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Secreto Paraíso
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Libro electrónico354 páginas5 horas

Secreto Paraíso

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Información de este libro electrónico

La mañana que Matías Jones partió en su misión, nunca imaginó que ese día su destino se vería atrapado bajo las sombras de una lucha milenaria entre las fuerzas del bien y del mal.
Revelar el secreto que concede el conocimiento y la vida eterna, traerá consigo consecuencias inesperadas.
La muerte es real cuando la venganza del condenado acoge su verdadera forma. ¿Qué sacrificarías por la inmortalidad?

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 ene 2021
ISBN9781005144814
Secreto Paraíso
Autor

Edgard Orochena M

Edgar Antonio Orochena Meléndes, 27 de Noviemnbre de 1963. Escritor, Músico, Director de coro, (Conservatorio Shaikovsky, Moscú)

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    Secreto Paraíso - Edgard Orochena M

    Con las manos fijas en el volante, Matías Jones conducía a toda velocidad con la esperanza de llegar a tiempo al hospital y salvar la vida de su acompañante herida de bala en la parte baja del abdomen. Los proyectiles de su perseguidor impactaban una y otra vez su coche, obligándole a cambiar su curso constantemente. Los primeros rayos del alba revelaban una extraña transformación en la mujer que murmuraba una oración que él no podía comprender. Su vehículo fue sacudido repetidas veces en la parte trasera. Sin más alternativa que el de salvar a la mujer gravemente herida y huir de su perseguidor, aceleró en el justo momento en que un disparo atravesó el vidrio trasero impactándole en su hombro izquierdo. El auto se salió de la carretera estrellándose contra un poste del alumbrado público y poco antes de perder el conocimiento, con la mirada borrosa, vio que la muerte caminaba hacia él apuntándole con el dedo.

    Matías Jones, nacido bajo el signo de hades, despertó esa mañana cubierto de sudor y consciente de que sus sueños le advertían de un mal presagio, emprendió el viaje en la búsqueda de su destino.

    Jones, agente del FBI transferido desde las oficinas centrales de Washington D.C. al condado de Miami Dade como agente especial en la investigación de los asesinatos de las mujeres encontradas en el Parque Nacional de los Everglades, caminaba por los pasillos del Departamento de Policía. Su contextura era corpulenta, sus enormes manos parecían las de un boxeador, su cabello de color castaño oscuro combinaba con su chaqueta de cuero color café; vestía pantalones de mezclilla azul y botas negras. A su llegada, no hubo palabras de recibimiento, pasó desapercibido entre los escritorios de los demás policías que no mostraron ningún interés por aquel hombre de 38 años que aun exhalaba aliento alcohólico. Su barba de dos días sin afeitar delataba cierto descuido en su aseo personal.

    Luego de muchos llamados de atención por sus continúas recaídas había sido asignado a este caso bajo amenaza que, de fallar, sería retirado de su cargo de forma definitiva. No tenía esposa, tampoco hijos, vivía solo, la adicción al tabaco y su necesidad de ingerir alcohol era algo que ninguna mujer soportaría. Como parte de su ritual, cada mañana al levantarse encendía un cigarrillo y desayunaba un café al que añadía un trago de vodka. Acostumbraba a llevar dentro de su auto un cartón de cigarrillos y una botella de esa bebida alcohólica. Muchos de sus compañeros trataron de ayudarle. Participó en grupos de terapia, e inclusive estuvo recluido en un centro para adictos, pero su abstinencia era cosa de días, la necesidad de tomar regresaba cada vez con mayor fuerza. Los médicos le habían diagnosticado una enfermedad crónica progresiva e irreversible que le afectaba el hígado; su pérdida de peso y falta de apetito eran una de sus tantas luchas diarias que trataba de ocultar ante sus compañeros y superiores.

    Cada noche, después del trabajo, terminaba en la barra de la cantina y permanecía hasta que cerraban y lo llevaban casi a rastras a su apartamento. Sus ojos cafés contrastaban con las ojeras producto del desvelo.

