando aparece un chofer e informa de asientos disponibles en su unidad que recién ha arribado.

    —Primero los que van más lejos —exige cara de cartón.

    Entonces aquello vuélvese una subasta.

    —Compro boleto a Zeta.

    —Yo a Todos Los Santos.

    —A Xilitlo.

    No importa si tu destino es Santillo, Mirarreyes o Rosacruz, ciudades localizadas a menos de doscientos kilómetros, mínimo adquieres pasaje por trescientos, si deseas tomar el autobús. Hay ilusos que confían en viajar directamente a un poblado cercano. Después de larga espera, los avezados usuarios de estos transportes les aconsejan:

    —Consigue boleto con trasborde.

    Expliquémonos: si vas a Rosacruz que se encuentra al norte, te venderán pasaje para trasbordar en Santillo que está al sur, allí pasarás a otra unidad y regresarás en ella hacia el norte pasando por Mirarreyes.

    Fui a paquetería del monopolio transportista a recoger la invitación que junto con algunos ejemplares del último número de su revista, me enviaba Pedro Martínez.

    —Estamos reorganizándonos. Daremos mejor imagen. Asistimos a un curso de motivación. Entregaremos todos los envíos y mostraremos nuestra sonrisa —me explicó el despachador mostrando una extraña mueca.

    Mi nombre no es muy común. Sin embargo, reclamé mi paquete y me dieron diez envoltorios. Dirección y ciudad a donde deberían ir no importaban: había un destinatario o aproximación que podría recibirlos, pues también recibí dos envíos que debían remitirse a Ciudad Costera y a alguien cuyo nombre coincidía conmigo sólo en un apellido.

    —Si no son suyos, serán de sus parientes —apuntó el despachador—. Lléveselos.

    Uno de estos paquetes iba dirigido a mi homónimo tracalero.

    Doce años atrás aparecieron por mi casa dos tipos entacuchados: Uno, tipo áspero, con rencor en el rostro, saco negro troteadón. El otro vestía traje de casimir inglés a 45 grados a la sombra, y portaba tremendo anillo de graduación en el dedo. Éste leyó mi nombre en voz bastante alta.

    —¿Es usted? —preguntó.

    Asentí atemorizado.

    —Deberá cubrir el importe de estos cheques, gastos legales y de cobranza, además nuestro viaje desde Rosacruz y viáticos.

    —Ah, caray. ¿Por qué?

    —¿Tiene usted moral? —me cuestionó el áspero.

    Consideré esa pregunta peliaguda. En cierto sentido todos tenemos una. Sin embargo, podría referirse específicamente a determinada moral y meterme a discutir este tema con perfectos desconocidos sería escabroso.

    —Bueno... —balbuceé.

    —¿No le da vergüenza? Ofender así a su difunta.

    Perplejidad total.

    —Mi cliente aceptó de buena fe sus cheques —Casimir inglés inició la arenga—. Imposible pensar que alguien en trance doloroso cubriría el importe del ataúd primero y más tarde gastos funerales, incluido servicio de café, con estos documentos sin fondo.

    Agitó frente a mi cara aquellos cheques rebotados.

    —Qué falta de respeto ante la muerte —concluyó el rencoroso.

    —Yo ni tengo chequera —aventuré.

    —Esto es escandaloso.

    —Tenga —el licenciado me entregó cartas en papel membretado de prestigioso despacho litigante—. Estos son nuestros requerimientos. Iré por el actuario que procederá al embargo.

    —Yo aquí me quedo —sentenció el otro—, es capaz de esconderse.

    —Tampoco tengo difunta reciente.

    —¿Qué significa reciente para alguien como usted?

    Nueva pregunta difícil. Podría internarme en la teoría de la relatividad y a darle. No obstante, mencioné una cifra.

    —¿Tres meses?

    —Sucedió hace un mes, señor.

    —¿Será de mi homónimo?

    —Seguramente. Su nombre es tan común.

    Sugerí llamaran al banco. Lo hicieron.

    Se disculpó el licenciado sin perder figura. El negociante funerario no lo hizo, sólo exclamó:

    —Ya me decía yo: No puede haber alguien tan monstruoso.

    El paquete recibido en la camionera, contenía sortija enviada por usurero rosacrucense a mi homónimo, quien siete años después del funeral seguía en las andadas. Esta remesa incluía misiva explicando que esa joya empeñada era falsa. «Sin embargo, tengo pagarés firmados por usted en mi poder». Finalmente el avaro sentenciaba: Recuerde, el lápiz no duerme.

    También recibí residuos vegetales que habían sido flores a utilizarse el día de difuntos en un año lejano. Sin embargo, ningún envoltorio era la dichosa invitación enviada por Pedro Martínez.

    Las fechas de aquellas remesas que me llevé a casa, variaban a lo largo de veinte años. Había ejemplares de diarios muzerenses enviados por mi padre a Todos Los Santos, cuando yo estudiaba allá. También había un periódico que yo le mandé a él. En esta publicación aparecía yo declamando excesos líricos juveniles; Junto a la foto había una nota sobre la Sociedad Literaria Chuchín Loredo. Vino a mí el recuerdo.

