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Anónimos: Relatos Y Versos Comprometidos Con "El Pulgarcito De América"
Anónimos: Relatos Y Versos Comprometidos Con "El Pulgarcito De América"
Anónimos: Relatos Y Versos Comprometidos Con "El Pulgarcito De América"
Libro electrónico228 páginas3 horas

Anónimos: Relatos Y Versos Comprometidos Con "El Pulgarcito De América"

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En este libro de ficcin el autor aborda narrativamente los principales fenmenos histrico-sociales que han impactado la memoria de los salvadoreos. Entablando un dilogo literario con el lector; sobre los mitos, utopas, frustraciones y fantasmas que rondan la memoria consiente e inconsciente de sus compatriotas; que son las mismas del autor; con las que bien podra identificarse cualquier ciudadano latinoamericano.
Los personajes no son los superhroes, sino el annimo ciudadano, la persona comn del campo o de la ciudad: el soldado, el miliciano, el lisiado de la guerra, el vendedor ambulante, la prostituta, el ciudadano involucrado en la vorgine de la guerra civil y la violencia irracional en la sociedad; cuya tragedia no parece entender, o si la entienden, no le inyecta una esperanza cercana.
Desde la poca pre-colombina, pasando por el coloniaje y sus dolorosas huellas del pasado, hasta la tragedia del presente; los personajes adquieren voz y memoria.
El tema de la memoria histrica, est siempre presente, por tratarse de un debate actualizado en El Salvador y en la mayora de pases latinoamericanos.
Aparecen relatos sobre las demencias de personajes que identifican pueblos y ciudades, de la que todo habitante latinoamericano guarda algn recuerdo; y la explosin del trabajo informal, que suele llegar a la estafa, como forma de sobrevivencia.
Rufina Amaya ha muerto, Viva Rufina Amaya! Es un relato de un amigo del autor (Lobo Pardo) que ha sido incluido como una reflexin testimonial, cuando ocurri la muerte de la nica sobreviviente y testigo de la masacre de El Mozote (Diciembre de 1981).
Algunos versos intentan dar esperanza y comprensin de lo que ahora son los salvadoreos; que bien podra ser la esperanza que aguarda otro centroamericano, colombiano, mejicano, peruano, dominicano, puertorriqueo, cubano etc, sobre lo que deseara de su pas.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento20 ene 2018
ISBN9781506522999
Anónimos: Relatos Y Versos Comprometidos Con "El Pulgarcito De América"
Autor

Beto Sánchez CH.

Beto Snchez Ch. (1952) naci y vivi en San Salvador la mayor parte de su vida. Sus estudios bsicos los realiz en escuelas e institutos pblicos de formacin laica. Se gradu de licenciado en Biologa de la Universidad de El Salvador (estatal) y obtuvo una maestra en Gestin Ambiental en La Universidad Centroamericana Dr. Jos Simen Caas (jesuita). En sus aos de juventud form parte de organizaciones y sociedades estudiantiles universitarias en los que gest su vocacin por el servicio y la organizacin social. Fue testigo vivencial de la crisis poltica y la guerra civil de su pas y de los pases centroamericanos de 1973 a 1992; ao en que finalmente se firman los acuerdos de paz en El Salvador. Trabaj en proyectos sociales y ambientales por la reconstruccin de su pas en diferentes municipios; impulsados por organizaciones no gubernamentales y alcaldas. Experiencia que le permiti el contacto vivencial con diversos territorios y personas desde donde incub su espritu narrativo. Decide tardamente adentrase en la escritura artstica y desarrollar una vocacin literaria que estuvo aletargada por tener que dedicarse al desarrollo de su experiencia profesional y al logro de la paz y la democracia en su pas. Eran los tiempos en que estuvo convencido que haba que renunciar a la literatura, al arte, para servir mejor a la sociedad. Por cosas de la fatalidad del destino y por los milagros del amor, actualmente reside en Florida (EEUU), donde realiza diversos trabajos, al tiempo que contina afianzando su vocacin artstica.

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    Anónimos - Beto Sánchez CH.