    Con mucho cuidado tocó a la puerta del jefe quién ya lo esperaba, un tanto mal humorado.

    —¿Puedo encender un cigarrillo? – preguntó Matías acomodando sus lentes.

    El jefe, sin desviar la mirada puesta sobre sus informes, señaló con su dedo índice izquierdo hacia un letrero que decía: No fumar.

    —Disculpe, es que no fumo desde que bajé del avión.

    El capitán, con mucha dificultad abrió la gaveta de su viejo escritorio de la cual sacó un paquete de cigarrillos y le ofreció uno.

    —Por un momento creí que estaba prohibido, – comentó Matías mientras encendía su cigarrillo.

    —Es parte de mi trabajo señalar ese letrero, pero ¡qué diablos! con tanto que hacer y tantos problemas no hay tiempo para salir a la calle cada vez que se necesita uno; además, ¿qué más da? — replicó el capitán mostrando sus dientes amarillos al sonreír.

    —Usted ha llegado en buena hora. Necesitaremos toda la ayuda posible en este caso que tiene a todo el departamento patas arriba; el alcalde no deja de llamar cada diez minutos.

    El capitán lanzó una bocanada de humo mientras observaba como la mano izquierda del agente temblaba levemente. El viejo cubano sacó una botella y le sirvió un trago de whisky.

    —Usted me cae muy bien agente. – comentó el capitán.

    —¿Por qué? — preguntó Matías.

    —Porque usted tiene todos los vicios, y un hombre sin vicios es un ser al que hay que tenerle mucho cuidado.

    La forma cómo habían sido ultimadas las mujeres tenía alarmada a toda la población del condado. El edil de la ciudad, en su intento de postularse nuevamente como alcalde, tenía bajo presión al capitán y jefe de policía, John Rubio, a quien le exigía a toda costa el esclarecimiento y captura del criminal al que los medios habían apodado: El destripador de Miami.

    El teniente intentó disipar el humo al advertir que la jefa de recursos humanos pasaba frente a su oficina moviendo su cabeza en ambas direcciones en señal de desaprobación.

    —Veo que los muchachos de Washington no pierden su buen sentido del humor al enviarte acá. El clima ha estado terrible últimamente, pronto vendrá la temporada de huracanes, la cual, no beneficia para nada nuestro trabajo. – comentó el capitán, mientras extraía de su gaveta una pila de expedientes. —Bien, lo pondré al tanto de la situación.

    Solange Espinosa: productora y mánager de artistas de telenovela; soltera, 25 años, nacida en Colombia y padres de origen judío. Malla Giménez: pintora, 24 años de nacionalidad española hija de padres españoles y gitano romaní. Kalyna Dombrovsky: pianista clásica, ucraniana, 79 años de origen judío.

    Cómo verá, hemos estado haciendo nuestra tarea y cómo podrá notar, todas y cada una de las víctimas están en el rango de los veinticinco años con excepción de esta anciana de nombre Kalyna Dombrovsky de 79 años. Algo aquí no encaja con el patrón de las víctimas. Hace dos días, — continuó el capitán, mientras se servía otro trago. — la señora Dombrovsky fue encontrada al igual que las demás mujeres en los pantanos de los Everglades, los paramédicos pensaron que estaba muerta, pero en el trayecto hacia la morgue mostró signos vitales. Actualmente está muy grave en el hospital y, según los médicos, su estado no es muy alentador.

    —¡Un momento!, todas presentan torturas, y extracción de sus órganos reproductivos ¿de esta anciana? – preguntó Matías consternado después de leer detenidamente el expediente de Kalyna.

    El teniente asintió con su cabeza al momento de servirse un poco más de whisky

    —Debería de tomar otro trago. – recomendó el viejo capitán, sin apartar la mirada de las manos de Matías que no dejaba de temblar. El viejo policía pudo fácilmente reconocer que el agente que tenía enfrente padecía de una seria adicción al alcohol.

    —¡Sí, por favor! Creo que de ahora en adelante necesitaré mucho más de eso. – dijo sin despegar los ojos de la botella.

