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Libros, librerías y bibliotecas: La secularización de las lecturas en Yucatán, 1813-1862
Libros, librerías y bibliotecas: La secularización de las lecturas en Yucatán, 1813-1862
Libros, librerías y bibliotecas: La secularización de las lecturas en Yucatán, 1813-1862
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Libros, librerías y bibliotecas: La secularización de las lecturas en Yucatán, 1813-1862

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A través de los años se ha destacado la idea de que los libros fueron vehículos del cambio intelectual. Es así que los libros fungen como vehículos de difusión en el proceso de secularización, a la vez que indican la pérdida del monopolio de la religión en la cultura y en la construcción del conocimiento y en la formación de subjetividades seculari
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 sept 2020
ISBN9786078741014
Libros, librerías y bibliotecas: La secularización de las lecturas en Yucatán, 1813-1862
Autor

Melchor Campos García

Doctor en historia, profesor-investigador del Centro de Investigaciones Regionales «Dr. Hideyo Noguchi» de la Universidad Autónoma de Yucatán, docente de la Licenciatura en Comercio Internacional y del posgrado en Gobierno y Políticas Públicas de la Facultad de Economía. Sus investigaciones regionales se desarrollan en el campo de la historia social, la historia cultural, en particular historia del libro y las lecturas, y la cultura política. Entre sus trabajos más recientes se encuentran: «Recepciones del Quijote y temas cervantistas en Yucatán, 1780-1861»; «Temor del desorden. El respeto bajo asedio en Yucatán, 1808-1821»; «El amparo a la Compañía Tipográfica Yucateca: régimen político y prensa (1895-1933)» y autor principal del libro, La biblioteca de un «peligroso novador»: Vicente María Velásquez, 1773-1828.

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    Libros, librerías y bibliotecas - Melchor Campos García

    A Blanca, mi amada esposa.

    A mis hijos Hannah Esperanza y Melchor Mathías, todo mi amor.

    Agradecimientos

    En la revisión de la hemerografía y captura de la información en Excel recibí la ayuda de Paulina Álvarez Gamboa. También agradezco a Yndhira Vergara Castillo por la consulta de testamentarías y libros de notarías del Archivo General del Estado de Yucatán. Agradezco a la Universidad Autónoma de Yucatán el apoyo brindado a la publicación del presente libro. El interés institucional por desarrollar la investigación científica y de impulsar la cultura libresca constituye un factor en la formación de una sociedad más humana y crítica. Sin libros no hay futuro de nuestro pasado y presente. Sin libros estaríamos condenados a un futuro sin historia ni humanidad.

    Introducción

    Robert Darnton ha establecido que la historia del libro tiene un propósito fundamental: comprender cómo se transmiten las ideas a través de la letra impresa y de qué forma «la exposición a la palabra impresa» tiene efectos en el pensamiento y comportamientos tanto individuales como sociales.¹ La idea de que los libros fueron vehículos del cambio intelectual, que precede o amenaza con detonar las revoluciones liberales, fue producto de la propia Ilustración, en la cual se depositó una fe optimista en el hombre y su capacidad racional e intelectual en el cambio de prácticas y costumbres, para así emanciparlo de situaciones de dominación.²

    La historiografía de la Ilustración privilegió el estudio de las ideas y la difusión de los «grandes textos» o los textos más significativos de los philosophes (Voltaire y Montesquieu) y de la generación ilustrada (Diderot, D’Alembert y Rousseau). A pesar de fijar la relación de los ilustrados con el proceso de secularización o descatolización de la sociedad, como los deístas (Hume, Rousseau, Montesquieu o Voltaire) y los materialistas ateístas (Holbach, La Mettrie o Diderot), nuevas investigaciones han demostrado que los ilustrados mantuvieron creencias religiosas (católicas, cristianas o protestantes), al mismo tiempo que fueron combatientes anticlericales, contrarios a la religiosidad y la suntuosidad externas, además de ser partidarios de la religión interna y sobria. En ese sentido, así como hubo una ilustración laica y atea, hubo ilustraciones donde fue compatible religión, ciencias y reformismo. Así, en España, los ilustrados impulsaron la conciliación entre Razón y Religión, y pugnaron por reformas en la Iglesia y el culto.³

    La relación final Ilustración-Revolución ha sido cuestionada en las obras de Roger Chartier, poniendo énfasis en que los propios hombres de la Revolución eligieron y reivindicaron a los philosophes como antecesores, vínculo teleológico propagado por los liberales y conservadores.⁴ A pesar de las precauciones por establecer una relación mecánica, o condicionada, entre posesión del libro (o su circulación) con su lectura, pensamiento y acción,⁵ la secularización de las lecturas fue una de esas condiciones que hicieron posibles los cambios.

