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Vida, Causa Y Efecto
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Libro electrónico146 páginas2 horas

Vida, Causa Y Efecto

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El objeto de esta narracin es poderme identificar con ms de uno. A cuntos nos ha tocado nacer en cunas humildes y cobijados por la pobreza. No tenemos que vivirla con miedo, hay que afrontarla con fe y decisin firme para poder romper esa barrera. Es comn que las mismas circunstancias nos inclinen a apoyar con fervor a nuestros padres a una edad temprana y, en ciertos casos, a ocupar su lugar con responsabilidad y constantes oraciones para no ser atrapados por la cadena de vicios. Solo as podremos cumplir la difcil tarea de proteger y guiar a quienes llevamos de la mano a buscar un mejor futuro.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento8 sept 2015
ISBN9781506507989
Vida, Causa Y Efecto
Autor

Sophia Mejia

Nací el 5 de abril de 1951 en un pedacito del continente americano llamado Guatemala, Centroamérica, y se me asignó el nombre de Sophia. Me identifico con sangre valiente, fuerte y luchadora. Por estirpe, sé que la vida se vive a momentos y los más cruciales puedo decir que se desplazaron durante mi niñez, la cual se vio bruscamente interrumpida por la muerte de mi madre cuando yo tenía once años de edad. Este acontecimiento fue seguido por una desintegración familiar, cuyas circunstancias me obligaron a luchar con mi padre para sacar adelante a mis dos hermanos más pequeños. Ellos me inyectaron la voluntad de vivir y solidarizarme con mi «círculo familiar», como yo solía llamarlo por alguna razón; en esa transacción de tristeza, coraje y confusión, yo miraba, sentía y figuraba todo como circular. Y tal vez estaba en lo correcto, ya que nuestra vivienda, más conocida como una de las «viviendas marginadas», estaba en un hoyo. Esa condición creó una inmunidad que nos permitió sobrevivir. Ese lugar me ayudó a crecer y a sacar ventajas de las desventajas. La pobreza que ahí respirábamos fue el empuje primordial para levantarme e invitar a mis vecinos a transformar nuestro vecindario en un lugar donde los deportes y las actividades constructivas fueran su base. ¿Por qué este libro? Como todo ser humano tengo una historia que estuvo reprimida por muchos años, hasta que llegué a la conclusión de dejarles a mis hijos y a mis nietos un registro de mi vida, tomando conciencia de que en mis venas corre el valor de mis raíces, y en mi cuerpo, el calor de mi tierra natal y la extensión de tierra que he recorrido.

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    Vida, Causa Y Efecto - Sophia Mejia

    Vida, causa y efecto

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    Sophia Mejia

    Copyright © 2015 por Sophia Mejia.

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Las opiniones expresadas en este trabajo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente las opiniones del editor. La editorial se exime de cualquier responsabilidad derivada de las mismas.

    Fecha de revisión: 24/08/2015

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Indice

    Prólogo

    Introducción

    Reconocimientos

    Mi familia

    Mitos

    Recuerdo mi casita

    Un cambio en la vida familiar

    Pasos en el aire

    Trabajo en equipo

    Mi valiente

    Historietas cómicas

    Patrocinadora con ojos color esmeralda

    El valor

    Los juegos en la colonia

    Negocios piloto

    Padres - hijos

    El ser humano

    Crianza compartida

    Cruzando fronteras

    Constelación de luces

    La Fuente

    Reno (Nevada)

    Perdí a mi confidente

    Residencia permanente

    Disciplina

    Verde esperanza

    Amistad sólida e incondicional

    Endnotes

    Prólogo

    L a niñez no tiene conciencia del pasado, y siempre depende de un adulto para sobrevivir. A la edad de once años me vi forzada a crear mi propio pasado, sequé mis ojos, le puse doble coraza a mi corazón y empecé mi camino. Iba guardando mis vivencias con el objetivo de no recordarlas y apresuraba más mi paso. Fui avanzando hasta llegar a un camino plano y amplio, completamente iluminado. Fui disminuyendo el paso hasta tomarme una pausa y me di cuenta de que el tiempo no había borrado mis vivencias, aunque estuvieron guardadas; de ahí surgió la idea de plasmarlas en este libro, y confirmé la idea basándome en la aprobación de amistades cultas, quienes me encontraron a mitad de mi camino y fueron espectadores de esa travesía.

    Corrí el riesgo de trabajar este proyecto sin tener una educación profesional y con una comunicación simple que fluyó desde el fondo de mi corazón, de mi mente y de mi alma. Ser inexperta en la rama de la escritura me causó ciertos inconvenientes. Mi material de trabajo fue improvisado, ya que siempre fui apegada a lo natural y sentía que, para transmitir algo que sale del alma, es esencial hacerlo con naturalidad y acentuarlo con calor y cariño.

