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DOLOR CRÓNICO: La clave para tu recuperación
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Libro electrónico384 páginas6 horas

DOLOR CRÓNICO: La clave para tu recuperación

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Información de este libro electrónico

Este libro propone un  tratamiento  revolucionario y resolutivo para  curar dolores  crónicos musculoesqueléticos  asociados a hernias de disco, artrosis  etc. y  afecciones crónicas como la fibromialgia, las migrañas, el colón irritable etc.  Basado en las neurociencias

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 feb 2019
ISBN9788416765973
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    DOLOR CRÓNICO - Georgie OLDFIELD

    La presente edición es una idea promovida, dirigida

    y financiada por Encarna Espuña Ripoll.

    DOLOR CRÓNICO: LA CLAVE PARA TU RECUPERACIÓN

    Título original: Chronic pain: Your key to recovery

    © 2014, Georgie Oldfield

    © De las ilustraciones: Richard Barret

    © De la traducción: Encarna Espuña Ripoll

    Supervisión de la traducción y revisión de estilo:

    Raúl Riebenbauer

    © De la presente edición:

    Mandala Ediciones

    Treviño 9, Bajo Izquierda

    28003 Madrid - España

    Tel: +34 917 553 877

    E-mail: info@mandalaediciones.com

    www.mandalaediciones.com

    I.S.B.N.: 978-84-16765-97-3

    Depósito Legal: M-23369-2017

    Imprime:

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    Advertencia

    La lectura de este libro no establece una relación terapeuta-paciente con Georgie Oldfield y no debería sustituir la atención y supervisión directa de un profesional de la salud cualificado. Las recomendaciones que se proporcionan aquí solo tienen un propósito educativo e informativo, y no pretenden reemplazar las indicaciones de un médico.

    La información que se facilita en este libro no ofrece ni un diagnóstico ni un tratamiento para ninguna dolencia. Este libro le invita a revisar las situaciones estresantes de su vida, de modo que si tiene problemas de salud mental, o si está tomando medicación de cualquier tipo, debería consultar a su médico o a un profesional de la salud antes de adoptar las sugerencias planteadas en estas páginas. Si siente problemas mentales o emocionales mientras experimenta este programa, debe buscar la asistencia de su médico o de un terapeuta de salud mental.

    Índice

    PRÓLOGO A LA PRESENTE EDICIÓN

    INTRODUCCIÓN A LA PRESENTE EDICIÓN

    PRÓLOGO A LA EDICIÓN INGLESA

    AGRADECIMIENTOS

    OPINIONES PROFESIONALES

    TESTIMONIOS DE PACIENTES

    INTRODUCCIÓN:

    De lo convencional a la innovación

    CAPÍTULO 1:

    Sentando las bases y aportando las evidencias

    CAPÍTULO 2:

    El concepto «síntomas inducidos por el estrés»

    CAPÍTULO 3:

    Posibles síntomas y enfermedades inducidos por el estrés

    CAPÍTULO 4:

    Las causas de las enfermedades inducidas por el estrés

    CAPÍTULO 5:

    El comienzo de su camino hacia la recuperación

    APÉNDICE

    1.Cronograma vital

    2.La estrategia de conciencia emocional SIRPA™

    3.Déjelo ir

    4.Diez consejos para escribir con eficacia un diario terapéutico

    5.Diario en forma de «flujo de pensamiento»

    6.Tabla de ventajas y desventajas

    7.Estrategias «mindfulness»

    8.Cómo empezar con la meditación «mindfulness»

    9.Detonantes

    10.Visualización

    11.Cambie sus pensamientos

    12.Enunciados diarios que reafirman

    13.Rasgos de la personalidad que pueden causar estrés autoinducido

    14.Consejos para distraer el parloteo interior generador de estrés autoinducido

    15.Reformulación

    16.Racionalice sus pensamientos

    HISTORIAS DE RECUPERACIÓN PERSONAL

    ACERCA DE LA AUTORA

    Prólogo a la presente edición

    Ahora lo puedo decir: cuando conocí el trabajo de Georgie Oldfield, mi vida profesional recobró su sentido. Pero antes de explicarles el porqué, déjenme mirar un poco hacia atrás.

