Un cuento de cal y otro de arena
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El modo absurdo es oportuno para unir sorpresa inicial y finales inesperados, pero en coherencia con las circunstancias y los personajes.
El surrealismo de alguna situación es afín a la vida real y las soluciones que los protagonistas concretos dan a sus conflictos no son surrealistas, sino completamente naturales y consecuentes con sus diversos caracteres y actividades.
En general, los protagonistas son masculinos, pero sin la intervención de la mujer muchas historias no tendrían sentido.
Se muestran personajes de cualquier edad, altos o bajos, serios o guasones, buenos o no tanto, que luchan por el mismo concepto: la dignidad de seres humanos con una errática conciencia de serlo.
El humor, la amistad y el amor, siempre presentes.
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Un cuento de cal y otro de arena - Enrique Arís Laborda
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© Enrique Arís Laborda
Foto de portada: Elyluz
Diseño de edición: Letrame Editorial.
Maquetación: Juan Muñoz
Diseño de portada: Rubén García
Supervisión de corrección: Ana Castañeda
ISBN: 978-84-1386-339-9
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.
A Georgina Guasch Medalla,
quien impulsó mi nueva etapa...
.
Asimismo, a los que me quieren,
a cuantos me han querido
y, por supuesto, a todos los demás,
sin ninguna distinción de edades.
Introducción
Alguien decía que los cuentos, para disfrutarlos y hallar su esencia, deben leerse igual que se lee la poesía: despacio… y de un solo tirón.
La polémica surge cuando se pretende armonizar los conceptos «cuento real como la vida» y «la vida es como un cuento». Por mi parte, siento la imperativa afirmación de que estos conceptos se superponen, sin duda… Por esto son importantes los cuentos, pues nos ofrecen retazos de la vida real. Unas veces, nos la muestran dulcificada; recrudecida, otras; las más, simplemente, desnuda; en el fondo, siempre para mostrar el auténtico relieve de las cosas, como hacen las sombra al resaltar la belleza que permanecía encubierta…
El reto de los cuentos está en intentar encajar en unos pocos párrafos lo mucho narrado por esa vida, aunque no siempre nos satisfagan los asuntos que nos relata: ¿así es la vida?, pues así deben ser los cuentos.
Confieso que al iniciar mis escritos, tengo la firme intención de trazar un auténtico cuento sin más… Pero empiezo riéndome con algún personaje o voy inquietándome con las historias que cuentan otros y acabo preocupado, perdido por lo que les pueda pasar…
Os deseo de corazón que localicéis las certezas encerradas en los cuentos para que cuando os topéis con ellas, sepáis reconocerlas y aceptarlas para siempre o soslayarlas definitivamente, puesto que en cualquier lugar que miremos, no solo hallaremos un cuento, sino la verdad que se oculta en él, como un claroscuro que nos acerca más a la ficción que representa vivir…
Os ruego que no perdáis la afición por los cuentos, porque es mejor leerlos con plena conciencia que vivir el desconcertante cuento de la vida sin llegar a percibirlo…
EAL
AMIGAS PARA SIEMPRE
Observó el mar desde la azotea de su vivienda. Su mirada se extendía más allá de la reluciente superficie. Nadie la observaba; no por falta de gente; sin más, nadie se preocupaba de ella… Desde la altura, alzó la mirada hacia el cielo interminable. Consideró otros lugares, otras gentes, otros mundos y… se arrojó al vacío exhalando un desesperado gemido…
Habían pasado seis meses desde que conoció a su mejor amiga. Fueron meses de entendimiento y bienestar, durante los cuales ambas sintieron que habían hallado a su auténtica alma gemela. Durante ese tiempo, transcurrido en una constante avenencia y colaboración, se inundaron de paz…
La vio aparecer cansada, en busca de un lugar donde reposar. Aunque ambas tuviesen un color parecido, al instante la percibió especial y, al observarla con detenimiento, la encontró, sin duda, hermosa. Su terso cuerpo relucía por el roce del sol deslizándose por su piel; su porte era muy distinguido, en cierta manera, afín al suyo. Deambulaba con tal soltura que se apropiaba del espacio, y las miradas de la gente, sorprendidas por su presencia, recaían sobre ella, obsequiándola con tiernas sonrisas.