    Copyright © 2018 por Beto Sánchez Ch.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2017917874

    ISBN:                    Tapa Dura                       978-1-5065-2298-2

                                  Tapa Blanda                     978-1-5065-2297-5

                                  Libro Electrónico            978-1-5065-2299-9

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Ilustración de portada: Atrio de la parroquia de Cinquera, destruida durante la guerra y reconstruida en tiempos de paz. En el mural del atrio aparecen Monseñor Oscar A. Romero a la izquierda y Marcial Serrano a la derecha, en el centro se le ha incorporado una figura indígena, pintada por Loly Osegueda de cuya cabeza brota el tronco de un árbol. El mural de la iglesia fue pintado en 1999 por José María del Grupo Maíz, con la colaboración de Rosa Alvarenga y Omar Peña y fue retocado en el 2011.Datos proporcionados con la colaboración de Francisca Huezo.

    Diseño de portada: Loly Osegueda y Ericka Garcia

    Diseños de contraportada: Ericka Garcia y texto del autor

    Fecha de revisión: 18/01/2018

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    760325

    Índice

    ¿Por qué Pulgarcito de América?

    Dedicatoria

    Fábula de La Ceiba y El Camino

    Diálogo con El Almirante

    Memorias y olvidos

    Un tirito a cualquiera se la va…Coplas al Viejo Nájera y otras víctimas de fratricidio

    Lo que Próspero el logístico me enseñó

    El cuento de la correcta escritura y la lucha de clases

    Diversión por la guerra

    La Extorsión o La Renta

    Cuando muera el último poeta

    Demencias

    Se necesitan señoritas

    El agente vendedor del mágico medicamento

    El sortilegio de los tres órganos vitales

    Confesiones

    Recordando El Mozote

    Rufina Amaya ha muerto…

    ¡Viva Rufina Amaya!

    Resumen de Mujer

    Canto para una sola América

    Viajeras golondrinas ó Nostalgia por el retorno

    Tres noches de octubre

    Agradecimientos

    Acerca del autor

    ¿Por qué Pulgarcito de América?

    E xiste una controversia de quien acuñó el término de El Pulgarcito de América para referirse a El Salvador: según el poeta Roque Dalton, (1935-1975) fue la poetisa chilena y primera novel de literatura latinoamericana, Gabriela Mistral. (1889–1957) a quien se le atribuye este término. La amistad de la Mistral con escritores salvadoreños, especialmente con la poetisa Claudia Lars (1899-1974) y algunas familias salvadoreñas, la hizo encariñarse con nuestro país; visitándolo en 1931.

    Recientes historiadores y escritores le atribuyen dicho término al poeta salvadoreño Julio Enrique Ávila (1892-1968). Independientemente de quién provenga este sobrenombre, la idea o el símil fue tomado del personaje principal de los cuentos del escritor francés, Charles Perrault (1628-1703), cuentos que fueron famosos en el Siglo XVII.

    Pulgarcito, principal personaje de los cuentos de Perrault, hacen alusión a los defectos de un niño pequeñito, enclenque y silencioso; de quien se burlan, engañan y se ve despreciado por los otros personajes. Sin embargo en sus relatos, el escritor francés le atribuye una astucia y vivacidad, muy cercana al heroísmo.

    Perrault quien acostumbraba incluir una moraleja al final de sus cuentos, concluía que algunas veces, los defectos de debilidad física en las personas suelen ser recompensados con astucia, inteligencia y agrado. Espero sea esta dualidad de defectos y virtudes en un mismo personaje, lo que los literatos quisieron destacar, al acuñar el sobrenombre de El Pulgarcito de América para referirse a mi país: El Salvador.

    Dedicatoria

    T ú, que los creíste dioses,

    y solo fueron bárbaros inhumanos.

    Tú, que traicionaste a tu hermano,

    y ambos terminaron siendo esclavos.

    A ti, que te rociaron de pólvora,

    y respondiste con flechas y macanas.

    Vos que defendiste tus dominios,

    tu tierra y tu gente,

    guerreando de frente,

    sin traicioneras artimañas.

    A ti que te echaron los perros y los caballos,

    respetándolos igual que dioses animales.

    A vos, que te dejaron sin ídolos,

    desprotegido del alma, sin lenguaje, ni escritura.

    Sin pasado, presente, ni futuro.

    A ti, que te truequearon¹

    relampagueantes espejos y vidrios,

    por preciosas joyas de arte, en oro y plata,

    que terminaron fundidas en lingotes allende del mar.

    A ti, que te leyeron el bando de la independencia,

    sin entender que putas decían,

    y sin saber con qué, ni cómo,

    se comía aquel fruto prohibido que llamaron Libertad.