    Mi escritorio fue una bandeja de aluminio adaptada a una base con rodos y a un ajustador de altura. La bandeja era pequeña, pero bien cabía una libreta de ocho por diez centímetros, lápices, borradores, y todavía me sobraba un pequeño espacio para recargar mi antebrazo. Contaba con la ayuda de mis hijos: ellos procesarían mi material por medios tecnológicos.

    Cuando llegó la hora de abrirles la puerta a mis vivencias, estas salieron como si un tornado las hubiera sacado desordenadas y sin tener la mínima idea de qué lugar ocupar. Me tomó tiempo atraparlas. Ya cansada, las coloqué en un solo lugar. Necesitaba recuperar energía y alimentar mi mente a través del tiempo. A base de sugerencias, retomé con pausas el proyecto. Cada capítulo que escribía se hacía eterno, y no por falta de interés, sino que, al irse extendiendo, mis recuerdos me hacían vivir esa época nuevamente. La madurez convierte al ser humano en alguien más sensible, y yo no fui la excepción. Mientras escribía, ciertos recuerdos me causaban dolor y no podía secar mis lágrimas, y menos cubrirme el corazón; terminaba dándole rienda suelta al llanto. Muchas veces paraba de escribir por semanas o meses o, si no, le jugaba la vuelta al dolor alternando con capítulos de épocas más avanzadas. Ese sistema funcionó. Ya que no utilicé apuntes para este proyecto, y mi memoria se habituaba a cualquier cambio. Entre esos intervalos me preguntaba si esas lágrimas derramadas eran de tristeza por alejarme del pasado o de agradecimiento a Dios por darme la oportunidad de mantener vivo el recuerdo de mis padres y dejarles a mis nietos este legado. Y realmente valió la pena haber sacado a la luz los malos y buenos momentos que contribuyeron a formar esta historia. Me tomé el tiempo para analizarlos y recapacitar que realmente no hay malos momentos, solo requieren de soluciones dificultosas. Estuve tan ocupada trabajando esas soluciones que no me di cuenta de cómo pasaron los años, y sigo en pie. Además, mi mente está consciente de que, a mis sesenta y cuatro años, estoy a la vuelta de la esquina. Sin embargo, siempre guardo la mitad del pan que hoy me comí, con la esperanza de poder comérmelo mañana y si, por alguna razón, me quedara eternamente dormida, ese pedazo de pan quedará como evidencia de que logré ocupar un lugar en el planeta Tierra.

    Introducción

    N ací el 5 de abril de 1951 en un pedacito del continente americano llamado Guatemala, Centroamérica, y se me asignó el nombre de Sophia. Me identifico con sangre valiente, fuerte y luchadora. Por estirpe, sé que la vida se vive a momentos y, los más cruciales, puedo decir que se desplazaron durante mi niñez, la cual se vio bruscamente interrumpida por la muerte de mi madre cuando yo tenía once años de edad. Este acontecimiento fue seguido por una desintegración familiar, cuyas circunstancias me obligaron a luchar con mi padre para sacar adelante a mis dos hermanos más pequeños. Ellos me inyectaron la voluntad de vivir y solidarizarme con mi «círculo familiar», como yo solía llamarlo por alguna razón; en esa transacción de tristeza, coraje y confusión, yo miraba, sentía y figuraba todo como circular. Y tal vez estaba en lo correcto, ya que nuestra vivienda, más conocida como una de las «viviendas marginadas», estaba en un hoyo. Esa condición creó una inmunidad que nos permitió sobrevivir. Ese lugar me ayudó a crecer y a sacar ventajas de las desventajas. La pobreza que ahí respirábamos fue el empuje primordial para levantarme e invitar a mis vecinos a transformar nuestro vecindario en un lugar donde los deportes y las actividades constructivas fueran su base.

    ¿Por qué este libro? Como todo ser humano tengo una historia que estuvo reprimida por muchos años, hasta que llegué a la conclusión de dejarles a mis hijos y a mis nietos un registro de mi vida, tomando conciencia de que en mis venas corre el valor de mis raíces, y en mi cuerpo, el calor de mi tierra natal y la extensión de tierra que he recorrido. El objeto de esta narración es poderme identificar con más de uno. A cuántos nos ha tocado nacer en cunas humildes y cobijados por la pobreza. No tenemos que vivirla con miedo, hay que afrontarla con fe y decisión firme para poder romper esa barrera. Es común que las mismas circunstancias nos inclinen a apoyar con fervor a nuestros padres a una edad temprana y, en ciertos casos, a ocupar su lugar con responsabilidad y constantes oraciones para no ser atrapados por la cadena de vicios. Solo así podremos cumplir la difícil tarea de proteger y guiar a quienes llevamos de la mano a buscar un mejor futuro.