    —Como verá, todas son de origen gitano y judío, todas jóvenes, a excepción de Kalyna Dombrosvky… –continuó relatando John Rubio, mientras le acercaba el trago al agente.

    —¿Y estas marcas en la espalda? – interrumpió Matías.

    Aún no entendemos su significado – replicó John Rubio

    —Pero existe ese otro patrón, – comentó el agente mientras buscaba con que escribir. – la primera víctima fue Solange ¿correcto? – dijo mientras dibujaba sobre una hoja en blanco.

    El capitán asintió con la cabeza mientras miraba como Matías trazaba una línea.

    —Cómo observará, la primera víctima posee una línea vertical en toda su espalda, ahora, veamos a la segunda víctima. ¿Maya?

    —Así es, – respondió el capitán.

    —Mire su marca, es otra línea, pero de manera transversal. Continuemos, Kalyna tiene una línea horizontal en la parte alta de su espalda, sí unimos todas estas líneas tendremos esto. – señaló Matías.

    Ambos miraron fijamente la forma resultante al unir las líneas.

    —Bueno, parece una cruz, – comentó el capitán, sentado en el asiento en donde encendió un segundo cigarrillo, – pero hay otra línea en el extremo superior de forma horizontal que cambia toda la figura. Tendremos que seguir trabajando más en esto, aunque las líneas no arrojen ningún significado en estos momentos, no podemos descartar que sigue siendo una pista. ¡Acompáñeme!, el alcalde me espera en el salón del ayuntamiento, nuevamente ofrecerá una conferencia de prensa y me ha citado para que le acompañe- dijo el viejo policía.

    Luego de la corta intervención del alcalde de la ciudad, el jefe del Departamento de Policía de Miami Dade se dirigió a los medios de comunicación.

    —¿Qué información tiene sobre las marcas encontradas sobre la espalda de las víctimas? – preguntó uno de los periodistas.

    Matías y el capitán entrecruzaron sus miradas.

    —Mientras el caso esté en proceso de indagación no podemos ofrecer detalles, pero si les diré algo. El Departamento de Policía del condado de Miami Dade está trabajando arduamente por esclarecer estos asesinatos a la mayor brevedad posible… respondió el capitán John Rubio con su marcado acento cubano.

    —¿Qué nos puede decir de los órganos extirpados? Interrumpió otro periodista

    —Como he mencionado antes, no podemos ofrecer detalles de las averiguaciones en marcha. Quiero aprovechar la oportunidad, – dijo Rubio dirigiendo la mirada directamente a una de las cámaras. – para enviar un mensaje al asesino y decirle: Podrás esconderte, podrás huir, pero no podrás escapar del brazo largo de la ley ¡Pagarás por tus crímenes y eso, será muy pronto! – concluyó.

    —El reloj del edificio del ayuntamiento marcaba las 9:30 de la noche del 11 de octubre del año 2015. Una ráfaga de viento envolvía la tristeza de aquellos transeúntes que se apresuraban en la búsqueda de vivir el sueño americano en la capital del sol. La lluvia, como es costumbre en esta época del año, golpeaba los vidrios de los automóviles que recorrían aquella ciudad, que, como un libro estaba repleta de miles de tristes y trágicas historias de soñadores a la caza de la felicidad en aquella tierra prometida. Este fue el caso de Kalyna Dombrosvky, quien llegó a América con tan solo nueve años y ahora moría en un cuarto de hospital rodeada de aquellas amigas que no salían de su asombro y se preguntaban: ¿Cómo alguien había sido capaz de hacer tanto daño a aquella mujer que sobrepasaba los 70 años?

    —Mientras tanto, el capitán Rubio, acompañado de Matías Jones, se encontraba en el corredor del hospital escuchando con atención al médico residente que daba su parte hospitalario.

