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Los tres peregrinos
Los tres peregrinos
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Libro electrónico137 páginas2 horas

Los tres peregrinos

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Un joven indio se infiltra en las actividades clandestinas de las sectas extremistas orientales con el fin de prevenir al mundo Occidental de las actividades del terrorismo. Descubierto, horas antes de ser torturado hasta la muerte, las fuerzas de tierra, mar y aire de los Estados Unidos, con el soporte de España y otros países, se dan a la tarea de salvarlo; y se da comienzo a la fascinante operación de rescate jamás antes contada. Un adolescente, de solo dieciocho años, de humilde hogar y en paupérrima pobreza, deja a sus padres. Y, armado de un machete, escasa experiencia y mucho valor, se lanza al Desierto de Arizona, desafiando el hambre, la sed, las fieras, los reptiles y la muerte misma, para realizar su sueño, pero no el sueño americano hacia la prosperidad material, sino la beatitud de su espíritu.
Un bebé es salvado de las garras del mal al momento de nacer. Luego de ser abandonado, a la puerta de un monasterio en Salzburgo, crece y es dotado de poderes extraordinarios: levanta personas y objetos en vilo, sana enfermos terminales, profetiza y lee las mentes; es hijo de una bruja escandinava, una hechicera a la puerta del infierno. Pero, este hijo, podrá entregar sus poderes a cambio servir a un bien superior. ¿Qué relación tienen estas fascinantes historias? ¿Qué o quién une los propósitos y los destinos de estos héroes? Para saber las respuestas, debemos también conocer el cuarto personaje: el misterioso ser, el que invita a estos tres jóvenes a un peregrinaje por los cantábricos paisajes de un sendero hacia Santiago de Compostela y el camino hacia la perfección del espíritu. Con experiencia en el mundo literario y mi acostumbrado estilo narrativo, os ofrezco un texto cargado de suspenso… Un "thriller" que palpitará en tu interior y te llevará a la concientización de que, en el camino del bien, la meta final es fortalecer el espíritu que llevas en ti. C.A. Duarte
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 nov 2021
ISBN9788411142656
Los tres peregrinos

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    Los tres peregrinos - Ciro Alfonso Duarte

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    Créditos

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Ciro Alfonso Duarte

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1114-265-6

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

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    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    IMPRESO EN ESPAÑA – UNIÓN EUROPEA

    .

    Al Espíritu Santo, fuente de luz y sabiduría.

    A mi esposa Ana Isabel,

    mi abnegada colaboradora en esta obra.

    Los tres peregrinos

    Salió de la sacristía y, al pasar frente al Santísimo, en una venia respetuosa, un fraile, encapuchado y de espesa barba, brevemente posó su rodilla derecha sobre el suelo e inclinó la cabeza. Se dirigió hacia una capilla, de puertas enrejadas con barrotes de hierro; entró y cerró las puertas. Adentro, había un pequeño altar y, a un costado de la pared, un confesionario. Al lado de la casilla de este se hallaban tres jóvenes, cuyas fascinantes historias estaban ligadas a la razón de estar sentados allí: confesarse y recibir instrucciones. Lentamente, el fraile entró en el confesionario, y acomodó en su regazo el blanco cordel que le servía de cinturón. Descobijó su cabeza, echando hacia atrás el gorro del hábito de capuchino y, en silencio, oró por un momento.

    Era la catedral de Santiago de Compostela, España, y estaba llena de peregrinos. También era la celebración del año jubilar del santo, y la peregrinación de caminantes sobrepasó las cifras antes registradas para tal ocasión.

    Los senderos de la romería a Santiago de Compostela serpentean entre riscos y montañas; nacen como puntas de un abanico, a lo ancho de la península ibérica, y convergen en la plaza de la catedral. Entre los caminos más conocidos, se encuentra el Camino de la Plata, desde Sevilla o Cádiz, en el que se recorren alrededor de mil kilómetros, en unos cincuenta días. Y también están: el camino francés, el portugués y una docena más de senderos existentes desde Francia, a lo largo del filo de la cordillera cantábrica, España y Portugal.