    Por lo que se refiere a la secularización,⁶ Max Weber la caracterizó como un proceso de emancipación de la sociedad moderna, la ciencia, el arte y la moralidad de la religión, adoptando la racionalización; por lo tanto, a mayor modernización, menor religión. En su planteamiento original, Peter Berger entendió la secularización como «el progreso por el cual algunos sectores de la sociedad y de la cultura son sustraídos de la dominación de las instituciones y los símbolos religiosos».⁷ Un proceso de «pérdida de significación social» de las instituciones y símbolos religiosos de la sociedad y la cultura que se divide en tres dimensiones: 1) la separación entre Iglesia y Estado; 2) la reducción de contenidos religiosos en las artes, filosofía y literatura, «y sobre todo en el despertar de la ciencia» totalmente secularizada; y 3) la transformación de la «conciencia» hacia la producción de una subjetividad con visión secular y plural del mundo y de la vida.⁸

    Los libros tienen una doble función en el proceso de secularización: por un lado, fungen como vehículos de difusión y, por otro lado, indican la pérdida del monopolio de la religión tanto en la cultura, como en la construcción del conocimiento y en la formación de subjetividades secularizadas. Desde la perspectiva de la sociología de Pierre Bourdieu, los libros son cultura objetivada, cuyo consumo o lectura crean cultura subjetivada, por lo que, a final de cuentas, son portadores de la secularización.

    En ese contexto, Reinhard Wittmann ha demostrado el incremento del comercio del libro en la Feria de Leipzig que llegó a 3 906 títulos en 1800, el triple de los expendidos 35 años atrás, lo que es un indicador del creciente cambio en el gusto del público por temas seculares, destacándose una oferta del 21.45 % en obras literarias. El abanico de lecturas era amplio: novelas, periódicos, panfletos y pasquines. Aunque en Alemania hubo una reacción de la elite intelectual contra la literatura y la afición por las novelas, Wittmann sostiene que la revolución de la lectura no impidió «el despertar de la conciencia política del público», por el contrario, fomentó respuestas antifeudalistas y anticlericalistas, en general antiautoritarias, «que con tanta frecuencia aparecían en la literatura amena de moda como en las publicaciones periódicos de tema político».

    En el caso español, la biblioteca barroca se caracterizó por sus contenidos religiosos, en especial por la teología tradicional, moral, apologética, devocionarios, vidas de santos, sermones, catecismos y otros temas del catolicismo tridentino. Las bibliotecas profesionales podían oscilar entre derecho canónico o derecho romano; la literatura se componía de obras clásicas del Siglo de Oro español, fábulas, sátiras y epístolas, en vez de novela, teatro y poesía.¹⁰ De distinta conformación, la biblioteca ilustrada muestra un descenso gradual, según el caso, en materia religiosa, albergando temas de conciliación entre religión y ciencia o razón, cristocéntricos, jansenistas o regalistas, junto con otros tradicionales, como derecho civil, y sobresalen los temas práctico-profesionales. Hubo un cambio de contenido en las obras de historia, la cual pasó de ser erudita o narrativa, a estar derivada de interpretaciones historiográficas con nuevos ámbitos de interés, tales como ciencias, filosofía, educación y economía. Incluso los diccionarios se han de considerar como indicadores del cambio intelectual manifestado en las bibliotecas particulares (por el interés del castellano, francés, italiano, inglés, entre otros, aunque pervivió el latín con una tendencia hacia la baja) y en aquellas pertenecientes a curas, juristas, intelectuales y políticos,¹¹ así como la existencia de diccionarios técnicos y científicos.

    La estadística elaborada a partir de contenidos temáticos en bibliotecas asturianas muestra una modesta pérdida de interés por los libros eclesiásticos (35 %) hacia las últimas tres décadas del siglo XVIII, asimismo, demuestra un moderado ascenso en ciencias y otras disciplinas, y una disminución en libros literarios.¹² También se observa ese mismo esquema en el sector de comerciantes de Madrid, en tanto que la aristocracia poseía un contenido armónico de obras de «innovación y el tradicionalismo», mientras que el grupo burgués (profesionista) del siglo XIX reunía bibliotecas marcadas por la modernidad y el progreso (81 %), con un segmento religioso del 12 %, y de temas diversos el 7 %.¹³

    Fuente: Encio Recio, Barroco e ilustración, 42.

