¡A esta santa Bárbara jamás me encomendé!: Los giros de la iconografía de santa Bárbara en la Nueva Granada
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Mediante un análisis cronológico e iconográfico de 220 imágenes de santa Bárbara realizadas entre los siglos XV y XVIII, se buscó, en primer lugar, establecer la representación convencional y sus variaciones, además de su distribución en Europa y en América. Después, se procedió a la formulación de hipótesis acerca de los condicionamientos que acompañaron al artista neogranadino Gaspar de Figueroa, a sus descendientes, y casi un siglo después, al escultor Pedro Laboria en la ejecución de la imagen de la denominada santa Bárbara barroca."
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¡A esta santa Bárbara jamás me encomendé! - Francisco González López
Bárbara
Lista de figuras
Figura 1. Martirio de santa Bárbara. Óleo sobre lienzo
Figura 2. Santas Apolonia, Bárbara y Águeda, témpera en tabla, c. 1475/1500
Figura 3. Martirio de santa Bárbara. Grabado
Figura 4. Martirio de santa Bárbara. Óleo sobre tela del siglo XVII
Figura 5. Santa Bárbara. Óleo sobre tela
Figura 6. Muerte de santa Bárbara. Óleo sobre lienzo
Figura 7. Santa Bárbara. Fresco bizantino del siglo VII. Fragmento
Figura 8. El milagro de santa Bárbara en Gorinchem. Grabado
Figura 9. Santa Bárbara. Anónimo, siglo XVIII
Figura 10. Santa Bárbara. Anónimo, siglo XVIII
Figura 11. Santa Bárbara. Jan van Eyck, 1437
Figura 12. Santa Bárbara. Grabado
Figura 13. Santa Bárbara del Taller de Zurbarán, c. 1650
Figura 14. Santa Bárbara. Detalle
Figura 15. Santa Bárbara. Maestro del Becerril
Figura 16. Santa Bárbara de Miguel Cabrera, siglo XVIII
Figura 17. Flagelación de santa Bárbara. Meister Francke, 1410-1425
Figura 18. Santa Bárbara de Zarnowiec. Anónimo
Figura 19. Martirio de santa Bárbara
Figura 20. Análisis cronológico e inonográfico de Santa Bárbara: una aproximación al cambio de atributos durante los siglos XV a XVII
Figura 21. Santa Bárbara. Escultura anónima quiteña, siglo XVIII
Figura 22. Santa Ágata. Fragmento de un antifonario, c. 1470-1473
Figura 23. Santa Águeda con el pecho cortado. Grabado
Figura 24. Santa Águeda atada al árbol. Grabado
Figura 25. San Sebastián, grabado del sigo XVI de la Biblioteca Universitaria
Figura 26. Santa Bárbara y santa Águeda. Fragmento de panel. Relicarios en terracota
Figura 27. Santa Bárbara. Escultura
Figura 28. Santa Bárbara. Escultura policromada
Figura 29. Santa Bárbara. Escultura
Nota aclaratoria
Durante mi infancia viví en medio de las certezas brindadas por la instrucción católica que me protegía de todos los males; así, la exclamación Ave María purísima
era suficiente para alejar las tentaciones de la inocencia amenazada por la expresión hormonal recién inaugurada. Una fórmula completada a la distancia por la abuela con la frase ¡Sin pecado concebida!
.
¡Santo Cristo, santo fuerte, santo inmortal!
era la entonación para ponerse a salvo de las furias telúricas que derrumbaban edificios y ateísmos de la época. Por otro lado, declarar a viva voz Santa Bárbara bendita, que en el cielo estás escrita con papel y agua bendita
, en medio de tormentas con rayos, salvaguardaba al creyente de la muerte repentina. La destinataria de la frase portaba una torre y así, y solo así, era reconocida y venerada.
Muchos años después, en 2017, ya sin certezas, me encontré frente a dos representaciones de santa Bárbara que me confrontaron memoria y sentimientos: la primera, una pintura de Baltasar Vargas de Figueroa, del siglo XVII, que forma parte de la exposición de pintura barroca Horror Vacui de la Universidad Jorge Tadeo Lozano en Bogotá. Unos meses más tarde, la segunda, la escultura de Pedro Laboria, de 1740, que integra la muestra de arte nacional enviada al Museo de Louvre en París, en el marco del Año Francia-Colombia. En las dos obras, ineludiblemente, era llamativo el corte en el seno derecho en una coincidencia que me sacudió evocaciones y me hizo decir: ¡A esta santa Bárbara jamás me encomendé!