    En los días cercanos a la víspera del año «jacobeo», los caminos estaban más traficados por peregrinos que en cualquier otra época. Llegaban continuamente; entraban a la ciudad los que habían recorrido al menos seiscientos kilómetros, durante unos treinta días desde algún punto de inicio. Y también llegaban los que solo habían caminado los 115 kilómetros requeridos, como mínimo, para recibir la Compostela —el certificado que otorga el Cabildo de la Catedral de Santiago de Compostela, a través de la oficina de atención al peregrino de la Catedral de Santiago, en la comunidad autónoma de Galicia, España.

    Los motivos para transitar el camino de Santiago varían según la disposición personal de cada individuo; aunque en su gran mayoría, por razones anímicas, sea el crecimiento espiritual o la sanación interior. Algunas personas lo hacen como una simple búsqueda por «encontrarse consigo mismas»; otras para «ventilar su mente» respecto a sus vicisitudes afectivas; peregrinan también, las que, por la fe y por razones de salud, ofrecen la caminata como un acto de penitencia para su sanación... Y, entre otros objetivos, el de recorrer estas rutas como un medio de turismo económico.

    Desde hace algún tiempo, la característica del peregrino caminante la complementa un par de bastones y una mochila, a la que le pegan la concha de vieira marina —distintivo del Apóstol Santiago—, para darse un merecido premio, pues ello significa un duro logro, y para algunos, el más importante de sus vidas. Los recién llegados se distinguen por sus caras agotadas y en no pocos casos, porque cojean, a causa de las ampollas en sus maltrechos pies. Otra particularidad es su fétida sobaquina, y muchos, por no encontrar donde asearse, permanecen sudorosos y malolientes, todo sea dicho.

    En esa especial ocasión, y la celebración del año jacobeo, la disponibilidad de camas se había agotado en los albergues de Santiago y sus alrededores, y los hoteles estaban ocupados con reservas desde hacía más de un año. Por consiguiente, en las noches, la gente dormía en los andenes de las avenidas, las estaciones de tren y buses, y hasta en hamacas colgadas de los árboles en los parques.

    Ese día, la catedral celebraría siete misas, algunas en castellano, gallego y otros idiomas. Y al final de cada misa se exhibía el «botafumeiro» —un enorme incensario, colgado del techo de la catedral por una larga cuerda— que, ocho hombres, denominados «tiraboleiros», impulsaba y lo hacía oscilar, a lo largo de las dos principales alas de la catedral, hasta casi tocar el techo de las mismas. En el espacio de tiempo entre las misas, algunos peregrinos se confesaban mientras una monja practicaba con los feligreses los cantos, en el idioma correspondiente a la próxima eucaristía. Fue, anterior a la primera misa de esa mañana, el momento en que nuestros tres jóvenes, a puerta cerrada en la capilla, esperaban turno para confesarse.

    Rafiq.

    —Hijo, ven al frente —dijo el fraile al primero de los tres, que se encontraban al lado del confesionario.

    Era un joven, de mediana estatura, tez morena y refinadas facciones. Acató la invitación del fraile y se colocó de rodillas frente al confesionario. La luz entraba a la casilla de tal manera que hasta ahora el joven no había podido verle el rostro; pero, cuando el religioso se inclinó hacia adelante, el joven lo reconoció y quedó asombrado. «¡Dios mío, es él!», pensó, pero no se atrevió a saludarlo, de la manera que lo haría con un conocido, y prefirió continuar como si no lo hubiera visto nunca.

    —Puedes confesarte en la lengua que desees —dijo el fraile en idioma urdu.

    —Soy Rafiq —dijo el joven.

    Le llevó un momento reponerse. Empezó la confesión y, a la vez, en su mente, se desató la narrativa de la fascinante historia que el fraile —un misterioso ser— ya conocía.