    Dedico este libro a mis hijos

    Iván, Daniel y Violeta

    Reconocimientos

    Q uiero agradecer a Dios por haberme dado unos padres ejemplares. Ellos me enseñaron el verdadero significado de la sobrevivencia, que fue la base primordial para guiarme en la dirección correcta.

    A mis hijos, ustedes son mi orgullo y mi deseo de vivir. Con su ayuda y paciencia hicieron que este libro fuera posible.

    A mis hermanos, Odily Mejía y Ángel Mejía (R.I.P.), que estuvieron a mi lado en esos momentos tan difíciles.

    A mi cuñado Rubén López, por haber estado ahí en el momento justo y ofrecernos su hombro para cargar a mi hermano rumbo al hospital. Es un orgullo para mí llamarlo cuñado.

    A mi primo Amador Mejía, por esa luz que nos brindó en esos días de tiniebla.

    A la familia Marroquín; sin ellos mi vida no hubiera tenido sentido.

    A Eva García, Antonieta Ventura y Lilian Calderón por esos largos años de sólida amistad.

    A Beatriz Chávez, mi agradecimiento por su ardua lucha en la formación profesional de mi nieto, mi admiración por ser usted una madre ejemplar.

    A María Bermúdez, por tantos años de reforzar mis ideas; sin su ayuda mis diseños no hubieran tomado vida.

    A Eugenia Siordia por su largo tiempo dedicado a Beauty Salón con lealtad y constante estabilidad, en los buenos y aun en los malos momentos, y eso es de incalculable valor; gracias por otorgarnos su presencia.

    A Estrella Ortiz, por sus valores definidos, su lealtad y honestidad son los pilares que unen nuestra amistad, gracias.

    Un sincero agradecimiento en nombre de quienes operamos en Beauty Salón a nuestra leal clientela sin la cual no nos hubiéramos mantenido vigentes por tantos años.

    A Mirna García, un ser humano ejemplar que siempre está ahí ofreciéndonos su ayuda profesional. Gracias por permitirnos ser parte de su entorno.

    A mis angelitos de cuatro patas, por esos años de cariño incondicional. Siempre vivirán en mi mente ya que no los veo, pero siento su presencia.

    No quiero finalizar sin recordar los momentos en que me sentí desfallecer y pensé que este libro quedaría incompleto. Gracias a la ayuda precisa que desempeñaron Rubí y Amanda, dos excelentes enfermeras quienes, reforzadas por el grupo de farmacéuticas, me ayudaron a recuperar las fuerzas para poder llevarles este libro a sus manos.

    Y a todo ser que, en algún momento fue parte de mi vida, mil gracias…

    Mi familia

    E s un honor para mí presentarles a mi familia. Soy hija de padres pobres y de un segundo matrimonio de mi madre. Mi padre, Franco Mejía, era un hombre bajito, delgado, de tez morena, a mi criterio bien simpático, con ojos negros y grandes de mirada profunda, perfil afinado y boca pequeña. Mi padre venía de un entorno familiar influyente de negocios. Desde niño no mostró interés por el estudio, por lo que optó por aprender un oficio. Además, contaba con un carácter fuerte, motivo que ocasionó su separación de su familia cuando apenas tenía catorce años. A esa edad tuvo que cruzar la frontera de su país en busca de un mejor futuro. Lo luchador por la vida predominó y se colocó como ayudante de sastre. Trabajó con ahínco y se fue desempeñando cada día más profesionalmente. Ese oficio lo motivó a vestirse de manera más elegante, con trajes de sastre bien confeccionados y camisas bien planchadas; se esmeraba en la elaboración del nudo de corbata. Mi padre podía proyectarse en cualquier campo donde le dieran oportunidad. Pero, como todo ser humano, tenía sus debilidades, y una de ellas era el licor. Conoció a mi madre, Victoria Lemus, cuando ella era joven y bonita: una mujer alta de aproximadamente 1,75 m, tez morena clara y cabellera de color rojizo. Mi mamá era una mujer de carácter firme y observador, muy organizada, persistente, capaz de lograr mucho, nada se le pasaba por alto, ahorrativa y prudente. Además de ser perseverante, tenía mucha capacidad de liderazgo. Alguna vez tuve la oportunidad de ver lo buena que era en la práctica de los proyectos o cosas que ella se proponía. Cuando mis padres formaron su hogar, mi madre logró integrar a los tres hijos de su primer matrimonio: mi hermana mayor, Ana, a quien le seguía Erik, y la menor, Cristina.

    Como mencioné antes, mi padre trabajaba de sastre. En esos días eran pocos los que desempeñaban ese oficio. A causa de eso, mi padre tenía que irse a trabajar a los pueblos y jalaba a toda la familia. Para ese entonces, yo tenía dos años y mi madre estaba embarazada de mi hermana Odily, a quien le tocó nacer en otro pueblo, lugar donde sus habitantes nos alojaron con cariño

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