    Soy fisioterapeuta desde hace veinte años, osteópata desde hace dieciocho y espinóloga desde hace más de treinta. En todo este tiempo he tratado a muchísimas personas. Por mi formación, siempre he buscado en lo físico las causas de las dolencias. Así me lo indicaban los informes médicos y las diferentes pruebas; sin embargo, también me iba encontrando con algunas incoherencias. Por ejemplo, las pruebas radiológicas de algunos pacientes mostraban hernias u otras patologías en un lado de la columna, mientras que su dolor estaba en el otro. A otros les hacían multitud de pruebas en busca de una lesión o anomalía estructural en la columna que justificara el dolor que sufrían durante años; pero esos datos nunca aparecían. Por contra, en las pruebas radiológicas de otros pacientes se veían procesos degenerativos muy avanzados, pero no experimentaban dolor o, si lo sentían, su intensidad era muy leve.

    Miles de casos como estos me han ido mostrando a lo largo de mi carrera que el dolor que padece una persona no está ligado de forma necesaria a un daño en los tejidos.

    Las estadísticas nos dicen que ocho de cada diez personas que acuden a una consulta de atención primaria lo hacen por algún tipo de dolor de espalda. Estas dolencias constituyen una de las principales causas de absentismo laboral y de baja por incapacidad. Los gastos sanitarios y laborales que generan son altísimos. Es más, el dolor crónico no oncológico en España tiene una prevalencia de entre el 11% y el 17% de la población —según sean las fuentes consultadas—. Está claro que nos encontramos frente a un fenómeno epidémico, cuyas causas no han sido identificadas con claridad. Quizá por esa razón la terapéutica no está resultando eficaz.

    Todo ello me ha llevado a hacerme algunas preguntas: ¿Por qué después de miles de años de evolución y, viviendo como vivimos en una sociedad del bienestar, hay más problemas de espalda que nunca? ¿Es que nuestra columna vertebral, en lugar de adaptarse y mejorar, evoluciona cada día a peor? ¿Cómo se podría explicar esto?

    La clave para empezar a responder a algunas de estas cuestiones me la dio mi madre. La recuerdo siempre con dolores de espalda de toda clase —desde el cuello hasta las lumbares—e intensidades diversas. En su caso sí puedo afirmar que sus pruebas radiológicas mostraban un verdadero compendio de patologías en la columna vertebral: hernias discales, estenosis, discopatías, artrosis, osteofitos y osteoporosis. Siempre fue mi paciente más fiel y constante. Pero a ella, como a algunos otros pacientes, yo solo le proporcionaba alivio hasta la siguiente sesión. Y eso fue así hasta que desarrolló una demencia. Entonces todos sus dolores de espalda desaparecieron. A veces la veía acostada durante horas en posturas que antes hubieran supuesto un drama doloroso para sus cervicales y su espalda. ¿Cómo era posible? Hay un dicho en inglés que solemos citar los terapeutas: «No brain, no pain» (sin cerebro, no hay dolor). Mi madre padecía una demencia y, al «no tener cerebro» —en este caso, pensamiento, conciencia—, no tenía dolor.

    Fue entonces cuando decidí releer los libros del doctor John E. Sarno sobre el papel que tienen la mente y las emociones en los dolores musculoesqueléticos y en los problemas de espalda.

    Seguí profundizando, y comprobé que lo que Sarno había demostrado de una manera empírica —llegó a presentar las conclusiones de sus investigaciones ante el Senado de los Estados Unidos— fue ratificado de una manera irrefutable por las neurociencias. Ante tales evidencias, ya no era una cuestión de creer o no en ello. Se trataba, simplemente, de estar informada o no, de estar «actualizada» o no.

    Ahora ya nadie discute que las emociones tienen una enorme influencia sobre nuestra salud, y que el estrés —en especial, el emocional— genera disfunciones en el sistema nervioso autónomo. Ahí está la clave.

    Creo que no hay un solo profesional de la salud que se haya «actualizado» que no sepa esto. Pero, ¿cómo podría llevar esa teoría a la práctica en mi trabajo? Piensen que soy fisioterapeuta y que en nuestro ámbito somos muy prácticas: llevamos la terapia física a la acción, la ejecutamos con nuestras manos. Mientras buscaba la respuesta a esta nueva cuestión, di con las valiosas aportaciones de la fisioterapeuta Georgie Oldfield.

    El enorme mérito de Georgie está justo en que nos da un «manual de instrucciones» que podremos seguir paso a paso para salir de nuestro dolor crónico. Y aún mejor: lo haremos nosotras mismas, con nuestro propio poder, sin tener que depender de nadie —al menos por necesidad—.