    —Durante mi experiencia como médico, nunca había visto un caso tan atroz como el de la señora Dombrosvky. Ha perdido mucha sangre, en su cuerpo hay claros signos de tortura y, tomando en cuenta su edad, es un verdadero milagro que siga con vida. Por otro lado, – continuó. – nos llama poderosamente la atención una línea horizontal cuidadosamente dibujada que hemos encontrado en la parte inferior del omóplato, la cual, parece haber sido trazada con algún instrumento metálico al rojo vivo. Aquí están algunas fotografías que hemos hecho. — dijo mientras entregaba las imágenes a Rubio, —considerando que serían importantes para su investigación. He de advertirles, – exclamó con mucha seriedad. – que si tienen esperanza de que la víctima sobreviva, y obtener alguna pista que los lleve al asesino, creo que será imposible.

    Las lágrimas recorrían las arrugas de los rostros de aquellas ancianas. Aquellos profundos surcos cincelados en sus caras evidenciaban sus días de tristeza y desesperanza. Frente a ellas estaba la cruel realidad para tanto desasosiego y sueños que ahora se reducían a una cama, a una máscara de oxígeno y una inyección intravenosa. Ellas eran cinco amigas llenas de años y resignadas a vivir en un mundo frívolo y deshumanizado.

    Capítulo 2:

    Conociendo a Kalyna Dombrovsky.

    Kalyna Dombrovsky conoció el significado del dolor a muy temprana edad. Cuando cumplió cinco años fue arrebatada de los brazos de su madre por los oficiales de la SS que a gritos y empujones la obligaron a subir a un camión que la llevó hasta la estación de trenes arrancándola de aquello que tanto amaba: la casa de madera, la chimenea, el piano negro de pared en donde su madre le enseñaba a tocar. Kalyna nació la lluviosa mañana del 20 de octubre de 1936 en una pequeña casa en las afueras de Malaya Rohan, en Ucrania. Su madre trabajaba como maestra de música en la escuela Lenisky Konsomol número 42 y su padre era oficial de una de las fábricas metalúrgicas en la región industrial.

    Todas las mañanas caminaba en dirección de la escuela luciendo orgullosamente su pañuelo rojo como parte del uniforme escolar de pionera. Como miembro del coro infantil cada tarde ensayaba para el gran recital que darían en Moscú en la sala grande de conciertos del conservatorio P. I. Tchaikovski en saludo a la Gran Revolución de Octubre. En una de las paredes de aquel inmenso salón de prácticas, colgaba un gigantesco retrato del gran padre de la patria Josef Stalin, en el cual los ojos del gran líder vislumbraban el futuro de la gran revolución bolchevique.

    El día en que Kalyna cumplió cinco años, ella, al igual que muchos otros judíos, corrían entre gritos y disparos sobre la rampa de la estación de trenes. Caminaba apresurada sin saber la razón y hacia donde iba; tal como un zumbido de abejas retumbaba en sus oídos aquel grito: Schnell, Kalyna cayó al suelo y una mujer del ejército alemán le gritaba una y otra vez ¡Schnell! La niña no tenía idea de su significado, pero se levantó y corrió a toda prisa para unirse al centenar de prisioneros que eran conducidos hacia el tren, bajo el más terrible acto de humillación jamás experimentado por la raza humana. Ya dentro del vagón intentó respirar el aire que se colaba entre las rendijas del convoy ganadero, sentía que moría de sed, pero antes de desvanecerse una vieja gitana la amamantó con unas cuantas gotas de un líquido gelatinoso que tenía el color de la sangre y fluía de sus pechos marchitos. El tren partió y Kalyna quedó dormida entre los brazos de aquella anciana que se llamaba Esmeralda y de cuyos párpados arrugados se podían distinguir aún unos profundos ojos negros. Nunca se supo exactamente su origen, muchos creían que provenía del noroeste de la India.

    El tren detuvo su marcha casi a las dos de la madrugada y bajo un fuerte aguacero descendieron por la rampa, la vieja gitana desapareció. Una joven hermosa tomó las manos de la niña y corrieron juntas por el lodoso patio entre centenares de prisioneros que habían llegado con ellas al campo de concentración de Auschwitz. Una vez en las barracas, entre carreras y disparos la joven gitana le contó una leyenda sumeria sobre la primera mujer en el Jardín del Edén.