    De acuerdo a un cálculo realizado por Irving A. Leonard durante los siglos XVI y XVII se puede estimar que el 70 %, o más, de los libros embarcados para las colonias eran de asuntos religiosos, en tanto que la parte complementaria estaría integrada por libros de poesías, drama y novelas (caballerescas, pastorelas, picarescas y de corte), así como de estudios escolásticos de leyes, historia, política, humanidades clásicas y medicina.¹⁴

    Durante la primera mitad del siglo XVIII, en los libros de la Carrera de Indias se muestra una continuidad de contenido Barroco, pero durante la segunda mitad, se observa la reducción de los libros religiosos, quizá como impacto de la expulsión de los jesuitas, con un retroceso de la escolástica y un incremento de autores de la corriente de «novadores», que se propusieron combatir errores y establecer la armonía entre religión y ciencia. Asimismo, en las bibliotecas particulares, se introducen de manera sigilosa las obras de los ilustrados franceses e ingleses.¹⁵

    En México, según ha observado Cristina Gómez Álvarez, la historiografía del siglo XVIII ha sostenido y sigue insistiendo en que las lecturas ilustradas tuvieron un impacto predominante en el movimiento insurgente mexicano. Asimismo, que el conjunto de libros de los racionalistas franceses, a los que la elite criolla tuvo acceso, destruyó «el dominio ideológico de la Iglesia y agudizó los conflictos con los valores modernos».¹⁶ Su exhaustivo análisis sobre el comercio de libros entre España y la Nueva España de 1750 a 1820 revela que, en las últimas cuatro décadas de la Colonia, las lecturas religiosas descienden sensiblemente en un 15 %, pero no se incrementan en la misma medida las científicas (8 %), en cambio el gusto por la literatura muestra un ascenso mayor (11 %).

    Fuente: Cristina Gómez Álvarez, Navegar con libros. El comercio de libros entre España y Nueva España (1750-1820) (México/Madrid: Universidad Nacional Autónoma de México/Trama Editorial, 2011) 92-93, 112-113.

    Los estudios de la investigadora demuestran que en la última década del siglo XVIII el clima intelectual novohispano sufrió un proceso de secularización al desplazar a los temas eclesiásticos como vertiente dominante en la bibliografía, abriendo paso a libros de literatura, historia y ciencias.¹⁷ También propone que, durante la segunda mitad de aquella centuria, los libros civiles estaban en ascenso, dejando atrás el predominio del libro religioso. Pero, ¿qué tan irreverentes fueron las lecturas? La idea de un Hidalgo con lecturas rousseaunianas ha sido desmitificada, y aunque se sabe de la circulación de las obras de Rousseau, Voltaire y Montesquieu en la Nueva España, las de mayor difusión fueron las de Benito Feijoo, Miguel de Cervantes y Juan Martínez Parra, «una mezcla de lecturas de ciencias —o popularización de ella—, literatura y religión».¹⁸ Esa era la característica del intelectual y las bibliotecas del reformismo borbónico.

    Aunque ha sido criticado el paradigma de una elite criolla intelectual con pensamientos seculares y liberales previa a los cambios políticos,¹⁹ los actores de la época consideraban a los libros e impresos como vehículos de transmisión del cambio intelectual, con efectos de detonar revoluciones, reformas liberales o generar impactos no deseados. De acuerdo al testimonio de Lorenzo de Zavala (1788-1836), en sus años de estudiante en el Seminario de Mérida a principios del siglo XIX, eran desconocidas las obras de Bacon de Verulamio, Newton, Galileo, Locke, Condillac, Voltaire, Volney, Rousseau, D’Alembert, entre otros.²⁰ Relación de autores ilustrados a los que Justo Sierra O’Reilly (1814-1861) agregó a Montesquieu, Holbach, Condorcet y Filangieri, así como otros estadistas, políticos, filósofos y publicistas.²¹

