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¿Autor devoto o refinado hipócrita?: Fernando Martagón ante la Inquisición
¿Autor devoto o refinado hipócrita?: Fernando Martagón ante la Inquisición
¿Autor devoto o refinado hipócrita?: Fernando Martagón ante la Inquisición
Libro electrónico132 páginas1 hora

¿Autor devoto o refinado hipócrita?: Fernando Martagón ante la Inquisición

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Información de este libro electrónico

En la Nueva España, la fama pública de numerosos eclesiásticos se basaba en su buen desempeño en el púlpito y el confesionario, así como en la publicación de libros religiosos. Dos manuales devotos le valieron a Fernando Martagón su ingreso en la Biblioteca Hispanoamericana Septentrional de Beristáin de Souza. En este célebre repertorio, Marta
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 oct 2021
ISBN9786075643090
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    ¿Autor devoto o refinado hipócrita? - Olivia Moreno Gamboa

    ¿Autor devoto o refinado hipócrita?

    Fernando Martagón ante la Inquisición

    Olivia Moreno Gamboa

    Primera edición impresa, 2021

    Primera edición electrónica, 2021

    D.R. © El Colegio de México, A.C.

    Carretera Picacho-Ajusco 20

    Ampliación Fuentes del Pedregal

    Alcaldía Tlalpan

    14110 Ciudad de México, México

    ISBN impreso 978-607-628-196-3 (obra completa)

    ISBN impreso 978-607-564-267-3 (volumen 12)

    ISBN electrónico 978-607-564-309-0

    Conversión gestionada por:

    Sextil Online, S.A. de C.V./ Ink it ® 2021.

    +52 (55) 52 54 38 52

    contacto@ink-it.ink

    www.ink-it.ink

    Índice

    Primera Parte

    Del autor al individuo,

    una aventura inesperada

    Segunda Parte

    ¿Vocación errada o crisis de la orden?

    Los franciscanos de México

    a finales de la Colonia

    Tercera Parte

    Viles intereses y sucios deleites

    Cuarta Parte

    Devoción, confesión y transgresión.

    Aspectos de la vida cotidiana

    en el caso de Martagón

    Fuentes y bibliografía

    Sobre la autora

    Primera parte

    Del autor al individuo, una aventura inesperada

    Mientras iniciaba una investigación sobre el impreso devocional novohispano, un libro publicado a finales del siglo xviii en la ciudad de México —tan pequeño como el que ahora tienes en tus manos— me llevó a descubrir al fraile y sacerdote franciscano Fernando Martagón (1733-1804).

    Martagón no fue un escritor prolífico y sólo se sabe que llevó a la imprenta tres cortos trabajos durante su larga vida. Sin embargo, su Manual de ejercicios espirituales para practicar los santos desagravios de Cristo, publicado por primera vez en 1781, tuvo numerosas reimpresiones, por lo que bien puede considerarse un best-seller de la literatura devocional. Su éxito fue tal que continuó publicándose después de la Independencia y a todo lo largo del xix. La edición más reciente —corregida y aumentada— que localicé de este libro en una biblioteca pública data de 1891; el conocido editor francés Charles Bouret la imprimió en Bélgica para el mercado mexicano, en pleno auge del Porfiriato.

    Los impresos piadosos despertaron mi curiosidad hace más de una década, cuando comencé a trabajar con inventarios de libros del siglo xviii en el Archivo General de la Nación. Por esos años mis investigaciones se centraban en el estudio del comercio de libros en la Carrera de Indias y, de manera particular, en las librerías, los cajones y los puestos de libros de la ciudad de México, temas a los que nos introdujo la profesora Cristina Gómez a varios estudiantes que cursábamos el posgrado. En esos años me interesaba observar el desarrollo de estos negocios en el espacio urbano, conocer sus fuentes y mecanismos de abastecimiento y su oferta editorial. Pronto advertí que en esos inventarios abundaban los libritos y cuadernillos devotos; en algunos comprendían, incluso, la mayoría de los títulos. Supe desde entonces que los impresores y los grandes libreros de la capital los consideraban menudencias por ser productos tipográficos de pequeñas dimensiones y escaso número de folios. La ausencia de encuadernación era otro rasgo común a ellos, así como su registro y avalúo en unidades de manos o resmas, en virtud de las grandes cantidades de ejemplares que se importaban de España y distribuían en todo el virreinato, una vasta oferta a la que se sumaba, por supuesto, la producción doméstica.

    Los comerciantes usaban indistintamente el término devocionario para referirse a dos clases de textos o fórmulas editoriales: estaban, de una parte, las oraciones no litúrgicas, como novenas, septenarios y días, y por la otra, los métodos o manuales de ejercicios. Los primeros eran folletos pequeños de 12 centímetros y alrededor de 30 páginas. Los segundos, en cambio, adoptaron la forma de libros de bolsillo en razón de su finalidad práctica; tenían entre 100 y 200 páginas impresas en octavo (15 a 18 centímetros). Muchos de estos métodos anexaban oraciones, alabanzas y canciones. Fue así como comencé a familiarizarme con los devocionarios de la época y pude constatar la oferta de las librerías locales.