    Con el transcurso de los días el hacinamiento fue diezmando la vida de aquellos prisioneros, para quienes el tiempo había dejado de importar y lo esencial era existir, aunque fuera unos segundos más. Entre los soldados alemanes se esparció la historia de una bella mujer de cabellera negra y ondulado que rondaba los acantonamientos por las noches. Los militares hablaban en secreto sobre la misteriosa mujer, otros decían que era un fantasma que deambulaba por las noches visitando las barracas de los soldados. Muchos se mofaban de aquellos que hablaban del tema, a otros les despertaba gran curiosidad y algunos morían de pánico; para los judíos aquello era una alucinación producto del hambre que atacaba sus mentes.

    Durante días, meses y semanas el espectro se paseó por aquel campo de concentración y los oficiales, seducidos en sus puestos de vigilancia, amanecían en un profundo trance. Las víctimas de aquella hechicera, además de presentar cuadros de demencia estaban afectados de noma la cual se propagaba por toda la cara y la boca de los soldados.

    Los gitanos fueron culpados de aquella epidemia, por lo que fueron aniquilados inmediatamente. Con el afán de encontrar una cura, la cabezas y órganos de los niños asesinados fueron remitidos a la Academia de Ciencias de la SS en Graz para ser estudiadas por Josef Mengele, quien era el director médico de Zigeunerfamilienlage del complejo Il – Birkenau. El temperamento obsesivo enfermizo de aquel ángel de la muerte dictaba que algo extraño estaba sucediendo y que estaba ante un fenómeno que traspasaba los límites de la razón.

    Se crearon grupos especiales para atrapar al fantasma, pero no había forma de apresar a la mujer que se asomaba por las noches y aún con todos los recursos disponibles no podían darle captura. El miedo y la demencia conllevó a la matanza de toda mujer joven gitana o judía que coincidiera con la descripción de los soldados. Era imposible que una mujer desapareciera ante todo un regimiento de guardias carcelarios, sin embargo, por las noches silbaba al mejor estilo alemán entre los pabellones, riéndose a carcajadas mientras los soldados corrían tras su búsqueda y cuando parecía que estaban a punto de aprehenderla se desvanecía como la niebla.

    El sturmbannfuhrer Richard Baer –, mayor y comandante del campo de concentración de Auschwitz II -Birkenau –, rompió una y otra vez el informe que debería ser enviado al Fhürer informando sobre el extraño caso, pero temía ser considerado que estaría perdiendo la razón, debido a las atrocidades que cometían a diario. Confiando en que atraparían de una vez por todas a la bruja, giró instrucciones de mantener el sigilo posible.

    Capítulo 3:

    El encuentro con el ángel de la muerte.

    Una tarde, mientras los judíos contemplaban como quemaban sus barracas, una anciana encorvada que se mantenía firme entre las filas llamó la atención de Mengele.

    — << Esta anciana nunca debió haber estado ahí>> – pensó el Ángel de la muerte.

    De acuerdo con el protocolo, la anciana debió ser conducida a la cámara de gas. Mengele ordenó que la vieja fuera llevada a su laboratorio en donde fue desnudada y atada de pies y manos para dar inicio al interrogatorio. Mengele empezó su interpelación de manera cortés y hasta se podría decir que amistosa, le preguntó sobre su origen, su nombre y de los labios secos de la anciana se desprendían palabras que parecían susurros enviados al aire.

    —Mi padre es el sol y mi madre la luna. El soplo divino lo llevo en mi vientre– repetía.

    El interrogatorio se intensificó. Empezaron a azotarla con una correa de cuero provocando continuos desmayos en la mujer a la que despertaban con baños de agua fría. Siguiendo su instinto, Mengele decidió esperar a que cayera la noche. El reloj marcó las siete de la noche, luego las ocho y no ocurría nada. — ¿A qué estamos esperando? — se preguntaban los soldados mirándose entre sí.