    Aunque previo al régimen gaditano, Sierra asegura que «pocos libros» llegaban a puertos yucatecos. En el contexto del liberalismo español, el intelectual campechano estableció la tesis de desentrañar «el hilo de nuestras revoluciones políticas» a partir de las lecturas del padre Vicente María Velásquez (1773-1828), fundador y líder de la sociedad sanjuanista durante el liberalismo doceañista español. Pero Sierra revela que entre «la muchedumbre de libros que (los sanjuanistas) hicieron circular con la mayor profusión» se encontraba la Destrucción de los indios por los españoles, de fray Bartolomé de las Casas.²² Ese fue «el pernicioso libro —continúa Sierra—, aceptado sin crítica, que se hizo circular más en Yucatán en un pequeño epítome, de que hemos visto muchas copias».²³ También estableció la conexión entre una lectura sin crítica, criterio o credulidad del padre Velásquez con su absurda «reforma social» que atizó «los ánimos de la muchedumbre ignorante, que abría los ojos por primera vez».²⁴ Es decir, el texto de mayor influencia en los sanjuanistas fue una obra muy censurada de 1552, reimpresa en 1812, no los canónicos títulos y autores de la Ilustración.

    A partir de los descubrimientos sobre la secularización de las lecturas de principios del siglo XIX y los hallazgos de una Ilustración que convive con la religión, resulta pertinente preguntarnos: ¿qué leyeron las clases políticas y elites culturales en Yucatán entre 1813 y 1862?, ¿cuáles fueron los contenidos temáticos del repertorio de libros en venta y con demanda en el periodo?, ¿qué obras ofrecieron las primeras bibliotecas establecidas en Mérida y Campeche?, ¿cuál fue la composición temática en las bibliotecas particulares?, finalmente, ¿qué tan secularizados se encontraban los contenidos temáticos del conjunto de repertorios de libros identificados? Nuestro objeto de estudio es la oferta, el acceso a la lectura en bibliotecas públicas y la posesión de libros de autores españoles —por lo que toca a los últimos años de la Colonia— y de escritores extranjeros entre las clases políticas, elites culturales, y grupos dominantes de Mérida y Campeche.²⁵ El propósito central consiste en caracterizar el proceso de secularización de las lecturas que acompañan, como bien precisa Gómez Álvarez,²⁶ los cambios en Yucatán, que van desde el régimen liberal español hasta las Leyes de Reforma.

    El periodo de estudio inicia con la introducción de la primera imprenta en 1813, en el contexto del régimen liberal español (1810-1814). Durante esa etapa, en la sociedad meridana surgió una tendencia asociacionista de personajes reformistas del Antiguo Régimen que supieron aprovechar la libertad de impresión con fines de propaganda reformista.²⁷ La tributación indígena a la Iglesia dividió a la sociedad en sanjuanistas, partidarios de la abolición de las obvenciones parroquiales, y rutineros —incluyendo a un amplio sector del clero— defensores de mantener aquellas contribuciones, entre ellos el cura de Hoctún, Raymundo Pérez y González. La sociedad sanjuanista, bajo el liderazgo del padre Vicente María Velásquez, capellán de la iglesia de San Juan, tuvo repercusiones en las primeras décadas del Yucatán independiente, y en la formación de algunos intelectuales y políticos de suma importancia, como Lorenzo de Zavala, entre otros.

    Con la restauración del régimen liberal español (1820-1821), hubo un reacomodo de fuerzas entre los sanjuanistas, quienes reajustaron sus objetivos hacia la consumación de la independencia; en tanto que la camarilla, integrada por un sector de liberales y constitucionalistas, intentó serle fiel a la España liberal. Aquellas discrepancias se agudizaron durante la Primera República Federal, bajo los liderazgos de los comerciantes José Tiburcio López Constante y de Pedro José Guzmán. Luego de la abolición de los tributos y las obvenciones indígenas, en octubre de 1820, las Cortes españolas suprimieron las órdenes religiosas. La ejecución del decreto en Mérida ocurrió con violencia y hubo una destrucción masiva de reliquias del Convento Mayor de franciscanos, incluyendo su extensa biblioteca y archivo provincial.²⁸ En el México independiente, el acto más destacado en materia religiosa fue la suspensión de la coacción civil de pagar el diezmo decretado por el presidente Valentín Gómez Farías en noviembre de 1833, y aplicado en Yucatán por José María Meneses, encargado del obispado en sede vacante de 1827 a 1834.

