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UN MUNDO DE DOLOR

HACE MÁS DE TRES DÉCADAS, cuando luchaba contra el cáncer, Tom Norris tuvo que someterse a un tratamiento de radiaciones en las ingles y en la cadera izquierda. El cáncer desapareció y no ha regresado. Pero Norris quedó con un intenso dolor que comienza en la cadera y le recorre la columna hasta el cuello.

Desde entonces, el hombre de 70 años no ha tenido un solo día de paz. El dolor acabó con su carrera como oficial de mantenimiento de aviones en la Fuerza Aérea de Estados Unidos y lo lleva con él a todas partes, igual que el bastón que usa para caminar. En los días malos es tan insoportable que lo postra en cama; en los buenos limita mucho su movilidad, lo que le impide realizar hasta las tareas más simples, como sacar la basura. A veces, el dolor es tan abrumador que le cuesta trabajo respirar. “Siento que me ahogo”, dice Norris.

Residente de un suburbio de Los Ángeles, Norris habló conmigo sentado en una larga banca acojinada, en la cual podía tenderse sobre la espalda. Alto y simpático, se ha habituado a adoptar una expresión de serenidad para ocultar su dolor, de manera que nunca lo vi respingar. Al cabo de 31 años de matrimonio, su esposa Marianne sabe que el sufrimiento es particularmente intenso cuando la expresión de su mirada se vuelve inescrutable.

Una vez que el dolor tomó el control de su vida, Norris halló consuelo hablando del problema. Se erigió en defensor de quienes padecen dolor crónico, fundó un grupo de apoyo y ha buscado alivio a lo largo de 30 años. Gran parte de ese tiempo utilizó fentanilo, un poderoso opioide que amortiguaba el dolor “como bajo una manta”, pero que lo mantenía “tumbado y aturdido”. Ha probado con numerosos remedios, desde acupuntura (que lo ayudó un poco) hasta picaduras de abejas, terapia con imanes y sanación espiritual (que de nada sirvieron). Hoy día, Norris controla el dolor con fisioterapia, la cual mejora su movilidad, y con inyecciones de esteroides en la columna para desinflamar sus nervios.

Igual que Norris, cerca de 50 millones de estadounidenses, y millones más en todo el mundo, viven con dolor crónico. Aunque las causas son muy variadas, desde cáncer y diabetes hasta enfermedades neurológicas y otros padecimientos, ese sufrimiento tiene un mismo origen: un tormento físico que trastorna la vida, ya sea de manera intermitente o continua. La quimioterapia puede provocar un dolor tan intenso e implacable que muchos pacientes renuncian al tratamiento y prefieren el consuelo de la muerte.

La factura del dolor crónico se ha vuelto cada vez más visible en los últimos años. Desde fines de la década de los noventa del siglo xx, cuando los médicos comenzaron a recetar oxicodona y demás opioides para tratar el dolor persistente, cientos de miles de estadounidenses se han vuelto adictos a

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