    Cada martes nos reuníamos a leernos nuestros versos. Acostumbrábamos aplaudirle al que participara. Luego venía una crítica francamente sentimental. Teníamos malosos en el grupo que declaraban: «Eso no sirve» o «Qué mugrero», y como contraparte, intolerantes. «A mí ningún pelagatos me critica».

    Hubo discusiones religiosas, políticas, filosóficas, metafísicas y locos.

    Celebrábamos nuestras sesiones en el museo casa del bardo Chuchín. Ahí fue a dar cierto espiritista. Deseaba pertenecer a nuestro gremio. Peinaba canas, traía portafolio café muy usado. Extrajo unos papeles.

    —No soy autor de esto —aclaró—. Los hicimos en trance.

    No más para abrir boca nos leyó textos de seres extraterrestres: Espíritus marcianos, venusinos y hasta de planetas desconocidos a la ciencia congregáronse y dictaron grandilocuentes frases al médium. Luego declamó poesía conjunta de Amado Nervo, Vargas Vila y Manuel Acuña, soplada a sus oídos y a coro por esas almas bohemias. Nosotros, tímidos principiantes, aplaudimos y reíamos bajito en una mezcla de perplejidad y burla. Por mí cruzó la idea de si no sería aquello una corriente novedosa.

    Nuestro visitante escudriñó animoso en el bonche enorme de papeles. Yo fungía como presidente y me pareció oportuno intervenir:

    —Sólo tres textos, por favor. Los compañeros también quieren leer.

    Miróme incomprensivo ante mi falta de entusiasmo.

    —Concluiré dando lectura a este poema de Jesucristo —sentenció.

    Contábamos en nuestro gremio con un pastor de la iglesia cristiana. Se alertó al oír aquel anuncio. Serio y atento escuchó la recitación. Enseguida inició mesurada disputa con el emisario espiritista. El religioso miembro se acaloró in crescendo y terminó retando al asustado espirituoso a un intercambio de golpes en el patio.

    Al no hallar respuesta a su reto, el predicador amagó con un correctivo físico dentro del solemne recinto. Lo detuvimos, pues la dosis amenazaba ser excesiva.

    Juan Perfecto fue otro célebre visitante. Vestía saco y corbata, hablaba aprisa y traía tarjetas de presentación acreditándolo como diputado federal. En nuestra literaria había politiquillos aficionados. Estaban ahí como cursando una materia en su carrera política, acumulando nombramientos a su currículum. Ellos le invitaron a Juan Perfecto una francachela en lujoso centro nocturno. Siguieron granjeándolo días después. Finalmente Juan les reveló un secreto: Él y no quien decían los diarios, sería el candidato oficial a la presidencia de la república. Decepcionados, aquellos aprendices de politiquería, alejaron a Perfecto de nuestra sociedad.

    Una noche presentamos en público a nuevos integrantes de la bohemia lorediana, entre ellos se encontraba Dalmacio Canto, simpático y lírico gordillo. Avezado santón cultural de Todos Los Santos apadrinó a los núbiles vates.

    Terminadas las lecturas, Juan Perfecto que se hallaba entre el público, intervino y dio su opinión. Con la honestidad propia de su locura declaró desastrosos aquellos poemas declamados por temblorosos principiantes.

    —A ver —agregó dirigiéndose al padrino—, ¿qué es poesía? Explíqueselo a estos muchachos. Usted sabe: lo que ellos leyeron no es poesía. Entre sus cosas y la literatura hay inexorable distancia.

    Aquella noche nos sentimos alumnos presentando examen sin haber estudiado, sólo con ganas de ser poetas. Todos reprobamos. Ante el lúcido juez no valieron apelaciones de nuestro santón.

    Juan Perfecto se coló a rigurosa pachanga celebratoria. Nos contó que era autor de un pase torero llamado la perfectina. Lo describió con lenguaje corporal y fonético. En esta suerte, el toro pasaba rozando toda la periferia del matador que se inclinaba y se erguía dando muletazos. Canto, aficionado a la fiesta brava, rompió el hielo ante su inflexible juez y entusiasmado se imaginaba aquellos maravillosos lances, hasta que Juan Perfecto colocó su puño cerrado con la muleta imaginaria sobre sus genitales y llamó al animal.

    —Disculpe —exclamó Canto un tanto desilusionado—, esta suerte ¿se hace con toro o sin toro?

    Éramos imán para dementes. Me presentaron una persona que en lugar de mencionar su nombre o fórmulas acostumbradas me informó que padecía dolor estomacal constante. Ya en las lecturas, al preguntarle su opinión sobre un texto, dijo dirigiéndose al poeta en turno:

    —Tú eres pariente de una curandera, ¿verdad? ¿Puedes darme su dirección?

    Al rato me acompañaba en la parada de autobuses. Subí al camión, él también. Siempre hablando de sus dolores causados por probables embrujos. Bajé del autobús y me siguió.

    —¿Vives por aquí? —pregunté.

    —No, en el centro.

    —Pues, yo ya llegué. Nos vemos después, ¿no?