    Georgie por fin me sacaba de la teoría y me ponía en acción, me daba las herramientas y, sobre todo, ese «manual» con el que montar mi «estantería». Al hablarles de estanterías, me recuerdo a mí misma comprando alguna. Primero la ves en la tienda, perfecta, con todo en su sitio. Después te la dan empaquetada en una pequeña caja. En el exterior de esa caja hay una bonita fotografía de tu mueble, y tienes que creerte que ahí dentro, en ese paquete tan pequeño, está esa estantería tuya tan grande. Y lo que hace posible que tome cuerpo, que la puedas montar, es su manual de instrucciones. Es cierto que hay personas muy intuitivas, que no lo necesitan, pero a otras nos viene muy bien que nos guíen.

    Las teorías del doctor Sarno y toda la fundamentación que nos ofrecen las neurociencias y las ciencias del dolor son para mí esa fotografía que aparece en el exterior de la caja: la promesa de una vida sin dolor. El programa para la recuperación del dolor y las afecciones crónicas que nos propone Georgie Oldfield en este libro es el «manual de instrucciones». Si lo seguimos, nos conducirá a disfrutar de una existencia sin dolor ni afecciones crónicas.

    Por todo esto, si quiere conseguir un buen manual para construirse una vida mejor, siga leyendo las siguientes páginas y póngalas en práctica.

    Muchísimas gracias, Georgie, como profesional, por las herramientas que nos das. Y muchísimas gracias también como paciente: vivo desde hace años una vida sin dolor crónico, y aún mejor, sin miedo a padecerlo, porque el camino que nos propones nos empodera.

    ENCARNA ESPUÑA RIPOLL

    Fisioterapeuta colegiada nº 257 ICOFCV

    Miembro de la Sociedad Española de Fisioterapia y Dolor

    Representante de SIRPA™ en España

    y promotora de la presente edición

    Introducción a la presente edición

    Desde la aparición de las neurociencias se han llevado a cabo numerosas investigaciones con avances que aún no han tenido la suficiente repercusión en la aplicación clínica. Y donde apenas se ha dado esta, es en el tratamiento del dolor en el ámbito de la medicina académica, ya que aún se aborda desde el antiguo paradigma.

    En aquel paradigma, el dolor está asociado por fuerza a un daño en los tejidos. Sin embargo, está probado que no es así: puede haber daño sin dolor, como en el caso del cáncer, al menos en sus estadios iniciales, y también dolor sin daño, como se irá viendo más adelante en este mismo libro. De igual forma sabemos que hay dolor sin cuerpo, como en el caso de los «miembros fantasma»; lo que no hay es dolor sin cerebro. Sea del tipo que sea, agudo o crónico, el dolor es generado por el cerebro: es un «output» cerebral, no un «input».

    La Asociación Internacional para el Estudio del Dolor (IASP, por las siglas en inglés de la International Association for the Study of Pain) define el dolor como «una experiencia sensorial y emocional desagradable que expresa la existencia de daño actual o potencial en los tejidos (…) o que es vivido como tal daño».

    Por tanto, el dolor es una interpretación que el cerebro hace de una situación que amenaza la vida o la integridad, en un nivel celular o global. Se siente en el cuerpo y modifica la conducta.

    Tenemos incorporado de una manera innata que cuando el cerebro detecta un peligro pone en marcha los mecanismos de defensa y, entre ellos, está el dolor. Por ejemplo, ante la posibilidad de quemarnos, retiraremos la mano del fuego. Eso es lo que ocurre cuando hay un dolor agudo.

    En el caso del dolor crónico —aquel con más de tres meses de evolución—, el cerebro está activando de forma constante el mecanismo del dolor. Y es así, a pesar de que en la mayor parte de las ocasiones ya se ha producido la recuperación del tejido y no queda daño. Sin embargo el dolor persiste, o va y viene de manera reiterada. Es importante aclarar en este punto que «dolor crónico» no quiere decir lo mismo que «irreversible», como muchas personas creen —también algunos sanitarios—. Confunden el tiempo que ya lo sufren con el periodo probable en que lo podrían tener.