Como su tamaño era bastante superior al suyo, se inquietó un poco al verla más de cerca.
—¿Cómo te llamas? —preguntó al llegar.
—Me llamo Palmira. Y tú, ¿cómo te llamas?
—Me llamo Gala…
—Qué nombre más curioso. ¿Y de dónde vienes, Gala?
—La verdad es que vengo de tierras muy lejanas, a través del mar, sobre un enorme buque. Casi no entiendo cómo he podido llegar hasta aquí…
—¿Estás muy cansada? —se interesa Palmira.
—Pues sí. La verdad es que me encuentro bastante agotada.
Palmira se sintió bien junto a Gala desde el primer momento, y no dudó en ofrecerle su casa para que pudiese descansar.
—¡Oh!, estaría contentísima, Palmira. No esperaba algo tan agradable después de un viaje tan largo. Acepto encantada.
—A mí me harás feliz. Cuando hayas descansado, podremos hablar cuanto quieras.
—Te tomo la palabra; me encanta hablar y lo hago por los codos, como la gente dice.
Ambas marcharon a casa de Palmira con el presentimiento de que se iniciaba una muy buena amistad.
Al despertar, Gala tuvo una grata sensación de paz. En cierta forma, se extrañó porque siempre vivía a ras de suelo, como suele decirse; en cambio, la vivienda de Palmira estaba ubicada a bastante altura. Pero sintió tal hambre que no quiso darle más vueltas al asunto.
—¡Qué bien me siento! He dormido genial. El hambre me devora y agradecería poder comer cualquier cosa que tengas…
—Hola, bella durmiente. Me ha gustado verte descansar. Ahora mismo te traigo algo; en realidad, no tengo demasiadas cosas…
—Me da igual lo que sea. Cuando salgamos, yo misma te proporcionaré mi plato favorito: pescado.
—¡Uf!, no. El pescado no puedo ni olerlo.
—¿De veras? No me lo creo…
—Pues es cierto. Bueno, ya hablaremos de nuestras preferencias. Ahora te daré unas simientes que te van a gustar.
—¿Simientes…? ¡Vale!
Palmira, después de ver a su amiga literalmente engullir su comida, le propuso ir a deambular sin rumbo fijo para hablar con tranquilidad.
Durante el paseo, juguetearon y hablaron de cuanto se les ocurrió con el deseo de conocerse.
—¿Cuándo tienes pensado continuar tu viaje, Gala? —se interesó Palmira.
—Pues…, la verdad, no lo sé. Me gustaría volver con el mismo velero que me trajo aquí, pero van a repararlo y el trabajo les llevará varios meses. Si no puedo permanecer en este lugar, tal vez me vaya con otro barco.
—¡Gala, puedes quedarte en mi casa el tiempo que sea necesario si tú quieres; no hay ningún inconveniente!
—¿No te importunaré, Palmira? Me sabría fatal agobiarte.
—Me encantaría que lo hicieses, puedes estar segura. Y, si me molestas, simplemente, te echo —acabó diciendo entre las risas de ambas…
Puestas de acuerdo, las dos nuevas amigas continuaron con andanadas de preguntas de todo tipo. Estaban ávidas por conocer cosas la una de la otra mientras se explicaban con vehemencia, interrumpiéndose sin cesar o hablando a la vez. Iban juntas de un lugar a otro en un auténtico vuelo y se maravillaban de las diferencias existentes entre sus mundos. La iniciada amistad las iba a convertir en inseparables.
—¿Tienes pareja, Palmira?
—Pues no, ni tengo intención de tenerla de momento…
—¿Por qué?
—Porque en mi ambiente me obligan a ser muy sumisa y yo amo mi libertad. Aquí los machos son muy machos.