    A ti que te declararon en vagancia,

    porque te negaste a trabajar,

    por un salario de hambre,

    para hacendados insaciables e insensibles.

    A ti, que te compraron y vendiste tu parcela,

    por una pacha² de guaro³ curado,

    engañado por leguleyos lambiscones.

    Tú, que te libraste de la masacre,

    porque te creyeron muerto.

    Y que de puro milagro,

    llegaste a contarnos el cuento.

    Tú, que ya no estás para contarlo,

    que estás volando espalda,

    bajo las nueve cuartas -Injustamente-.

    Tú, sepultado en la tumba desconocida.

    Tú, que te burlas y te ríes,

    de tus propias tristezas, dolores y desgracias.

    A ti, que te gritaron ¡CUCHE⁴…!

    mientras ibas encaramado en un camión,

    a rozar caña de azúcar, a las cortas de café y algodón.

    Tú, que respondiste chiflando la vieja -¡tu madre!-

    empuñando y metiendo el pulgar entre el índice y el medio, diciendo: ¡Maa…tus ojitos de cangrejo!

    ¡Cerote!

    A ti, que te reclutó la descalza,

    y te fuiste a echar la platada,

    que resultaron ser: los mismos frijoles y tortillas de siempre.

    Tú, uno entre miles y miles del movimiento popular,

    que fuiste clandestino en un país donde nada es oculto.

    Tú, que te fuiste a la montaña,

    por un sueño o porque no había de otra.

    Tú, que te las jugaste de todas, todas:

    vida, familia, presente y futuro.

    A ti que te dieron un carnet de ORDEN

    y te creíste la mamá de Tarzán,

    y no llegaste a ser, ni la mona Cheeta.

    A ti, que te pusieron a guachar,

    y a ponerle el dedo¹⁰ a tu hermano,

    para terminar exigiendo por las calles de la capital,

    una pensión para no morir de hambre.

    Tú, que después de doce años de guerra civil

    volviste seco y calaceado,¹¹

    a quien el vecindario recibió con un: ¡Volviste…!

    y por quien, los indiferentes, dijeron: ¡Volvió aquel!

    Tú, que por ingenuo y desesperado,

    creíste en políticos y pastores charlatanes,

    que respaldaron el asesinato de tu querido Monseñor Romero.

    Tú, que ya no regresaste por estos lares,¹²

    y pasaste a formar parte de la diáspora guanaca.¹³

    Tú, que te fuiste por el mundo,

    que estás en todas partes,

    que te apareces en lo inesperado.

    A ti, que se te identifica por chiflar la vieja,

    y que por instinto respondes con la tuya.

    A ti, que te deslumbraron con el norte

    para vivir indocumentado, como esclavo globalizado.

    A ti, que te fuiste mojado,

    y terminaste reseco, sediento y tostado,

    en el desierto de Arizona.

    Tú, pasajero temerario y polizón de La Bestia,¹⁴

    que desapareciste en México, de quien nadie supo más,

    y quien a nadie le importaste.

    Vos, que fuiste minoría en Los Ángeles,

    y te hiciste pasar por cholo o pachuco,¹⁵

    para que no te mataran a talegazos.¹⁶

    Tú, que asesinas sin razón,

    y que extorsionas a los indefensos,

    pues te sientes impotente,

    ante los verdaderos opresores.

    Tú, que con el coyote,¹⁷

    mandaste a traer a los cipotes,¹⁸

    que terminaron encarcelados en Texas.

    Tú, el arrimado, que compartiste un solo cuarto

    para bajar la renta, durmiendo en el sueter,¹⁹

    remesando reales, que se gastaron en pizzas y hamburguesas en los centros comerciales.

    A ti, que te llamaron hermano lejano,

    que te levantaron un bayunco menumento.²⁰

    Vos, que mantuviste a flote la economía del país,

    y te reciben como sospechoso,

    sin ton, ni son, en tu propia tierra.

    A ti, que cuando llegas al pueblón,

    te creen cargado de lapas verdes,²¹

    que los chichipates²² persiguen,

    para cachar su zangolote,²³

    y no tienes más que cuentas por pagar.

    Tú, que te ilusionaste con el fin de la guerra,

    pensando en una vida nueva,

    que no fue más que el advenimiento de otro calvario.