    Es como si nos hubieran intentado robar el coche y se hubiera activado la alarma, y después esa alarma se hubiera quedado sensibilizada de tal forma que la simple caída de la hoja de un árbol la activa. Eso es lo que se conoce como «sensibilización central». En la actualidad, este fenómeno fisiológico se tiene en cuenta en los tratamientos que se llevan a cabo en la unidades del dolor y que se aplican mediante fármacos. En muchos casos se actúa sobre las consecuencias, pero no sobre las causas. La medicina farmacológica es consciente de ello y también de sus limitaciones, puesto que este tipo de fármacos crean adicción o no se pueden tomar durante mucho tiempo por sus efectos secundarios.

    Si se fuera a las causas habría que preguntarse qué es lo que provoca que el sistema nervioso se sensibilice así. La respuesta parece clara: lo que lo sensibiliza es la información que recibe, de la que saca sus valoraciones y conclusiones, y que en consecuencia le hace generar sus «outputs».

    Nuestro cerebro extrae estas valoraciones y conclusiones de toda la información sensitiva y sensorial —incluida la que proporcionan los nociceptores, o receptores neuronales del dolor—; de lo que pensamos; de lo que creemos; y, sobre todo, de lo que sentimos. Tal y como señala John E. Sarno, hay emociones que nuestro cerebro detecta como peligrosas, a las que responde activando los mecanismos de defensa y, con ellos, el dolor. Es una respuesta generada por la propia mente, de la misma manera que el sistema inmunitario actúa contra nuestras células, como en el caso de las enfermedades autoinmunes —por ejemplo, la artritis reumatoidea—.

    El caldo de cultivo para todo esto es el «distrés» o estrés disfuncional, al que llamamos «estrés» de manera coloquial. Este se ha convertido en el gran depredador de nuestra época.

    El estrés es un mecanismo fisiológico de supervivencia. El ser humano, comparado con otros animales, es bastante vulnerable: no somos muy ágiles, ni muy fuertes; no tenemos veneno, ni alas, ni garras, ni una gran velocidad. Hemos logrado sobrevivir gracias a nuestra facultad para prevenir el peligro, utilizando toda la información que el cerebro es capaz de asimilar.

    Cuando detectamos el peligro, sea actual o potencial, el cerebro activa el sistema nervioso simpático, que pone en marcha la respuesta conocida como «de lucha o huida». Esta respuesta provoca —como nos describirá más adelante la autora, cuando aborde el tema del estrés— el aumento de la frecuencia cardíaca, una respiración más rápida, la expansión de las vías respiratorias para aportar más oxígeno al cuerpo y una mayor irrigación sanguínea de los músculos esqueléticos, de modo que podamos reaccionar de forma inmediata al peligro percibido.

    Esa respuesta se sigue dando, por supuesto, aunque ahora nuestros depredadores —al menos en esta sociedad occidental—son, sobre todo, nuestras emociones, nuestros pensamientos y todo aquello que hemos asimilado como nuestras creencias.

    Al darle información constante al cerebro —por ejemplo, al preocuparnos por las cosas que aún no han sucedido, al sentirnos resentidos por lo que nos ha ocurrido en el pasado o apremiados por una personalidad perfeccionista y autoexigente—, la base para el dolor y la enfermedad está servida. Y es que nuestro cerebro responde en función de la información que tiene, sin establecer juicios de valor, sea esa información física, pensada, sentida, a tiempo real o virtual.

    En el caso del dolor crónico, nuestro cerebro todo el tiempo está interpretando que hay un peligro o una amenaza. Es como si en un avión estuviéramos en «modo despegue» y en ningún momento —o proporcionalmente durante menos tiempo— conectáramos el «modo travesía». Eso acabaría por quemar el sistema.

    Cuando nuestros depredadores eran las bestias salvajes, con la propia descarga física «de lucha o huida», el sistema se liberaba de tensión, se reiniciaba y volvía al equilibrio, al «modo travesía». Ahora, cuando nuestras emociones, pensamientos y creencias son nuestros mayores depredadores, ¿cómo regresamos al «modo travesía»?

    Lo que nos proporciona el enfoque terapéutico desarrollado por Georgie Oldfield, el método SIRPA™ (por las siglas en inglés de la Asociación de Profesionales para la Recuperación de las Enfermedades del Estrés), es la manera para realizar todo esto, de forma que se pueda volver al «modo travesía» o equilibrio. Además nos lo plantea con unos sencillos pasos.