    El primer centralismo en Yucatán (1835-1839) desató un movimiento liberal que expulsó al ejército de Campeche y separó provisionalmente a la península de la República en 1839. Aires liberales de cambio soplaron en la sociedad yucateca. Manuel García Rejón fue el autor intelectual de la Constitución Estatal de 1841, que significó un paso importante hacia la separación de las funciones entre Estado e Iglesia, la libertad de conciencia y la libertad de imprenta. También fue una etapa de nuevas sociabilidades literarias y liberales, periodismo cultural,²⁹ político y mercantil, nuevas instituciones educativas y, por supuesto, de gran circulación de libros.

    Aunque aquella década de 1840 transcurría entre agitaciones internas y conflictos político-militares con el centralismo mexicano,³⁰ lo peor estaba por llegar. A raíz de las enemistades locales y nacionales, con frágiles alianzas indígenas, en la coyuntura de la invasión norteamericana, la tormenta estalló con furia en julio de 1847. Los campesinos mayas, bajo el liderazgo de Jacinto Pat y Ceclio Chí encabezaron una gran rebelión conocida como la Guerra de Castas, que amenazó con expulsar la presencia blanca de la península.

    La recuperación de la vida económica, cultural y social ocurrió lentamente durante la década de 1850, con inestabilidades regionales catalizadas por la Revolución de Ayutla (1855) y el avance de las fuerzas liberales que reajustaron la relación del Estado con la Iglesia (1855-1861),³¹ dando paso a secularizar la enseñanza. De modo que, en esos años de consolidación del comercio y circulación de libros, el gobierno funda el Colegio Civil Universitario, que desplazó las materias eclesiásticas en sus estudios y emprendió la sustitución de textos. Aunque la duración del Colegio fue efímera, por la intervención francesa para imponer la segunda monarquía, representó el «primer ensayo» de secularización en la enseñanza superior.³²

    De esta manera, la primera parte de la obra presenta el análisis de la oferta y demanda de títulos en el mercado de Mérida y Campeche, a partir de la publicidad de los anunciantes particulares (vendedores y compradores), casas mercantiles y oficinas de imprentas que abarcan el periodo comprendido entre 1813 y 1862. El primer capítulo se ocupa del estudio del corpus de libros reunidos y se distinguen dos etapas para su exposición: la primera de 1813 a 1839, marcada por la abolición de la Inquisición, al mismo tiempo que pervive la religión de estado y su protección; la segunda de 1840 a 1862, marcada por la secularización discontinua y combatida, pasando por la Constitución yucateca de 1841, que retiró la protección a la religión y estuvo en vigencia en varios momentos de aquella década, así como la Constitución Federal de 1857, la separación de la Iglesia y el Estado (1859), y, finalmente, por las Leyes de Reforma. El capítulo segundo analiza la oferta de libros en las dos primeras casas especializadas en el comercio de libros: la librería del joven Pedro Elizalde y Escudero, y la de Rodulfo G. Cantón. Asimismo, se aborda el análisis de las primeras bibliotecas públicas y gabinetes de lectura, contando con el estudio del catálogo del gabinete establecido en Campeche. Para finalizar la primera parte de la obra, el capítulo tercero realiza un balance general de los títulos encontrados en el periodo y una discusión sobre la secularización de la lectura en Yucatán.

    La segunda parte de la presente obra evalúa los repertorios reunidos por diversos personajes: en el capítulo tres se analiza la biblioteca del malogrado juez Pedro Elizalde y Escudero y, en el capítulo cuatro, a través de los inventarios post mortem de bienes testamentarios, se aborda la posesión de libros por parte de 22 personas fallecidas en el periodo. El conjunto de inventarios complementa nuestro estudio de títulos que circularon en la sociedad yucateca, asimismo, permite abordar la relación de los repertorios de libros con las trayectorias de sus propietarios.

    En la sección de Apéndices se entregan dos reconstrucciones correspondientes a la lista de libros adquiridos en España por el cura López Constante en 1822, y la biblioteca de Pedro Elizalde y Escudero. El Apéndice 3 complementa al capítulo 5, ya que presenta una selección de cinco inventarios de libros pertenecientes a personas emblemáticas del periodo, que por sus actividades religiosas, políticas o educativas pueden considerarse modalidades en sus respectivos segmentos profesionales.

    ¹ Robert Darnton, «¿Qué es la historia del libro?», Prismas. Revista de Historia Intelectual 2, núm. 12, (2008): 135.