    No dijo nada. Me escoltó al interior de la casa de asistencia. La dueña frunció el ceño al vernos.

    —¿Quién es él? —preguntó recelosa— Ya es muy noche.

    —Lo conocí en la tarde.

    —¿Cómo que lo conocí en la tarde?

    —¿Usted no es curandera? —intervino el pegajoso compañero—. Me embrujaron, o algo me echaron en la comida.

    —Bruja su abuela.

    —Ya murió —apuntó el visitante—. Seguramente la envenenaron.

    —Lléveselo —me ordenó molesta y se metió a su recámara.

    Mi acompañante y yo regresamos al centro.

    —Bueno, ahí nos vemos —me despedí—. Vete a tu casa.

    —Quiero acompañarte.

    —No, no se puede.

    Nada comentó, sólo me miró. Rostro indescifrable. Emprendí marcha acelerada. Él se emparejó y tomó mi paso. Entramos a un restaurantucho. Fui al baño, él conmigo. Empezamos a orinar. Terminé primero. Salí aprisa. En la calle inicié desaforada carrera. A una cuadra alcancé a verlo en la puerta. Él me miró y tomó hacia donde yo estaba. Aceleré mis pasos y entré a la alameda, donde pude perderlo.

    Canto llevó otro personaje que a mitad de nuestra sesión, hizo vibrar la mesa y gritó:

    —Ya me voy porque me están dando ganas de matarlos a todos.

    ¡Oh! Torpe poesía inicial: enloquecías locos e indiferenciabas cuerdos.

    —¡Ay! Que jóvenes tan monos.

    2

    Entre Muzerán y la frontera norte del país, hay 250 kilómetros. Seguido quedan

    braceros varados aquí por insuficiencia de recursos financieros. Estos, junto con quienes llegaron a nuestro pueblo buscando lo que no encontraron y quieren marcharse a otro sitio o regresarse por donde vinieron, permanecen días, en ocasiones semanas enteras en calidad de pedigüeños, esperando partir.

    —¿Me ayuda a completar mi pasaje?

    La compañía, apenas ve abultarse esta pobrería, destina autobús exclusivo para ella. Les vende boletos a mitad de precio y si algunos no completan el importe, podrán viajar, previo bolseo, entregando su activo circulante total. Según anuncian, este ómnibus parte con destino a cuantas poblaciones deseen ir sus pasajeros, aunque aquellas se localicen diametralmente opuestas. ¿A dónde se dirige? ¿Do arriba? Las ilusiones son elementos del viaje.

    Epigmenio y Prisca tienen serias dudas sobre esta peregrinación. Durante mucho tiempo se negaron a utilizar dicha unidad multiruta. Más tarde hallaron su modus vivendi en la estación camionera muzerense, y llevan ya tres y dos años viviendo ahí.

    Atenógenes tiene record de permanencia en esta terminal: once años. Al principio, con tal de obtener en una puja su pasaje, fue limpia coches, traga fuegos, malabarista con pelotitas.

    Al año repercutió en el país una crisis económica que oficialmente no existía (Esas son las peores, pues ¿cómo luchar contra algo inexistente?). Se llenaron las esquinas de pordioseros, lo cual provocó el arranque de campaña moralizadora (Da buena imagen de tu país), auspiciada por clubes de servicio. Éstos, tras sesuda investigación descubrieron lo siguiente: Los limpiavidrios, lanzallamas y malabaristas callejeros tienen mucho dinero y lo disimulan muy bien, y ¡horror! ganan cinco veces más que un profesionista. El fruto de estas indagaciones fue ampliamente divulgado, lema al calce: No des limosna a estos vivales; no contribuyas a su proliferación.

    Ante tales circunstancias, Atenógenes decidió ser carterista. Sin embargo, concluida su primera ratería, devolvió lo robado. Le atacó cierto temor a perder su residencia en aquella estación camionera, en la cual, perpetuamente iniciaba sus viajes. Prefirió seguir en actividades menos pecaminosas y durante nueve años fue taquero, cuida equipaje, mandadero, boleaba, auxiliaba a viandantes en adquisición de boletos, vociferaba por ellos, les hacía recomendaciones, coyoteaba…

    Al onceavo año, Atenógenes participó como acarreado en campañas electorales. Esto despertó su ansia contenida de viajar y afanándose logró que lo acarrearan a cuanto mitin hubo. En una semana recorrió 15 colonias y cinco rancherías. Se desgañitaba en vivas y porras al candidato. Fue el más gritón y empeñoso, hasta una matraca salió ganando y dinero, pues a él, como sobresaliente, en cada participación le dieron además de su taco de barbacoa y sus frijoles a la charra, compensación económica en reconocimiento a sus méritos.

    El día de elecciones, votó 50 veces: record individual, sin duda. Fue premiado y así consiguió suficiente para satisfacer sus renovadas ansias viajeriles. Sin embargo, Atenógenes había perdido interés en ir a donde se dirigía originalmente y no tomaba decisión del rumbo hacia el cual emprendería su odisea: ¿norte, sur, este u oeste?

    —¿Y si es noroeste o sureste?

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1