    La aparición de las neurociencias —y entre ellas, las ciencias del dolor, muy en especial la psiconeuroendocrinoinmunología— y la interacción entre las diferentes disciplinas de investigación, nos están proporcionando el marco teórico basado en la evidencia para que tengan lugar enfoques terapéuticos como el método SIRPA™.

    De manera simultánea a esta vanguardia, otros muchos enfoques y métodos terapéuticos —incluidos muchos de los llamados «alternativos»— aún se basan en el antiguo paradigma de que el dolor está asociado por fuerza a un daño en los tejidos. Por otro lado, no ponen en común sus conocimientos: las disciplinas que tratan el cuerpo, solo tratan el cuerpo, y las que tratan la mente, solo tratan la mente. Ahora sabemos que son la misma cosa, de manera que se impone crear una nueva palabra, si me lo permiten, algo así como la «mentecuerpo».

    Los enfoques terapéuticos deberán tener todo esto en cuenta en el futuro, además de empoderar al individuo y darle información para que deje de tener miedo de su propio cuerpo y del entorno en el que se desarrolla. También tendrán que fomentar que ese individuo se conozca a sí mismo y que pueda autocurarse gracias a ese conocimiento. Para acabar, es esencial, en una cultura con tanta información, que adquiera un criterio para diferenciar qué información suma y le empodera, y cuál es la que resta y le hace dependiente.

    En las siguientes páginas, resultado del trabajo de una excelente profesional y también maestra, Georgie Oldfield, usted encontrará la información para cambiar su forma de ver el dolor y, además, las herramientas para poner en práctica este cambio.

    ENCARNA ESPUÑA RIPOLL

    Prólogo a la edición inglesa

    Muchos encuentros fortuitos adquieren una gran importancia vistos en perspectiva. La manera en que conocí a Georgie no fue diferente. Soy farmacéutico de profesión, y me he pasado la primera década del siglo xxi inmerso en la investigación farmacológica. La hipótesis de trabajo siempre ha sido que el cuerpo, de alguna manera, tiene disfunciones y que no hay una alternativa mejor que medicarse para eliminar sus síntomas. Pienso que muchos de nosotros ya somos lo suficientemente mayores como para darnos cuenta de que inhibir las funciones corporales no tiene nada que ver con sanar, recuperarse y curarse. No obstante, la búsqueda de la «varita mágica» ha hecho que la industria farmacéutica sea la segunda del mundo y que el gasto mundial en productos farmacológicos supere el billón de dólares anuales. No me malinterpreten: la farmacología es una herramienta maravillosa que nos puede enseñar muchas cosas, pero los medicamentos tienen muy poco que ver con la medicina en su forma más verdadera y sostenible.

    Al sentirme cada vez más desilusionado con toda la filosofía médica basada en los fármacos, una cosa llevó a la otra, como suele ocurrir, y acepté el cargo de jefe de Investigación y Educación en BackCare, la organización benéfica británica dedicada al dolor de la espalda y del cuello. Me había graduado en un laboratorio de investigación farmacológica, que estaba tan separado de las realidades humanas, para contactar directamente con las consecuencias fallidas de la medicina moderna. De un modo más pleno que nunca, fui testigo de la profunda desconexión entre las pruebas científicas y la práctica médica, y de cómo se encerraba a los pacientes en un sufrimiento del que, al parecer, ya no podrían salir en toda su vida. Me vi obligado a remediar esta situación. Convencido de que la verdad nos hace libres, empecé a trabajar en otro sentido. Y entonces conocí a Georgie.

    He aquí alguien que también tenía una formación médica convencional y que había recorrido el mismo camino que yo desde el desencanto. Georgie se había formado como fisioterapeuta en los años ochenta, y se convirtió en la encargada de los servicios respiratorios de un gran hospital. Sin embargo, después de quince años de estar expuesta a una enorme variedad de pacientes, enfermedades y tratamientos, las limitaciones de la medicina del dolor convencional le resultaban demasiado evidentes. La expresión «cambio de paradigma» se ha convertido en un cliché, por desgracia; pues bien, entre los años 2000 y 2007, Georgie tuvo una serie de experiencias que la iban a preparar para algo que solo puedo describir con ese término.