    ² La relación entre Ilustración y sus efectos revolucionarios fue fijada por Daniel Mornet, citado por Mónica Bolufer Peruga, «De la historia de las ideas a la de las prácticas culturales: reflexiones sobre la historiografía de la Ilustración», en Josep Lluís Barona, Javier Moscoso y Juan Pimentel, eds., La Ilustración y las ciencias para una historia de la objetividad (Valencia: Universitat de València, 2003), 22.

    ³ Bolufer Peruga, «De la historia…», 23, 24.

    ⁴ Bolufer Peruga, «De la historia…», 28.

    ⁵ Roberto di Stefano, «Religión y cultura: libros, bibliotecas y lecturas del clero secular rioplatense (1767-1840)», Bulletin Hispanique 2, (2001): 511-541; Idalia García Aguilar, «Suma de bibliotecas novohispanas: hacia un estado de la investigación», en Idalia García y Pedro Rueda Ramírez, comp., Leer en tiempos de la Colonia: imprenta, bibliotecas y lectores en la Nueva España (México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2010) 281-307; Robert Darnton, El beso de Lamourette. Reflexiones sobre historia cultural (México: Fondo de Cultura Económica, 2010); Cristina Gómez Álvarez y Guillermo Tovar de Teresa, Censura y revolución. Libros prohibidos por la Inquisición de México (1790-1819) (México: Trama Editorial/ Consejo de la Crónica de la Ciudad de México, 2009); Cristina Gómez Álvarez, «El liberalismo en la insurgencia novohispana: de la monarquía constitucional a la república, 1810-1814», Secuencia 89 (2014): 9-26.

    ⁶ La discusión sobre la secularización como teoría de la relación entre la Religión y la Modernización se encuentra en distintos autores, incluyendo el abandono que realizó Berger de su teoría inicial, y otros debates sobre la secularización como fenómeno excepcional europeo. La observación de la decreciente práctica religiosa en lugares sacros no implica necesariamente pérdida, ya que puede incrementarse la «religión invisible». Fernando Arlettaz, «La laicidad vista desde el paradigma de la secularización», en Antonio Pelé, Oscar Celador Angón y Hilda Garrido Suárez, eds., La laicidad (Madrid: Editorial Dykinson, 2014) 211-212; Julio de la Cueva Merino, «Conflictiva secularización: sobre sociología, religión e historia», Historia Contemporánea 51 (2015): 365-395.

    ⁷ Peter L. Berger, Para una teoría sociológica de la religión (Barcelona: Editorial Kairós, 1971), 154.

    ⁸ Berger, Para una teoría…, 155.

    ⁹ Reinhard Wittmann, «¿Hubo una revolución en la lectura a finales del siglo

    XVIII

    ?», en Guglielmo Cavallo y Roger Chartier, Historia de la lectura en el mundo occidental (Madrid: Grupo Santillana de Ediciones, 2001), 529.

    ¹⁰ Luis Miguel Enciso Recio, Barroco e ilustración en las bibliotecas privadas españolas del siglo XVIII. Discurso leído el día 17 de marzo de 2002 en la recepción pública de d. Luis Miguel Enciso Recio y contestación por el excmo. sr. d. Vicente Palacio Atard (Madrid: Real Academia de la Historia, 2002) 37.

    ¹¹ Álvarez Santaló, citado por Enciso Recio, Barroco e ilustración…, 38-40.

    ¹² Enciso Recio, Barroco e ilustración…, 63-64.

    ¹³ Enciso Recio, Barroco e ilustración…, 208-211.

    ¹⁴ Teodoro Hampe Martínez, «La historiografía del libro en América hispana: un estado de la cuestión», en Idalia García Aguilar y Pedro Rueda Ramírez, Leer en tiempos de la Colonia: imprenta, bibliotecas y lectores en la Nueva España (México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2010) 59-60.

    ¹⁵ Carlos Alberto González Sánchez, «Barroco versus Ilustración en el tráfico atlántico de libros», en Bulletin Hispanique 113, núm. 1 (2011): 404-405.

    ¹⁶ Cristina Gómez Álvarez, «Libros, circulación y lectores: de lo religiosos a lo civil (1750-1819)», en Cristina Gómez Álvarez y Miguel Soto, coord., Transición y cultura política. De la Colonia al México independiente (México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2004), 16.

    ¹⁷ Gómez Álvarez, «Libros…», 39.