    Tú, que te ganas la vida honradamente,

    pero no te dejan vivir, ni trabajar.

    Que te haces la de los panes y

    la vieja fresquera,²⁴

    como recurso sobrehumano de sobrevivencia.

    Usted, el guanaco, el paisano, el repisado,

    que al güebeyo²⁵ le llamas cachería.²⁶

    Tú, sin guardaespaldas, que te persignas,

    cada vez que sales a la calle,

    porque no sabes si volverás.

    Tú, que te encomiendas al Santo Niño de Atocha²⁷ y a San Simón.²⁸

    Tú, amenazado y temeroso de la cuilia,²⁹ asediado por políticos sin escrúpulos,

    Tú, ingenuo, al que le dan atol con el dedo,

    mientras los que viven de la demagogia y el engaño,

    se sirven con la cuchara más grande.

    Tú, que desde la gradas del Vietnam³⁰

    abucheas y puteas a tu selecta,³¹

    cuando no sabe jugar con garra.

    A ti que siempre te vuelven a engañar,

    con el cuento de que: ¡Hoy si vamos al mundial de futbol!.

    Tú, que por fin entendiste que el amaño.³²

    no es animalada exclusiva de políticos y potentados.

    Tú, que soportaste las siete plagas de Egipto.

    Que paludismo, que dengue, que zica y la chincungunya, el cáncer, el hambre, la desnutrición y veinte plagas más.

    Tú, que no te creíste el cuento

    de la mano dura, la super-mano dura,

    ni el cuento de la tregua, ni de la super-tregua.³³

    Tú, enamorado de la picardía y la animalada,

    pero no puedes disimularla, ni ocultarla.

    Que se nota a la legua, cuando quieres engañar.

    Tú que solo la viste pasar,

    que te hicieron la mexicana,

    y después te dolarizaron.

    Tú, que ya estas tirando la toalla,

    y no le encuentras una salida a tu vida,

    ni para dónde agarrar.

    A ti, compatriota. A quien con todo mi amor dedico estos insoportables versos y anónimos relatos comprometidos.

    Florida, 10 de octubre de 2017.

    Fábula de La Ceiba y El Camino

    E n tierras de Mesoamérica existe un gigantesco árbol que desde tiempos precolombinos se le considera sagrado. Muchas leyendas se han transmitido de generación en generación alrededor de este centenario y gigantesco árbol. En algunas regiones lo nombran Pochote, en otras, Yaaxche, según sea la lengua nativa con que se le nombra, pero su nombre más difundido en toda Hispanoamérica es Ceibo o Ceiba, acorde al género que se le quiera asignar.

    Siempre se encuentra ocupando los más privilegiados espacios donde habitan los pueblos de las diferentes culturas mesoamericanas. Se le ve al centro de plazas públicas, en los tiangues y mercados, en los cementerios, a la orilla de los antiguos caminos, en las entradas y salidas de los pueblos, por todos los lugares, imponiendo su presencia todo el tiempo.

    La Ceiba nos hace recordar cuán pasajera y corta es la vida humana por el mundo, mientras este árbol permanece testificando la historia, sosteniendo en su copa y sus ramas los astros y el firmamento y en sus robustas y profundas raíces, comunicándose con los muertos y el inframundo.

    El otro personaje de esta fábula es El Camino, quien a lo largo de la historia lleva y trae dichas y desdichas entre los pueblos. Por los caminos se identifican los lugares y sus pobladores. Los caminos son fieles testigos de lo que llevan y traen. ¡Ah!… Si los caminos hablaran, cuanta sabiduría y tontería, estaríamos escuchando de sus públicas bocinas.

    Esta fábula es el diálogo de estos dos legendarios testigos de la dramática historia de los pueblos nativos de Mesoamérica.

    Tienen la palabra: La Ceiba y El Camino.

    Un día después de transcurridos cinco siglos de silencio, La Ceiba y El Camino se pusieron a conversar. El Camino se arrimó a descansar bajo la sombra de La Ceiba y La Ceiba se sentó a la orilla del Camino.

    Aquel diálogo había esperado medio milenio y La Ceiba lo inició con estas palabras:

    - Hemos pasado tantos y tantos años uno al lado del otro, ocupados en dar nuestro servicio a la humanidad sin darnos la oportunidad de reflexionar lo que ha pasado en estas tierras. Lo que hemos visto y vivido, sin compartir lo que piensa y siente el uno y el otro.