—Hablas con dureza de ellos. Pero te entiendo. En mi mundo las relaciones son muy ancestrales y yo también soy muy independiente. La ventaja es que, mientras yo no quiera, nadie tiene por qué meterse conmigo: de sumisión, ¡nada!
—Pues aquí, cuando te ponen el ojo encima, no hay forma, Gala: persiguen que te persiguen, como si fuesen tus dueños. Eso sí, con muchos arrumacos, muchas carantoñas y todo lo que se te antoje, pero no te dejan en paz ni un minuto…
Las amigas tenían en común el saber disfrutar de la naturaleza. Días en los que el sol, suavizado por una discreta brisa, desparrama su fuego sobre sus cuerpos, permitiéndoles planear sobre los sueños de alcanzar cuantos lugares quieran —como ocurre en este preciso momento—, serán días inolvidables para nuestras amigas. La serena quietud del ambiente en este pueblo próximo al mar es para ellas un bálsamo bienhechor que recordarán…
—Hay algo que me cuesta hacer, Gala.
—¿El qué?
—Todos sabemos el esfuerzo que representa lograr alimentarse, pero a mí me cuesta demasiado conseguirlo, soy más feliz al poder deambular en libertad y divagar por los aires. ¿Comprendes…?
—¡Claro que te entiendo! Pero, ¿sabes?, a mí me pasa todo lo contrario: la actividad física me hostiga de manera constante y esto es una gran ventaja a la hora de procurarme la subsistencia… No te preocupes, al menos nuestra amistad nos permitirá complementarnos. Mientras estemos juntas, me preocuparé de este asunto si a ti te parece…
Durante los meses que siguieron —sin querer plantearse las realidades que llegarían sin remisión— se pusieron de acuerdo para armonizar las diferencias que existían entre ellas, lo cual les permitió alcanzar no solo su mutua comprensión, sino una mayor amplitud de miras ante la vida.
—Gala, antes ya me ocurría, pero desde que hemos compartido tantas ideas me doy cuenta de la estrechez de conceptos de este lugar y abrigo más que nunca el deseo de marcharme, de navegar hacia otras oportunidades de libertad.
—No me extraña que te sientas así. Percibo que aquí estás encerrada en rutinas que tú misma te impones por el ambiente en que has vivido…
—Es increíble lo que he aprendido contigo, Gala. Nunca me había decidido a mirar de frente cuanto ocurre alrededor. Incluso mis intereses van más allá de lo que hasta ahora me había atrevido a desear…
Gala quería ver a Palmira más despreocupada, puesto que «juntas podríamos llegar allí donde nos propusiésemos» —le decía—, y la animaba a que tuviese fe en que era cierto. A Gala le parecía genial la idea de permanecer unidas; sí, genial y sorprendente. l
—¿Sabes lo que he pensado, Palmira…?
—Aún no, pero lo voy a saber dentro de un momento —bromea.
—¡Cada vez más perspicaz, amiga! —se burla—, pero tienes razón.
—¡Bueno, dímelo ya!
—Podría ser muy bueno para las dos que te vinieses conmigo cuando el barco esté en condiciones de zarpar.
Por extraño que parezca, Palmira no se había planteado esta posibilidad. Por un momento quedó suspendida en el aire, como si no fuese capaz de coordinar las ideas.
—¿No sería un inconveniente para ti, Gala? ¿Estás segura de lo que me dices? Casi no puedo creerlo…
—Pues créelo, porque te lo digo muy en serio. ¿Acaso no quieres que estemos juntas?
—¡Claro, claro que quiero! Es lo que he deseado todos estos meses. Solo buscaba el momento para proponerte lo contrario…
—¿Lo contrario…?
—Sí, que fueses tú la que se quedase conmigo…
—Yo estoy muy acostumbrada a la libertad; hasta tú misma, en el fondo, quieres marchar de aquí. Con sinceridad, creo que sería mejor que fueses tú la que cambiase de aires…
—Tienes razón… Sería mejor así, Gala… Ya hablaremos, ¿te parece…?
El sonido de las gaviotas atemperaba el ambiente