    ¹⁸ Gómez Álvarez, «Libros…», 16, 37.

    ¹⁹ Modelo interpretativo cuestionado por los resultados de la posesión de libros en la Nueva España en el periodo previo al inicio de la insurgencia mexicana, en Gómez Álvarez, «Libros…», 39.

    ²⁰ Lorenzo de Zavala, Ensayo histórico de las revoluciones de México desde 1808 hasta 1830 (1831-1832) (México: Fondo de Cultura Económica/ Instituto Cultural Helénico, 1985), vol. 1.

    ²¹ Justo Sierra, «Noticia sobre la vida pública y escritos del Excmo. Sr. D. Lorenzo de Zavala, antiguo secretario de estado y ministro plenipotenciario de la república en París», en Lorenzo de Zavala, Viaje a los Estados-Unidos del Norte de América, por d. […] antiguo ministro de Estado de la República mexicana. Con una noticia sobre su vida y escritos, por d. Justo Sierra (Mérida: Imprenta de Castillo y Compañía, 1846), 9.

    ²² Justo Sierra O´Reilly, Los indios de Yucatán. Consideraciones históricas sobre la influencia del elemento indígena en la organización social del país (1857) (Mérida: Ediciones de la Universidad Autónoma de Yucatán, 1994) vol. 1, p. 281.

    ²³ Sierra O’Reilly, Los indios de Yucatán…, 285. Posiblemente se trataba de la edición londinense de Servando Teresa de Mier impresa en 1812 con su «Discurso preliminar». Nota de Carlos R. Menéndez a pie de página, 285.

    ²⁴ Sierra O’Reilly, Los indios de Yucatán…, 286.

    ²⁵ Desde la segunda mitad del siglo

    XVIII

    , en Yucatán hubo un esfuerzo de alfabetización sostenido en la amplia geografía de centros urbanos y pueblos de alta densidad maya. Ese proceso de occidentalización caló en diversos grupos étnicos, autoridades y principales indígenas. Véase Gabriela Solís Robleda, Las primeras letras en Yucatán: la instrucción básica entre la Conquista y el Segundo Imperio. (México: Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, 2008). Sobre esa base, la circulación de impresos y libros desde los centros urbanos alcanzó a las elites locales durante las tres primeras décadas del siglo

    XIX

    . Edgar Santiago Pacheco, «Lectores y flujos informáticos en Yucatán a principios del siglo

    XIX

    (1800-1825): un acercamiento histórico a través de la noticia política», (Mérida: Tesis de Maestro en Bibliotecología y Estudios de la Información, Universidad Nacional Autónoma de México, 2007). Considérese también, la referencia de arriba sobre la propagación de libros realizada por los sanjuanistas y dirigida a grupos sociales más amplios. Incluso hay indicios del interés de algunos caciques indígenas por los libros. Jacinto Pat, vecino de Tihsuco, adquirió la Historia de Yucatán del franciscano Diego López de Cogolludo en la imprenta de Gerónimo del Castillo en Mérida. Obra de 1688 reimpresa por Sierra O’Reilly en 1841. Seis años después, en 1847, Pat fue uno de los principales caudillos indígenas en levantarse en armas contra los blancos, en la denominada Guerra de Castas. Michel Antochiw, «Los impresos en Lengua Maya dirigidos a los sublevados en la Guerra de Castas», en Saastun. Revista de Cultura Maya. Núm. 1 (Mérida: Instituto de Cultura Maya de la Universidad del Mayab, 1997), 90.

    ²⁶ Gómez Álvarez, Navegar con libros…, 134.

    ²⁷ Véase Jorge Mantilla Gutiérrez, Origen de la imprenta y el periodismo en Yucatán, en el contexto de la lucha de la independencia. (Mérida: Instituto de Cultura de Yucatán, 2003).

    ²⁸ Eligio Ancona, Historia de Yucatán desde la época más remota hasta nuestros días (1879), vol. 3. (Mérida: Ediciones de la Universidad Autónoma de Yucatán, 1978), 181-183.

    ²⁹ Una obra interesante que aborda el periodismo literario y cultural en la formación de la identidad yucateca en la década de 1840 es la de Arturo Taracena, De la nostalgia por la memoria a la memoria nostálgica. La prensa literaria y la construcción del regionalismo yucateco en el siglo XIX. (México: Centro Peninsular en Humanidades y Ciencias Sociales-Universidad Nacional Autónoma de México, 2010).