    - Hoy es oportuno -respondió El Camino, preguntando: - ¿Qué has visto pasar por sobre mí? Cuéntame de mí, que yo también tendré algo que decirte a ti.

    Y sin dar más tiempo, El Camino se inició así:

    No recuerdo exactamente cómo, cuándo y por qué llegaste a este lugar. No sé si fue un pájaro, otro animal o tal vez fue un ancestro caminante que te trajo hasta aquí. Tú eras una simple semilla en medio de otras miles que por la preservación de la vida sobreviviste, mientras otras iban muriendo y desapareciendo. Solo tú, y por pura selección natural quedaste viviendo entre todas ellas. ¡Es que tú en realidad querías vivir y querías servir a los demás!… Yo vi cómo te aferraste a la tierra, te vi como una pequeña plántula, contenta y alegre de crecer, vivir y servir.

    El Camino continuo su remembranza así:

    - Cuando eras jovencita, tu tronco se vistió de espinas para defenderse de los agresores; espinas saeteras que con el paso del tiempo dejabas caer a medida que ibas tomando seguridad de ti y tu imponente tamaño. En tu temprana juventud y madurez te fuiste poniendo panzoncita y bombachona, para luego volverte fuerte, esbelta, grande y hermosa, como en tus mejores tiempos. Así pasaron tus primeros cincuenta años.

    Vino el turno de La Ceiba diciendo:

    - Y tú, Camino, eras una veredita cuando por primera vez te vi. Pocos pateaban tu camino. Serpenteabas y te entrelazabas con el riachuelo, adornándose de flores, plantas silvestres y coloreados insectos, uno con el otro. ¿Te recuerdas del riachuelo?

    - Sí, me acuerdo -respondió El Camino- quien luego de una larga pausa permitió que La Ceiba continuara, dejándose llevar por sus recuerdos:

    - Hace muchos años desapareció nuestro amigo El Riachuelo, hoy nadie se acuerda del que por aquí fluyó. Solo tú y yo le recordamos y sabemos que existió. Tú y yo éramos uno solo; los caminantes orientaban su camino viéndote a ti; y ya sobre el camino se detenían a descansar bajo mi sombra. Así vivimos nuestras primeras décadas.

    Y continuó La Ceiba preguntando:

    - ¿Te recuerdas cuando se asentaron por estas tierras los nativos que llegaron quién sabe de dónde? Unos se establecieron en una aldea y los otros, en la otra. Tú serviste para comunicar los unos con los otros. Los que sobre ti caminaban apreciaban tu servicio y el mío. Los habitantes de una aldea con los de la otra, eran muy parecidos entre sí, vivían en armonía entre ellos y con la naturaleza. Tenían los mismos dioses, cultivaban y comían los mismos alimentos. Lo que unos tenían en abundancia lo intercambiaban con lo que a los otros les faltaba. Intercambiaban sus mujeres y hombres para preservar sana y fuerte su progenie, viviendo en paz y prosperidad, conformes con lo que tenían y disfrutaban.

    - Sí, recuerdo -dijo El Camino- recuerdo como era la vida entre los nativos de aquellas dos aldeas. Así los vimos vivir, hasta que a la gente de una aldea se le ocurrió guerrear y dominar a los de la otra. Y es que en cierta medida, sí que lo eran, ya que con mucho esfuerzo y talento a los de una aldea les empezó a sobrar tiempo para pensar como someter a los de la otra. Así comenzó el calvario para unos y la gloria y el poder de los otros. Aun así, la aldea que fue sometida siguió teniendo su identidad y fueron respetados, aunque tenían que rendir tributo a los de la otra.

    Todo parecía que aquella civilización que fue capaz de crear una urbe con una población superior a la de La Antigua Roma, que conoció la posición y el movimiento de los cuerpos del espacio, que desarrolló el concepto del cero y que usó un calendario más exacto al que se usa hoy en día. Todo indicaba que aquel desarrollo científico-cultural seguiría el mismo ciclo de las civilizaciones imperiales, que sucumben producto de su misma degeneración. Pero no. No fue así. Ese curso fue truncado.

    La tragedia comenzó aquel día cuando de la mar del este aparecieron unas casas flotantes en las que venían unos extraños hombres.

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