    Mengele, sus asistentes y media docena de soldados sentados frente a la anciana aguardaban en silencio sin despegar su mirada de aquella mujer que no se movía, ni exclamaba nada. El reloj de pared marcó las nueve de la noche y en ese preciso momento los enormes ojos verdes de Mengele fueron testigos de la lenta transformación de la vieja, quien, con el cabello sobre su rostro comenzó a pronunciar una palabra que carecía de significado para él y sus soldados.

    —Egregor, egregor, egregor.

    —¡Bueno, bueno, aquí tenemos una bruja! – dijo con su acostumbrada altanería. – Te haré una sola pregunta y quiero una respuesta, ¿cómo haces para poder transformarte? – preguntó Mengele abalanzándose sobre ella.

    La gitana lentamente levantó su mirada y esbozó una sonrisa.

    —Egregor, egregor, egregor –, susurró para luego guardar silencio.

    En represalia, los soldados colocaron un embudo en su boca y vertieron una botella entera de Zamagon para luego tapar su nariz y boca. La gitana se asfixiaba, pero justo antes de que colapsara la dejaron respirar. Inhaló una bocanada de aire, pero de igual manera sintió asfixiarse ante lo cual los soldados estallaron en risa.

    —Este vodka ruso es muy fuerte, es 90% de alcohol y, como verás, su ingesta no es nada fácil. Repito la pregunta: ¿cómo haces para transformarte? – inquirió Mengele.

    Ante el silencio de la ahora nuevamente joven, repitieron el castigo una y otra vez hasta que perdió nuevamente el conocimiento.

    La luz de la mañana reveló nuevamente el semblante de la anciana decrepita. Convencido que la sibila no revelaría su secreto la condujeron al interior de una zanja. De pie, frente al pelotón de fusilamiento miraba a sus asesinos formados frente a ella y tal como si fueran estatuas de sal esperaban sin ningún apuro la orden de disparar. Josef Mengele desde la parte superior de la zanja la invitó una vez más a revelar el secreto, a lo cual la envejecida mujer accedió moviendo su cabeza. Inmediatamente Mengele ordenó subir a la gitana, quién una vez frente al él le pidió extender ambas manos.

    —¿Quieres saber el secreto? - preguntó con voz temblorosa, y viéndolo fijamente a los ojos invocó con voz ronca hacia el cielo –. Que en tí habite el infierno, que la lluvia te esquive y tu sed sea eterna. ¡Maldito serás tú y todo varón que provenga de tu linaje todos heredarán tu maldición! – concluyó escupiendo las manos del nazi.

    Años después, un soldado alemán prisionero en Astrakán, horas antes de morir le reveló a un soldado ruso que, una vez invocada la maldición, Josef Mengele dio órdenes de disparar a la anciana. La vieja, mientras recibía los disparos, se reía a carcajadas y cayó sobre la zanja con los ojos abiertos mirando hacia el cielo como buscando a Dios, murió con una sonrisa en sus labios. Su nombre era Esmeralda. El soldado dijo además que, inmediatamente la garganta de Josef Mengele se secó como un desierto, sintió que su tráquea se contraía causándole un dolor insoportable, arrebató la cantimplora de uno de los soldados y tomó el agua que saciaría su sed unos minutos. Josef Mengele había sido víctima de una maldición gitana y ordenó bajo pena de muerte que nadie relataría lo sucedido esa mañana. A partir de ese día, la sed de Mengele fue insaciable, buscó por todo el mundo entre sabios y chamanes la manera de romper la maldición hasta el día que fue encontrado en una tarde de verano, ahogado en la playa de la ensenada, en la ciudad de Vertiera, en el litoral del estado brasileño de Sao Paulo a la edad de 67 años. Cuentan los testigos que el mar estaba en calma y un hombre viejo delgado entró a la playa y bebió tanta agua hasta ahogarse en ella.