¡Y fue ahí cuando empezó la búsqueda!
Agradecimientos
A Juan Felipe Córdoba y a su equipo de la Editorial Universidad del Rosario, por creer y hacer posible esta publicación. Su estímulo para convertir en libro una tesis de maestría fue decisivo.
A Ana María Carreira de la Universidad de Bogotá Jorge Tadeo Lozano, por su diligente y generoso acompañamiento con el presente trabajo. Su inmensísimo conocimiento en el arte barroco latinoamericano y sus investigaciones de las capillas doctrineras fueron una inspiración constante.
Al padre Eugenio Fernández de la parroquia de Santa Bárbara en Bogotá, por su entusiasmo monumental en la recuperación de una reliquia arquitectónica del siglo XVI y por su aporte en los archivos fotográficos para este proyecto. Al padre Ricardo Alonso Pulido, rector de la Iglesia de San Juan de Dios. Al padre Jaime de Jesús Hernández, párroco de la parroquia de Santa Bárbara de Sora, en Boyacá, por su genuino ánimo de colaboración en las observaciones de las obras de arte de su entorno.
Gracias al historiador del arte Jaime Humberto Borja Gómez, por sus recomendaciones y por las anotaciones de la conferencia de la exposición en el Museo del Louvre de la escultura de santa Bárbara de Pedro Laboria, en desarrollo del Año Colombia-Francia 2017.
A Paula Aguilera, Natalia Ortega y José Alejandro Daza del Centro de Investigaciones de Méderi, por su apoyo incondicional en el análisis estadístico de las imágenes de santa Bárbara entre los siglos XVI y XVIII. Gracias a Ana María y a Jaime Pradilla, por sus respuestas siempre amables y su hospitalidad afectuosa. A Lorena Franco, historiadora del arte, por compartir su visión de la mística barroca. Al personal de la Biblioteca Nacional de Colombia, en Bogotá, por su gran disposición en la búsqueda de los catálogos y publicaciones correspondientes.
Gracias a Junot Barroso, de Patrimônio Cultural y Jussiane Silvestre Souza de la Casa Museu da Misericórdia de Bahía, Brasil. A Richard Sieber, del Museo de Arte de Filadelfia. A Saija Kainulainen, asistente de las colecciones pictóricas de la Agencia de Patrimonio Finlandés, Museo Nacional de Finlandia.
A Tanja Gehring y Lisa Handel del Departamento de Manuscritos y Grabados Antiguos de la Universidad de Würzburg, Alemania. A Francisco de Assis Portugal Guimaráes, director del Sistema Universitario de Museos de la Universidad Federal de Bahía en Brasil.
A Gloria, por el apoyo permanente, por sus revisiones, transcripciones y comentarios. Por los tiempos cedidos.
Introducción
El modo originario de inserción de la obra de arte en el sistema de la tradición encontró su expresión en el culto. Las obras de arte más antiguas surgieron, como sabemos, al servicio de un ritual que primero fue mágico y después fue religioso. Ahora bien, es de importancia decisiva el hecho de que esta existencia aurática de la obra de arte no llega nunca a separarse de la función ritual. En otras palabras: el valor único e insustituible de la obra de arte auténtica tiene siempre su fundamento en el valor ritual.
Walter Benjamin (2003)
¿Qué motivación particular inspiró al artista neogranadino Gaspar de Figueroa en la segunda mitad del siglo XVII a pintar una de las primeras versiones del martirio de santa Bárbara en tierras americanas sin el protagonismo de la torre, la espada y el cáliz? ¿Qué hecho singular se dio en los talleres de arte de la actual región cundiboyacense para que las versiones locales de esa imagen constituyeran una singularidad en el contexto religioso de la Colonia? Y ¿por qué en ninguna otra de las posesiones coloniales españolas o portuguesas la imagen con la herida en el seno fue reproducida consistentemente? A casi cuatro siglos de su creación, esos interrogantes continúan sin respuesta y tal vez por ello se deba recurrir al campo de las hipótesis para delinear una aproximación convincente de los giros del culto de santa Bárbara en la Nueva Granada.