    ³⁰ Puede consultarse a Melchor Campos García, «Que los yucatecos todos proclamen su independencia». Historia del secesionismo en Yucatán, 1821-1849. (Mérida: Ediciones de la Universidad Autónoma de Yucatán, 2013).

    ³¹ Véase José Serrano Catzín, «Iglesia y reforma en Yucatán, 1856-1876» (Tesis de Maestría en Historia, Mérida: Universidad Autónoma de Yucatán, 1988); y Lorgio Cobá Noh, «La formación del espacio político laico. La relación Iglesia y Poder secular en la experiencia de la región yucateca, 1766-1860» (Tesis de Maestría en Historia, México: Instituto Dr. José María Luis Mora, 2009).

    ³² Ancona, Historia de Yucatán…, vol. 4, 383-384. Las instituciones de educación establecidas durante la Colonia como los colegios jesuitas, el Convento Mayor franciscano y el Seminario de San Ildefonso, así como la Universidad Literaria creada en 1824, poseían acervos bibliográficos que se desconocen por la ausencia de catálogos o listados de sus libros. La historia de la cultura libresca en Yucatán espera nuevos hallazgos y estudios sobre aquellos repertorios para medir la renovación de contenidos.

    Comentario de fuentes

    La fuente básica de nuestro estudio es el corpus de anuncios de canje, venta y compra de libros publicados en la prensa de Mérida y Campeche durante el periodo comprendido entre 1813 y 1862. Se revisaron más de 80 periódicos oficiales y comerciales impresos en Yucatán. Una segunda fuente proveedora de inventarios de libros fueron las testamentarías localizadas en la sección de Justicia y de Testamentos del Archivo General del Estado, así como en el Fondo Reservado «Ruz Menéndez» del Centro Peninsular en Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México, y los existentes en la Biblioteca Yucatanense.

    La imprenta y la prensa jugaron papeles importantes en la comercialización y circulación del libro por sus anuncios mercantiles, comentarios sobre algún autor y su obra, así como por diversas notas literarias.³³ El problema básico de la fuente hemerográfica es su discontinuidad al haber lagunas importantes, en especial entre los periódicos que abarcan los años entre 1813 y 1839. Pero de 1840 a 1857, encontramos mayor cobertura y continuidad de las ediciones; en cambio, 1858 es un año de escasos ejemplares conservados. Debemos también de advertir que trabajamos con la oferta de libros en los periódicos, por lo que dependemos del uso de la publicidad entre los oferentes culturales, ya sean oficinas de imprenta, particulares, comerciantes o libreros.

    En el estudio de la primera etapa (1813-1839) se ha echado mano de otros materiales para complementar y dotar de mayor certidumbre a los resultados de la investigación. Afortunadamente se localizó la remesa de libros enviados desde España en 1822 para su comercialización en la tienda de José Tiburcio López Constante, primer gobernador del estado (1825-1829). También incorporamos en la discusión los resultados de nuestro estudio sobre la biblioteca del padre Velásquez.

    En 1858 se interrumpió la continuidad de la prensa, carencia que se cubrió con el material de la biblioteca del juez Pedro Elizalde Escudero (1858) y el catálogo de la librería de Rodulfo G. Cantón publicado en 1857, y con un anuncio publicado en 1861. Asimismo, contamos con el corpus del Gabinete de Lectura de Campeche (1861-1862).

    Con el propósito de caracterizar el agregado de los títulos recopilados de las fuentes primarias y hemerográficas, los libros fueron clasificados en los siguientes grupos temáticos:

    — religiosos: incluye textos religiosos, teológicos, teología moral, espirituales, cristocéntricos, textos litúrgicos, biblias, etcétera;

    — derecho y política: en este segmento se agregaron libros jurídicos, colecciones de leyes, derecho canónico, derecho civil, derecho de gentes, y obras políticas, formas de gobierno, prácticas legislativas, etcétera;

    — historia: toda obra de historia política, filosofía de la historia, historia eclesiástica, viajes y costumbres;

    — diccionarios y vocabularios: todos los libros de consulta y aprendizaje de idiomas (vocabularios, diccionarios y gramáticas de lengua castellana y otras lenguas);

    — ciencias: grupo de disciplinas como la filosofía, economía, educación (pedagogía), geografía, ciencias exactas, historia natural, medicina, artes útiles, enciclopedias,

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