    Al pasar los días Kalyna comprendió que la anciana no regresaría más. Esa noche, como siempre, se recluyó debajo del camastro donde acostumbraba a dormir junto a Esmeralda. Eran las siete de la noche cuando escuchó disparos y el correr de los soldados, miró entre las ranuras y se percató de que los oficiales aceleraban el paso en dirección a los camiones escapando del lugar lo más rápido posible.

    Mientras tanto otros militares se dieron a la tarea de penetrar a los pabellones y disparar a cuanta persona se encontraban dentro. La niña temblaba de nervios, rápidamente hurgó entre las pocas pertenencias de Esmeralda y encontró un libro con el que salió corriendo de la barraca. Entre gritos y disparos logró esconderse entre una pila de ropa vieja. El contenido del avejentado libro ahora estaba en sus manos y con mucho cuidado se aferró a el, hasta quedarse dormida. El secreto del libro que ahora estaba en sus manos fue develándose con el pasar de los años.

    Al finalizar la guerra, Kalyna, ya de nueve años, junto algunos niños sobrevivientes del holocausto cruzaron el océano hasta llegar a la ciudad de Nueva York en donde se convertiría en una de las pianistas más famosas del mundo. Ahora sus amigas rodeaban su lecho de muerte y con mucha dificultad la anciana señaló con su dedo índice en dirección de un libro cubierto con un pañuelo de seda color negro. Clara se lo acercó y ella lo asió a su pecho por unos instantes pidiéndole a Clara que se le acercara.

    —Ardat Lilith tiene la respuesta, aún hay esperanzas para ustedes –. le susurró al oído.

    Clara Marco introdujo el libro en su arruinado bolso y las ancianas se aferraron al cuerpo de Kalyna mientras exhalaba su último aliento. Clara con manos temblorosas cerró los ojos marchitos de su amiga, cubrió su rostro y lloró en silencio su partida. Las cinco ancianas con mucha dificultad se alejaron de la sala dejando atrás a las enfermeras que desconectaban los aparatos del cuerpo de Kalyna.

    El reloj del pasillo del hospital marcó las 9:30 de la noche del 11 de octubre del año 2010. Las amigas se sentaron en la cafetería del hospital y con sus miradas fijas en las tazas, quedaron en silencio por mucho tiempo mientras extraían de sus bolsos, sus pastilleros, con las dosis diarias de medicación. Kalyna Dombrosvky en el transcurso de su vida, había cultivado la amistad de Clara Marco, Sara Sadik, Dolores Tasaret, Patricia Ojos Negros y Erica Olivas, amigas con las cuales envejeció.

    —Aprovecharé que estoy en el hospital para examinarme la vista, no veo bien con el ojo izquierdo –, dijo Patricia mientras endulzaba su café.

    —¿Cuándo dejarás de inventar enfermedades? Todas las semanas apareces con una dolencia diferente. — murmuró Sara Sadik sin ocultar una sonrisa irónica.

    —¿Qué quieres que haga? Últimamente así es mi vida, cada día que pasa me siento como esas casas de la Pequeña Habana, pintadas por fuera, pero con toda la madera carcomida por dentro –. replicó Patricia un tanto molesta.

    —¡Santo cielo! cada día me es más difícil recordar para que sirven tantas pastillas. – dijo en voz alta Sara Sadik mientras ordenaba sus cápsulas y dirigiéndose a Patricia le preguntó –, ¿Cuándo fue la última vez que viste a tu hija?

    Patricia Ojos Negros respiró profundo y sorbió un poco de café haciendo un esfuerzo por no mostrar cuanto le afectaba sentimentalmente la pregunta. Hacía tiempo que no la veía. Había transcurrido más de medio año desde su última discusión con su hija. La relación con su primogénita Inés, era muy difícil pues, nunca perdonó a su madre el hecho de no haber conocido a su padre. Tomó su teléfono celular fingiendo buscar un número telefónico y lo guardó nuevamente en el bolso.

    —Solamente cuando tiene problemas económicos me busca. Desde que tuvo que irse a vivir a Orlando con su marido, por razones de trabajo, ha sido muy difícil mantener una comunicación más estrecha. Espero verla nuevamente como todos los

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