Denominada por los historiadores del arte como santa Bárbara barroca, la imagen se constituyó en un verdadero modelo iconográfico inaugurado a partir de una serie de pinturas, realizadas principalmente en Santafé y Tunja, que la representaron en el instante del suplicio. Sea que los artistas hubieran dispuesto de estampas grabadas, imágenes sueltas o impresas en libros religiosos o de pinturas originales de la santa, lo cierto es que del taller de los Figueroa emergió por vez primera, entre los años 1630 y 1660, una pequeña obra en óleo sobre lienzo de 0,48 × 0,37, con la imagen de la mártir, de rodillas, a punto de ser decapitada por el verdugo y con un corte en el seno derecho (figura 1); posteriormente fue recreada en numerosas versiones, tanto en pintura como en escultura, siendo la más célebre la del escultor sevillano —jesuita por demás— Pedro Laboria, en 1740, con destino a la parroquia de Santa Bárbara, en la capital neogranadina. Una tradición continuada por numerosos artistas anónimos hasta despuntar el siglo XIX, la cual brindaría un prototipo de martirologio para la evangelización de los indígenas en las capillas doctrineras de los territorios coloniales hispanos y que aún hoy mantiene vivas las tradiciones procesionales y de veneración.
La iconografía cristiana ha privilegiado durante siglos una constante en los atributos característicos de los personajes objeto de devoción; así fue como, a partir del siglo XIV, la mayoría de los santos se representaron bajo el canon de un signo propio. Para la muestra, las llaves del reino de los cielos que distingue a la figura de san Pedro, el león que acompaña a Marcos el evangelista y, de forma genérica, la palma del martirio y los instrumentos de suplicio: algunos llevan la cruz en la que habían sido colgados; otros, la lanza o la espada que les habían atravesado o el cuchillo con que les habían desollado (Mále, 2001, p. 316). Para los cristianos devotos, primero, y para los investigadores del arte, después, resulta familiar la imagen de un hombre atado al tronco de un árbol herido por flechas que identifica a san Sebastián, la parrilla a san Lorenzo, el cuchillo a san Bartolomé, la rueda con garfios a Catalina de Alejandría y la torre a santa Bárbara, para citar los más figurados. En otras circunstancias, la parte del cuerpo o el órgano afectados se han tornado en el distintivo particular del santo; así, los ojos de Lucía, los dientes de Apolonia y los senos de Águeda, entre muchos otros (figura 2):
Figura 1. Martirio de santa Bárbara. Óleo sobre lienzo. Gaspar de Figueroa, 1630-1660. Colección particular, Bogotá
Fuente: fotografía de Francisco González López, 2020.
El santo patrono y su emblema se habían convertido en signos jeroglíficos en los que no se debía cambiar nada. A finales de la Edad Media, los atributos de los santos se ven por doquier […] El culto de los santos patronos, pueril y conmovedor, tenía, como se ve, raíces muy profundas en el alma del pueblo. Al multiplicar la imagen de sus protectores, no dejaron de influir en el arte. Algunos de los atributos que se ven en las manos de los santos no se justifican por ningún paso de su vida, sino simplemente por ser patronos. (Mále, 2001, pp. 323-324)
Ante esas anotaciones surgen nuevas preguntas: ¿existieron intercambios o apropiaciones de signos de las imágenes de santa Bárbara en el curso de la evangelización neogranadina? ¿Una forma de estigma que evocara la herida del costado de Cristo? ¿Tales cambios obedecieron a gustos locales o formaron parte de un mandato canónico? Estas incógnitas pueden despejarse mediante opiniones de expertos, como la adaptación o asimilación de grabados flamencos e italianos y la selección errada, consciente o inconsciente, de imágenes de otras santas con veneraciones similares adquiridas en los talleres de Sevilla y Cádiz antes del viaje a las Indias. Y acerca de la apariencia varonil de algunas imágenes de bulto halladas en templos de la otrora Nueva Granada, las hipótesis apuntan a la visión teológica medieval que atribuía caracteres masculinos a las representaciones de las mártires por la forma de aguantar los suplicios a las que eran sometidas. Una alusión para no perder de vista es el martirio de san Sebastián.
Figura 2. Santas Apolonia, Bárbara y Águeda, témpera en tabla, c. 1475/1500. Máster Alejo (¿Alejo Andía?)
Fuente: Institute Art of Chicago. Referencia 1954.307.
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En curso de sus pensamientos más primarios, los seres humanos han asumido diversas perspectivas hacia la enfermedad que los aflige; desde la concepción de espíritus que se apoderaban de los