    De padre indio y madre española, Rafiq nació en Nueva Delhi, ciudad capital, al noroeste de la India. Era el comienzo de la década de 1970 y Muhammad Rafiq Hasan, su padre, había logrado hacer una modesta fortuna. Trabajaba en los cultivos clandestinos de amapola y la recolección del opio, bajo el control de una secta extremista islámica, en las áreas cercanas a Lahore, Pakistán, y Kabul, Afganistán. También era dueño de pequeños negocios en Kabul, Lahore y Nueva Delhi.

    Muhammad Rafiq estaba incómodo en su corazón, y con la secta yihadista para quien trabajaba; era consciente de que «andaba» en un camino torcido. A esto, se agregaba el peligro que representaba la recién iniciada guerra, entre los muyahidines afganos y las tropas invasoras rusas de entonces.

    A medida que la secta aumentaba sus actividades terroristas, Muhammad Rafiq decidió pedir ayuda. Discretamente, acudió a solicitar asilo en la embajada de España, y el consulado de esta le concedió una residencia. Fue allí donde Muhammad Rafiq, hombre apuesto y finos modales, conoció a María del Carmen, una hermosa empleada del consulado español. Su mutua atracción no se prolongó por mucho tiempo, y pronto formaron un hogar. Maricarmen, como prefería que la llamaran, era una mujer piadosa y formada en la religión católica.

    Al poco tiempo, Muhammad Rafiq se vio acosado y vigilado por los miembros de la secta yihadista, como resultado de su unión marital con una «infiel». No solo había violado el código musulmán, de no casarse con mujer no musulmana, sino también el hecho de que era una mujer occidental; para colmo, había sido un matrimonio católico.

    Por su parte, Muhammad Rafiq se había criado bajo la influencia del hinduismo, en India, su tierra natal, pero no era un practicante hinduista y menos un musulmán convencido. Devota esposa y cristiana, Mari Carmen logró instruirlo en la fe católica, y Muhammad Rafiq encontró en ella un propósito espiritual para su vida. Cuando Mari Carmen dio a luz, Muhammad Rafiq se hizo bautizar junto con su pequeño hijo, al que también llamó: Rafiq.

    A medida que el conflicto en Afganistán crecía y se prolongaba, Muhammad Rafiq se vio, cada vez más, envuelto en una guerra en la que él, indirectamente, se hacía partícipe. Sus zonas de trabajo se convirtieron en terrenos peligrosos, y se sentía vigilado por la secta, a la que también consideraba un posible enemigo. Su trabajo, como tenedor de libros y finanzas, se convertía en una actividad de terror y en contra de la paz. Un asunto era trabajar en los plantíos de amapola, otra cosa ser parte de un movimiento terrorista.

    Para afrontar su situación, se le ocurrió que debía empezar por vender sus negocios. Quería utilizar su privilegiada posición, dentro de la organización terrorista, para servir a la paz; pero, ante tan peligrosa idea, primero debía sacar su familia de la India. Necesitaba ayuda y protección, más allá de una simple residencia otorgada para vivir en un país extranjero. Para lograr su fin, se le ocurrió que había un par de lugares a donde acudir.

    Secretamente, contactó la embajada americana y la embajada británica. Ante la valiosa información que Muhammad Rafiq podía suministrar y su ofrecimiento de proporcionarla, las dos embajadas otorgaron visas de residencia a la familia Hasan, y también concretaron un plan para convertirlo en un agente «informante», bajo toda protección para él y su familia.

    La vida tomó un rumbo inesperado. Muhammad Rafiq vendió las tiendas y empezó a reinvertir su fortuna en el Occidente. Cauteloso y prudentemente, invirtió el dinero que obtuvo de sus tiendas en exportaciones de textiles y productos orientales y lo canalizó a Europa y los Estados Unidos. Ayudados por los familiares del matrimonio, Mari Carmen se encargó de abrir almacenes en Madrid, Londres, Nueva York, y

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