Brecha de género en la consulta
Catherine Gladwyn sabe lo que va a escuchar incluso antes de que la doctora abra la boca. Lo ha oído ya muchas veces. De hecho, se ha marchado de esta consulta, y de otras, sabiendo que le pasa algo. Lo nota cuando se mueve y lo siente en el estómago, pero está aterrada porque nadie la cree. Esta vez espera tener más suerte, así que vuelve a intentarlo. Decidida, le dice a su médica de cabecera: «Esto no es normal. Estoy segura de que algo no va bien». Ella la mira con atención y, tras una pausa, se inclina en su silla y le pregunta:
«¿Has estado un poco estresada últimamente?».
Ocho meses después, llevan a Catherine a la sala de operaciones en una silla de ruedas. Va a someterse a la primera de varias cirugías para extirparle un tumor cerebral. Ese que–según le habían repetido por activa y por pasiva–no existía. Pidió una segunda, una tercera y hasta una cuarta opinión, pero los médicos insistían realizado el año pasado por la SEFH (Sociedad Española de Farmacia Hospitalaria), se concluye que «la diferencia de sexo y la forma en la que las enfermedades aparecen pueden estar condicionando el retraso y los fallos diagnósticos». Y esto a todos los demás mortales nos resulta curioso. Porque sabíamos que en el mercado laboral existe todavía una brecha de género, pero no teníamos ni idea de que se podía extender al ámbito de la salud. La pregunta es: ¿se puede hacer algo para cerrarla?
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