En su camino durante el destierro, tendido en su lecho, Rodrigo Díaz de Vivar (¿1048?-1099) tuvo una visión en la que se le aparecía el mismísimo San Pedro anunciándole que no le quedaba más de un mes de vida: “Tú mismo, después de muerto –le vaticinaba–, serás el que dé triunfo en esta batalla. El apóstol Santiago te ayudará…”. Cumpliendo la profecía, el espectro del Cid, armado con su Tizona y a lomos de su fiel e inseparable Babieca, culminó su cruzada contra el “moro infiel”, sembrando el terror entre los musulmanes que todavía continuaban en reino cristiano…
LA APARICIÓN DE LÁZARO
Para el catedrático e hispanista Colin Smith (1927-1997), este y otros episodios se integran entre las leyendas tejidas durante el siglo XIII por los monjes de San Pedro de Cardeña – el monasterio desde donde partió el Cid en su destierro y que abrigaría su tumba–, después de percatarse del reclamo turístico que significaba la sepultura del Cid como hito para quienes peregrinaban a Compostela. A estas crónicas pseudobiográficas habría que añadir un disperso ramillete de romances compuesto alrededor del año 1360 –algunos autores la remontan al 1300, aunque el texto más antiguo ha sido datado del 1400– con el título de Mocedades de Rodrigo. Sus orígenes se remontarían a un hipotético manuscrito de la segunda mitad del siglo XIII, hoy desapareci- do, y que sería conocido como Gesta de las mocedades de Rodrigo. Precisamente inspirándose en estas leyendas, siglos más tarde, Guillén de Castro (1569-1631) compuso su obra teatral Las Mocedades del Cid (1615).
El armado con su Tizona y a lomos de su fiel e inseparable Babieca, culminó su cruzada contra el “moro infiel”, sembrando el terror entre los musulmanes que todavía continuaban en reino cristiano.