    La investigación nos dice que el desarrollo humano sucede «como respuesta a las experiencias vitales que son estructuralmente desequilibrantes, personalmente relevantes, emocionalmente atractivas e interpersonales».* Este estimulante periodo de la vida de Georgie, que conllevaba su propio problema de salud y la continua exposición a las contradicciones entre los síntomas de sus pacientes y los diagnósticos clínicos, ciertamente le proporcionó toda esta cantidad de ingredientes. Encuentro profundamente interesante la manera en que la gente desarrolla su vida, y también cómo las experiencias que vivía Georgie parecían reflejar aspectos de mí mismo. De hecho, el conocimiento médico se revela de un modo muy parecido.

    En la ciencia no existen hechos —es importante entender esto—. Los experimentos científicos acumulan datos; nosotros interpretamos estos datos para aportar pruebas, y usamos estas pruebas para construir modelos. Estos modelos explican por qué suceden las cosas del modo en que suceden y predicen cómo podemos cambiar lo que podría pasar a continuación. Pero el conocimiento está siempre en evolución y, cuando obtenemos suficientes evidencias que contradicen el modelo, surge uno nuevo que explica mejor las cosas. Este proceso, que es válido para todos los campos de la ciencia, no lo es menos para la ciencia aplicada de la medicina.

    El modelo «biomédico» de medicina que apareció a mitad del siglo xix dibujaba la salud como no más que una ausencia de síntomas aparentes, y la enfermedad como la desviación de ese punto de partida normal, causada por una biología averiada. Aunque al principio liberó a la medicina de sus antecedentes supersticiosos y mitológicos, en los tiempos que corren el modelo «biomédico» nos limita. Una ingente cantidad de pruebas clínicas han demostrado de forma irrefutable que ese modelo biomédico es incapaz de cumplir con el objetivo esencial de la medicina: devolver al paciente a un estado saludable sin perjudicarle.

    En 1946, la Organización Mundial de la Salud (OMS) creó una definición más amplia de salud que ha permanecido inalterada en el corazón de su constitución hasta nuestros días: «La salud es un estado de bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de enfermedad o dolencia.» El modelo «biopsicosocial» que apareció en los años setenta capturaría esta esencia de alguna manera, con la inclusión de los factores psicosociales en el diagnóstico, pronóstico y enfoque terapéutico.

    No cabe duda de que la salud mental y la salud física están relacionadas. Para empezar a abordar este asunto, el modelo «biopsicosocial» de la medicina se empezó a alejar de un pensamiento que estaba peligrosamente anticuado. Sin embargo, a pesar de su amplia visión de la medicina, este modelo no es, ni mucho menos, el fin del camino. En él los factores psicosociales se ven, en primer lugar, como elementos capaces de influir indirectamente en la enfermedad al impulsar patrones de comportamiento no saludables (por ejemplo, adicción/dependencia; estilo de vida sedentario; evitación de los miedos), pero incapaces de provocar o curar una enfermedad de manera absoluta. Así pues, ¿qué viene ahora? Hasta la fecha, la medicina ha continuado promoviendo la idea de que la enfermedad física aparece cuando la biología se avería, como un coche que se estropea y no podemos conducir. Sin embargo, las pruebas acumuladas en las últimas décadas apoyan un modelo emergente de medicina que tiene una perspectiva muy diferente. El principio que lo define es que la enfermedad representa una completa expresión intencionada y con un sentido, aunque subconsciente, de una disparidad subyacente entre las necesidades innatas y las aprendidas —una reacción disfuncional al estrés—.

    El trabajo de Georgie representa la aplicación de este último modelo. Los modelos de un orden superior conllevan resultados de un orden superior. Mientras que las perspectivas paliativas y de gestión del dolor crónico refuerzan mucho la creencia fija de la incurabilidad para toda la vida, Georgie ha demostrado que los pacientes con dolor crónico se pueden recuperar completamente gracias a una intervención deliberada, independientemente de la ubicación, intensidad y duración de su dolor. Quizá usted podría decir que la demostración del modelo está en su propia aplicación. La recuperación de una enfermedad crónica es un orden nuevo en los resultados clínicos, todavía por vislumbrar por los tratamientos convencionales. Con el trabajo llevado a cabo por Georgie y la Asociación de Profesionales para la Recuperación de las Enfermedades del Estrés (SIRPA™, por sus siglas en inglés) tenemos un excepcional puesto avanzado en la vanguardia de la comprensión de todo esto. Con cientos de millones de personas en el mundo incapacitadas por el dolor —y si no hacemos algo, destinadas a permanecer así—, me siento obligado a prestarle

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