Aunos treinta y tantos kilómetros al noroeste de Granada, encontramos una pequeña aldea, con menos de 250 vecinos, enclavada en la zona más abrupta de los Montes Orientales, pero que da nombre al municipio de Moclín. Antes de que culminara la Reconquista, se alzaba en tiempos una estupenda fortaleza árabe: Hisn Iqlim, expresión hispano-árabe que vendría a significar algo así como “lugar o castillo del distrito”, pero que una versión más romántica prefiere traducirlo como “fortaleza de las pupilas” (“Hisn al-Muklin”). En cualquier caso, la fortaleza árabe constituía un imponente recinto amurallado, que se encaramaba sobre las rocas fusionando sus torreones con la cruda orografía de un collado agreste que, todavía hoy, insinúa su naturaleza defensiva.
La alcazaba debió erigirse mucho antes de la segunda mitad del siglo XIII, pues algunos cronistas mencionan los primeros intentos por conquistarla allá por el año 1280. Cabe suponer que la fortaleza debió estar erigida hacia el 1250, aprovechando la privilegiada elevación del terreno con objeto de defender el Reino Nazarí de Granada del avance de las tropas castellanas, que ya se avistaban aproximándose desde la actual localidad de Alcalá la Real, limítrofe en la provincia de Jaén.
El MILAGRO necesario para justificar que la villa se convirtiera en objeto de peregrinación se produjo justo un siglo después cuando, ya iniciado el siglo XVII y siempre según la tradición popular, un sacristán recobró la vista perdida como consecuencia de una afección de cataratas.
Habría que esperar hasta casi finalizada la Reconquista cuando, en julio de 1486, dos mil cañones sitiaron la fortaleza. Aquel fue el detonante para una refriega en la que las huestes cristianas emprendieron un cruel y despiadado asedio, que terminó obligando a las tropas