    Estos impresos volvieron a llamar mi atención cuando desarrollaba una investigación de mayor aliento sobre la imprenta y los autores novohispanos en el siglo xviii, motivada por una serie de inquietudes que compartía con el profesor Enrique González, estudioso de las universidades y los letrados en la Época Moderna. Para este trabajo realicé un exhaustivo ejercicio de cuantificación de la producción tipográfica de las ciudades de México y Puebla, a partir de catálogos bibliográficos. Conforme avanzaba me fui dando cuenta de que los devocionarios, lejos de disminuir, se multiplicaban año con año. Una interrogante me surgió entonces: ¿por qué en pleno siglo de la Ilustración, cuando el virreinato recibía, supuestamente, las primeras luces de las ciencias y la filosofía modernas, estos impresos aumentaban hasta abarcar un tercio de la producción? El fenómeno ameritaba cuando menos un capítulo aparte, pues no se reducía a un mero asunto de cifras.

    Diversas fuentes de la época colocaban el devocionario en manos de todos: monjas, catedráticos universitarios, religiosos y clérigos, mercaderes, mujeres de la nobleza, artesanos, sirvientas, tenderos… Importado de Europa y también producido en Nueva España en grandes cantidades, hoy imposibles de calcular, el devocionario llegaba a todos los sectores sociales del medio urbano. Su persistencia en las prensas y su amplia difusión y consumo, planteaban un fenómeno más complejo, de índole cultural.

    En años recientes los acervos públicos nacionales y extranjeros han puesto a la vista de los investigadores numerosas obras antiguas antes desconocidas. También han registrado las distintas ediciones, emisiones y reimpresiones de un mismo título, lo cual resulta de enorme utilidad para sopesar, entre otras cosas, su relevancia en el ámbito editorial. Los proyectos de catalogación y digitalización realizados en México han sido fundamentales para la historia de la imprenta y el libro. Y en el caso particular de los devocionarios y otros impresos de uso cotidiano —y por ello efímeros— la digitalización ha contribuido a valorar su papel como mercancía cultural y testimonio de las creencias y prácticas religiosas de la sociedad durante la Colonia y el México independiente.

    En el siglo xviii un nutrido grupo de eclesiásticos se dedicaron a la preparación de libritos devotos en las principales villas y ciudades del virreinato. Aunque hubo autores en todas las órdenes religiosas —y ya avanzado el setecientos también en el clero secular o diocesano—, los más prolíficos y admirados fueron siempre los jesuitas y los franciscanos. Es bien sabido que sus institutos hicieron de la oración y los ejercicios espirituales un importante vehículo de edificación y disciplina. Al amparo de estas dos grandes órdenes, de sus ideales y saberes, se fundaron numerosas congregaciones de fieles laicos en Nueva España. En el plano social, su principal objetivo era brindar asistencia a sus integrantes en situaciones de pobreza y enfermedad, y en el espiritual, asegurar la salvación de su alma mediante la práctica cotidiana de actos litúrgicos y religiosos.

    El auge de estas asociaciones en el medio urbano —pensando en particular en las de españoles— favoreció el aumento de la demanda de impresos piadosos desde finales del xvii. Además de papeles de carácter normativo (reglas, constituciones, patentes de agregación, etc.) indispensables para el gobierno de las hermandades, las imprentas locales publicaban oraciones dedicadas a sus advocaciones tutelares y, cada vez con mayor frecuencia, ejercicios adaptados ex profeso a sus usos y costumbres. No sobra decir que los gastos de impresión de estos papeles y libritos corrían por cuenta de las propias congregaciones, o bien, de ricos patronos que participaban en sus juntas de gobierno.

    En Nueva España, y en general en el mundo católico, era tradición que los curas y capellanes de iglesias, santuarios y ermitas escribieran oraciones en honor de las imágenes que se veneraban en esos lugares. Era una forma de fomentar la piedad de los fieles y la visita del templo, así como de obtener limosnas adicionales, fruto de la venta de los impresos. Estos recursos podían destinarse a la restauración de la imagen y su retablo o la manutención de la propia iglesia.

    También fue común que los directores y prefectos espirituales de las congregaciones escribieran manuales para enseñar a la comunidad a realizar determinados ejercicios de meditación y mortificación que, en lo esencial, copiaban el ya tradicional modelo ignaciano, es decir, los Ejercicios espirituales de Loyola. En consonancia con el espíritu de la Contrarreforma, la finalidad última de estas guías era fomentar la práctica de los sacramentos entre los laicos, en particular el de la penitencia, que en el mundo católico era obligatoria.

    La publicación de textos devotos contribuyó a que estos eclesiásticos ganaran cierto reconocimiento como autores. Si bien en la mayoría de los casos su público lector se limitó a los miembros de las hermandades a su cargo y a su propia feligresía, los autores de libros exitosos —como los desagravios franciscanos y las meditaciones jesuitas para la buena muerte— se dieron a conocer más allá de sus ámbitos de actuación inmediatos porque sus impresos, y con ellos su nombre, se difundieron en las principales urbes del virreinato.

    Algunos autores aprovecharon las portadas y las páginas preliminares de sus libros (como las dedicatorias) para destacar sus méritos literarios; hacer gala en un impreso de los grados académicos y los cargos desempeñados en la Iglesia era un viejo recurso de promoción letrada que estos modestos escritores no dudaron en explotar a su favor. Otros, además, utilizaron sus pequeñas obras para conseguir la protección de personajes poderosos en beneficio de sus corporaciones o la suya propia; tal fue el caso, como veremos, del padre Martagón.

    La creciente demanda de textos piadosos en Nueva España trajo consigo la aparición de verdaderos especialistas en su escritura

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